Hay una tribu africana que tiene una costumbre especial. Cuando alguien hace algo perjudicial o se equivoca, ellxs llevan a la persona al centro de la aldea y toda la tribu se concentra y lo rodea. Durante dos días, le dicen todas las cosas buenas que él/ella ya ha hecho.
La tribu cree que cada ser humanx viene al mundo como unx ser buenx. Cada unx de nosotrxs, desea seguridad, amor, paz y felicidad. Pero a veces, en la busca de esas cosas, las personas cometen errores. La comunidad ve aquellos errores como un grito de socorro.
La tribu se une entonces para erguirlo, para reconectarlo con quien es realmente, hasta que él/ella se acuerde totalmente de la verdad de la cual se había desconectado temporalmente: “Yo soy buenx”.
SAWABONA, es un saludo usado en África del Sur y quiere decir: “Yo te respeto, yo te valoro. Eres importante para mí.” En respuesta las personas contestan SHIKOBA, que es: “Entonces, yo existo para ti.”
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martes, 29 de abril de 2014
jueves, 17 de abril de 2014
Anarquía y meditación
Anarquía es organización social horizontal. Sin más amo que uno mismo, sin más soberanía que la individual y la del colectivo organizado, asambleariamente recomendamos.
La meditación es la actividad posible en el ser humano, donde observamos la vida, el individuo y el colectivo, la totalidad.
El desarrollo anarquista implica autocontrol sobre el ego, pues el ego, naturalmente tiende a querer protagonizar, acaparar, acumular, poseer. Y esto no es siempre práctico, en ocasiones sí es útil pero en muchas otras veces lo que sucede es que impide que el ser humano crezca, impide que podamos consensuar, llegar a acuerdos y tener experiencias en común, impide la cooperación. El anarquismo desarrolla la cooperación. La meditación no es reflexión, la meditación es observación y la observación trae consigo la comprensión. La meditación nos libera del imperio del ego, nos sitúa como observadores, conscientes de nuestra conexión con la vida, el movimiento; conscientes de nuestra conexión con el ego. Meditando no negamos la existencia del ego, lo observamos. Observamos nuestras relaciones humanas, las comprendemos. Comprender es un acto de amor. Tolerar es también un acto de amor. Para tolerar es bueno, útil, comprender, para hacer una auténtica cesión, pues eso es tolerar: ceder. En cooperación es necesario ceder. Pero también es necesario defender y luchar por aquello que consideramos correcto, útil, práctico, para uno y el colectivo. La meditación nos entrega la calma, la paciencia y la visión para poder encontrar respuestas. con la meditación las respuestas no vienen del intelecto, vienen del espacio que creamos entre nosotros y el movimiento de la creación. Meditando observamos, creamos ese espacio y las respuestas vienen. Pero meditar no es dormir. Es lo contrario, es estar atento y despierto por lo que cuando observamos las respuestas las señalamos conscientemte. Esas respuestas son útiles, son soluciones y eso es lo que necesitamos para desarrollar anarquismo real, en el día a día.
Meditando obtenemos clarividencia, nos centramos, centramos nuestra energía y nos volvemos eficaces. Pero no una eficacía basada en el conflicto biológico, en el estrés, por muy práctico que sea el estrés. Sino una eficacia ‘zen’. la eficacia del monje zen que llegado el momento suelta los dedos que sujetan la flecha y la flecha se dirije al centro de la diana. Si no se da en el centro no importa. No importa ese tipo de éxito, importa la práctica, la acción en estado de meditación. La acción nos lleva al resultado, un resultado pacífico y armónico. Claro que hay obstáculos y fuerzas que impiden la realización de nuestra acción. Meditando nos armonizamos con esas energías, y si algo es posible, lo realizamos. Y si se nos muestra como imposible, meditando nos armonizamos con esa aparente imposibilidad. Meditando logramos ver el aspecto posible de lo imposible.
Anarquismo es autogestión. La autogestión implica organización, trato social, inteligencia. La autogestión nos lleva a conocer nuestros recursos y posibilidades, observar recursos y posibilidades con mente abierta, a nuestro alrededor y más allá. La meditación nos lleva a la visión, el enfoque panorámico necesario para lograr autogestión. La meditación no es una religión con dioses y normas. Es una actividad natural, una acción voluntaria del organismo de contemplación.
Meditar es tomar control, soberanía, empoderamiento. De la meditación surje una nueva educación, una visión fresca y realista. Hay una política natural, biológica que surje del desarrollo de la conciencia, de la autorealización de la persona. Esta política es el anarquismo. Una conciencia desarrollada dota al organismo de autocontrol, sensibilidad, inteligencia natural. Una conciencia desarrollada no busca luchar con otros seres humanos, sino que se da cuenta de las otras personas nos necesitan y les necesitamos. Una conciencia alerta, despierta, pasa a la acción para que su organismo tenga alimento, pero esa acción tiene una ética, una ética fruto de la observación. Una conciencia desarrollada entiende la cooperación como fórmula de supervivencia y desarrollo. Y esto es de lo que habla el anarquismo. Una meditación real, profunda, que nos abre el corazón y nos libera del miedo, que nos vuelve activos, sociables, respetuosos con el otro donde nos lleva es al anarquismo. Un anarquismo práctico, constante, que busca soluciones, modos de convivir activa y pacificamente nos lleva a la meditación.
Claro que anarquismo es desarrollo social e individual libre. Uno libremente acepta acuerdos y compromisos. Y las plataformas de supervivencia autogestionadas nos permiten disfrutar de nuestra libertad, y desarrollar nuestros sueños, aquello que queremos hacer, sobre todo: vivir. La meditación consiste en eso, en vivir, en ser libres en armonía con nuestra situación actual. Y las cosas pueden ponerse muy difíciles externamente, meditar nos ayuda a tener la energía y la visión para pasar a la acción y solucionar nuestra situación por grave que sea porque nos armonizamos con esa situación sin apegarnos a ella, seguimos viviendo. Meditar es desapego. El desapego natural es el estado del ser más incontrolable por las fuerzas psicóticas que están en el poder egoista. Por esa razón desconocemos qué es meditación y asociamos la meditación con sectas pastoriles y lavados de cerebro. Sin duda que la meditación nos lava y baña la mente pero para ser nosotros mismos, no el diseño esclavista convencional implantado socialmente a golpe de sometimiento cultural y político.
Liberación animal, más allá del veganismo
Introducción del libro: Liberación animal, más allá del veganismo.
Para la distribución del libro, esta es la dirección de la editorial:
dskntrl_ed@riseup.net
Los tiempos que corren casi obligan a pararnos a pensar en que hay cosas que no se tienen claras o quedan sujetas a la pura suerte, o a personas que tratan de ser los iluminados en torno a qué es vegano o qué no, o el hecho de plantear que si no está dentro de sus cánones ya queda fuera...
