viernes, 26 de junio de 2015

La sociedad que no deja a lxs niñxs ser niñxs

Quiero dar voz a esos niños y niñas muy sensibles al ruido, a la gente, a las etiquetas de la ropa, a las costuras, a esos niños tan motrices y con una gran necesidad de movimiento, a esas niñas tímidas, a los que necesitan su tiempo para adaptarse a los cambios, a las que no les gusta el olor o la textura de algunos alimentos, a los que cambian de actividad con frecuencia, a los que empiezan 10 cosas a la vez, a los más creativos y menos intelectuales… A todos y cada uno de estos niños y niñas maravillosos y únicos seres van dedicadas las siguientes líneas, más bien se las dedico a los adultos responsables de dichos niños y niñas (padres, madres, maestros, abuelos, tíos, vecinos y profesionales…).

Es difícil entender, comprender y aceptar que un niño no quiera ponerse los calcetines que hemos escogido, que no quiera terminarse el plato, que no le apetezca dar un beso a la abuela, que no nos dé las gracias, que le moleste la luz intensa o el ruido, que no pare quieto… Hay niños muy sensibles a las costuras y les molesta mucho el roce que producen los calcetines en el zapato. Hay calcetines sin costuras que seguro les gustaría llevar. O también se los podemos poner al revés. Conozco un niño que siempre quería ponerse los calcetines del revés hasta que su madre le trajo un día unos sin costuras.

Es tremendamente inquietante para algunos adultos ver a un niño moverse de un lugar a otro corriendo, saltando, brincando… Solemos decirles: “anda bien, siéntate bien, come bien…” Cuando para ellos ya lo están haciendo “bien”. Ellos están cómodos haciendo las cosas a su modo y a su ritmo. Somos los adultos los que no podemos ni sabemos cómo gestionar la actividad y espontaneidad de nuestros hijos o alumnos. Y yo me pregunto: “¿Por qué será?” Será porque de niños a nosotros tampoco nos dejaron mover ni nos respetaron… Hacer que un niño tenga que reprimirse motrizmente es algo que en un futuro le saldrá de una forma desplazada: tienen reacciones desproporcionadas ante sucesos, actúan desde la reacción emocional automática gritando o pegando. También pueden llegar a ser personas psicológicamente inseguras y con una autoestima muy baja. Académicamente no pueden rendir bien ni concentrarse si su necesidad motriz no es satisfecha.

Las emociones reprimidas en la infancia no desaparecen como por arte de magia al no ser satisfechas o negadas. Se intensifican al ser actualizadas. Las emociones son para ser expresadas. La naturaleza así lo diseño. No sentimos para luego reprimir, sentimos para poder expresar y sacar… Una emoción “guardada” sale en forma de “explosión emocional” cada vez que un adolescente o un adulto conecta con algo que le recuerda “eso” que ya vivió en su infancia. Le es familiar.

Yo solía encenderme por dentro hace 15 o 20 años cada vez que alguien me criticaba, juzgaba o me cuestionaba. Conectaba con la niña que había sido y con el desamparo, falta de atención y mirada. Cuando no podía sostener una situación explotaba y no me podía responsabilizar de aquello que estaba sintiendo ya que no lo comprendía ni sabía por qué me sentía así. Luego con los años, después de mucha indagación personal, estudio y observación me di cuenta de que todo me venía de mi infancia y de cómo había sido hablada y tratada. Las emociones que entonces debía reprimir se actualizaban en el presente. Con 5 o 7 años lloramos, de adultos explotamos… La vivencia interna es la misma pero la reacción es distinta.

Cuando oigo decir que hay bebes o niños de “alta demanda” me pregunto si no habrá madres de pocos recursos emocionales o a quienes les cuesta fusionar y conectar con sus hijos. Cuando hay una desconexión o falta de fusión emocional por parte de la madre hacia el hijo, (algo muy común, hoy en día, si ellas tampoco estaban fusionadas ni conectadas con sus propias mamas) este lo nota ya que el bebé o niño sí está fusionado emocionalmente a la madre. Al sentir dicha falta o carencia de conexión y fusión por parte de la madre hacia el hijo, él o ella empieza a pedir aquello que legítimamente la naturaleza programó: contacto, pecho, mirada, atención, presencia… Y como no lo recibe sigue pidiendo cada vez más y más… No se trata de culpar a la madre, ella no tiene recursos emocionales suficientes. Pero tampoco se trata de etiquetar al niño de demandante. Hay un desequilibrio entre lo que el niño necesita y lo que la madre es capaz de dar. Nos es más fácil decir que el niño pide demasiado. Nadie pide lo que no necesita, nadie. Quizás necesite más de lo que nosotras emocionalmente podemos darle.

Solemos interpretar lo que el niño necesita y quiere desde lo mental y racional. También les comparamos y emitimos juicios. Interpretar no es sentir ni mucho menos estar fusionadas ni conectadas emocionalmente…Interpretar es dar lo que nosotras pensamos que el niño quiere, no lo que realmente está necesitando. Interpretar no es satisfacer sino suponer. Interpretar es desde la cabeza. Fusionar y conectar es desde lo instintivo, desde el corazón.

Podemos seguir etiquetando a los niños de hiperactivos, hipersensibles, de alta demanda, superdotados, de altas capacidades, agresivos, mal comedores, antipáticos, tímidos, extrovertidos, habladores… No dejan de ser niños y cada niño es diferente y tiene diferentes necesidades, intereses y ritmos.

Esas palabras, a mi entender, no son más que opiniones o juicios aunque sean diagnosticados por profesionales llamados expertos. Cuando un niño es llamado hiperactivo es porque un adulto cree que se está moviendo más de lo “normal” o más de lo que ese adulto puede soportar, tolerar o gestionar… ¿Cómo podemos saber eso? Comparándolo con otros niños, ¿verdad? Y ¿Que niños son esos? Yo me pregunto, son niños libres, respetados y aceptados y amados incondicionalmente o son niños adaptados a una sociedad hecha por y para los adultos…Muchos niños dejan de moverse por que no se les permite y han aprendido a reprimir esa actividad corporal desplazándola en otras actitudes: violencia, morderse las uñas, necesitar ver mucha pantalla para no escuchar su cuerpo, comer… Incluso pueden llegar a somatizar se en su propio cuerpo. La enfermedad se manifiesta por síntomas.

A muchos adultos nos cuesta ponernos en el lugar de estos niños. Queremos y creemos que deben comportarse de un modo en particular y se nos olvida que ser niño es precisamente ser auténticamente espontaneo.

Por qué en vez de querer cambiarlos a ellos no intentamos cambiar nuestra forma de verlos y de relacionarnos con ellos. Cuando cambiamos nuestra forma de mirar, las cosas y personas que miramos cambian de forma.En vez de pedir ayuda para corregirlos y diagnosticarlos podríamos pedir ayuda para entenderlos y acompañarlos.

Etiquetar a un niño es dejar de responsabilizarnos y pensar que el problema lo tiene el niño. Ya podemos decir: “es que es esto o tiene esto o lo otro” como si nosotros no tuviéramos nada que ver con ese “diagnostico”.

Aceptar a un niño tal y como es nos cuesta mucho y pensar que le pasa algo es más fácil que intentar ver qué es lo que necesita y como satisfacer dicha necesidad sea de movimiento, silencio, contacto, escucha, mirada, descanso…

La sociedad en la que vivimos no mira a los niños sino que exige a los niños que miren a los adultos. No damos a los niños primero para que luego ellos estén llenos y puedan dar a su vez. Les pedimos, les exigimos, les ordenamos, les amenazamos, les castigamos, les gritamos, no les dejamos ser niños en un mundo de adultos. Necesitamos que se comporten como adultos aun siendo niños. Nos cuesta acompañarles y satisfacerles, no tenemos tiempo para ellos… Ellos son el futuro y sobreviven como pueden… Acaso se nos olvidó que nosotros también tuvimos que pasar por eso y precisamente ese olvido hace que la historia se repita.

Abramos los ojos de par en par y empecemos a recuperar el vínculo perdido. Si no lo hacemos en esta generación casa vez será más difícil.

Corre ves y mira a los niños con otros ojos.
Yvonne Laborda

De la amistad como modo de vida. Entrevista Michel Foucault

El 25 de junio de 1984, hace veinte años, el gran filósofo francés Michel Foucault muere por las complicaciones derivadas del sida. Sus incisivas críticas a los sistemas de pensamiento y a las estructuras de poder, y su revisión radical de la historia de los saberes, a partir de la reflexión sobre el nacimiento de la locura, del encierro y de la sexualidad, revolucionaron el pensamiento filosófico. La homosexualidad y la cuestión gay fueron unos de los temas recurrentes en sus escritos y declaraciones. A manera de homenaje, reproducimos esta entrevista publicada por la revista Gai Pied en 1981. En ella, el lúcido pensador analiza el potencial creativo y perturbador de la condición homosexual como un modo de vida por inventarse y no sólo como una identidad impuesta en la espiral del deseo. 

Por René de Ceccaty, J. Danet y J. Le Bitoux


Tiene usted cincuenta años. Es lector de nuestra revista Gai Pied desde hace dos años.¿Le parece positivo el conjunto de sus discursos? 
Me parece positivo e importante que exista la revista. Lo que podría pedirle es que al leerla no tenga yo que plantearme la cuestión de mi edad. Sin embargo, su lectura me obliga a hacerlo, y no me gusta mucho la manera en que me induce a hacerlo. Sencillamente no hay lugar en ella para mí.

Tal vez tiene que ver con la franja de edad de quienes colaboran en ella y de quienes la leen: una mayoría entre 25 y 35 años. 
Seguramente. Entre más se escribe para gente joven, más concierne la revista a esa gente joven. Pero el problema no radica en concederle lugar a una edad a lado de otra, sino saber qué se puede hacer con respecto a la casi identificación de la homosexualidad y el amor entre jóvenes. Otra cosa de la que debemos desconfiar es de esa tendencia a reducir la cuestión de la homosexualidad al problema del ¿Quién soy? ¿Cuál es el secreto de mi deseo? Tal vez convendría preguntarse: ¿Qué tipo de relaciones se pueden establecer, inventar, multiplicar, modular, a través de la homosexualidad? El problema no es descubrir en sí la verdad de su sexo, sino servirse, desde ahora, de su propia sexualidad para acceder a una multiplicidad de relaciones. Y es sin duda esta la verdadera razón por la que la homosexualidad no es una forma de deseo, sino algo deseable. Debemos empeñarnos en devenir homosexuales y no obstinarnos a reconocer que lo somos. El problema de la homosexualidad tiene como desarrollo último el problema de la amistad.

¿Pensaba esto a los veinte años o lo ha venido descubriendo con el tiempo? 
Desde que recuerdo, desear hombres significó desear relacionarme con hombres. Eso siempre fue para mí algo importante. No necesariamente bajo la forma de una pareja, sino como una cuestión existencial: ¿cómo pueden los hombres estar juntos? ¿vivir juntos, compartir su tiempo, sus comidas, su habitación, sus diversiones, sus penas, su saber, sus confidencias? ¿Qué significa estar entre hombres, "al desnudo", al margen de las relaciones institucionales, de familia, de profesión, de camaradería forzada? Es un deseo, una inquietud, un deseo-inquietud que existe en mucha gente.

¿Se puede decir que la relación con el deseo y el placer, el trato mismo que uno pueda tener, depende de la edad? 
Sí, de manera muy profunda. Entre un hombre y una mujer más joven, la institución facilita la diferencia de edad; la acepta y hace funcionar. Dos hombres de edades muy distintas, ¿qué código tendrán para comunicar? Están uno frente al otro, desarmados, sin un lenguaje convenido, sin nada que los respalde en ese impulso que los lleva uno al otro. Tienen que inventar de A a Z una relación aún sin forma, y que es la amistad: es decir, la suma de todo aquello que les permite, a uno y otro, procurarse placer.

Es una concesión a los demás el presentar la homosexualidad bajo la forma de un placer inmediato, el de dos jóvenes que se conocen en la calle, se seducen con la mirada, y se tocan mutuamente el trasero antes de acabar en un acostón de un cuarto de hora. Hay en ello una suerte de imagen aséptica de la homosexualidad, y que pierde toda virtualidad de inquietud por dos razones. Responde a un patrón tranquilizador de la belleza, y anula todo lo que puede haber de inquietante en el afecto, la ternura, la amistad, la fidelidad, la camaradería, el compañerismo, todas esas cosas a las que una sociedad higienizada no puede reconocerles un lugar por temor a que se formen alianzas y se propicien líneas de conducta inesperadas. Pienso que es eso lo que vuelve "perturbadora" a la homosexualidad: el modo de vida homosexual más que el acto sexual mismo. Imaginar un acto sexual que no se ajusta a las leyes de la naturaleza, no es eso lo que inquieta a las personas. Pero que los individuos comiencen a amarse, ése sí es un problema. Se toma la institución a contrapelo; con intensidades afectivas que la atraviesan, y a un mismo tiempo la cohesionan y perturban: véase el ejército, donde incesantemente se convoca el amor entre hombres y a la vez se le condena. Los códigos institucionales no pueden validar esas relaciones de intensidades múltiples, de colores variables, movimientos imperceptibles, formas cambiantes. Esas relaciones que hacen cortocircuito e introducen el amor ahí donde debiera estar la ley, la regla o la costumbre.

Decía usted hace un momento: "Más que llorar por los placeres marchitos, me interesa lo que podemos hacer de nosotros mismos". ¿Podría precisar? 
El ascetismo como renuncia al placer tiene mala fama. Pero la ascesis es otra cosa: es el trabajo que uno hace sobre sí mismo para transformarse o para dar paso a ese sí mismo que por suerte jamás alcanzamos. ¿No sería hoy ése nuestro problema? Se ha desterrado el ascetismo. Nos corresponde avanzar en una ascesis homosexual que nos haría trabajar sobre nosotros mismos e inventar, no digo descubrir, una forma de ser todavía improbable.

