jueves, 9 de abril de 2015

Las repercusiones negativas de elogiar a los niños por sus habilidades personales

Un estudio publicado por la Asociación Americana de Psicología (APA), encontró que las alabanzas y elogios constantes a niños con baja autoestima pueden provocar mayores sensaciones de vergüenza cuando fracasan y esto puede dar lugar a una disminución del sentido de autoestima.

Eddie Brummelman, co-director de la investigación, explica que este tipo de alabanza personal puede ser contraproducente cuando los adultos intentan ayudar a los niños con baja autoestima a que se sientan mejor consigo mismos.

El estudio se dividió en dos fases: En la primera, se le pidió a 357 padres que vivían en Holanda y tenían entre 29 y 66 años de edad, que leyeran tres descripciones hipotéticas de seis hijos – tres con alta autoestima (por ejemplo, “a Lisa usualmente le gusta como es ella”) y otras tres con baja autoestima (del tipo, “Sara es a menudo infeliz consigo misma”). Luego se les dijo que escribieran los elogios que le darían al hijo al completar una actividad, como por ejemplo, terminar un dibujo.

La alabanza personal puede ser contraproducente cuando los adultos intentan ayudar a los niños con baja autoestima

En promedio, los padres le dieron al niño con baja autoestima más del doble de alabanzas dirigidas a sus persona (¡Eres un gran artista!) en comparación con los otros niños. Los padres también eran más propensos a alabar al niño con alta autoestima según sus esfuerzos (¡Hiciste un gran trabajo dibujando!).

Brummelman añadió:

“Los adultos pueden creer que alabar a los niños por sus habilidades inherentes puede ayudar a combatir la baja autoestima, pero se pueden transmitir a los niños que son valorados como una persona solo cuando tienen éxito. Cuando los niños fracasan posteriormente pueden inferir que son indignos.”

La segunda fase de la investigación ejemplificó este punto. Para llevarla a cabo, los investigadores reclutaron a 313 niños (54% niñas) que tenían entre 8 y 13 años de edad y que asistían a 5 escuelas públicas de Holanda. Varios días antes del experimento, los niños completaron tests estandarizados que evalúan la autoestima.

Para el experimento, se les dijo a los niños que iban a jugar un videojuego online contra un estudiante de otra escuela y que un webmaster estaría monitoreando su desempeño a través de Internet. En realidad, una computadora controlaba el resultado final del partido, y los niños fueron divididos en ganadores y perdedores, incluidos los grupos que recibieron elogios por sí mismos y alabanzas por sus esfuerzos y los que no recibieron.

En el grupo en el que los niños fueron elogiados por sus cualidades personales, el webmaster escribió: “¡Wow eres genial!”, después de la primera ronda del juego, y les dijo “¡Wow has hecho un gran trabajo!” a los niños cuyas acciones fueron alabadas. El grupo que no recibió alabanzas funcionó como grupo control. Después de una segunda ronda, se les informó a los niños si habían ganado o perdido y se les pidió que completaran una encuesta acerca de sus sentimientos de vergüenza. Los niños que perdieron el juego y que fueron alabados por sus habilidades personales experimentaron un fuerte aumento de vergüenza, especialmente los niños con baja autoestima.

Las diferencias entre elogiar a una persona y alabar sus esfuerzos puede ser muy sutil, pero esas diferencias pueden tener un gran impacto en la autoestima

Los investigadores teorizaron que los niños que fueron alabados por sus esfuerzos, tal vez no asociaron su autoestima con el éxito, por lo que el fracaso es visto como un revés temporal o una falta de esfuerzo, en lugar de un defecto de su carácter. Brummelman dijo que los resultados del estudio podrían aplicarse a la mayoría de los países de occidente, pero pueden ser menos aplicables en países orientales como China, donde los adultos utilizan diferentes estrategias para alabar a los niños.

El co-autor de la investigación Brad Bushman agregó:“Las diferencias entre alabar a una persona y alabar sus esfuerzos puede ser muy sutil, pero esas diferencias pueden tener un gran impacto en la autoestima de los niños. Por lo tanto, los padres y los maestros deben enfocarse en alabar a los niños por sus esfuerzos en lugar de sus cualidades personales. En general, es mejor alabar el comportamiento y no al individuo, dijo Bushman. Si alabas a la persona y esta falla, puede causar vergüenza y puede enviar inadvertidamente el mensaje. “Soy una mala persona.

Patriarcado, publicidad y sentido de la vida: la dominación de la mujer en la sociedad consumista-capitalista

Si hay un espacio ideológico donde la sociedad consumista-capitalista se expresa, a nivel simbólico, como lo que verdaderamente es, ese es, sin duda, la publicidad. La publicidad es capaz de hacer que los sujetos proyecten sus ilusiones hacia todo un mundo de fantasía y simbolismo donde, paradójicamente, lo que los publicistas han volcado previamente han sido, precisamente, esas mismas ilusiones detectadas de manera previa en los deseos de los sujetos a los que luego tratarán de dirigir sus mensajes, de acuerdo a la idealización que esos mismos sujetos hagan de sí mismos y su papel dentro del global de la sociedad, creando con ello un mundo donde las diferencias sociales se disuelven, los sufrimientos no existen, y todo, absolutamente todo, se convierte en posible: el maravilloso mundo con el que todo ser humano ha podido fantasear alguna vez como mundo ideal.