El veganismo será revolucionario o no será nada podría parafrasear en este momento, ya que etiquetarse vegano es tan fácil como abrir la boca para hablar, el tema radica en que el veganismo si no posee una matriz política se convierte en simplemente otro producto más a consumir dentro de esta sociedad espectacular, otra cosa ante la cual mirar , observar y simplemente eso, siendo partes de una inacción que envuelve los tiempos en que vivimos, donde si algo se pone de moda es por su novedad, no por su ética, como cuando pasan esas modas juveniles o adolescentes, l@s cuales buscan un grupo de pertenencia porque no saben qué elegir, como cuando vemos el uso de la a circulada en personas que apenas tienen idea cuánta gente murió y está presa por esa idea. La masificación de los símbolos y no de las ideas tiene un vacío ya de por sí, dejando en manos de los especialistas de turno el hecho de formar y/o reformar ideas que en su base atacan al sistema existente, cuando hablo de especialistas hablo de la gente que se escuda en
armar diversos grupos del tipo organización piramidal, donde son un par de personas quienes dirigen el equipo, buscando quienes financien (donando dinero o lo que llaman soci@s), quienes les hagan el trabajo (“conviértete en activista”); pasando por el aro de la conformidad y haciendo una suerte también de división del trabajo en esas organizaciones donde un@s son el cerebro y el resto van subiendo de cargos desde “activista” de calle a formar otros cuadros, suena muy leninista eso, pero bueno, es una crítica que hago a partir de la observación, y me remito a períodos largos de tiempo, es cuestión de hacer una proyección hacia atrás en una línea de tiempo. No me quiero perder del tema inicial que es el hecho de que la pretensión de mucha gente pasa por el hecho de “ser vegan@”, “que viva el veganismo”, que existan sitios donde comprar más comida vegana, (será vegana pero no anticapitalista), y el hecho de la liberación animal liberación humana queda por fuera de todo cuestionamiento, todo eso porque no hay una perspectiva o posicionamiento anticapitalista y libertario de la cuestión, y quiero poner algunos ejemplos del hecho de que existen personas veganas que participan en cuerpos policiales o militares, o personas que son pro-sionistas, fascistas,etc,etc, esa gente y quienes les da lo mismo que sean represores mientras no coman animales, dejando en claro una posición de clase ante esto, ¿porque cómo se puede defender una causa con gente que es la que sustenta el orden de las cosas, defiende a los poderosos, defiende un sistema de explotación como el capitalismo?, donde si no tienes dinero no puedes comer, o si robaras para comer esa gente vegana que es policía no dudaría en llevarte a la cárcel. Si el respeto a las demás especies, la empatía a todos los animales (humanos, vacas, cerdos o la especie que fuese) va en detrimento de una de ellas estamos ante una fuerte dicotomía fruto de la a-politización o despolitización de una lucha que pretende ser la vanguardia o el culmine de luchas precedentes (lo comento porque mucha gente siempre hace el paralelismo de racismo, sexismo - como si estas opresiones ya hubiesen sido erradicadas- y lo último de lo último es el abolir al especismo).
Una lucha antiespecista también nos comprende dentro de esa liberación, obviarla y olvidarla es uno de los errores actuales de esta lucha que tiene muchos nombres como frentes de lucha, unos muy válidos, otros netamente contrarevolucionarios y reformistas, buscando acomodarse al establishment y sus leyes.
Para la distribución del libro, esta es la dirección de la editorial:
dskntrl_ed@riseup.net
miércoles, 16 de abril de 2014
Contra el fetichismo obrero
Apuntes para superar la terminología marxista entre los anarquistas.
"Mira qué fácil es todo, cuando está bien explicado, me han dicho que el mundo es la lucha entre los buenos y los malos.
Que está la clase explotada y enfrente la explotadora y la lucha entre los dos bandos es el único motor de la historia.
Cualquiera que sea un currante, por el mero hecho de serlo, está de nuestro lado y merece nuestro respeto.
Por contra están los ricos, que son siempre los culpables de todo lo malo que ocurra y de todo lo malo que pase.
Y yo pienso que esta forma de no pensar es una mierda que impide ver los problemas tal como son, la realidad tal como es.
Simplificarlo todo así, sólo nos puede conducir a darnos contra una pared y creernos que eso es resistir"
(Producto Interior Bruto)
Hay entre los que se reclaman revolucionarios hay un cierto grado de sacralización de las figuras del obrero, del sindicalismo, de las masas y de la idea de lucha de clases. Si uno plantea la transformación social sin centrar el análisis en estos sujetos, conceptos y espacios, se estaría cometiendo herejía. Entre más “popular” vista el individuo o su organización, más genuinamente revolucionario es. Si no te llenas la boca con “proletariado”, “lucha de clases” otras palabras del mismo tono y no centras la acción cotidiana en ellas, ya no eres uno de ellos. A lo sumo serás un ambiguo postmoderno, un infantilista irresponsable o, derechamente, un reaccionario. Por supuesto, esta situación no es ajena a los llamados anarquistas. Y a mi entender esto se debe a que no nos hemos sabido librar completamente de la herencia analítica, estética y discursiva de los paradigmas revolucionarios marxistas de los sesenta, setenta y ochenta. El anarquismo criollo no ha superado del todo el trauma del izquierdismo que alguna vez reemplazó su lugar en el combate anti-estatal (MIR, FPMR, MJL). Hablo de trauma porque el rebrotar de la actividad libertaria en los noventa encontró huérfano al “movimiento anarquista” de referentes locales de su propia ideología (extintos hace tiempo), lo que llevó a muchos, explícitamente a veces, inconscientemente en otras, a acercarse a los modelos de análisis marxistas, a adoptar su estética, su memoria histórica y, lamentablemente, a copiar en ciertos casos sus modelos de organización. Las consignas, las demandas, los 29 de Marzo y los 11 de Septiembre, son los ejemplos más visibles de este proceso.
El recuerdo de los que combatieron y murieron por la libertad y el de las experiencias subversivas de otras vertientes ideológicas es sumamente importante si buscamos en ello herramientas para el hoy, pero es contraproducente cuando rememorar se vuelve un porfiado ejercicio para traer fórmulas del pasado que ya no resisten al presente. Por mucho que se le enrostre al marxismo la burocratización y el autoritarismo en cada una de sus experiencias históricas, cuestión irrefutable por lo demás, no vemos un vivo atrevimiento ni la intención a lo menos de cuestionar y cambiar tajantemente las herramientas de investigación sociológica que ellos emplean y que nosotros no abandonamos aún.
El principal problema que veo en esto es que por no cuestionar las claves de análisis del marxismo y sus terminologías, concluimos encerrándonos en sus mismas lógicas estrechamente economicistas en donde la revolución depende de las estructuras de producción, excluyéndose del estudio (y combate) las múltiples aristas del sistema de dominación que no necesariamente se vinculan al trabajo asalariado. A saber, la cultura, la política, el inconsciente colectivo, las diferencias étnicas y etcétera. Según los marxistas todo esto depende de los modos de producción (estructura y superestructura), entonces si trasformamos la economía, cambiaremos todo lo demás. (1) Y para modificarla hay que tomar el control político del Estado con la consiguiente y macabra dictadura del proletariado, que no es más que la dictadura del Partido Comunista. Pero para nosotros quienes sostenemos que no hay igualdad ni libertad en donde existen jerarquías y control policiaco, ninguna dictadura es deseada. Y aún en el caso de que trasformemos la economía suprimiendo en el proceso la estructura orgánica del Estado (instituciones, espacios y capacidad de control), aquello no importa una relación directa con la modificación del pensamiento individual. Es más fácil hacer notar a alguien que su jefe lo explota a explicarle que deje de creer que su compañera es su propiedad, que el peruano o el argentino no es su enemigo o que se puede vivir mejor sin autoridad alguna. Por muy comunista que sea la economía, no hay revolución alguna si no hay un cambalache categórico de las estructuras mentales. Y la economía no determina las cosmovisiones, sino una serie de factores que tienen que ver primordialmente con las experiencias particulares de cada ser. (2) La cuna no determina tu lugar en la lucha, eso sería creer que la distribución de mentalidades en el orden actual es como generalmente lo fue en la edad media europea. Un obrero puede ser tan enemigo de la libertad como su patrón. ¡Falsa conciencia! -nos gritan los marxistas y quienes creen en sus metodologías: como los poderosos controlan la cultura, modifican las aspiraciones de los obreros y los hacen renegar de los “verdaderos” intereses de su clase, pero cuando llegue el día –nos advierten- en el que todos los trabajadores se hagan la idea de que son una gran unidad histórica y de que juntos deben hacer la revolución anteponiendo sus intereses a los de las clases hegemónicas, se acabará la falsa conciencia y la sociedad de clases. Bonita ilusión, decimos, que no considera siquiera las dinámicas de la sociedad moderna en donde los roles se confunden anulando las divisiones nítidas entre los diversos actores sociales.