¿Quiere esto decir que un joven homosexual tendría que ser muy prudente con respecto a las imágenes homosexuales y ocuparse de otra cosa? 
Me parece que tendríamos que ocuparnos no tanto de liberar nuestros deseos, sino de volvernos, nosotros mismos, infinitamente más susceptibles de experimentar los placeres. Es preciso rehuir esas dos fórmulas muy asentadas que son el mero encuentro sexual y la fusión amorosa de las identidades.

¿Podemos ver premisas de fuertes construcciones relacionales en Estados Unidos, en todo caso en ciudades donde parece resuelto el problema de la miseria sexual? 
Lo que me parece cierto es que en Estados Unidos, aun cuando subsista el fondo de miseria sexual, se ha vuelto algo muy importante el interés por la amistad: no se inicia simplemente una relación para poder llegar al consumo sexual, el cual se da muy fácilmente. Lo que interesa y polariza a la gente es la amistad. ¿Cómo acceder, a través de las prácticas sexuales, a un sistema relacional? ¿Es posible crear un modo de vida homosexual?

Me parece importante esta noción de modo de vida. ¿No habría acaso que incluir una diversificación distinta de aquella atribuible a las clases sociales, a las diferencias de profesión, a los niveles culturales, una diversificación que sería también una forma de relación, y que sería el "modo de vida". Un modo de vida puede compartirse entre individuos de edad, estatus y actividad social diferentes. Puede dar lugar a relaciones intensas que no se parezcan a ninguna de las ya institucionalizadas, y me parece que un modo de vida puede también dar lugar a una cultura y a una ética. En mi opinión, ser gay no es identificarse con los rasgos sicológicos y con las máscaras visibles del homosexual, sino procurar definir y desarrollar un modo de vida.

¿No es una mitología decir: Estamos tal vez en las primicias de una socialización entre los seres que ignorará las diferencias de clase, edad, o nación? 
Sí, es un gran mito decir: no habrá ya diferencia entre homosexualidad y heterosexualidad. Pienso por lo demás que ésta es una de las razones por las que la homosexualidad surge hoy como un problema. Así, afirmar que ser homosexual es ser un hombre y amarse, afirmar este modo de vida, va en contra de esta ideología de los movimientos de liberación de los años sesenta. En este sentido cobran significación los "clones" con bigote. Es una forma de responder: "No tengan miedo. Entre más liberados estemos, menos nos gustarán las mujeres, y menos nos fundiremos en esa polisexualidad donde ya no hay diferencias entre unos y otros". Esto no corresponde para nada a la idea de una gran fusión comunitaria.

La homosexualidad es una oportunidad histórica de abrir de nuevo virtualidades relacionales y afectivas, no tanto por las cualidades intrínsecas del homosexual, sino porque la posición de éste, de algún modo "oblicua", y las líneas diagonales que puede trazar en el tejido social, permiten la aparición de estas virtualidades.

Las mujeres podrán objetar: ¿qué tienen las relaciones entre hombres que no tengan las relaciones posibles entre un hombre y una mujer, o entre dos mujeres? 
Acaba de publicarse un libro en Estados Unidos sobre las amistades entre mujeres.1 Está muy bien documentado a partir de testimonios de relaciones de afecto y pasión entre mujeres. En el prólogo, la autora dice que partió de la idea de detectar relaciones homosexuales, y se dio cuenta de que no sólo esas relaciones no estaban siempre presentes, sino que era poco interesante saber si a eso se le podía o no llamar homosexualidad. Y al dejar que la relación se despliegue tal como aparece en las palabras y los gestos, surgen otras cosas muy esenciales: amores, afectos fuertes, maravillosos, soleados, o bien muy tristes, muy negros. Este libro muestra también hasta qué punto el cuerpo de la mujer ha jugado un gran papel, muestra los contactos entre los cuerpos femeninos: una mujer peina a otra, la ayuda a maquillarse. Las mujeres tenían el derecho al cuerpo de las otras mujeres, tomarse por la cintura, besarse. De manera más drástica, el cuerpo del hombre estaba prohibido para otro hombre. Si bien es cierto que la vida entre mujeres era tolerada, es sólo en ciertos periodos, y desde el siglo diecinueve, que la vida entre hombres fue no sólo tolerada, sino rigurosamente obligatoria: simplemente durante las guerras, para no ir más lejos.

Sucedía algo así en los campos de prisioneros. Había ahí soldados, jóvenes oficiales que pasaban meses, años juntos. Durante la guerra del 14, los hombres vivían totalmente juntos, unos sobre otros, y para ellos esto no era cualquier cosa en la medida en que la muerte estaba presente y que a final de cuentas la devoción del uno por el otro, y el servicio prestado, eran sancionados por un juego de vida y muerte. Fuera de algunas declaraciones sobre la camaradería, la fraternidad espiritual, y de algunos testimonios muy parcelarios, ¿que sabemos de los huracanes afectivos, de las tempestades sentimentales que pudieron producirse en esos momentos? Y podemos preguntarnos qué permitió que en esas guerras absurdas, grotescas, en esas masacres infernales, la gente haya, pese a todo, resistido. Se debió sin duda a un tejido afectivo. No digo que siguieran combatiendo por estar enamorados unos de otros, pero sí que el honor, el valor, el no quedar mal, el sacrificio, el salir de la trinchera con el amigo, frente al amigo, todo ello implicaba una trama afectiva muy intensa. No es por decir: "¡Ah, he ahí la homosexualidad! Detesto ese tipo de razonamiento. Pero hay sin duda ahí una de las condiciones, no la única, que permitió esa vida infernal en la que los individuos, durante semanas, se atascaran en el lodo, los cadáveres, la mierda, y murieran de hambre y estuvieran ebrios por la mañana, a la hora del ataque.

Quisiera decir finalmente que algo reflexionado y voluntario como una publicación debería hacer posible una cultura homosexual, es decir, instrumentos para relaciones polimorfas, variadas, individualmente moduladas. Pero la idea de un programa y de propuestas resulta peligrosa. En cuanto se presenta un programa, éste se vuelve ley, prohibición de inventar. Debiera surgir una inventiva que correspondiera a una situación como la nuestra y a este deseo que los norteamericanos llaman coming out, salir del closet, manifestarse. El programa debe quedar vacío. Hay que escarbar para mostrar cómo las cosas han sido históricamente contingentes, por una u otra razón inteligible, pero no necesaria. Hay que hacer aparecer lo inteligible sobre un fondo de vacuidad y negar una necesidad, y pensar que lo que existe está lejos de llenar todos los espacios posibles. Plantear un verdadero reto ineludible con la pregunta: ¿a qué podemos jugar y cómo inventar un juego?

Gracias, Michel Foucault.

1 Faderman, Lilliam, Surpassing the Love of Men. New York, William Morrow, 1980. 
Entrevista publicada en la revista francesa Gai Pied, No. 25, abril de 1981, y retomada en el libro Foucault: Dits et écrits, II, Gallimard, 2001. 
Traducción: Carlos Bonfil.

miércoles, 24 de junio de 2015

Una carta abierta a los hombres (feministas)

Emma Watson recién dio un discurso a los delegados de la ONU y a los hombres del mundo. Afrontó (aunque de manera superficial) el antifeminismo que ha surgido en las secuelas de los éxitos impresionantes de movimientos feministas a lo largo este año. Terminó lanzando #HeForShe, una campaña feminista para hombres. El compromiso de los hombres en los movimientos feministas es una cuestión cada vez más debatida ya que cada vez más hombres se reivindican como feministas (aunque algunos lo hacen con menos seriedad que otros). A menudo causan frustración casos de ‘feministas falsos’, y suele haber un desacuerdo importante sobre cómo debería actuar, pensar, hablar y vivir el hombre feminista.

Yo me llamo feminista. Me emociono por asuntos feministas y por la lucha por la igualdad. Soy un hombre blanco, heterosexual y sin discapacidades. Este texto se dirige principalmente para hombres que cumplan con aquellos criterios. Y propone que tengamos dos tareas fundamentales para cumplir en la lucha feminista: uno, retroceder y callarnos y dos, hablar con otros hombres.

Nuestra tarea más importante no es dar poder a las mujeres, es reducir el nuestro. Tenemos que intentar no aprovecharnos de nuestros privilegios. En realidad, suena a sentido común y empatía, ¿no? No cobrar más para el mismo trabajo.

Emma Watson afirmó (y ya lo sabíamos todos) que no hay ningún contexto cultural en este mundo que trate igual a hombres y mujeres. En algunos países los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos. Sin embargo las posibilidades distan un abismo. Las mujeres no tienen la misma posibilidad de moverse con seguridad en el espacio público, de conseguir puestos ejecutivos en las empresas o cátedras en las universidades, etc. Tener derechos no significa nada si esos derechos no se convierten en posibilidades. Todos sabemos que las mujeres tienen menos de estas últimas y nos lo recuerdan cada día. Lo que los hombres necesitamos hacer no es centrarnos en el hecho de que las mujeres tienen menos posibilidades, sino el hecho de que nosotros tenemos más. Tenemos tantas posibilidades que tenemos extraposibilidades. Hemos conseguido demasiadas posibilidades a través de robárselas a otras personas. ¡Tenemos la posibilidad de cobrar más por el mismo trabajo! Tenemos la posibilidad de dar nuestra opinión, aunque no tengamos algo muy interesante de decir. Tenemos la posibilidad de conseguir el mejor trabajo sin ser la persona más capaz, ¡la mera constatación de nuestros nombres -que nos identifican como hombres cisgénero- aumenta nuestras posibilidades de empleo! Tenemos oportunidades increíbles y son demasiadas.

Por eso, lo primero que tenemos que hacer los hombres blancos feministas es admitir nuestras extraoportunidades (privilegios). Después, nos tenemos que abstener de ellas. Nuestra tarea más importante no es dar poder a las mujeres, es reducir el nuestro. Tenemos que intentar no aprovecharnos de nuestros privilegios. En realidad, suena a sentido común y empatía, ¿no? No cobrar más para el mismo trabajo. El tema es éste: ¿Cómo podemos hacer esas dos cosas sin pararnos, retroceder y callarnos? No veo otra manera.

Los hombres (blancos) no tenemos ningún conocimiento o experiencia ni empírica ni emocional de ser discriminados. Por eso, en los debates sobre discriminaciones, deberíamos retroceder y callarnos.

Llegados a este punto, es necesario aclarar que esto no significa que los hombres no deberíamos interesarnos por el feminismo, o que no deberíamos discutir nada con las mujeres y con otras personas con otras identidades de género. Y la regla de retroceder y callarse no vale para todos los hombres en cualquier situación. Pero, al fin y al cabo, sí vale para todos los hombres en discusiones feministas. Sí vale para toda la gente blanca en discusiones antirracistas y para todos los heterosexuales en discusiones sobre homofobia y derechos LGBTQ. En estas situaciones debemos entregar la precendencia de interpretación (la interpretación/opinión más valorada) a otras personas. Y no solamente por ser ‘buena onda’, pero porque es en realidad lógico que lo hagamos. Tomemos un segundo para ver por qué.

El feminismo trata de visibilizar desigualdades y discriminaciones y luchar contra ellas. Los hombres (blancos) no tenemos ningún conocimiento o experiencia ni empírica ni emocional de ser discriminados. Esa es la verdad. La única realidad que conocemos es la del hombre blanco. Y bien, cada uno conoce su propia realidad. Pero el tema es que todos los demás también conocen la realidad del hombre blanco, ya que esa realidad se está introduciendo por la fuerza en cada ciudadano/a de cada sociedad patriarcal. Cada persona española (o sueca, o brasileña) está inevitablemente impregnada por las normas, los valores y las leyes del hombre blanco. Cada persona ha visto el mundo a través de las gafas del hombre blanco. Pero no a través de las gafas de la mujer. No a través de las gafas de una persona trans o un inmigrante árabe. Por eso, cuando debatimos cosas como desigualdad, racismo, machismo, homofobia -opresión y discriminación en cualquiera de sus formas- sabemos menos que todos. Por eso nunca debemos tener la precedencia de interpretación (que se atribuyan importancia y fiabilidad a ciertos argumentos sólo por venir de hombres cisgénero), y la deben tener otras personas. Por eso deberíamos retroceder y callarnos.

Pero, ¿no suena terriblemente injusto eso? ¿No nos sentimos como si nosotros fuésemos víctimas de discriminación? Que la opresión y la dominación siguen iguales, ¿sólo que al revés? Sí, así nos sentimos. Pero la verdad es que no es así. Aquel sentido de injusticia, de limitación, aquella opresión que sentimos es la manera en que nosotros percibimos la ausencia de privilegios. Así resulta ‘de repente’ no tener la interpretación más valorada, así es no hacer uso de un arsenal de extra-posibilidades patriarcales. Así (o peor) es la realidad para todo el mundo menos nosotros.

Entonces quiero hacer una propuesta a todos los hombres blancos: que reflexionemos, cuando hablamos en clase, cuando discutimos con colegas del trabajo, cuando estamos en el vestuario, cuando escribimos en foros en internet, que reflexionemos sobre si estamos dando espacio a otras interpretaciones, o si estamos imponiendo las nuestras. Y sobre todo, cuando nos ‘rompen las pelotas’ por haber discutido, con las mejores intenciones, asuntos de feminismo, transfobia o racismo, y nos dicen que no sabemos nada, nos demos cuenta de que así es. No sabemos. No tenemos ninguna precedencia. Tenemos obligación de ceder el paso. Esto no quiere decir que deberías evitar discusiones y contextos feministas, sólo quiere decir que tenemos que ser conscientes de nuestros privilegios. Y, aunque sea difícil, tenemos que ser conscientes de que pertenecemos a una parte de la estructura social contra la cual el feminismo está luchando.