Hoy, un siglo y medio después de cuando se trazaron las ideas genéricas del materialismo histórico, tiempo en que todas las estructuras de dominación se han perfeccionado y sofisticado sobremanera, urge cuestionar todo aporte teórico desde esas vertientes. Y no se trata de destruir por destruir, por cierto.
Apremia también cuestionar el modelo de “explotados y explotadores”, pues ya no hay sociedad –y nunca la hubo- dual. Las redes de poder y los conflictos en sus entretejidos son muchísimo más complicadas que un simple encontrón entre burgueses malvados y proletarios descamisados. En todo individuo hay un opresor, en todo trabajador hay un capitalista, en todo militante hay un militar: es preciso acabar con todos.
Si bien el anarquismo tuvo una época en que su relación con el mundo de las organizaciones de trabajadores era estrecha, innovando orgánicamente y aportando de diversas formas a sus luchas contra las redes de poder económico y estatal; su cuerpo teórico concibió ideas de redención que sobrepasaban los márgenes productivos. La idea era la transformación integral del individuo y con él de la sociedad toda. No te liberas en cuanto a tu clase, sino en tu calidad de ser. Ni opresores ni oprimidos, he ahí la cuestión primera.
Volviendo a la necesidad de superar al materialismo histórico en el campo anarquista me resulta preocupante el afán de muchos de “reafirmar el carácter de clase del anarquismo”. Haré referencia a un artículo de la revista plataformista Hombre y Sociedad, pero insisto en que esto no solo está presente en dicha corriente. No criticaré punto por punto sus postulados que, asumo, están inspirados de buena fe, aunque no concuerde con la mayoría de ellos. Pero sí me interesa ejemplificar el problema con éste, un típico caso de matrimonio entre anarquismo y fetichismo obrerista, en donde abundan los términos “proletariado”, “dialéctica”, “conciencia de clase”, “masas”. Aunque, como veremos, la similitud no sólo está en las palabras, sino también en las claves de lectura de la realidad. Espero no distorsionar el sentido del texto, como ocurre casi siempre cuando se cita para debatir, pero creo que este párrafo habla por sí sólo. Dicen desde H&S para combatir a los detractores de su tendencia:
“Así la resistencia a la plataforma aparece como la resistencia a dar el salto de un anarquismo abstracto, marginal, a ser parte activa en la lucha de clases, a hacerse parte de las dificultades reales que experimentan los movimientos sociales, por temores virginales a lidiar con la política real, se trata del temor natural que produce esta idea de que el anarquismo es sólo una posibilidad que hay que hacer parir, además del miedo al dolor y al trabajo que éste implica necesariamente” (3) (la negrita es mía).
¡Ay de nosotros los abstractos, los marginales y ajenos a las reales dificultades, los de vírgenes temores, los miedosos al dolor y al trabajo! Pero más allá de la arrogancia evidente, y de la ignorancia respecto a los costos que implica desarrollar la anarquía en otras formas, lo que me urge referir sobre este artículo es el porfiado tema de la lucha de clases. En donde no se concreta un cuestionamiento a la terminología marxista sino que, sirviéndose de ella, se permiten definir entre anarquismos concretos y abstractos. Personalmente valoro todo trabajo que se haga para mermar el sistema de dominación, cuanto más diversos mejor, y me agrada la preocupación por hacer más efectiva la presencia de las prácticas y valores libertarios en la sociedad, como supongo a la gente de H&S, pero me parece peligroso que se alimenten del materialismo histórico sin hacer al mismo tiempo una crítica profunda (más allá de los lugares comunes: antiburocracia, antipartidismo, etc.) de sus estrechos marcos economicistas. ¡La vida social es mucho más compleja que las relaciones con el malvado capital! Antes que el capital está la autoridad, y no hablo solo de las fuerzas evidentes del Estado o sus edificios y símbolos (Ejército, carabineros, cárceles, escuelas, edificios administrativos), sino –y principalmente- de aquella red de creencias que hacen de él una fortaleza aparentemente inexpugnable. Creencias como aquella hegemónica –y pilar de la dominación- que nos advierte que no se puede vivir sin autoridad. Y a esa máxima no la acabaremos únicamente con piedras y bombazos, ni con huelgas ni grandes manifestaciones. Aunque todo sirve, por cierto.
Y como soy un convencido de que las formas de combatir los mil rostros de la dominación pasan por multiplicar mil espacios de respuesta y contraofensiva, no puedo dejar de cuestionar aquella creencia (que también empieza a abundar entre los ácratas) que invita a distanciarse completamente de la lucha económica por considerarse funcional al orden. En esa lógica, por ejemplo, el sindicalismo vendría a ser otro instrumento más de dominación.
Veamos un caso. En el nº 53 de la publicación anti-plataformista Libertad! de Buenos Aires apareció un artículo firmado por Patrick Rossineri que sintetiza esta idea (4). Coincidimos en su análisis, más no en las conclusiones. Ante la pregunta de si acaso es posible o deseable para los anarquistas horizontalizar y autogestionar los sindicatos, el articulista remata negativamente, aunque deja en claro la necesidad de fortalecer entidades anarcosindicales, el trabajo en los barrios y con los no sindicalizados, con los cesantes. Bien dice Rossineri que el sindicato está inserto en el sistema de dominación en tanto reproduce al mismo en las estructuras jerárquicas de su funcionamiento interno, así como en su disponibilidad a las subvenciones estatales. Y es cierto que el sindicato es hoy un organismo autoritario y pancista, sólo preocupado en demandas inmediatas de caracteres gremiales y restringidos a su particular radio de acción. Ya no existe la huelga política, la huelga solidaria, como otrora cuando por ejemplo los gremios paraban sus labores para apoyar a otros sindicatos o reclamar la libertad de los presos políticos. Pero, a nuestro juicio, que el sindicato esté amarrado a la estructura de poder no implica negar la posibilidad para un anarquista de luchar en él. Requerimos transformar todos los espacios en los que nos desenvolvemos ¿por qué éste no? Y esto tampoco significa claudicar, hay que combatir a los politicastros, a los legalistas y todo dirigente sindical debe ser objeto de desconfianza en tanto autoridad, pues la delegación y la sumisión muchas veces visten ropajes simpáticos. El sindicato es una herramienta como tantas otras y además se ha mostrado útil para detener el abuso patronal en no pocos casos. Creo más bien que el problema pasa por no hacer del sindicato y el sindicalismo la panacea. Por su parte el anarcosindicalismo es una solución parcial y limitada a la burocratización del sindicato legal y partidista, pero no es en sí mismo la solución al general sistema de dominación.
La gesta libertaria trasciende nuestro lugar en el sistema de producción y el entretejido de relaciones salariales en el que sobrevivimos. Hasta acá llegamos hoy. El llamado es a cuestionar el uso indiscriminado y acrítico de la terminología y las claves de análisis marxistas entre los anarquistas, y para sugerir cuidado sobre su antípoda antieconómica. Y es que el anarquismo no depende de las estructuras de producción, pero tampoco puede desentenderse de las mismas. Pero y en todo caso, no es la verdad anarquista la que habla hoy, sino la limitada opinión de uno de los miles que se reclaman como tal. Provocar a la reflexión es la idea.
Citas:
[1]. A pesar de las reformulaciones y “actualizaciones” del pensamiento marxista, por ejemplo con el rescate de los aportes sobre “hegemonía” de Gramsci (opacado por largo tiempo en A.L. por Althusser y compañía), estas ideas continúan intactas. Entre otros véase, Marta Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico, X edición, Siglo XXI, Santiago, 1972.
[2]. Incluso los mismos historiadores marxistas lo han notado, aunque no se note en las directrices de sus partidos. Estúdiese los aportes de E. P. Thompson y su “Formación de la clase obrera en Inglaterra”, Editorial Crítica, Barcelona, 1989.
[3]. El artículo referido es “A propósito de las resistencias a “La Plataforma”: Contribución a un anarquismo de masas.”, Hombre y Sociedad, nº 24, Invierno 2009, Santiago, p.15.
[4]. “El sindicato como herramienta de domina¬ción”, Libertad!, nº 53, Octubre-Noviembre 2009, Buenos Aires.
Autor: Manuel de la Tierra
Publicado en: El Surco Nº15 - Chile
"Mira qué fácil es todo, cuando está bien explicado, me han dicho que el mundo es la lucha entre los buenos y los malos.
Que está la clase explotada y enfrente la explotadora y la lucha entre los dos bandos es el único motor de la historia.
Cualquiera que sea un currante, por el mero hecho de serlo, está de nuestro lado y merece nuestro respeto.
Por contra están los ricos, que son siempre los culpables de todo lo malo que ocurra y de todo lo malo que pase.
Y yo pienso que esta forma de no pensar es una mierda que impide ver los problemas tal como son, la realidad tal como es.
Simplificarlo todo así, sólo nos puede conducir a darnos contra una pared y creernos que eso es resistir"
(Producto Interior Bruto)
Hay entre los que se reclaman revolucionarios hay un cierto grado de sacralización de las figuras del obrero, del sindicalismo, de las masas y de la idea de lucha de clases. Si uno plantea la transformación social sin centrar el análisis en estos sujetos, conceptos y espacios, se estaría cometiendo herejía. Entre más “popular” vista el individuo o su organización, más genuinamente revolucionario es. Si no te llenas la boca con “proletariado”, “lucha de clases” otras palabras del mismo tono y no centras la acción cotidiana en ellas, ya no eres uno de ellos. A lo sumo serás un ambiguo postmoderno, un infantilista irresponsable o, derechamente, un reaccionario. Por supuesto, esta situación no es ajena a los llamados anarquistas. Y a mi entender esto se debe a que no nos hemos sabido librar completamente de la herencia analítica, estética y discursiva de los paradigmas revolucionarios marxistas de los sesenta, setenta y ochenta. El anarquismo criollo no ha superado del todo el trauma del izquierdismo que alguna vez reemplazó su lugar en el combate anti-estatal (MIR, FPMR, MJL). Hablo de trauma porque el rebrotar de la actividad libertaria en los noventa encontró huérfano al “movimiento anarquista” de referentes locales de su propia ideología (extintos hace tiempo), lo que llevó a muchos, explícitamente a veces, inconscientemente en otras, a acercarse a los modelos de análisis marxistas, a adoptar su estética, su memoria histórica y, lamentablemente, a copiar en ciertos casos sus modelos de organización. Las consignas, las demandas, los 29 de Marzo y los 11 de Septiembre, son los ejemplos más visibles de este proceso.
El recuerdo de los que combatieron y murieron por la libertad y el de las experiencias subversivas de otras vertientes ideológicas es sumamente importante si buscamos en ello herramientas para el hoy, pero es contraproducente cuando rememorar se vuelve un porfiado ejercicio para traer fórmulas del pasado que ya no resisten al presente. Por mucho que se le enrostre al marxismo la burocratización y el autoritarismo en cada una de sus experiencias históricas, cuestión irrefutable por lo demás, no vemos un vivo atrevimiento ni la intención a lo menos de cuestionar y cambiar tajantemente las herramientas de investigación sociológica que ellos emplean y que nosotros no abandonamos aún.
El principal problema que veo en esto es que por no cuestionar las claves de análisis del marxismo y sus terminologías, concluimos encerrándonos en sus mismas lógicas estrechamente economicistas en donde la revolución depende de las estructuras de producción, excluyéndose del estudio (y combate) las múltiples aristas del sistema de dominación que no necesariamente se vinculan al trabajo asalariado. A saber, la cultura, la política, el inconsciente colectivo, las diferencias étnicas y etcétera. Según los marxistas todo esto depende de los modos de producción (estructura y superestructura), entonces si trasformamos la economía, cambiaremos todo lo demás. (1) Y para modificarla hay que tomar el control político del Estado con la consiguiente y macabra dictadura del proletariado, que no es más que la dictadura del Partido Comunista. Pero para nosotros quienes sostenemos que no hay igualdad ni libertad en donde existen jerarquías y control policiaco, ninguna dictadura es deseada. Y aún en el caso de que trasformemos la economía suprimiendo en el proceso la estructura orgánica del Estado (instituciones, espacios y capacidad de control), aquello no importa una relación directa con la modificación del pensamiento individual. Es más fácil hacer notar a alguien que su jefe lo explota a explicarle que deje de creer que su compañera es su propiedad, que el peruano o el argentino no es su enemigo o que se puede vivir mejor sin autoridad alguna. Por muy comunista que sea la economía, no hay revolución alguna si no hay un cambalache categórico de las estructuras mentales. Y la economía no determina las cosmovisiones, sino una serie de factores que tienen que ver primordialmente con las experiencias particulares de cada ser. (2) La cuna no determina tu lugar en la lucha, eso sería creer que la distribución de mentalidades en el orden actual es como generalmente lo fue en la edad media europea. Un obrero puede ser tan enemigo de la libertad como su patrón. ¡Falsa conciencia! -nos gritan los marxistas y quienes creen en sus metodologías: como los poderosos controlan la cultura, modifican las aspiraciones de los obreros y los hacen renegar de los “verdaderos” intereses de su clase, pero cuando llegue el día –nos advierten- en el que todos los trabajadores se hagan la idea de que son una gran unidad histórica y de que juntos deben hacer la revolución anteponiendo sus intereses a los de las clases hegemónicas, se acabará la falsa conciencia y la sociedad de clases. Bonita ilusión, decimos, que no considera siquiera las dinámicas de la sociedad moderna en donde los roles se confunden anulando las divisiones nítidas entre los diversos actores sociales.
Hoy, un siglo y medio después de cuando se trazaron las ideas genéricas del materialismo histórico, tiempo en que todas las estructuras de dominación se han perfeccionado y sofisticado sobremanera, urge cuestionar todo aporte teórico desde esas vertientes. Y no se trata de destruir por destruir, por cierto.
Apremia también cuestionar el modelo de “explotados y explotadores”, pues ya no hay sociedad –y nunca la hubo- dual. Las redes de poder y los conflictos en sus entretejidos son muchísimo más complicadas que un simple encontrón entre burgueses malvados y proletarios descamisados. En todo individuo hay un opresor, en todo trabajador hay un capitalista, en todo militante hay un militar: es preciso acabar con todos.
Si bien el anarquismo tuvo una época en que su relación con el mundo de las organizaciones de trabajadores era estrecha, innovando orgánicamente y aportando de diversas formas a sus luchas contra las redes de poder económico y estatal; su cuerpo teórico concibió ideas de redención que sobrepasaban los márgenes productivos. La idea era la transformación integral del individuo y con él de la sociedad toda. No te liberas en cuanto a tu clase, sino en tu calidad de ser. Ni opresores ni oprimidos, he ahí la cuestión primera.
Volviendo a la necesidad de superar al materialismo histórico en el campo anarquista me resulta preocupante el afán de muchos de “reafirmar el carácter de clase del anarquismo”. Haré referencia a un artículo de la revista plataformista Hombre y Sociedad, pero insisto en que esto no solo está presente en dicha corriente. No criticaré punto por punto sus postulados que, asumo, están inspirados de buena fe, aunque no concuerde con la mayoría de ellos. Pero sí me interesa ejemplificar el problema con éste, un típico caso de matrimonio entre anarquismo y fetichismo obrerista, en donde abundan los términos “proletariado”, “dialéctica”, “conciencia de clase”, “masas”. Aunque, como veremos, la similitud no sólo está en las palabras, sino también en las claves de lectura de la realidad. Espero no distorsionar el sentido del texto, como ocurre casi siempre cuando se cita para debatir, pero creo que este párrafo habla por sí sólo. Dicen desde H&S para combatir a los detractores de su tendencia:
“Así la resistencia a la plataforma aparece como la resistencia a dar el salto de un anarquismo abstracto, marginal, a ser parte activa en la lucha de clases, a hacerse parte de las dificultades reales que experimentan los movimientos sociales, por temores virginales a lidiar con la política real, se trata del temor natural que produce esta idea de que el anarquismo es sólo una posibilidad que hay que hacer parir, además del miedo al dolor y al trabajo que éste implica necesariamente” (3) (la negrita es mía).