Si los hombres hacemos todo lo dicho arriba, encontramos una vía tremendamente importante y poderosa de participar en la lucha feminista: el hablar con otros hombres. Rebatamos comentarios machistas. Reaccionemos cuando un hombre maltrata a una mujer o le grita piropos en la calle, discutamos cuando alguien culpabiliza la víctima de una violación. Hablemos con otros hombres sobre igualdad y feminismo, sobre normas destructivas de la masculinidad y la lucha por la misma oportunidad de dejarse sentir sensible y vulnerable. Defendamos la lucha por la oportunidad de definirse como una persona, independientemente de su género.

Muchas voces rabiosas de tíos y chavones suelen protestar cuando alguien propone que los hombres nos callemos. Muchas voces feministas también. Las segundas tienden surgir de un miedo de “ahuyentar” a los hombres que tienen un pie en la puerta feminista pero todavía no se atrevían a entrar. Miedo de ahuyentar a hombres a quienes se necesita en la lucha feminista. Lamentablemente éste es un argumento traidor. No debemos adaptar la estrategia de la lucha feminista a personas que tienen el otro pie en el patriarcado y el racismo. Intentar hacer nuestro feminismo más “accesible” y más “adaptado a la realidad” es darle un disparo en la pierna, justamente porque la realidad es patriarcal. El feminismo es un movimiento revolucionario: pretende cambiar la sociedad desde sus fundamentos. Como tal no puede hacer concesiones con la hegemonía patriarcal y empezar a anunciarse según las condiciones de hombres con dudas.

Todavía no parece muy claro lo que la campaña #HeForShe pretende hacer. Pero si llega a proponer algún tipo de estrategia para los hombres del mundo que quieren ayudar con el progreso del feminismo, espero que sea ésta: sentaos y callaos. Admitid vuestros privilegios y renunciad a ellos. No intentéis dar más poder a las mujeres (¡es precisamente eso lo que están haciendo ellas!). Reducid vuestro propio poder e intentad convencer a otros hombres de que hagan lo mismo.

Admitir privilegios, renunciar a ellos y convencer a otros hombres de que hagan lo mismo tienen que ser los pilares del feminismo de los hombres. Si no hacemos eso, no estamos ayudando al movimiento, lo estamos revirtiendo. Y al final, si no quieres ser feminista por si te obliga a sentarte y callar la boca, está bien. El feminismo no te necesita a ti.

*Alexander Ceciliasson es antropólogo, activista feminista y miembro del partido Feministiskt Initiativ.

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Entrevista Xabier Odriozola

Lo habitual al tratar temas de igualdad es hablar con mujeres, es complicado encontrar hombres dispuestos a tratar estos temas desde un punto de vista masculino ¿por qué ocurre esto?

Sí, creo que no estamos muy acostumbrados a entender que pueda haber hombres que quieran cambiar. Todo esto está enmarcado en una sociedad desde la perspectiva heterosexista. Por eso mi discurso sí es un poco heterosexista e igual reduccionista. Si lo vemos desde un punto de vista fuera de los escenarios de género típicos, podríamos estar no solo hablando de hombres que están intentando cambiar, si no también de otra serie de personas que no encajan en lo estereotipos de mujer o de hombre. Están un poquito más allá de los límites que nos marca este mundo patriarcal, y que estamos también luchando o intentando vivir desde otras coordenadas, que no tengan que ver con: división, enfrentamiento, jerarquía, oposición, ¿no? Porque hemos entendido que de ahí no vamos a sacar provecho humano, igual sí provecho material, tecnológico, de poder, económico, político… No creo que sean exactamente los asuntos que nos hagan ser seres humanos completos.

Lo que ocurre es que todos hemos sido educados en que está bien que haya un grupo que domine que saque privilegios. No creo que tú de niña pudieras ver tú eso claro, con 3 o 4 años, te acostumbraron a eso, e igual no es lo que más nos conviene en esto momentos. Podemos pensar en sociedades que estén basadas en no beneficio de un grupo jerárquico que oprime a otro grupo. Tal vez podamos crear en estos momentos de crisis, sociedades que no dependan de la jerarquía, que no saquen provecho económico de subyugar a otro grupo de gente.

Uno de los ataques que recibe habitualmente el feminismo es que es una lucha contra los hombres. ¿crees que el feminismo está socialmente mal enfocado?

Yo entiendo esto que quieres decir de la víctima, la posición victimista de los hombres, creo que quieres decir que los hombres también hemos sido forzados a encajar en este sistema donde cada uno asume su rol. Desde ese punto de vista sí que hemos sido entrenados, educados y condicionados por este sistema para responder a un determinado estereotipo. Pero el movimiento de hombres que yo intento impulsar no creo que deba de poner tanta fuerza en subrayar que somos víctimas de un sistema, como en que está en nuestras manos decidir qué tipo de sistema queremos, y eso intentar llevarlo a la práctica. Yo creo que está bien que el feminismo haya luchado todo lo que ha tenido que luchar, y que esté en ese punto en el que ya es un movimiento feminista consolidado. Nosotros, los hombres, por nuestra esencial patriarcal y machista, no podemos todavía consolidar un movimiento. Somos todavía demasiado competitivos entre nosotros, nos oprimimos mutuamente, no nos apoyamos, nos aislamos, creemos que somos superiores al resto de hombres que no están tomando conciencia. Yo hablaría más de hombres en movimiento y no movimiento de hombres. Y no me gustaría que los movimientos de hombres se enfocaran desde el punto de vista de la víctima, si no desde la responsabilidad de tener la conciencia de lo que estamos haciendo en cada acto de nuestra vida, y desde ahí plantear cambios, no peticiones de ayuda.

Hablas de una lucha desde al individualidad, pero ¿las instituciones qué responsabilidad tienen en esto? ¿han impulsado el movimiento masculino hacia la igualdad o se centran solo en el feminismo como algo de mujeres?

Es una buena pregunta. Yo realmente no espero nada de las instituciones, porque lo que nosotros planteamos es la liberación del ser humano. Lo que estamos buscando es tener una sociedad más justa y humana, y no creo que las instituciones estén aquí para defender un bienestar social justo, están aquí para defender el sistema, que es un sistema patriarcal. Yo pondría el acento en que, o nos solidarizamos y trabajamos todos juntos para entender de una vez qué significa apoyar el liderazgo feminista, o no vamos a ningún lado. Desde mi posición entiendo que es urgente, principal y necesario, que las mujeres empiecen a liderar el mundo desde su convicción de ser humano libre como mujer, y eso genera incomodidad, ¿estos chicos de qué van? Pero yo sigo con mi discurso de que estar como hombres aprendiendo a estar juntos para poder apoyar un movimiento de mujeres, primero exige de nosotros unidad, que no la tenemos, y segundo, silencio y escucha ante el liderazgo femenino y apoyo a lo que proponen.



Apoyar un movimiento de mujeres, primero exige de nosotros unidad, que no la tenemos, y segundo, silencio y escucha ante el liderazgo femenino y apoyo a lo que proponen

Muchos hombres entienden esto como estar en un segundo plano, donde han estado las mujeres, estar callados y como ovejas. Y yo lo que propongo es que un segundo lugar no significa pasividad, significa un apoyo activo, pero desde la línea de atrás hacia los pasos que están siendo propuestos desde el movimiento feminista. Porque lo que entiendo que lo que están proponiendo es la liberación de las personas, y ahí entramos todos de cabeza, no solo os afecta vosotras, principalmente nos afecta a nosotros que nos empuja a que os oprimamos y os subyuguemos. Por mucho que os liberéis vosotras, si nosotros no os acompañamos, tendremos el mismo problema. Por eso no creo que las instituciones tengan mucho que ver en todo esto.

Tú trabajas mucho con los jóvenes. Se habla de que se está dando un paso atrás en la juventud ¿Cómo lo ves?

Te sonará este discurso: “la gente joven, qué conformista es. Una generación soñadora, con falta de valores…”. Pero se dice en todas las generaciones. Yo creo que estamos continuamente proyectando expectativas falsas sobre la siguiente generación, esperando que ella arregle las cosas que no hemos podido arreglar, y estamos decepcionados con nuestra evolución, esperamos demasiado de ellos cuando no hemos sabido trasladarles cuál es realmente la situación. Si la gente joven ve que hay igualdad, es porque les hemos contado que hay igualdad.

Tenemos que ser honestos con nosotros mismos, y contarles que no hemos conseguido esta serie de cosas ¿cómo veis vosotros la situación? No es un acto de educar, si no aceptar que la gente joven tiene tanto que aportar como nosotros, en algo que nosotros creemos que ellos no van a saber hacer. Les conviene tener un mundo de igualdad. ¿Cuánto tiempo, esfuerzo y políticas hemos utilizado en atraer a gente joven a pensar como nosotros, sobre el mundo que creemos que solo nos corresponde a la gente adulta? Yo creo que es una fuente de recursos y de inteligencia todavía por explotar.

Queda mucho por hacer, pero ¿eres optimista?

Soy súper optimista, pero no es un optimismo basado en la falsa ilusión de que vamos a conseguir nuestros sueños. En mi experiencia de estos últimos 30 años de trabajo, algunos hombres hemos entendido algo, de tal manera que producimos menos sexismo en nuestras acciones como para dejar el suficiente espacio como para que las mujeres puedan acercarse a nosotros, y nosotros no distorsionar su dinámica. Eso me da mucha esperanza. Si hemos conseguido eso los chicos, ciertos chicos, porque en masculinismo hay de todo, los siguientes 30 años pueden ser muy interesantes. Igual estamos preparados para estar juntos y no oprimirnos, respetarnos los suficiente para que yo pueda entender tus propuestas y pueda yo parte de mi perspectiva en la tuya sin que sea impositiva. Yo creo que estamos en ese momento, los chicos como individuo y las mujeres como movimiento.

Fuente: eldiario.es

domingo, 21 de junio de 2015

El poder del estado



El Estado no podría existir si nuestra capacidad para determinar las condiciones de nuestra propia existencia, como individuos en libre asociación con las/os demás, no se nos hubiese sido quitada. Esta desposesión es la fundamental alienación social que provee las bases para toda dominación y explotación. Esta alienación puede ser correctamente rastreada en el surgimiento de la propiedad (y digo propiedad como tal, no como propiedad privada, ya que desde muy temprano gran parte de la propiedad era institucional- perteneciente al Estado). La propiedad puede ser definida como la demanda exclusiva de ciertos individuos e instituciones sobre herramientas, espacios y materiales necesarios para la existencia, haciéndolos inaccesibles a los demás. Este reclamo es reforzado por medio de la violencia explícita o implícita. Sin libertad para tomar lo necesario para crear sus vidas, las/os desposeídas/os están forzados a ajustarse a las condiciones determinadas por las/os auto-proclamadas/os dueñas/os de la propiedad, con la intención de asegurar su existencia, que se vuelve así una existencia en servidumbre. El Estado es la institucionalización de este proceso, que transforma la alienación de la capacidad de los individuos para determinar su propia existencia en acumulación de poder en las manos de unos pocos.

Es innecesario e inútil intentar precisar si la acumulación de Poder o la de riqueza tuvieron prioridad cuando aparecieron por primera vez la propiedad y el Estado. Ciertamente estos ahora se encuentran profundamente integrados. Parece como si el Estado fuese la primera institución en acumular propiedades con el propósito de crear un excedente bajo su control, un excedente que le dio Poder real sobre las condiciones sociales bajo las cuales sus súbditos tuvieron que existir. Este excedente les permitió desarrollar las variadas instituciones a través de la cuales imponía su poder: instituciones militares, religiosas/ideológicas, burocráticas, policiales y así. Por lo tanto, el Estado, desde sus orígenes, puede ser concebido como un capitalista por si mismo y con intereses económicos propios que sirven precisamente para mantener su Poder sobre las condiciones sociales de existencia.

Como cualquier capitalista, el Estado entrega un servicio a cambio de un determinado precio. O más precisamente, el Estado provee dos servicios completamente relacionados: protección de la propiedad y paz social. Ofrece protección a la propiedad privada mediante un sistema de leyes que la precisan y limitan, y por medio de la fuerza de las armas, por las cuales tales leyes son impuestas.

De hecho, solo se puede decir que existe propiedad privada cuando las instituciones del Estado están ahí para protegerlas de aquellas/os que simplemente tomarían lo que quisieran. Sin esta protección institucional, existe solamente un conflicto de intereses entre individuos. Esta es la razón por la que Stirner [1] describió la propiedad privada como una forma de propiedad social o estatal sostenida con desprecio por individualidades únicas. El Estado también entrega protección a los «bienes públicos» de invasores externos y de aquellas/os que el Estado considera ser abusados por sus súbditos, mediante la ley y las fuerzas armadas. Como único protector de la propiedad entre sus fronteras -un rol mantenido por el monopolio del Estado sobre la violencia- el Estado establece un control concreto (relativo, por supuesto, en relación con la capacidad real que tiene de ejercer tal control) sobre toda esta propiedad. Así, el costo de esta protección consiste no solo en impuestos y varias formas de servicio obligatorio, sino también de resignación hacia los roles necesarios para el aparato social que mantiene el Estado, y la aceptación, en el mejor de los casos, de una relación de vasallaje con el Estado, el cual puede reclamar cualquier propiedad o enrejar cualquier espacio público “por el interés común” en cualquier momento. La existencia de la propiedad necesita al Estado para su protección y la existencia del Estado sostiene a la propiedad, pero siempre, en última instancia, como propiedad estatal, a pesar de lo “privado” que esta supuestamente sea.