¡Ay de nosotros los abstractos, los marginales y ajenos a las reales dificultades, los de vírgenes temores, los miedosos al dolor y al trabajo! Pero más allá de la arrogancia evidente, y de la ignorancia respecto a los costos que implica desarrollar la anarquía en otras formas, lo que me urge referir sobre este artículo es el porfiado tema de la lucha de clases. En donde no se concreta un cuestionamiento a la terminología marxista sino que, sirviéndose de ella, se permiten definir entre anarquismos concretos y abstractos. Personalmente valoro todo trabajo que se haga para mermar el sistema de dominación, cuanto más diversos mejor, y me agrada la preocupación por hacer más efectiva la presencia de las prácticas y valores libertarios en la sociedad, como supongo a la gente de H&S, pero me parece peligroso que se alimenten del materialismo histórico sin hacer al mismo tiempo una crítica profunda (más allá de los lugares comunes: antiburocracia, antipartidismo, etc.) de sus estrechos marcos economicistas. ¡La vida social es mucho más compleja que las relaciones con el malvado capital! Antes que el capital está la autoridad, y no hablo solo de las fuerzas evidentes del Estado o sus edificios y símbolos (Ejército, carabineros, cárceles, escuelas, edificios administrativos), sino –y principalmente- de aquella red de creencias que hacen de él una fortaleza aparentemente inexpugnable. Creencias como aquella hegemónica –y pilar de la dominación- que nos advierte que no se puede vivir sin autoridad. Y a esa máxima no la acabaremos únicamente con piedras y bombazos, ni con huelgas ni grandes manifestaciones. Aunque todo sirve, por cierto.
Y como soy un convencido de que las formas de combatir los mil rostros de la dominación pasan por multiplicar mil espacios de respuesta y contraofensiva, no puedo dejar de cuestionar aquella creencia (que también empieza a abundar entre los ácratas) que invita a distanciarse completamente de la lucha económica por considerarse funcional al orden. En esa lógica, por ejemplo, el sindicalismo vendría a ser otro instrumento más de dominación.
Veamos un caso. En el nº 53 de la publicación anti-plataformista Libertad! de Buenos Aires apareció un artículo firmado por Patrick Rossineri que sintetiza esta idea (4). Coincidimos en su análisis, más no en las conclusiones. Ante la pregunta de si acaso es posible o deseable para los anarquistas horizontalizar y autogestionar los sindicatos, el articulista remata negativamente, aunque deja en claro la necesidad de fortalecer entidades anarcosindicales, el trabajo en los barrios y con los no sindicalizados, con los cesantes. Bien dice Rossineri que el sindicato está inserto en el sistema de dominación en tanto reproduce al mismo en las estructuras jerárquicas de su funcionamiento interno, así como en su disponibilidad a las subvenciones estatales. Y es cierto que el sindicato es hoy un organismo autoritario y pancista, sólo preocupado en demandas inmediatas de caracteres gremiales y restringidos a su particular radio de acción. Ya no existe la huelga política, la huelga solidaria, como otrora cuando por ejemplo los gremios paraban sus labores para apoyar a otros sindicatos o reclamar la libertad de los presos políticos. Pero, a nuestro juicio, que el sindicato esté amarrado a la estructura de poder no implica negar la posibilidad para un anarquista de luchar en él. Requerimos transformar todos los espacios en los que nos desenvolvemos ¿por qué éste no? Y esto tampoco significa claudicar, hay que combatir a los politicastros, a los legalistas y todo dirigente sindical debe ser objeto de desconfianza en tanto autoridad, pues la delegación y la sumisión muchas veces visten ropajes simpáticos. El sindicato es una herramienta como tantas otras y además se ha mostrado útil para detener el abuso patronal en no pocos casos. Creo más bien que el problema pasa por no hacer del sindicato y el sindicalismo la panacea. Por su parte el anarcosindicalismo es una solución parcial y limitada a la burocratización del sindicato legal y partidista, pero no es en sí mismo la solución al general sistema de dominación.
La gesta libertaria trasciende nuestro lugar en el sistema de producción y el entretejido de relaciones salariales en el que sobrevivimos. Hasta acá llegamos hoy. El llamado es a cuestionar el uso indiscriminado y acrítico de la terminología y las claves de análisis marxistas entre los anarquistas, y para sugerir cuidado sobre su antípoda antieconómica. Y es que el anarquismo no depende de las estructuras de producción, pero tampoco puede desentenderse de las mismas. Pero y en todo caso, no es la verdad anarquista la que habla hoy, sino la limitada opinión de uno de los miles que se reclaman como tal. Provocar a la reflexión es la idea.
Citas:
[1]. A pesar de las reformulaciones y “actualizaciones” del pensamiento marxista, por ejemplo con el rescate de los aportes sobre “hegemonía” de Gramsci (opacado por largo tiempo en A.L. por Althusser y compañía), estas ideas continúan intactas. Entre otros véase, Marta Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico, X edición, Siglo XXI, Santiago, 1972.
[2]. Incluso los mismos historiadores marxistas lo han notado, aunque no se note en las directrices de sus partidos. Estúdiese los aportes de E. P. Thompson y su “Formación de la clase obrera en Inglaterra”, Editorial Crítica, Barcelona, 1989.
[3]. El artículo referido es “A propósito de las resistencias a “La Plataforma”: Contribución a un anarquismo de masas.”, Hombre y Sociedad, nº 24, Invierno 2009, Santiago, p.15.
[4]. “El sindicato como herramienta de domina¬ción”, Libertad!, nº 53, Octubre-Noviembre 2009, Buenos Aires.
Autor: Manuel de la Tierra
Publicado en: El Surco Nº15 - Chile
martes, 15 de abril de 2014
La deconstrucción de la masculinidad
Es difícil no volver a los mismos temas de siempre. Uno no puede salirse de uno mismo, aunque lo pretenda. El talento consiste en saberlo y sin embargo sorprender a cada momento. A mí principalmente me preocupan las mismas cuestiones que cuando era muy joven, pero ahora con otra perspectiva y con más incertidumbres. ¿No debería ser al revés?
Me miro al espejo y ya no me reconozco. Sin embargo, en mi interior sigo siendo el mismo. Pero, con cierto miedo a perder aquello que necesito para seguir adelante. Hace dos años desapareció una de las personas más importantes de mi vida y me da pánico volver a pasar por lo mismo. No hay día que no piense en ella. Ahora comprendo muy bien el significado de la frase “La ausencia es el peor de los males”. Con la desaparición de Chiqui se me escapo la infancia por la ventana y la certeza de que con su marcha ya no hay forma de recuperarla. En definitiva, creo que la infancia es la única patria que existe.
La semana pasada mi compañera Raquel perdió parte de la suya. Se fue a los 93 años Lala, la guardiana silenciosa de sus primeros años. Leyendo la carta que escribió para su funeral, no puedo dejar de pensar que los afectos son nuestro mayor patrimonio.
Querida Lala.