La violencia implícita de la ley y la violencia explícita de los ejércitos y la policía, mediante las cuales el Estado protege la propiedad, son los mismos mecanismos por los cuales este asegura la paz social. La violencia por la que la personas son desposeídas de su capacidad para crear su vida a su manera es nada menos que la guerra social que se manifiesta a diario en el, por lo general, continuo (pero tan rápido a veces como una bala policial) asesinato de las/os que son explotadas/os, excluidas/os y marginalizadas/os por el orden social. Cuando la gente bajo ataque empieza a reconocer a su enemigo, frecuentemente actúa contraatacando. La tarea del Estado, asegurando la paz social, es así un acto de guerra social, por parte de las/os amos en contra de las/os dominadas/os – la supresión y prevención de cualquier tipo de contra-ataque. La violencia de aquellas/os que gobiernan contra los gobernadas/os es inherente a la paz social. Pero una paz social basada solo en la fuerza bruta es siempre frágil. Es necesario para el Estado implantar en las cabezas de la gente la idea que ellas/os dependen de la continua existencia del Estado y del orden social que este mantiene. Esto puede ocurrir como en el antiguo Egipto en donde la propaganda religiosa, asegurando la divinidad del Faraón, justificaba la extorsión en la que él tomó posesión de todo el excedente de grano, haciendo a la población absolutamente dependiente de su voluntad divina en tiempos de hambre. O puede tomar la forma de instituciones con participación democrática la cual crea una forma más sutil de chantaje, en la que somos obligadas/os a participar si queremos reclamar, pero donde estamos igualmente obligadas/os a aceptar “la voluntad del pueblo” si lo hacemos. Pero, detrás de estas formas implícitas o explícitas de chantaje, las armas, las cárceles, los policías y los soldados están siempre ahí, y esta es la escancia del Estado y la paz social. El resto es solo barniz.

Aunque el Estado puede ser visto como un capitalista (en el sentido de que este acumuló Poder gracias a la acumulación de riqueza excedente en un proceso dialéctico), el capitalismo como lo conocemos, con sus instituciones económicas “privadas”, es un desarrollo relativamente reciente, cuyos orígenes están en el comienzo de la era moderna. Ciertamente este desarrollo ha producido cambios significativos en las dinámicas del Poder, desde que una parte de la clase dominante no es directamente parte del aparato del Estado sino excepto como ciudadanos, como cualquiera esas/os que ellas/os explotan. Pero estos cambios no significan que el Estado haya sido subyugado a las instituciones económicas globales o que éste se haya vuelto secundario en el funcionamiento del Poder.

Si el Estado es, por si mismo, un capitalista, con intereses económicos propios por perseguir y mantener, entonces la razón por la cual trabaja para mantener al capitalismo no es que se haya subordinado a otras instituciones capitalistas, sino porque para mantener su Poder debe mantener su fuerza económica como un capitalista entre capitalistas. Los Estados débiles terminan siendo subyugados a los intereses económicos globales por la misma razón que las empresas pequeñas, porque no tienen la fuerza para mantener sus propios intereses. Como las grandes corporaciones, los Estados grandes juegan un papel de igual o mayor importancia que las grandes corporaciones en determinar las políticas económicas globales. En realidad, son las armas del propio Estado las que harán cumplir tales políticas.

El Poder del Estado tiene sus raíces en su monopolio legal e institucional sobre la violencia. Esto le da al Estado un Poder material concreto de el cual dependen las instituciones económicas globales. Instituciones tales como el Banco Mundial y el FMI no incluyen solamente delegados de todos los mayores poderes del Estado en el proceso de toma de decisión. Para imponer sus políticas también dependen de la fuerza militar de los Estados más poderosos, la amenaza de la violencia física que siempre debe situarse detrás de la extorsión económica, para que esta funcione. Con el Poder real de la violencia en sus manos, los grandes Estados difícilmente funcionarán como simples servidores de las instituciones económicas globales. Por el contrario, de un modo típicamente capitalista, su relación es una de extorsión mutua, en beneficio de toda la clase dominante.

Además del monopolio de la violencia, el Estado también controla muchas de las redes e instituciones necesarias para el comercio y la producción. Autopistas, trenes, puertos, aeropuertos, satélites y sistemas de fibra óptica necesarios para las comunicaciones y redes de información, son generalmente estatales y siempre sujetos al control del Estado. Investigaciones científicas y tecnológicas necesarias para nuevos desarrollos de la producción, están en buena parte dependiendo de complejos estatales como universidades y el ejército.

De este modo, el Poder capitalista depende del Poder del Estado para mantenerse a sí mismo. No es un asunto de subyugación de una parte del Poder sobre otra, sino del desarrollo integral de un sistema de Poder que se manifiesta a sí mismo como una hidra de dos cabezas, el Estado y el Capital, un sistema que funciona como un todo para asegurar la dominación y la explotación, las condiciones impuestas por la clase dominante para la continuidad de nuestra existencia. En este contexto, instituciones como el FMI y el Banco Mundial son mejor entendidas como medios por los cuales los Estados y las corporaciones coordinan sus actividades con la intención de mantener la unidad de la dominación sobre la clases explotadas, en medio de la competencia económica e intereses políticos. Por tanto, el Estado no sirve a estas instituciones sino que estas sirven a los intereses de los Estados poderosos y a los capitalistas.

Wolfi Landstreicher
(de su libro La Red de la Dominación)

lunes, 15 de junio de 2015

El día en que dejé de decir "Date prisa"

Cuando estás viviendo una vida apretada, cada minuto cuenta. Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas pendientes, mirar una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y no importa en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para ponerse al día.

Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada fibra de mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las actividades de mi programa, yo no.

Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.

Cuando tenía que estar ya fuera de casa, ella estaba ahí, toda dulzura, tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona con purpurina.

Cuando tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco minutos, ella insistía en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche.

Cuando necesitaba pasar rápidamente a comprar un bocadillo en Subway, se paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.

Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.

Cuando tenía la agenda completa desde las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.


Mi niña despreocupada fue un regalo para mi personalidad de tipo A, orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando tienes una vida apretada, tienes visión de túnel - solo ves el siguiente punto en tu agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de tiempo.

Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me decía a mí misma: "No tenemos tiempo para esto". Así que las dos palabras que más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: "Date prisa".

Empezaba mis frases con esas dos palabras.

Date prisa, vamos a llegar tarde.

Y las terminaba igual.

Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.

Comenzaba el día así.

Date prisa y cómete el desayuno.

Date prisa y vístete.

Terminaba el día de la misma forma.

Date prisa y lávate los dientes.

Date prisa y métete en la cama.

Y aunque las palabras "date prisa" conseguían poco o nada para aumentar la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez incluso más que las palabras "te quiero".

La verdad duele, pero la verdad cura... y me acerca a la madre que quiero ser.

Entonces, un día trascendental, las cosas cambiaron. Habíamos recogido a mi hija mayor del cole y estábamos saliendo del coche. Como no iba lo suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le dijo a su hermana: "Eres muy lenta". Y cuando se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro exasperado, me vi a mí misma - la visión fue desgarradora.

Yo era una matona que empujaba y presionaba y acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.

Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.

Aunque me temblaba la voz, miré a los ojos de mi hija pequeña y le dije: "Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y me gustaría ser más como tú".

Mis dos hijas me miraban igualmente sorprendidas por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor tenía un brillo inconfundible de validación y aceptación.

"Prometo ser más paciente a partir de ahora", dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de su madre.

Fue bastante fácil desterrar las palabras "date prisa" de mi vocabulario. Lo que no fue tan fácil era conseguir la paciencia necesaria para esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos, empecé a darle un poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a alguna parte. Y a veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos momentos me tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos pocos años, mientras ella fuese pequeña.

Cuando mi hija y yo íbamos a pasear o a la tienda, le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para admirar algo, intentaba quitarme la agenda de la cabeza para simplemente observar lo que hacía. Vi expresiones en su cara que no había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de sus manos y la forma en que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras personas respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y aprendí rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y hermosos. Ahí fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para mi alma frenética.


Mi promesa de frenar es de hace casi tres años, y al mismo tiempo empezó mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y atrapar lo que de verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento todavía requiere un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por qué tengo que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a recordar.

Habíamos salido a dar un paseo en bicicleta durante las vacaciones. Después de comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic para admirar con deleite la torre de hielo que tenía en la mano.

De repente, una mirada de preocupación cruzó su rostro. "¿Tengo que darme prisa, mamá?"

Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.

Mientras mi hija me miraba esperando a saber si podía tomarse su tiempo, supe que tenía una opción. Podía sentarme allí y sufrir pensando en la cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en la vida... o podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.

Elegí vivir el hoy.


"No tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo", le dije tranquilamente. Su rostro se iluminó al instante y se le relajaron los hombros.

Y así estuvimos hablando de las cosas de las que hablan las niñas de seis años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en que nos sentamos en silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando las vistas y sonidos que nos rodeaban.

Pensé que mi hija se iba a comer toda la maldita cosa - pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara con lo que quedaba de helado. "He guardado el último bocado para ti, mamá", me dijo con orgullo.

Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.

Le di a mi hija un poco de tiempo ... y, a cambio, ella me dio su último sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor llega con más facilidad cuando dejas de correr por la vida.


Ya se trate de ...

Tomarse un helado

Coger flores

Ponerse el cinturón de seguridad

Batir huevos

Buscar conchas en la playa

Ver mariquitas y otros bichos

Pasear por la calle

No diré: "No tenemos tiempo para esto". Porque básicamente estaría diciendo: "No tenemos tiempo para vivir".

Hacer una pausa para deleitarse con los placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.

(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del mundo.)

Por: Rachel Macy Stafford

domingo, 14 de junio de 2015

Petit Pierre

Pierre Avezard, conocido como "Petit Pierre" ("Pequeño Pierre"), por su corta estatura, nació el 30 de diciembre de 1909 en el pueblito de Vienne-en-Val, cerca de Orleans. Era el segundo hijo de una familia muy pobre. Su mamá cultivaba hortalizas en el jardín, para alimentar a la familia, y su padre trabajaba tirando una carreta con mercaderías. Lamentablemente, su padre murió durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y su madre terminó en un asilo poco tiempo después.

Pierre nació de parto prematuro, “sin terminar”,como solia decir a menudo de sí mismo. Sufría del Síndrome de Treacher-Collins : esto quiere decir que era enfermizo, casi sordo y casi mudo, con una oreja casi inexistente, y sus ojos y rasgos faciales fuera de lugar.


Retrato del Pequeño Pierre. Fuente: moviepictures.org, autor desconocido.

Cuando pudo ir a la escuela, sufrió las burlas de sus compañeros, tanto por su aspecto, como por no ser capaz de seguir las explicaciones del profesor. Así que dejó de ir a los siete años, y su hermana mayor, Thérèse, le enseñó en casa los rudimentos de la lectura y la escritura.

A pesar de todo eso, desde pequeño, demostró interés en los aparatos mecánicos. Creaba muñecos, movidos por un molino sumergido en el arroyo de la aldea. Cuando nació su hermano menor, le fabricó los juguetes que su familia no podía comprar.
La vida mejora

Soñador e inocente, Petit Pierre comienza a trabajar a los 26 años: se convierte en pastor de la familia Girard, trabajando con ellos hasta mediados de la década de 1950, durmiendo en el establo. Por supuesto, las burlas siguen, pero el Pequeño Pierre se defiende, y como todas las noches le escondían la escalera, desde donde bajaba de su cama, diseña una cama plegable que se adhiere a una viga, con una escalera retráctil, de manera que no le hagan más bromas. También diseña un sistema de distribución de remolachas para las vacas lecheras, que consistía en un avioncito que “bombardeaba” vegetales, accionado por una bicicleta.

Las personas que le rodeaban, lo querían mucho, tanto por la dulzura de su carácter, como por su graningenio mecánico. Primero, la familia Girard le permite construir una casita de adobe, en un rincón de su propiedad. Luego, en 1955, el sr. Hareng, que vivía muy cerca, le regala un pequeño terreno donde puede, al fin, construir una casa que puede llamar suya.

Lo primero que hace al mudarse a esta casa, es construir más objetos mecánicos.Levanta una torre Eiffel de madera, de veintitrés metros de altura. Le agrega varios carruseles superpuestos, y una pequeña multitud de muñecos mecánicos animados.


Detalle de la Torre Eiffel. Fuente: eklablog.com. Autor: Bluesy.

El carrusel se desarrolla

A medida que sus construcciones se empiezan a ver desde la carretera, los viajeros comienzan a detenerse y mirar. Así, Petit Pierre termina por organizar visitas los días domingo. Para 1970, la obra ya tiene más de un centenar de figuras en metal pintado, fabricadas incluso a partir de un avión derribado en las cercanías, durante la Segunda Guerra Mundial.

Poco a poco, comienza a agregar pequeños letreros explicativos en su obra, e instala un sistema de controles mecánicos para este inmenso carrusel, que maneja desde arriba de una cabina.

Con el tiempo, el carrusel crece. De hecho, termina por abarcar 1.500 metros cuadrados. En un comienzo, Petit Pierre pedaleaba para hacerlo funcionar, pero con el tiempo, utilizó el motor eléctrico de una lavadora, en la que, simultáneamente, aprovechaba de lavar su ropa.

El Pequeño Pierre poseía una memoria extraordinaria: así, cuando su hermano menor, que se convirtió en ingeniero aeronáutico, lo invitaba a viajar a distintas partes de Europa, Petit Pierre tomaba muchas notas, que le permiten enriquecer su obra.

Es así como va agregando elementos a su carrusel. Podemos ver unos bailarines mecánicos que comienzan un vals, una "vaca eléctrica", un hombre bebiendo, aparecen carros de bomberos, etcétera.

Lo más increíble, es que su trabajo está construido con elementos recuperados de los vertederos en la zona. Una verdadera maravilla construida con alambres, latas, e incluso neumáticos de motocicleta.

El carrusel del Pequeño Pierre en acción:

https://youtu.be/v58_bi58dJ8

El carrusel cambia de lugar

Con el pasar del tiempo, el carrusel comienza a deteriorarse, pues el Pequeño Pierre ya no puede cuidarlo como antes. Sufre una hemiplejia y, ya en los años ‘80, su obra es saqueada. Aquí es cuando vecinos, amigos y visitantes, se ponen de acuerdo en que el carrusel debe ser salvado. La idea básica es convertir a la obra en un pequeño museo, pero no hay fondos para ello. Es entonces cuando intervienen Alain y Caroline Bourbonnais. La pareja poseía un museo en Dicy, entre Dijon y París, dedicado justamente a este tipo de obras (el museo se llama “Museo de la Fabuloserie”). Ambos, apoyados por el hermano menor de Petit Pierre, deciden trasladar el enorme carrusel. La idea es desmontarlo y luego volverlo a montar. Dado los costos implicados, lo que se hace es numerar las piezas, y con la ayuda de agricultores amigos del Pequeño Pierre y de su hermano, se traslada el carrusel en tractores, remolques y todo tipo de vehículos para agricultura. Es así como, el año 1987, se traslada el carrusel del Pequeño Pierre al Museo de la Fabuloserie.

Pero quedaba lo más difícil: una cosa era trasladar las piezas y otra muy distinta volver a armar la obra. Tras dos años de esfuerzos, se consiguió entender su funcionamiento y rearmarlo, comenzando su exhibición el 26 de agosto de 1989, en la laguna junto al museo de la Fabuloserie.

Tres años después, muere el Pequeño Pierre, el viernes 24 de julio de 1992, a los 82 años.

Cortometraje sobre Petit Pierre:

https://youtu.be/Hf3IlwJnNGY
Una reflexión final

Al considerar la inmensa obra desarrollada por el Pequeño Pierre, no se puede pensar menos que se trata de una de las historias de autosuperación más extraordinarias que he conocido: en la pobreza absoluta, sin medios, casi sordo, casi ciego, con una condición física debilitante, Pierre Avezard consiguió levantar una impresionante obra de arte, que da testimonio no solo de una constancia extraordinaria (la obra fue construida por más de 40 años), sino que del poder de la voluntad humana.

Su hazaña ha sido motivo de una obra de teatro, que lleva bastantes representaciones a lo ancho del mundo, y de un cortometraje, dirigido por Emmanuel Clot.

viernes, 12 de junio de 2015

Entrevista José María Álvarez, psicoanalista. "El delirio de la locura es una defensa, un intento de reequilibrio del sujeto"



José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

‘Estudios sobre la psicosis’ no es necesariamente un libro únicamente para psicoanalistas, aunque es obvio que uno tiene que tener un mínimo de interés o curiosidad por la psicosis para leerlo. Esa curiosidad, quizá forzada porque algo de la locura reside en los laberintos de mi constelación familiar, es la que me llevó sin pausa a adentrarme desde la primera página hasta la última de este libro. Y en ellas descubrí muchas cosas, como por ejemplo que la locura ya le interesó a los clásicos, como a Cicerón, y que los locos, aunque muchos se empeñen en categorizarlos como enfermos mentales y se amparen en la genética o en el cientificismo para tratar su enigma, también son responsables de lo que les ocurre. Así es que esta obra de José María Álvarez, psicoanalista lacaniano, reescrita, ampliada y reeditada por Xoroi Edicions, si bien es recomendable para todos aquellos a quien les interese la locura, las mujeres y los hombres que escuchan la pueden incorporar entre sus libros de cabecera sobre la psicosis. No en vano Jacques Lacan empezó a interesarse por la locura con su tesis sobre la paranoia. Curiosamente José Maria Álvarez empezó también por aquí. Quizá porque los que deliran, como los artistas, son capaces de avanzarse y aventurarse como nadie en lo indecible que tiene la vida. A ese tapiz de palabras, desfragmentado en muchos casos, hay que ofrecerle un lugar para decir y saber escucharlo. Ardua tarea que sin duda Álvarez realiza con una posición ética y un espíritu combativo desde hace muchos años. En esta conversación destacan algunas de las columnas en las que se sostiene su texto: la psicopatología clásica, la obsesión diagnóstica, la responsabilidad de los sujetos psicóticos, las psicosis ordinarias, la relación entre James Joyce y su hija Lucia o las fronteras entre la cordura y la locura. Si alguna virtud, entre muchas, tiene este libro es que su autor logra transmitirnos algo de la locura con palabras llanas, familiares y comprensibles para todos. Por su defensa de la locura vale realmente la pena acomodarse y disfrutar de su prosa.

En uno de los capítulos de Estudios sobre la psicosis citas un sentimiento que te acompañó a lo largo de tu infancia, cuando se hablaba del manicomio de Santa Isabel en León: “Aún recuerdo con claridad que al oír las palabras ‘manicomio’ o ‘locura’ me sobrecogía de inmediato una mezcla lacerante de espanto y curiosidad”. Años más tarde, quizá todavía sin saberlo, deveniste analista. ¿Venció la curiosidad?

Sí. La curiosidad venció y pervive. Yo creo que es necesaria para nuestro trabajo. Nuestro trabajo es muy duro, más de lo que parece. Sobre todo para quienes tratamos con personas enfermas. Cuando trabajas en hospitales, cuando en la consulta privada recibes también a gente que está fastidiada, a trastornados, a locos o que están muy enfermos, entonces el trabajo tiene sus complicaciones. De no ser por el entusiasmo es difícil de soportar. Tienes que tener deseo, tener buena compañía y estar bien orientado. Cuando era joven tenía mucho entusiasmo y lo conservo aún; enseñar a los jóvenes contribuye a ello. Quizá con el tiempo se pierde un poquito de entusiasmo pero se gana en saber hacer, cosa que se agradece porque al principio uno es más impetuoso y comete ciertos errores. Con el paso de los años se aprende a estar y se aprende, como los deportistas de alta competición, a gastar menos energías y no hacer demasiados esfuerzos cuando no conviene. Lo mismo sucede con nosotros. En realidad yo estudié una carrera muy técnica: matemáticas, estadística, neurofisiología; nada de eso tiene que ver con la clínica ni con la condición humana, prácticamente nada. Aunque tengo una formación científica de base, aquellos estudios, en realidad, me parecían ciencia ficción cuando se pretendían extrapolar a la subjetividad. Estudié en una facultad experimental y aprendí mucho acerca de la metodología de la ciencia y de los diseños propiamente científicos, pero de personas aprendí muy poco. Las personas somos mucho más complicadas que aquellos animales de laboratorio, entre otras cosas porque a aquellos animales las perrerías se las hacíamos nosotros, mientras que en la especie humana somos nosotros mismos los que mordemos el veneno de algo que tanto más nos hace gozar, tanto peor nos sienta; de algo que no se deja así como así. Este tipo de veneno no tiene ninguna consideración en otras perspectivas psicológicas. Para el cognitivismo la mirada sobre la persona, sobre el hombre, sobre el sujeto es muy chata.Según esta perspectiva la mente es como una especie de ordenador al que hay que introducir información adecuada para que todo funcione. Con los pacientes esto no funciona en absoluto. Y si vamos a esquemas más simplificados, como el conductismo, en realidad su utilidad se limita al adiestramiento de animales, pero cuando saltamos al ámbito humano, lamentablemente eso sirve muy poco. Me acerqué al psicoanálisis más como enfermo que como curioso, aunque también me llamaba el querer saber algo de la complejidad humana. Fue una suerte caer allí porque, tras esa puerta descubrí un amplísimo continente. A mí me gustaba estudiar y a través de esa puerta me acerqué a la filosofía, la literatura, la lingüística, la historia de la clínica y la psicopatología clásica, incluso a las matemáticas; a mí me ha servido todo eso. Creo que si me hubiera dedicado a la pseudociencia o a la ciencia ficción de la psicología o de la neuropsicología, en realidad me hubiera aburrido muchísimo porque eso es: sota, caballo y rey. No hay mucho que estudiar allí y menos aún que reflexionar. Ese tipo de conocimientos se aprenden; no hay más secreto. Ahora bien, para formarte como psicoterapeuta o como psicoanalista, en ese caso vete preparándote para dedicarle toda la vida. Un amigo que se acaba de jubilar después de ejercer cuarenta años la psiquiatría me decía que para formar a un psiquiatra expendedor de comprimidos bastaba con adiestrar a un mono durante dos meses, al cabo de los cuales ya sabría recetar. Pero si quieres saber hablar con un paciente, si pretendes entrevistarlo como conviene, callar la boca cuando la tienes que callar, decir lo que tienes que decir cuando tienes que decirlo, entonces las cosas son más complicadas, entonces vete preparándote para dedicarle muchos años de estudio y de práctica. Mi visión del psicoanálisis es fundamentalmente clínica. Fui un buen estudiante teórico; me interesaba mucho estudiar, conocer los detalles de las teorías. A medida que pasan los años selecciono mucho más las lecturas y no suelo gastar mucho tiempo en cuestiones absurdas que me aportan poco al quehacer diario. Me he escorado cada vez más hacia la clínica en su estado más puro y me interesa mucho sacar a los pacientes adelante. Una parte de la formación del psicoanalista debe ser, en mi opinión, esencialmente clínica. Al mismo tiempo, es necesario pasar por el análisis personal y por hacerse con algunos saberes. En mi caso, con el paso de los años, cosa que me sorprende al echar la vista atrás, cada vez me he ido escorando más hacia estudios de filosofía. Desde hace años me interesa mucho la filosofía antigua, en especial las escuelas helenísticas, sobre todo Epicuro, también los estoicos. Encuentro ahí una permanente reflexión sobre la ética. Y, pese a los siglos que nos separan, sus reflexiones me parecen cercanas a nuestro mundo y útiles para mi trabajo. Me he ido haciendo de esta manera.

José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

En tu libro destacas una pasión envidiable por los autores clásicos, ya no únicamente de la psiquiatría sino también de la filosófica práctica. Me entusiasmó especialmente la tríada que describes entre Cicerón, Pinel y Freud. ¿Qué podrías decir que une y diferencia el saber de dichos autores?

Cicerón representa al mundo antiguo. Es el gran compilador del saber antiguo y el autor deConversaciones en Túsculo, una de las primeras obras de psicopatología, cuyo objeto de estudio son las pasiones y su tratamiento. Por esas dos razones hablo de Cicerón, no tanto por la originalidad de su pensamiento, a veces muy escasa. Como sabemos, Cicerón es uno de los personajes más conocidos del mundo antiguo y sobre todo uno de quienes más se escribe. De ahí que siga siendo tan polémico y controvertido. Mientras Theodor Mommsen lo califica de ególatra, en la reciente biografía de Anthony Everitt sobre Cicerón se le reconocen esos méritos de compilar y ordenar la tradición clásica. Aunque Cicerón no sea justo con Epicuro, pues le repugna toda esa cosa del placer y del cuerpo, coincide con él y con todos aquellos pensadores en la tendencia a moderar las pasiones, a dominarlas, y en el hecho de considerar que el sujeto es responsable, que lo que hace o no hace debe atribuírsele a él mismo y no a la ofuscación pasional. Es el denominador común del mundo antiguo respecto a la ética, al ethos. Por encima de todo está la responsabilidad: el sujeto es el que se mete en líos y el que puede salir de ellos. Fíjate que alguien tan materialista como Epicuro, alguien que se hace eco de la física atomística de la Leucipo y Demócrito, alguien que da la espalda a los dioses con tanta elegancia, mantiene sin embargo abierta la puerta a la responsabilidad subjetiva mediante lo que llama “el azar”. Epicuro introduce la posibilidad del azar en el movimiento de los átomos, con lo cual salva la libertad, la decisión, de cada sujeto, pues cada uno de nosotros siempre está en condiciones de elegir. No está todo determinado, siempre cabe la posibilidad de la elección. Después de este breve apunte nos trasladamos casi veinte siglos después. Comprobamos que, ya en el mundo de la ciencia, Philippe Pinel sigue conservando algo de aquella perspectiva ética. Lo comprobamos al leer su monografía sobre la manía, donde sostiene que incluso en los ataques de manía, de furia maníaca, cuando el sujeto está más loco y descontrolado, Pinel sigue cosiderando que, así y todo, el sujeto es responsable. Freud piensa lo mismo. Y Freud no ha leído a Cicerón apenas –lo menciona en alguna ocasión en La Interpretación de los sueños– y a Pinel tampoco. Freud es un genio y en el caso de los grandes genios, de las grandes mentes, en realidad no se trata tanto de lo que han leído más bien que ellos son capaces de desbrozar las problemáticas eternas del ser humano. Entonces, Cicerón, el representante del mundo antiguo, Pinel, a caballo entre la antigüedad y la ciencia, y Freud, van a dar en lo mismo, coinciden en que la responsabilidad subjetiva es irrenunciable. ¿En qué más coinciden? En que el lenguaje es útil para la terapéutica, para reblandecer las pasiones y apaciguar los conflictos. Los tres están de acuerdo con eso. ¿En qué no están de acuerdo? A nadie hasta Freud se le había ocurrido pensar que el lenguaje es la materia del alma, y que los síntomas están hechos conforme a las leyes del lenguaje. Esta perspectiva es absolutamente nueva en la historia de la cultura. Nunca se había pensado así, y Freud lo escucha de esa manera ya desde sus primeros trabajos a caballo entre la neurología y la psicopatología. Aunque Freud da un salto cualitativo al introducir esta perspectiva, sigue no obstante conservando el punto de vista de la ética, la responsabilidad, la decisión. Y en eso se da la mano con Epicuro, con Platón, con Cicerón, con Séneca, etc. La historia de la psicología clínica, del psicoanálisis y de la psiquiatría tiene que comenzar naturalmente hablando de Epicuro, Platón, Aristóteles, Epiecteto, Cicerón, etc. En realidad estos pensadores eran los que trataban los problemas anímicos que sufrían los sujetos. Como sabemos, Foucault, a medida que va madurando se dedicó más al estudio del mundo antiguo, y con respecto a lo que trató de mostrar dijo en La hermenéutica del sujeto que las escuelas de los filósofos antiguos eran dispensarios de salud mental. El sufriente, el doliente, acudía allí para que el maestro filósofo le aliviara las penas del alma. Es lo que hacemos nosotros ahora con una teoría mejorada.