Tu vida no fue fácil y por eso disfrazabas con algo de mal genio tu paciencia, de dureza tu infinito amor y de trabajo tu increíble lealtad. Llamarte abuela sería quedarnos cortos para Bárbara, Raquel y Elías. Fuiste mucho más. Los recuerdos no paran en momentos como este: las noches que pasamos contigo son imborrables. En tu casa dormíamos en la cama que compartiste pocos años con Manolo y a la que no quisiste volver tras su muerte. Fuiste tan generosa con nosotros que nos cedías ese lugar sagrado, aunque nunca te contamos que la situación nos desvelaba, que no pegábamos ojo, que veíamos fantasmas saliendo de debajo de la cama y que no podíamos ni ir al baño del miedo. Cosas de niños.
Teníamos la edad de Chloé, la edad en la que todas las niñas queríamos ser maestras y peluqueras, y nos dejabas ensayar contigo. Los viernes por la tarde, los días que nuestros padres salían y te quedabas a nuestro cargo, te peinábamos hasta que te quedabas dormida, con las manitas juntas a un lado sujetando la cabeza.
Te vas y contigo se va nuestro último vínculo con una generación noble, la generación que vivió la dureza de la Guerra. Nos contaste que en tu Moya natal tenías que caminar kilómetros si querías ir a la escuela, que empezaste a limpiar casas con 9 añitos, que te ponían ladrillos para que pudieras alcanzar el fregadero. Tu vida de pequeñita no fue fácil. Nada comparado con la nuestra.. Lo único que te hacía falta era la familia y los amigos, conversación y amor, no quedarte nunca sola. Sabemos que no siempre hemos estado a la altura. Pero tu altura moral, Lala, está demasiado arriba. Algo de esa nobleza nos has legado. No te quepa duda.
Ahora preferimos imaginarte dormida, con las manos juntitas haciendo de almohada y tu cabeza de lado. Y por imaginar, esperamos que cuando despiertes encuentres a tu lado a Manolo, a quien la vida te quitó demasiado pronto.
Lo poco o mucho que los hombres de mi generación (niños de los años sesenta), hemos aprendido sobre las emociones y las tareas de cuidado se lo debemos a mujeres como Chiqui o Lala.
Por el contrario, si hago un recuento de la cantidad de “padres ausentes”, o lo que es peor de “progenitores autoritarios”, totalmente desprovistos de cualidades afectivas y de capacidades para el cuidado -de mi quinta- el resultado es estremecedor. El legado patriarcal afianzado con el franquismo decapitó por completo el sistema educativo regalándoselo a la Iglesia. Crecimos en un país de “hombres mutilados emocionalmente” y “sin capacidad para el cuidado”. Confesar y asumir esta realidad se consideraba como una ulterior disminución de la virilidad.
Por descontado, fue una generación de hombres que no lloraban en público, ni tampoco mostraban ninguna sensibilidad porque se consideraba “debilidad”. Su deber era aparecer siempre como triunfadores y dar de sí mismos una imagen dura, agresiva y brillante.
No podían ir a la compra ni ocuparse de sus hijos e hijas porque eso era “cosa de mujeres”. Sus ratos de ocio lo transitaban entre iglesias, tabernas, plazas de toros, campos de fútbol y casas de putas, siendo cómplices de la mercantilización del cuerpo y del placer. Los menos, leyendo libros y en tertulias. ¿Cómo ser feliz en un país que idolatraba a Raphael y El Cordobés, mientras que en Europa se reverenciaba a los Beatles? La última versión de Soldadito español, Soldadito valiente es de 1976. Sólo hay que echar un vistazo a la letra para comprender de lo que estoy hablando.
Los hombres que han renunciado a mostrar su parte más emocional han acabado perjudicando a todo el conjunto. Millones de ellos han pasado sus vidas intentando representar un papel de héroes que sólo es posible en la ficción. El modelo de “hombre-macho-éxito” estereotipado que ha sido socializado y perpetuado por el sistema, ¿de qué ha servido? ¿A quién ha beneficiado? ¿Qué logros se han conseguido con estos machos-alfa marcando y pretendiendo controlar su territorio por todo el planeta?
¿Por qué aun algunas mujeres tienen especial interés en compartir la vida con semejantes sujetos?Y es que el patriarcado ha sido interiorizado tanto en hombres como mujeres, dotandoles a ellos de poder y a ellas de no poder, naturalizando cada cual un rol determinado en la sociedad, contribuyendo en mayor o menor medida a perpetuarlo.
Cuando tenía trece años empecé a sentirme incómodo entre mis compañeros de clase. En el momento en que la competitividad fue más importante que el juego, sentí que ya no pertenecía al grupo. De golpe tenías que ser el mejor jugando a fútbol, o el mejor estudiante, o el que más chicas conseguía. Todo era una carrera de fondo con el fin de convertirte en líder para ser aceptado. No existían opciones. Sólo se podía ser dos cosas: el cabecilla o su séquito.
Conocí el rechazo desde temprana edad. Enseguida supe que nunca pertenecería a ningún colectivo y que aquello me acarrearía en el futuro muchos problemas. Todavía faltaban algunos años para que leyera por primera vez la frase de Nietzche: “Yo no sirvo ni para servir, ni para conducir”. Su significado me lo enseñaron a fuego mis compañeros de escuela. No me sentía a gusto compitiendo por ver quién lanzaba el semen más lejos, ni tampoco cotilleando con las chicas de la clase o conspirando contra alguien por los pasillos. En aquella escuela y durante los últimos años, me sentí completamente vencido y aislado. ¿Cómo debe crecer y ser criado un niño?, ¿Cómo y de quién aprende o desaprende a ser y a convertirse en lo que más tarde se convierte?
Resulta curioso cómo a pesar de los años transcurridos, a menudo pienso, que algo de culpa tendría yo, para que no me quisieran. Supongo que es lo que ocurre con las mujeres maltratadas. Nunca me atreví a explicar a mi familia, con detenimiento y exactitud, por lo que estaba pasando. Ir a la escuela cada mañana y sentir el desprecio y las burlas por no querer formar parte del equipo de fútbol y del grupo de machos-alfa conformó mi necesidad de independencia para siempre. Necesito a la gente, pero nunca más he vuelto a confiar en las masas.
Lo que viví en la escuela no deja de ser un ejemplo más de lo que me he encontrado como adulto. Vivimos en un mundo donde lo más importante sigue siendo la imagen de seguridad, control y fuerza que proyectamos. ¿Cómo podemos relajarnos si siempre hemos de ser los mejores? ¿Por qué no nos impone nadie que seamos los primeros en sentir? ¿Es que acaso nos lo impide nuestra propia naturaleza? Tuve que llegar el instituto para empezar a ser feliz y a tener amigos. Ahí viví una experiencia “entre iguales”. Algunos de ellos son piezas fundamentales de mi existencia.
En el instituto jugué a fútbol infinidad de veces. A menudo, con mis compañeros y otras todos juntos, chicos y chicas. Aquello era pura diversión y entretenimiento. No existía competitividad ni chorradas de fuerza y liderazgo. El juego debe ser una diversión y también debe servir para enseñarnos a perder y a ganar. Como en la vida.
Para convertirnos en “nosotros mismos” no tenemos que viajar de un lado a otro, sino hacia nuestro propio ser. Todo se encuentra ya en nuestro interior. Personas como Chiqui o la recientemente fallecida Lala nos mostraron parte del camino.
Y en cualquier caso, ¿sentir y cuidar no es masculino? ¿Quién lo ha dictaminado? ¿Quién ha decidido por nosotros? Ser mayor significa separarse definitivamente de la madriguera para construirse una propia en consonancia con la Humanidad. Sólo seremos capaces de encontrarla saliéndonos de los esquemas y los condicionamientos del patriarcado. Haciéndonos cargo de nosotros como personas, admitiendo que tenemos, como todo el mundo, un ritmo personal; reconociendo honestamente que nuestra respuesta es, sobre todo, fruto de nuestras emociones. Deberíamos cuestionar los privilegios otorgados por la complicidad patriarcal. No deberíamos aceptar un rol masculino determinado, de acuerdo con falsos estereotipos. Estaría bien empezar a descubrirnos y deconstruir nuestra masculinidad.