¿Qué ha ocurrido para que la psiquiatría y la psicología se olvidaran tan rápidamente de la tradición filosófica y psicoanalítica, para convertirse en terreno abonado para el determinismo, para la obsesión por los diagnósticos y para la obediencia ciega a una serie de técnicas y protocolos?

Desde el siglo XVII-XVIII un veneno que se llama la ciencia se adueñó paulatinamente de la forma de pensar y representar el mundo, primero en las personas de más elevada formación y más tarde entre la gente de la calle. Aunque todos tenemos una mentalidad científica, lo que hay que saber es que la ciencia sirve para lo que sirve. Su poderío se limita al ámbito de las ciencias naturales, pero ni siquiera en todas las especialidades médicas se puede hablar stricto sensu de ciencia. Y en el caso de la psiquiatría o la psicología, hay que echarse a temblar cuando suenan los ecos de la ciencia. Así y todo, el discurso científico tiene tal poderío que eclipsó la figura de Dios hasta el punto que lo jubiló. Con anterioridad perecía imposible explicar nada sin echar mano de Dios. Pero la ciencia es un discurso tan potente desde el punto de vista heurístico, interpretativo y explicativo que de pronto los referentes del hombre se contrabalancean cuando aparece ese discurso capaz de explicar algunas cosas, especialmente cosmológicas, pero que ambiciona explicarlo todo. Cuando la psiquiatría da sus primeros pasos –inicialmente con Pinel, con Esquirol– mantiene aún el referente filosófico, humano y ético. Pero poco después todo esto se oscurece mediante la obnubilación que trae consigo el ideal de la nueva ciencia, en el cual la psiquiatría se postula para ser una rama más de la medicina. En este proceso intervienen al menos dos factores: por un lado, la inercia del discurso científico y sus logros en otros ámbitos, y, por otro, cierta vanidad de los propios alienistas que, de esa forma, se incorporan con pleno derecho al mundo médico y científico. Con la incorporación de la visión científica a la patología mental, es decir, al territorio de las heridas del alma, se elimina todo un saber antiguo. Durante más de veinte siglos el concepto fundamental para entender la patología mental fue la melancolía. Tan pronto la psiquiatría se pone en marcha, lo primero que proponen, en este caso Esquirol, es eliminar el término ‘melancolía’ (y con él la tradición clásica) y dejársela a los filósofos y a los poetas, pues “nosotros, los médicos, estamos obligados a usar los términos con mayor precisión”. Con la melancolía, aunque no sólo con ella, se observa un rechazo de la gran tradición cultural y humanística. La psiquiatría y la psicología se construyen de este modo, afianzándose sobre una serie de pilares muy endebles, cuya fortaleza se busca en observar, pesar, medir y comprobar. Pero, claro, lo que se puede observar, pesar, medir y comprobar a veces no sirve para nada. En mi opinión el desarrollo de la psicología y de la psiquiatría científica se ha hecho para justificar que no hay que hablar con los locos. Si pensamos que la locura es una enfermedad o que un delirante es alguien que ha perdido la razón, entonces llegaremos a la conclusión de que los locos lo único que dicen son bobadas, por tanto hay que tratarlos como enfermos, adormecerlos con pastillas, apartarlos, intentar curarlos y punto. Pero hablar con ellos, no.

Este es el momento en el que estamos. Pero creo que el péndulo cambiará y volverá de nuevo a imponerse la antigua tradición de la que vengo hablando. La pobreza teórica de la psiquiatría y de la psicología clínica actual es de tal magnitud que compromete seriamente su utilidad. En cambio, mientras son escasamente útiles para muchos pacientes, resultan utilísimas para el gran capitalismo, a quien lo que le va es lo contante y sonante, el dinero de los medicamentos al precio incluso de la salud. Probablemente venga otro cambio y otra inflexión, un giro hacia el otro lado. La psiquiatría se ha hecho científica para justificar que no hay que hablar con los locos, que los locos son enfermos y no hay más que hacer. ¡Es impresionante porque es un discurso que excluye su propio objeto!.

El psicoanalista José María Álvarez conversando con la periodista Marta Berenguer. Autor de las fotografías: Albert Roig.

La palabra ‘locura’ sufre una suerte de anacronismo, ya no entre especialistas, sino que parece estar como marginada de nuestro vocabulario. En tu libro reivindicas el buen uso de esta palabra. ¿Qué es la locura para el psicoanálisis?

A mí me parece más patético e hiriente, incluso más insultante, hablar de enfermedad mental que de locura. ¿Por qué razón? Porque cuando alguien dice que tal persona es un enfermo mental, lo que está diciendo con ese término médico tan rotundo es que esa persona está manejada por algo que no es él mismo. Y esto a mí me parece terrible. A alguien que tiene una enfermedad mental, una esquizofrenia o una paranoia, por ejemplo, se le supone que tiene un problema del cerebro o un problema genético. Pues bien, eso no es más que una creencia. En realidad no hay nada concreto con respecto a la causa orgánica de la esquizofrenia ni de la depresión. Llevamos dos siglos atribuyendo al organismo enfermo los malestares anímicos y por el momento seguimos en el terreno de la especulación. Si alguna vez se descubre realmente alguna causa orgánica en alguna de estas enfermedades, en ese caso dejarán de ser enfermedades psiquiátricas y pasarán al dominio de la medicina, del médico de familia, con lo que la especialidad se irá reduciendo tanto más cuanto que consiga sus objetivos. Pero bueno, todo el mundo tan feliz.

Hay mucha gente confundida, incluidos algunos especialistas, con respecto a estas cuestiones. Se dice, por ejemplo, que fulano oye voces, que tiene alucinaciones. Con frecuencia se confunde lo que es propiamente una alucinación verbal, es decir, la alucinación psicótica por excelencia, de otro tipo de fenómenos semejantes en apariencia pero muy distintos en esencia, como por ejemplo las ilusiones o las alucinosis. En este escenario de oscuridad, a mí me parece más sensato y respetuoso hablar de locura que de enfermedad mental. La gente en realidad piensa que la locura es una especie de enfermedad o de maldición que le cae a uno encima. El delirio de la locura es una defensa, un intento de reequilibrio del sujeto. Cuando alguien alucina, delira y hace cosas raras, en realidad está echando mano de determinado tipo de protecciones que crean una adicción terrible. El delirio es muy adictivo porque quien delira sabe muy bien que existe algo mucho peor. El sujeto no quiere soltar eso, no quiere soltar la convicción que es el pecio al que agarrarse en medio del océano, aunque sepa que agarrado a él acabará solo en medio del mar. Sabe que antes que el delirio hay una angustia terrible, un vacío y una perplejidad oceánica que es mucho peor. ¿Qué es la locura? Pues es una experiencia dramática muy solitaria e intensa, a la que no hay que idealizar. La locura es una dimensión que entraña determinado tipo de experiencias muy concretas, por ejemplo, la convicción o la certeza. Nosotros podemos tener opiniones, creencias, hablamos, podemos estar de acuerdo o no estar de acuerdo, pero la rotundidad, la densidad de la locura se manifiesta en aquello que se llama la convicción o la certeza. Nietzsche, que acabó sus días bastante chiflado, lo decía con una precisión pasmosa: «No es la duda lo que vuelve locos a los hombres sino la certeza». Aparte de la certeza, un loco es alguien para quien todo gira a su alrededor, alguien que siente que las cosas están referidas a él; es el solitario por excelencia, pues lo que dice no engancha con el resto; su discurso está cerrado sobre sí mismo. En los manicomios, para ponerte un ejemplo, los neologismos que inventan los locos no sirven para crear un argot distinto, al contrario, cada uno tiene sus neologismos, sus propias palabras. Creo que la soledad, la intensidad de la locura, la certeza, el prejuicio, la autoreferencia son maneras de acercarse a un tipo de experiencia dramática que no cabe idealizar pero que tampoco cabe segregar. Es complicado hablar de la locura. A veces se habla de ella como si fuera una pérdida de la realidad, cosa que es una bobada porque hay gente que está loca y dice cosas más reales que cualquiera de nosotros.

Quizá el delirio o la alucinación sean las respuestas del sujeto que más asociamos a la psicosis, pero según comentas en el libro éstos son productos secundarios que el sujeto construye. Previo a ello existe una especie de ‘vacío de significación’ para después pasar a la idea delirante. ¿Qué puede desencadenar una psicosis? 

Entramos en un plano más teórico y más especulativo. Desde luego, nadie ha ido más lejos en este terreno y con más fundamento que Lacan, un hombre especialmente dotado para la cuestión de la psicosis. Él construye una teoría, que no voy a explicar ahora, pero sí voy a citar una referencia suya que es muy sabia del texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis donde habla de coyunturas dramáticas. Lo que desencadena la psicosis es, por decirlo así, un mal encuentro que incide sobre un defecto simbólico. Algo no funciona bien o no se ha constituido con la suficiente fortaleza como para que en determinada coyuntura compleja eso que falta o eso que no funciona se descoloque, se desequilibre. Lacan lo vincula naturalmente con la función del padre, con el significante del Nombre del Padre, es decir, lo relaciona con lo que correspondería a la normalización del sujeto, esto es, que el sujeto respete la ley, se constituya como deseante, en fin, ese tipo de cosas. El sujeto puede ir tirando con determinadas muletillas pero en un momento determinado, en determinado tipo de coyunturas dramáticas: un desamor, perder un trabajo, un enfrentamiento con alguien a raíz de una oposición… Hay sujetos que pasamos por ellas con un simple duelo, con angustia, con cierta conmoción, pero hay gente que se rompe. A partir de allí empieza una dimensión de la experiencia distinta: el sujeto ya no es el que era antes. En los primeros momentos el sujeto se sume en la perplejidad, es decir, en una falta de significación donde se pierden completamente los referentes con los que te has sostenido hasta entonces, tus engaños –los que tenemos todos y que son necesarios–, de pronto el mundo se ha desarmado. Se pierde la protección del lenguaje y de repente el lenguaje se vuelve muy amenazante; es el mundo el que te habla a ti, el que se dirige a ti y te interpela. Es muy interesante el protagonismo que tienen las alucinaciones verbales a lo largo del siglo XIX, no solamente en la historia de la clínica mental, sino de la concepción que tenemos del sujeto. Actualmente no se podría pensar la existencia de escritores como William Faulkner, Virginia Wolf, James Joyce, o incluso Luis Martín-Santos –por decir a alguien más cercano– si no hubiera sido por un cambio en la subjetividad moderna. Eso no tiene nada que ver con el hombre del siglo XVII, con el hombre renacentista y mucho menos con el hombre antiguo. ¿Cuál es el cambio fundamental? Que de pronto, con la emergencia de la ciencia y la desaparición de Dios, se crea una soledad distinta en el sujeto y ese tipo de soledad se convierte en una experiencia muy angustiosa. El filósofo Blaise Pascal dice una frase estremecedora: “Me aterra profundamente la soledad de los espacios infinitos”. ¿Qué quiere decir con eso? Que de buenas a primeras Dios ya no está y el hombre no puede echar mano de una explicación que le vale para todo, que de pronto estamos aquí solos y este tipo de soledad, en mi opinión, incide en las experiencias del sujeto y en la relación que tiene consigo mismo. El lenguaje que aparece a lo largo de la historia como un instrumento para entendernos, para escribir, para describir la realidad, de pronto adquiere un tono amenazante. Los locos son los primeros en percatarse de ello, se anticipan, van delante y tienen experiencias novedosas, sobre todo las alucinaciones verbales. El lenguaje, el Otro, empieza a hablar solo. Esto tiene una relación directa con la historia de la filosofía del siglo XIX. Wittgenstein lo dice a su manera cuando afirma que no se puede conocer el mundo si uno no conoce el lenguaje, que gracias al lenguaje nos representamos y construimos el mundo. Heidegger, que no tiene nada que ver con Wittgenstein, también dice algo parecido: “La lengua habla”. Lo mismo Joyce, en el campo de la literatura, y luego y sobre todo Lacan. Los protagonistas de Ulises o de Finnegans Wake ya no son personajes a quienes les ocurren cosas; el lenguaje es el protagonista del proceso. La experiencia que tenemos es nueva y es una experiencia muy siniestra. Parece que nosotros usemos el lenguaje cuando en realidad nosotros somos usados por él.

José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

Antes de seguir deberíamos detenernos y plantear una cuestión esencial: ¿Qué se entiende por lenguaje? ¿Es una facultad destinada a la comunicación y por lo tanto la persona dispone a voluntad de este instrumento para entender y ser entendido o se trataría más bien de un medio que nos precede, nos habita y determina?

Claro que el lenguaje es un instrumento para conocer, para representar el mundo, para entenderlo –o para no entenderlo–, un instrumento que nos sirve para vincularnos. El lenguaje es lo que nos da la identidad, nos conforma de acuerdo a lo que nos ha precedido. Dependiendo del lenguaje que nos han inoculado somos de una manera o de otra. Pero hay otro tipo de lenguaje, un lenguaje más interior en el que de repente nosotros nos sentimos hablados. El lenguaje nos enferma y nos sirve incluso para curarnos. Desde esta perspectiva el lenguaje es un medio terapéutico porque, entre otras cosas, hablando la gente se alivia. Con Freud las palabras toman un sesgo patogénico, es decir, hay algo del lenguaje que no solo enferma al sujeto sino que da forma a los síntomas. Los síntomas tienen la forma del lenguaje.

Las personas neuróticas o “normales” creemos que somos nosotros los que usamos el lenguaje, los que pensamos. La conformación mental o psíquica de un sujeto ha obedecido a determinados mecanismos de defensa en los cuales se han ido poniendo como capas y éste ha dejado que el periodo más primitivo de lalangue, del caos sonoro, de la subjetividad, se vaya armando con determinado tipo de ley, con determinadas representaciones del yo donde el sujeto acaba por pensar que lo que piensa lo piensa él. El lenguaje no es tanto un fin sino un medio en el que estamos y con eso tenemos que ir haciendo. En el caso de la locura, cuando un sujeto enloquece se desarma y lo que vemos son, sobre todo al inicio, trastornos del lenguaje. Si se desarma el lenguaje, en realidad se desarma todo. Se desarma la relación con el espacio, con el tiempo, con los otros y con el propio cuerpo. Toda nuestra profesión es una profesión de palabras y cuando se desarma este tapiz del mundo los sujetos, a falta de una red protectora, se estrellan irremediablemente.

En tu conferencia ‘La locura para principiantes’ nos introduces en algunos testimonios de locos muy célebres: el premio Nobel John Forbes Nash, los filósofos Fredrich Nietzsche y Jean-Jacques Rosseau. ¿Qué nos pueden enseñar estos ‘maestros de la locura’?

Como ocurre con todas las cosas, hay locos más brillantes y locos menos brillantes, locos que son buenas personas y locos que son malos hasta decir basta. En la antigüedad se discutió mucho acerca de si los locos son más creativos. Hay psicóticos que son más capaces de dar un testimonio especial por sus experiencias, como sería el caso de Rosseau, Nietzsche o Nash. Los locos normalmente no dicen bobadas y no andan mintiendo. Ojalá los esquizofrénicos pudieran mentir. Cuando hablas con ellos, a veces, te dicen cosas que son verdades como puños. Por eso la locura tiene un atractivo terrible. Muchos locos dicen que se está mejor enloquecido que siendo un vulgar mediocre más. Este tipo de cosas, si les dejas hablar, te las dicen casi todos. A partir de la escucha empiezas a tener una perspectiva de la locura totalmente distinta.

Queramos o no, en las universidades y en los hospitales nos han enseñado que la locura es una enfermedad más, una enfermedad que se llama esquizofrenia o psicosis maníaco-depresiva. La enfermedad está asociada a la desgracia, a la pérdida de facultades. Pero cuando a los locos se les deja hablar, te dicen una cosa completamente distinta. Te dicen que es verdad, que la locura es un fracaso, pero que hay algo que tiene un tirón muy fuerte, un tirón tan terrible que no lo quieren soltar. Algunos esconden debajo de la alfombra ciertas cuestiones delirantes para que les dejemos en paz, pero la locura es de una densidad terrible. Las personas a menudo nos agarramos a lo que hemos medio conquistado y no lo queremos soltar ni para atrás. Este tipo de cuestiones las podemos entender gracias a que en un momento determinado Freud dijo cosas sobre la locura que no las había dicho nunca nadie. Freud dice que el delirio, al que algunos equivocadamente consideran la enfermedad, es un intento de solución, de reequilibrio. De pronto la perspectiva sobre la psicosis, sobre la locura, es completamente otra. Tanto es así que incluso gracias a esta frase se distinguen dos campos que son totalmente irreconciliables: por un lado, los que están de acuerdo en que el síntoma tiene una función, es decir, que el delirio no es la enfermedad sino el intento de reequilibrio; y por otro, los que no lo creen en absoluto y por lo tanto tratan al delirio como una manifestación enfermiza a la que, como primera opción, hay que silenciar. Pero ¿por qué hay más intentos de suicidio y aumentan las depresiones cuando los locos dejan de delirar? ¿Por qué se deprimen los locos cuando pierden el delirio? Pues porque se les ha privado de la herramienta que tenían para sobrevivir. Es cierto que están locos, pero siguen en el mundo. Y ahí se ve muy claro. Se habla mucho de las depresiones postpsicóticas. ¡No son depresiones postpsicóticas! El sujeto al que se le priva de su herramienta delirante se queda de pronto indefenso, desprotegido, tan aterrorizado como decía Pascal ante la contemplación de un infinito innombrable.

En el libro citas también el caso del dramaturgo Ernst Wagner, paranoico que asesinó a su propia familia, como él mismo lo declaró ante el juez. Un testimonio que contrasta con el caso del filósofo Louis Althusser quien, de algún modo, tras haber sido declarado inimputable por locura del asesinato de su esposa Hélène escribe un libro de memorias donde parece reclamar su responsabilidad en tales actos. ¿Dónde queda la responsabilidad de los sujetos psicóticos?

Nosotros –Fernando Colina y yo mismo– hemos sido entusiastas defensores de la responsabilidad. La hemos defendido desde el punto de vista teórico y desde el punto de vista clínico. Eso trae a veces algunos problemas. Que recuerde, sólo he tenido en una ocasión un conflicto por algo que haya dicho y fue que unas asociaciones de enfermos mentales se encararon conmigo y me amenazaron con ponerme una demanda. Ellos no soportan, y tienen muchas razones para no soportarlo, que la gente diga que los enfermos son locos y que los locos son responsables. Se lo toman muy mal porque el concepto de enfermedad mental justifica que eso no tiene que ver con la familia ni tampoco con la persona. Según ellos se trataría más bien de una tara genética, de un exceso o defecto de dopamina, de una alteración de la amígdala. Es decir que la locura no tiene nada que ver con la persona ni mucho menos con la familia. Es cierto que eso descarga mucho a los implicados. Es verdad que estas asociaciones se adhieren con fuerza a este tipo de discurso. Bien, hay que respetarlo. Pero en realidad la perspectiva psicoanalítica –incluso de otros clínicos que sin ser psicoanalistas están muy cerca– invita a que tomemos partido por ese grano de razón, de responsabilidad y de decisión irrenunciable en cualquier sujeto. Es una cuestión ideológica. Obviamente es un asunto que no se puede demostrar mediante un escáner cerebral, por ejemplo, pero yo prefiero pensar eso a creer en un determinismo completo de la materia o del organismo. ¿Qué favorece el hecho de pensar así? Que puedo trabajar con los sujetos locos, pedirles algunas cuentas y comprometerlos con encontrar una solución a su drama, con encontrar su buen camino. El caso Wagner enseña algo importante que a veces se confunde: una cosa es la patología y otra cosa bien distinta es la ética, es decir, la psicopatología no es lo mismo que la catadura moral. Se puede ser loco y buena persona, y se puede ser loco y a la vez ser un canalla integral. Hay personas que en un momento dado están completamente enloquecidas y rápidamente te llaman para pedirte un ingreso. Esto nos muestra de algún modo que existe un punto donde hay siempre una decisión. Es verdad que en algunos momentos de locura el sujeto pierde bastante los referentes, por ejemplo cuando hay alucinaciones imperativas o cuando la trama persecutoria se cierra sobre sí misma. En esos y otros casos la responsabilidad del sujeto se achica considerablemente. Pero dicho esto, a mi manera de ver, en la mayor parte de los estados de la locura considero que el sujeto es responsable y que por ello posee la grandeza que le otorga esa responsabilidad, esto es, la posibilidad de rectificar y sanarse. Entonces creo que hay que saber distinguir entre la patología mental –la esquizofrenia, la paranoia– y la maldad. Son cosas que no tienen nada que ver. Desde el siglo XX, sobre todo con Lombroso y los degeneracionistas, la clínica psiquiátrica ha intentado explicar todo lo que es raro como enfermedad: la homosexualidad, la locura, la maldad, etc. Se ha pretendido explicar que ser malo es una enfermedad cerebral que deriva de la amígdala. De ser así, seamos consecuentes y cuando algún malvado se lleve por delante a media docena de paseantes, le hacemos un informe para que solicite una pensión porque está enfermo de maldad.

José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

Parece que socialmente, y lo vemos a menudo a través de los medios de comunicación, ante actos tales como asesinatos múltiples por ejemplo -me viene a la memoria el caso del noruego que disfrazado de policía mató a 68 personas- entre las primeras sospechas de las causas de asesinato está la locura. ¿Con ella parece que se justifiquen a menudo los actos más atroces?

Exacto. Esa es la tendencia de los medios de comunicación, que se hacen eco y potencian el discurso dominante. En cambio no solemos leer en la prensa que fulanito de tal se llevó la pasta de una gran empresa, les dejó a todos pelados y ahora está viviendo en Honolulu a cuerpo de rey; y que, claro, no es de extrañar, porque el tal fulanito está en tratamiento psiquiátrico y es esquizofrénico. Lo patológico, la enfermedad, como reconocía Jaspers, tiene siempre una connotación “nociva, indeseable, inferior”. Sin embargo, en terreno anímico las cosas son más complejas, entre otras cosas porque muchos llamados enfermos se consideran a sí mismos sanos, incluso felices. Este hecho ha llamado mucho la atención. Kurt Schneider reflexiona sobre esto al inicio de su monografía Las personalidades psicopáticas.

Tampoco solemos leer en los periódicos que al doctor tal le han dado el premio Nobel porque, claro, era paranoico-esquizofrénico y eso es jugar con ventaja a la hora de dedicarse a las matemáticas. ¿Verdad que no leemos cosas de esas? Pues aunque no las leamos, también son ciertas. En cambio, cuando alguien hace alguna cosa rara sí, entonces es esquizofrénico o está en tratamiento psicológico o psiquiátrico. ¡Pero si en tratamiento psiquiátrico está todo el mundo! No olvidemos que para la familia es muy tranquilizador pensar que la enfermedad de sus hijos o que la locura no tiene que ver con ellos, es decir, que no tiene que ver con los padres porque es una cuestión orgánica o genética. Esa misma lógica se traslada también a la sociedad. Es muy tranquilizador pensar que cualquier disturbio o anormalidad tiene una explicación científica. Y de este modo, a los anormales, como señala Foucualt, se les pone en serie: homosexuales, locos, malos, etc. En el fondo, mientras se lo endosamos al otro, mientras ponemos la locura, la maldad, la homosexualidad o la violencia en los otros, nosotros nos quedamos tan oreados: “yo no, es el otro”. No hace falta ser freudiano para pensar que cuanto más se segrega, más se reconoce uno en eso que rechaza. Cuanto más desprecia uno a los locos, más se reconoce a sí mismo como loco. Todo esto obedece a determinado tipo de patrones de pensamiento conformados por mecanismos defensivos que inducen tranquilidad social, aunque al precio de un engaño o ceguera acaban creando un malestar mayor.

Como decía, hoy día se pretende diagnosticar todo y a la maldad se le supone una enfermedad subyacente. También podemos leer algo de eso entre algunos psicoanalistas, donde se observa asimismo una tendencia a la patologización, sea mediante la psicosis latente o la psicosis normalizada. Bueno, puede que sea así o puede que no. Creo que son campos que no hay que confundir. La gente puede ser mala, puede elegir mal, puede dejarse llevar por algo pulsional sin poner el mínimo freno ni cuestionárselo siquiera. En el caso de Wagner, por ejemplo, es importante destacar que cuando asesina es precisamente porque no ató bien el delirio; no es porque estuviera loco y delirara, sino porque, precisamente, no lo hacía, porque no conseguía elaborar un delirio apaciguador. Cuando ya estaba ingresado en el manicomio de Winnental y se puso a delirar, se volvió un ser mucho más pacífico. De manera que relacionar sin más el crimen con el delirio es tendencioso. El caso Wagner, según lo entiendo, muestra precisamente lo contrario: mató porque le faltaba el soporte del delirio. Tanto es así que mientras redactaba sus obras dramáticas y su autobiografía, consiguió posponer el paso al acto. Pero cuando concluyó la autobiografía, mató a sus hijos y a su mujer, y a unos cuantos antiguos vecinos. De matar a sus hijos jamás se arrepintió. Los paranoicos a menudo justifican un crimen como un acto necesario. La propia estructura de la paranoia puede conllevar esto. Wagner en realidad tuvo que llevarse por delante a sus propios hijos para borrar la maldición de la degeneración que él consideraba que llevaba dentro: se consideraba un degenerado, un bestialista (y seguramente lo era). Y para que sus hijos no fueran unos degenerados, los degolló; y también a su mujer, pero por pena, según dijo más tarde.

José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

En algún momento comentas que más que existir una frontera entre la cordura y la locura, como si se tratase de una línea recta, se trata más bien de un litoral, algo que viene y va. ¿Dónde queda, si es que realmente existe, la frontera entre la cordura y la locura?

La metáfora del litoral es una expresión que usó Jacques-Alain Miller y me parece muy acertada para el asunto del que tratamos. Te daré mi opinión a día de hoy. Al inicio de nuestra formación ayudan mucho las referencias a categorías o estructuras o enfermedades, es decir, oposiciones. Hoy día nuestro pensamiento es así de rígido. Posiblemente lo fue menos en el mundo antiguo. Quizá para un griego de la época de Platón era más fácil pensar a la vez cosas que hoy suponemos contrapuestas, por ejemplo lo uno y lo múltiple, y cosas así. Pero nosotros necesitamos las categorías, necesitamos las oposiciones: esto es negro, esto es blanco, esto es loco, esto es sano. De manera que nosotros nos formamos inicialmente siempre con categorías, enfermedades, trastornos, estructuras, etc. Nos da seguridad agarrarnos a ese tipo de taxonomías o de clasificaciones para hacer frente un poco mejor al trabajo diario. A medida que van pasando los años, por lo general necesitamos menos las clasificaciones. Todas ellas son invenciones, algunas con escaso fundamento. Todas las clasificaciones son artificiales. Todas. Las nuestras y las de los otros. Aunque las necesitemos para apuntalar cierto tipo de saber, no quiere decir que existan como hechos de la naturaleza. Cuando pensamos la locura, tenemos dos maneras de hacerlo: hay una locura o hay muchas locuras. Hay continuum o hay discontinuidad. Lacan incialmente era totalmente discontinuista. A medida que maduró en experiencia, con los años, él mismo se fue olvidando de esas cuestiones y en el Seminario 23 en concreto, con toda la propuesta de los nudos borromeos, creo que no piensa de manera tan categórica. A Freud le pasaba lo mismo. A Kraepelin, también. Y a tantos otros, cuyos inicios son continuistas y sus finales son discontinuistas, elásticos. Yo creo que a medida que ganamos en experiencia y maduramos, necesitamos menos las categorías. Inicialmente nuestra formación pasa por aprender las categorías para, en cierto modo, olvidarlas después. Tenemos dos maneras de pensar la locura. Por una parte, la locura se separa de la cordura y existe una línea que las separa; cosa que es cierta. Pero se puede pensar también de otro modo: todos tenemos algo de locos o de delirantes. Si pensamos así, pronto caemos en la cuenta de que los locos del manicomio se distinguen bastante de los locos lúcidos o normalizados que jamás visitarán a un especialista. Entonces, si creemos que hay la continuidad tarde o temprano volvemos a echar mano de la discontinuidad. Si creemos en la discontinuidad acabaremos por considerar que de alguna manera los locos y los cuerdos están unidos, que algo los vincula, que la condición humana nos une a locos y cuerdos, con lo cual recuperamos de nuevo la perspectiva continuista. Se trata, por tanto, de un movimiento pendular. Colina y yo hemos escrito algunos artículos sobre este asunto, dando a entender que necesitamos aplicar a la vez los dos modelos –continuo y discontinuo- porque, en realidad, son modelos, no son hechos de la naturaleza. A veces caemos en la ingenuidad de pensar que existen de verdad trastornos mentales que se definen por sus síntomas o sus signos, su evolución, su terminación, etc. En realidad eso son construcciones, artificios. Pero necesitamos esos artificios para nuestro trabajo diario.