No quiero ser el primero. No lo seré nunca. Sin embargo quiero seguir aprendiendo y tratar de ser más humano, más comprensivo, más inteligente, más constante. Y sobre todo, más sincero conmigo mismo. No quiero ser odiado, ni temido. Realmente, ¿compensa saberse detestado por los demás? No quiero a nadie bajo mi sometimiento. Las puertas deben permanecer siempre abiertas para quienes tengan ganas de regresar.
Tenemos que enseñar a las nuevas generaciones de millones de hombres a percibir que las relaciones, la comprensión, el amor, el cuidado, no lograrán alcanzar su plenitud sin la capacidad de sentir y de cuidar. Es difícil pensar que alguien, tiernamente amado, acariciado y cuidado durante su niñez, no sabrá acercarse a los demás con especial ternura. La rudeza del hombre suele ser el fruto de la carencia de sentimientos, cuidado, educación y mimos que ha sufrido durante su crecimiento y que el patriarcado se ha encargado de imprimir a todo nivel. Y de esa cantidad de pruebas que se impone y le imponen y a las que no se ve capaz de renunciar: si hago el amor, tengo que ser el mejor; si no lo hago soy poco viril; si gano mucho dinero mi mujer y mis hijos tendrán todo lo que necesitan (¿quién lo decide?), sino seremos unos degraciados sin futuro.
¿Cómo hallar la solución para esta situación tan esquizofrénica?
Según un informe presentado por la Unión Europea la semana pasada, más de nueve millones de mujeres europeas han sido víctimas de una violación, un 33% han sufrido violencia física o sexual y sólo una de cada tres denuncia las agresiones. Estoy convencido de que esta compleja situación de deshumanización y de vulneración de los derechos humanos empieza a gestarse en casa y en las aulas. ¿Qué modelo de sociedad estamos construyendo? ¿Cómo es posible que los hombres sigamos siendo principalmente un símbolo de poder desmedido? ¿Qué tipo de educación han recibido los agresores? ¿Pertenecen a una clase social concreta o no es una cuestión de clases?
Según este estudio, una de cada cinco españolas de más de 15 años (22%) ha sufrido violencia física o sexual. Por consiguiente, ya no se trata de que que el machismo endémico sea un producto del franquismo. El problema es mucho más hondo.
¿Cuándo dejaremos de sentirnos mal por no cumplir las expectativas? ¿Quién crea dichas expectativas? ¿Cuándo podremos liberarnos de todos aquellos esquemas y privilegios que llevamos interiorizados desde hace siglos? ¿Cómo es posible que a pesar de todos los avances tecnológicos todavía estemos en la época de las cavernas? ¿A quién le interesa perpetuar el sistema patriarcal que excluye a las mujeres y a todos aquellos que no comulgan con sus ideas? Para vivir y existir sin violencias y opresiones, debemos deconstruir este rol machista bajo el que se nos ha socializado. Hemos de alimentar nuestra capacidad para sentir y cuidar, de lo contrario nos haremos daño a nosotros mismos y por ende a las demás personas.
Artículo de Josep Giralt, visto en elpais.com
sábado, 22 de febrero de 2014
La falacia de la mujer libre
Qué fácil es sentirte tonta por
sufrir el machismo de los tíos, ¿verdad?
Seguro que incluso
alguno o alguna viene y te dice, “cómo te dejas hacer eso” , “no
te quieres nada”.
Las mujeres, como sujeto oprimido,
desarrollamos resistencias y afrontamientos más o menos exitosos al
machismo, pero no somos superwoman. No podemos acabar con el machismo
que lo permea todo, incluso nuestra psique, solo por ser las más
listas, las más liberadas, las más espabiladas en nuestra vida.
El
mandato o rol de la superwoman está directamente vinculado con una
falacia, “la falacia de la mujer libre”. Muchos hombres y muchas
mujeres creen que si una mujer tiene suficiente autoestima y astucia
se puede proteger del machismo por sí sola. La falacia de la mujer
libre considera, pues, que el feminismo es innecesario. De hecho, lo
acusa de victimizar a las mujeres, de proteccionista.
La
falacia de la mujer libre lleva a muchas mujeres a rechazar el
feminismo, ya que aceptarlo sería aceptar una vulnerabilidad, una
debilidad, que no somos tan superwoman como creemos, que no tenemos
siempre el control.
La falacia de la mujer libre es a la vez otra
forma de culpabilizar a la víctima, de culpabilizarnos de una
opresión. De marcada evidencia son frases tan habituales como “no
consientas que te pegue”
El ser humano tiende a subestimar su
vulnerabilidad, su dependencia. Sobre todo cuando es joven y aún
cree que puede comerse el mundo, decidir en libertad sobre su futuro,
y tener el trabajo que le plazca.
Ese optimismo irreal
ayuda a la supervivencia en muchos casos. Es una estrategia de
afrontamiento de la incertidumbre vital que nos permite planificar y
luchar por logros con mayor éxito.
Sin embargo, el optimismo
irreal, en el caso de la opresión, tanto de clase como de género,
es disfuncional. Ya que pondera un afrontamiento netamente individual
a problemas colectivos.
La falacia de la mujer libre es un
pensamiento típico de sociedades neoliberales: “un individuo apto
puede defenderse solo” Y se ceba con mujeres de ideología
neoliberal.
Debido también a esta falacia de la mujer libre hay
muchas menos feministas jóvenes que mayores. Porque es a menudo la
experiencia de la vida la que nos va mostrando la falsedad de nuestra
idea de control y omnipotencia.
La falacia de la mujer libre está
en el imaginario colectivo. Por eso nos imaginamos a las mujeres que
enfrentan maltrato de sus parejas como pobres diablas. Tenemos la
idea de que el machismo sólo afecta a las débiles, ignorantes, o
extranjeras, que aún no se saben defender. Por eso sorprende
sospechar que Simone de Beauvoir u otras mujeres feministas,
intelectuales, cultas, pudieron enfrentar maltrato. Nos preguntamos,
¿cómo una mujer tan lista pudo soportar esto?
De nuevo suponemos
en la víctima más responsabilidad sobre su maltrato de la que
desgraciadamente tiene. De nuevo sobre-estimamos nuestra libre
elección.
La falacia de la mujer libre es profundamente falaz,
porque a veces somos las mujeres más libres, más brujas, las
primeras que acabamos en la hoguera. Por ser díscolas, “las
mujeres más libres”, a menudo sufrimos mucho maltrato. Y los
asesinatos de género a menudo se agudizan cuando la víctima se hace
más autónoma, se libera.
La falacia de la mujer libre nos
refuerza en una idea causal del patriarcado que es atávica, falsa,
pero permanente: que el patriarcado existe porque la mujer es débil,
que somos el sexo débil.
Y nos aleja de la realidad patriarcal,
de que el patriarcado existe porque muchos hombres perpetúan su
dominación a través de la crueldad y el abuso estructural.
Es
pues 1) el patriarcado, en estrecha intersección con 2) el
neoliberalismo (idea neoliberal del pionero, del individuo solo y
capaz de superar toda opresión), y 3) un error cognitivo (el exceso
de locus de control interno) lo que crea la falacia de la mujer
libre. Alimentada posteriormente por la destrucción de la sororidad
entre mujeres que se produce de manera aguda en la adolescencia,
perpetuándose a menudo de por vida, y que desincentiva las luchas
colectivas y las alianzas.
El individuo solo puede resistir y
desarrollar estrategias para enfrentar la opresión, pero nunca podrá
esquivar por completo la dominación y mucho menos, acabar con
ella.
Acabar con la dominación es una lucha tanto individual como
colectiva. Y siempre una tarea titánica.