Sería como un mapa. El mapa no es el territorio pero necesitas el mapa para orientarte.

Voilà. Te voy a copiar. El mapa no es el territorio (risas).

José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

La estructura psicótica no tiene porque siempre desencadenarse y mucho menos en un delirio. ¿Estarías de acuerdo con esta afirmación?

Eso creemos. La clínica ha progresado muchísimo. Clérambault o Neisser fueron clínicos muy brillantes porque estudiaron a los locos en el momento en que estaban enloqueciendo. Ellos detectaron una serie de signos. Con respecto a la paranoia, por ejemplo, veían lo que llaman “autoreferencia enfermiza”. Había una serie de signos o fenómenos elementales que daban cuenta de lo que subyacía en una estructura, de tal manera que si se producía una crisis, esos signos prodrómicos o fenómenos elementales se volvían aparatosos, estridentes, como sucede con una orquesta sinfónica cuando comienza a interpretar tras unos minutos de afinar los instrumentos. Por seguir con la metáfora, sería algo parecido al sonido tenue de los violines. De pronto, cuando comienza la sinfonía, todos los instrumentos suenan, y entre ellos, también aquellos violines que ya habíamos escuchado antes interpretando parte de esa partitura, la cual nos resulta algo conocida por lo que nos hacemos una pequeña idea de sus movimientos y evoluciones. Es necesario ser cautos con esta cuestión de los signos mínimos o fenómenos elementales, pues pueden convertirse en un peligro si nos aventuramos a diagnosticar a troche y moche. En realidad, nuestra garantía de un diagnóstico correcto sólo nos la aporta la crisis. Por eso hay que andar con mucho cuidado. Lo mismo que hay que andar con mucho cuidado también con todo este barullo que existe actualmente con las psicosis ordinarias, porque más que una solución se está convirtiendo en un problema.

¿Por qué?

Yo trabajo con pacientes que están locos de verdad, y me parece que cuanto más estrechemos el perímetro de la psicosis o locura, mejor. No conviene diagnosticar a todo el mundo y menos aún de psicosis. Eso creo. Además, los diagnósticos psiquiátricos son inseguros, tienen una incidencia demasiado gravosa sobre el futuro de la persona, hasta el punto que a veces marcan su destino. Si le endosas a tal sujeto un diagnóstico de paranoia, de melancolía o de esquizofrenia, lo arrastra de por vida y eso constituye una losa muy grande. Aunque los diagnósticos nos sirven de orientación y no podemos renunciar a ellos, es necesario manejarlos con mucho cuidado y, en mi opinión, no debemos ampliar demasiado el campo de la psicosis. Eso es una decisión nuestra. ¿Quiénes son los que diagnostican con más frecuencia psicosis ordinarias? Por lo general, quienes menos contacto tienen con psicóticos. ¿Quiénes son los que menos diagnostican psicosis ordinarias? Los que estamos en contacto diario con los locos de verdad. Prefiero pecar de prudente que de atrevido. Es mejor dejar un caso sin diagnosticar, incluso en tu fuero interno, que ponerle la etiqueta o la plantilla de psicosis ordinaria. Sé que lo que estoy diciendo no gusta a muchos de mis colegas, pero hoy por hoy lo creo así. Quizá estamos pretendiendo solucionar un problema, que deriva del propio modelo de las estructuras, creando un nuevo problema. Hay que replantearse de nuevo qué hacemos con esa zona de penumbra situada entre la psicosis y la neurosis, esa zona en la que se situaron a los medio-locos, locos razonantes, locos lúcidos, esquizofrénicos latentes, melancólicos simples, y un larguísimo etcétera. Una zona en la que hoy día muchos sitúan los trastornos límite de la personalidad, los borderline, etc.

En el año 2009 la cadena británica BBC creó un programa reality llamado How mad are you? en el que varios reputados psiquiatras son retados a “diagnosticar” a diez participantes que –algunos sí y otros no- son considerados como enfermos mentales. El resultado del experimento es totalmente esperpéntico y pone en evidencia los prejuicios tanto de la audiencia como de los propios psiquiatras que actúan como jurado del programa. ¿Los diagnósticos son cuestionables?

La cuestión de los diagnósticos da cuenta de una dificultad consustancial a nuestra disciplina, al psicoanálisis y también a la psicología clínica y la psiquiatría. El terreno en el que nos movemos pertenece a la ciencia ficción y a veces son hasta patraña. Con la publicación de On being sane in insane places, el profesor de psicología norteamericano David Rosenhan puso patas arriba las taxonomías psiquiátricas y sacudió un buen sopapo a la prepotencia psiquiátrica. En su experimento, él y otros colegas se hicieron ingresar en distintos hospitales alegando que oían voces. Si no recuerdo mal, a todos les diagnosticaron de esquizofrenia. A partir de ese momento, no volvieron a decir nada de lo que les pasaba. Les dieron medicación, que por supuesto no tomaban, y al cabo de un tiempo les dieron el alta. Fruto de este experimento Rosenhan escribió y publicó este artículo. El amor propio, la vanidad, el narcisismo de la psiquiatría quedó muy en entredicho. ¿Cómo es posible que diagnosticaran una cosa tan seria como la esquizofrenia a gente que iba fingiendo y que además eso se publicara en una revista muy prestigiosa como Nature? No es difícil hacerse pasar por loco, por lo que parece. Y tampoco es difícil que te endosen un diagnóstico de esquizofrenia manifestando tan sólo que oyes voces y repitiendo las palabras “vacío”, “hueco” y “golpe”. Pero es necesario tener en cuenta además que muchos locos quieren pasar desapercibidos, con lo que se comportan y actuan como todo el mundo, de ahí que yo prefiera llamarle locura normalizada, un término que me gusta más que el de psicosis ordinaria, que en castellano suena muy mal. Porque ese tipo de sujetos, además, suelen mostrarse demasiado normales, es decir, son la hipernormalidad por excelencia. De manera que, insisto, conviene ser muy prudentes con los diagnósticos –más aún cuando tenemos que ponerlos en los informes– puesto que unos nos parecen esquizofrénicos y no lo son, y otros que están locos se muestran hipernormales. Para examinar con buen tino todo esto hay que tener una formación clínica importante y sobre todo creer que los diagnósticos son cosas artificiales y lo que interesa, por encima de todo, es saber hablar con las personas y escuchar lo que tienen que decir.

José María Álvarez, psicoanalista. Autor de las fotografías: Albert Roig.

Volvamos a Estudios sobre la psicosis. Una de las delicias del libro es el capítulo en el que hablas de James Joyce y de Lucia, su hija. ¿A qué conclusiones llegas después de analizar, casi como si de un cirujano literario se tratara, la relación entre ambos?

Joyce principalmente es un artista, es un escritor de primer orden. Todo lo que se diga desde el punto de vista psicológico y psicopatológico de Joyce es muy secundario e irrelevante comparado con el hecho de que Joyce fue el autor de una obra como Ulises. Si estaba loco o no es algo secundario con respecto a la talla de su creación. Ahora bien, dicho esto es necesario tener en cuenta que la locura y la creación están articuladas en la obra y la persona de Joyce. ¿Por qué interesó inicialmente Joyce a la comunidad “psi”? Pues porque Joyce tenía una hija, Lucia, que estaba loca de remate. Joyce se gastó la gran parte del dinero que ganaba consultando con muchos médicos acerca de Lucia. Uno de ellos fue Jung, un discípulo de Freud y también de Bleuler, creador del término esquizofrenia. Jung, por su propia experiencia y formación, sabía bastante de la locura y su conocimiento de la clínica psiquiátrica era extraordinario. Se malogró –es una pena- cuando se metió a profeta, pero como psiquiatra era brillante. Jung conoció a Lucia y a Joyce, y captó claramente que la locura de Lucia estaba relacionada con la de su padre. Fue Jung quien propuso aquella metáfora tan hermosa, relacionada con la novela Finnegans Wake, que dice: “donde Lucia se hunde al fondo, Joyce aún flota”. Jung y Lacan coinciden en muchas cuestiones con respecto a Joyce, por ejemplo que algo de “psicosis latente” de Joyce se traslada a su hija, y que gracias al genio creativo Joyce se salva de la esquizofrenia pero no su hija. Estas cuestiones fueron desarrolladas por Lacan de forma elegante y con un tacto exquisito en elSeminario 23, donde propone que algo del síntoma de Joyce se prolonga en Lucia. ¿Cuál era el síntoma de Joyce según Lacan? Las palabras impuestas. Joyce tenía una relación con el lenguaje muy especial. El lenguaje estaba demasiado vivo para él, era demasiado real; lo simbólico era en él demasiado real. Demasiado vivo quiere decir que era amenazante y que, por tanto, tenía que hacer un gran esfuerzo para volver inocuo el lenguaje. Este esfuerzo que hace es, precisamente, lo que le permitió escribir. A Joyce lo que le gustaban eran los sonidos, no el sentido de las palabras. Probablemente Joyce estaba mucho más loco de lo que pensamos y tuvo más crisis o más desequilibrios. Eso pienso después de leer buena parte de la literatura que se ha publicado sobre él, en especial las últimas biografías de Shloss y de Maddox. Su historia vital pasa por momentos críticos, a los que seguramente el consumo habitual de alcohol le sirvió de bálsamo, lo mismo que la relación que mantuvo con su mujer o con su hermano Stanislaus y le procuraron una importante estabilidad. Al conocerlo un poco de cerca se intuye que necesita demasiadas muletas para andar por el mundo. Pero bueno, él es un artista, un creador, alguien que logró hacer algo con su síntoma, algo creativo y estabilizador. Su hija, en cambio, no. Estaba completamente loca, tanto que se la diagnosticó sobre todo de esquizofrenia, a veces de hebefrenia y otras de catatonía. Con esos diagnósticos, pocas dudas caben. Lucia estaba muy loca y Joyce un poco loco. Lo que trato de demostrar en este capítulo del libro es que esas dos locuras están muy relacionadas. El diagnóstico que Joyce le da a su hija es “clarividente”, por eso la llamó Lucia, es decir, “la que porta la luz”. Joyce, a medida que pierde la vista y se queda más ciego, atribuye más clarividencia a su hija. De manera que podríamos decir que Joyce ve a través de los ojos de su hija. Lacan sigue otra pista, la de la telepatía. Lacan dice de Lucia que era “telépata”. Para Joyce, en cambio, su hija era clarividente. Yo intento seguir esa pista y he creído despejar el delirio de observación de Lucia. Siguiendo la pista de la clarividencia me cuadran más las cosas. Ya veremos si dentro de cinco años digo lo mismo o he cambiado de opinión.

Comentas en el libro: “Ha sido a través de la psicosis como he podido entender los conceptos fundamentales del psicoanálisis”. ¿Estudios sobre la psicosis es un libro sobre psicosis o más bien sobre psicoanálisis?

Las dos cosas. No se pueden separar. A cualquiera que le interese la psicosis o la locura no puede dejar de usar como herramienta interpretativa el psicoanálisis. Porque en este terreno el psicoanálisis va muy avanzado. Tanto es así que quien quiera saber algo de esta materia, forzosamente acabará leyendo a Freud y especialmente a Lacan. Respecto al conocimiento de la psicosis, Lacan introduce un avance que antes nunca se había dado. Empieza con una tesis sobre la paranoia sobre el caso Aimée, pero la idea que él se va haciendo de la subjetividad es que el sujeto es hablado por el Otro, precisamente lo que les pasa a muchos locos. Para decirlo de una manera muy sencilla, Lacan crea una teoría de la subjetividad que está iluminada desde la perspectiva de la locura. No está hecha desde la neurosis, como hace Freud, sino desde la locura, desde la psicosis. Todo lo que pudo escribir, las intuiciones que tuvo, los comentarios que hace sobre las alucinaciones, es muy superior a todo cuanto se había dicho sobre el tema. Lacan en ese sentido estaba educado en las mejores escuelas psiquiátricas, conocía al detalle la gran clínica clásica. Nosotros hemos tenido la desgracia, en nuestra formación, de que esa gran clínica se había perdido, de manera que hemos tenido que recuperarla, volver a estudiarla, familiarizarnos con lo que gente que ahora tendría 150 años estudiaba en su formación clínica. Todo eso se perdió y tenemos que recuperarlo con nuestros trabajos y con las publicaciones que hacemos, para que la gente lea de primera mano a esos autores que convivían con los locos. Lacan eso lo conocía al dedillo. A partir de aquí es incontestable que psicoanálisis y psicosis van de la mano. Lo mismo ocurre en mi libro, donde psicoanálisis y psicosis no se pueden separar.

Publicado por Marta Berenguer en http://www.lacasadelaparaula.com/.
 Autor de las fotografías: Albert Roig.