Miranda Escribe
miércoles, 5 de febrero de 2014
Cómo saber si mi amor es patriarcal
Claves para encontrar el patriarcado dentro de un@:
-La Posesividad es patriarcal: la gente no es tuya: te
acompaña un ratito en el camino. Se nos olvida que todos
nacemos libres y que los humanos no somos mercancía, se nos olvida
que a la gente hay que quererla como a los pájaros que vuelan libres
y acuden libremente a tu ventana. Encerrar pajaritos lindos y
cortarles las alas es una auténtica crueldad. Se nos olvida todo
esto mientras cantamos canciones de amor patriarcal: "Yo soy
tuya para siempreeeee", "Él es mío todo mío, mi amor es
todo para él...", "Sin ti no soy nada".
-Las jerarquías del Amor son patriarcales: Darle todo el
amor a una sola persona es jerarquizar sentimientos. Todos estamos
rodeados de gente que nos aprecia y a la que apreciamos. Tenemos
familia, amigos y amigas, y gente con la que compartimos aficiones.
Olvidarse de estas redes de amor y vivir por y para una sola persona
es totalmente antinatural. Una sola persona no puede ser nuestra
única razón para ser felices. Demasiada responsabilidad... Tu
felicidad está dentro de ti y en las redes de afecto que has
construido. Decir cosas como "Estoy sola" cuando hay un
montón de gente que te quiere, es patriarcal. Jerarquizar afectos y
emociones es patriarcal, porque abriendo un poco nuestros horizontes
afectivos nos daremos cuenta que el querer es un fenómeno muy
diverso.
- Someterse o dominar a la otra persona es patriarcal, porque
las relaciones basadas en la lógica del amo y el esclavo son
patriarcales. Si estableces relaciones basadas en luchas de
poder, estás reproduciendo la dinámica patriarcal de las relaciones
sádicas y masoquistas. No hablo de la gente que juega en la cama,
sino de la gente que disfruta humillando o dejándose humillar fuera
de ella. Las herramientas de control y dominación son sutiles y
apenas visibles, por eso tanto mujeres como hombres al juntarnos
asumimos roles contrarios y reproducimos la batalla eterna de género.
Ellas tratarán de retenerlos en el calor del hogar, ellos tratarán
de hacer respetar su libertad y sus espacios. Ellos tratarán de que
ellas se queden en el calor del hogar, ellas defenderán sus derechos
y libertades... unas y otros tratando de llevar a su terreno a la
persona amada, a la que probablemente conocieron libre.
- Exigir a alguien que permanezca a tu lado aunque ya te
haya expresado su desamor o su rechazo, es patriarcal. El amor
no se puede exigir, se da, se recibe, se comparte libremente.
Cualquier mecanismo violento para doblegar la voluntad ajena es
patriarcal: amenazas, chantajes, estrategias sucias, etc. Así pues,
no permitas que nadie te obligue a hacer nada, y pon ojo cuando tú
necesitas algo de alguien... no sea que sin darte cuenta te portes
mal. Haz autocrítica para ver si eres una persona con ética
amatoria o si careces de escrúpulos en el mundillo de las relaciones
amorosas...
-Portarse mal con la persona amada es patriarcal, porque las
mentiras, las traiciones, los gritos, la violencia, las exigencias,
la humillación, el chantaje, los insultos, las amenazas, el
mal trato, el control y la vigilancia, los reproches continuos son
patriarcales. Si no tratas con amor a tu pareja, en un plano de
igualdad y cariño mutuo, tienes que plantearte cómo cambiar y
despatriarcalizar tu forma de relacionarte. Porque los malos tratos
son patriarcales, vengan de donde vengan.
-Aguantar que se porten mal contigo es patriarcal. Porque
somos capaces de aguantar situaciones espantosas y creemos que lo
hacemos "por amor". La cultura sublima a la mujer que
sufre, a la dolorosa, a la llorona, porque solo alcanza grandeza
cuanto mayor es su sacrificio. Así que muchas cumplimos el papel de
mujeres sufridoras sin medir las consecuencias que esto tiene en
nuestro bienestar, en nuestra psique, en nuestras emociones. Cuanto
peor se portan con nosotras, más vulnerables y dependientes somos. Y
como nos han enseñado a esperar a que las cosas cambien por sí
solas, o que alguien venga a salvarnos, tardamos mucho en darnos
cuenta de que nuestra pareja no es buena persona con nosotras, aunque
de cara a los demás parezca un amor. El masoquismo es patriarcal y
hay que evitarlo: es cierto que nos cuesta aceptar que no nos aman, o
identificar cuándo nuestra pareja o amante no nos está tratando
bien. No es fácil saber cuándo es el momento de parar esas
situaciones que nos van dejando huella y se prolongan a veces toda
una vida, pero cualquier momento es bueno para romper con las cadenas
que nos aprisionan, nos empequeñecen, nos torturan con sufrimientos
románticos. Por ejemplo, ahora mismo.
-Ser egoísta es patriarcal: Estar siempre pensando en lo que
"necesitamos". En nuestro deseo, nuestros sentimientos, en
lo que el otro no nos da. Estar siempre exigiéndolo. Aislar a tu
pareja de su círculo familiares y redes afectivas es
patriarcal. Pretender encerrar a tu pareja en el ámbito
doméstico es patriarcal. Tener a tu pareja siempre pendiente de ti
es de ser una persona egocéntrica. El ego nos tiende muchas trampas
patriarcales, y se adapta estupendamente a los privilegios de
género...
- La culpabilidad es patriarcal. Porque es un arma que sirve
para bloquearnos y oprimirnos. Porque podemos utilizarlo como arma
para oprimir a los seres amados en actos de chantaje terrible. Las
mujeres hemos vivido inmersas en esta cultura cristiana de la gran
culpa y del pecado de Eva, por eso nos sentimos mal por todo: porque
rompimos la relación que no nos hacía felices, porque trabajas y no
cuidas a tus bebés, porque no das el cien por cien a diario, porque
engordamos si no hacemos ejercicio, porque tomamos decisiones o
porque no las tomamos... Pero también intentamos que los demás
se sientan culpables usando el victimismo para hacer sentir culpable
al hombre que te abandona, o a la mujer que te confiesa que ya no te
ama. Si lo que quieres es lograr tus objetivos exigiendo a la otra
persona que te satisfaga tus deseos y dando pena, estás cayendo en
la cultura patriarcal que ata a las mujeres con las cadenas
invisibles del patriarcado.
- La división tradicional de roles es patriarcal: Si eres de las
mujeres heteros que piensan que "todos los hombres son iguales",
si eres lesbiana y le das a tu pareja todo el poder sobre ti, si eres
gay y decides asumir el rol de "mujer" con tu pareja, si
eres lesbiana y decides que tú eres la que manda en la relación, si
eres un hombre heterosexual que todavía tiene problemas con su
masculinidad y te haces el macho alfa para no parecer beta.... la
división de roles no sólo se da en parejas heterosexuales, sino en
todo tipo de parejas. Incluso se da en grupos: si una gente se reúne
a celebrar la vida en el campo para comer carne asada, ellos estarán
junto al fuego, con la carne, y ellas estarán haciendo la ensalada o
limpiando mientras cada grupo habla de sus cosas: ellos de fútbol,
motos, coches, etc., ellas de moda, salud, nutrición, maternidad y
crianza, y chismes.
Esto es la división de roles: que por ser mujer tengas que hablar
de determinados temas, que por tu condición femenina tengas que
aparentar ser frágil y débil, que por ser hombre te veas obligado a
ser valiente o agresivo. En nombre del amor, ellas asumen el papel de
princesa elegida para el trono (sumisas, complacientes, felices,
domésticas, tranquilas), y ellos asumen toda la carga de la
ideología patriarcal mientras construyen su identidad de género y
sufren por todas las obligaciones que conlleva la masculinidad
(apariencias, represión de las emociones, relaciones competitivas,
conteo de fracasos deportivos, laborales y sociales...).
Coral Herrera Gómez
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