El mundo de la publicidad es, pues, un mundo de apariencias, un mundo de sueños y fantasías donde los elementos icónicos y simbólicos juegan un papel central, un mundo dónde se esconden las relaciones sociales y el valor simbólico de los elementos culturales propios de la sociedad consumista, un mundo puramente mitológico, una real no-realidad que a menudo suplanta a la realidad misma, aunque, pese a ello –o precisamente por ello-, es también un espacio socio/cultural donde la sociedad se representa a sí misma en sus aspectos más profundos y fundamentales, al estilo, podríamos añadir, de lo que el antropólogo Clifford Geertz propuso para el análisis de las culturas humanas cuando afirmó que las ideologías, las cosmovisiones, se constituyen a partir de los sistemas culturales y es allí, en los símbolos que le son propios a tales sistemas, allí donde los significados últimos de los hechos socialmente instituidos pocas veces son lo que aparentan ser a primera vista, el único lugar posible en el cual habría que buscar el verdadero significado de tales hechos sociales, vinculados de pleno con aspectos que la sociedad ha ocultado en ellos para, a su vez, poder mostrarlos simbólicamente y representarse así a sí misma en su verdadera intencionalidad y en su normal funcionamiento socio/histórico y socio/cultural.

Los anuncios publicitarios, pues, no sólo venden productos, también venden valores, imagen y conceptos sobre el amor, la sexualidad, el éxito y quizás lo que es más importante, venden una imagen denormalidad. En gran medida nos dictan no solo lo que somos, sino lo que deberíamos ser. Basta, en consecuencia, con analizar el papel que la mujer ocupa en este mundo de fantasía que es la publicidad para saber lo que la sociedad espera verdaderamente de ella, es decir, para saber cuál es el papel que dicha sociedad le tiene asignado como tal.

La doble dimensión de la “cosificación” de la mujer a través de la publicidad

La publicidad cosifica a la mujer desde un doble perspectiva: como objeto de consumo –para asociar dicha imagen a la promoción de determinados productos- y como consumidora –mediante la promoción de determinadas ideas que se vinculan al papel que la mujer debe ocupar en sociedad, acorde a la pluralidad a este respecto ya existente en la vida real: amas de casa, mujeres trabajadoras fuera del hogar, etc.-. Además, sirve para determinar el modelo de belleza que la mujer debe representar según lo que socialmente se considera como más aceptable, a una misma vez que asocia dicha imagen con lo se presupone es, debe ser, una “vida de éxito”.

Si lo primero nos indica que el propio sistema necesita de la explotación, cosificada, de la mujer para impulsar la venta de determinados productos –equiparando el valor de esa mujer/reclamo al del producto mismo y anulándola en cuanto a su valor como persona real-, así como la necesidad de ajustar la venta de determinados productos al público femenino en sus diversas manifestaciones –cuando tales productos se piensa que tienen, por las propias dinámicas sociales prestablecidas, una especial aceptación entre las mujeres: perfumes, moda, productos para la limpieza del hogar o el cuidado de los niños, etc., o directamente son exclusivos para mujeres: productos relacionados con la menstruación, etc.,- lo segundo nos pone de manifiesto la construcción de una imagen de lo femenino que está directamente relacionado con lo que la sociedad espera de la mujer: un ser que se expresa como tal principalmente a través de su imagen, que ha de encontrar su propio camino hacia la “realización” social y personal a través de dicha imagen, y para quien deben quedar obligadamente en un segundo plano otro tipo de cuestiones: nivel de formación, méritos laborales, capacidad para la creación, etc. La mujer se configura así, para esta sociedad consumista-capitalista, desde esta triple perspectiva: como objeto-mercancía, como consumidora y como subordinada al hombre –incapaz de adquirir méritos por sí misma salvo en lo relacionado con su imagen, siempre y cuando tal imagen sea del agrado de aquellos en los que en última instancia se vuelca la capacidad de emitir el juicio de valor que ha de permitir la valorización femenina: el hombre-. Todo ello se expresa mediante cuestiones relacionadas con el sentido y, por supuesto, expresan directamente las interrelaciones existentes entre capitalismo y patriarcado.

En occidente, como expresa la investigadora feminista María Fernández Estrada, “el patriarcado moderno comienza a debilitarse a partir de los años setenta, gracias al movimiento feminista, y deriva así en una nueva configuración del patriarcado. La nueva estructura patriarcal ya no consistirá sólo en la reclusión de las mujeres en el espacio doméstico –contrato sexual moderno– sino también, y sobre todo, en la reclusión de las mujeres en su propio cuerpo. El cuerpo sexualizado de las mujeres es el lugar en donde sucede la reconversión industrial de las condiciones contemporáneas del patriarcado. El cuerpo de las mujeres vuelve a sufrir la carga identitaria que se disputarán los varones de distintas representaciones políticas y culturales, es decir: antes, el cuerpo de las mujeres funcionaba para los varones como seña simbólica de la esposa y madre, ahora la feminidad normativa impone otro modelo, compatible con el anterior, el de la sexualización del cuerpo de las mujeres”.

Esta sexualización del cuerpo de las mujeres funciona a su vez en un doble sentido: como reclamo económico y como camino social instituido en búsqueda del éxito social. La sociedad consumista-capitalista mata así dos pájaros de un tiro: potencia las ventas de sus productos y servicios mediante la muestra impúdica del cuerpo de la mujer como objeto-mercancía (expresión de las demandas económicas propias del capitalismo) y cercena las potencialidades de la mujer atándolas a un espacio de dominación masculina donde la mujer simplemente deja de ser por sí misma y es tan solo, lo que deba ser, en función de su relación de subalternidad respecto del hombre (expresión de dominación patriarcal). El consumismo-capitalismo, pues, se fusiona con el patriarcado, de manera especialmente relevante, mediante lo que se conoce como “cosificación de la mujer”.

Dicha cosificación consiste, básicamente, en representar o tratar a la mujer como un mero objeto sexual y/o un mero objeto de consumo (mujer-mercancía), ignorando sus cualidades y habilidades intelectuales y personales y reduciéndola a meros instrumentos para el deleite sexual de otra persona y/o el reclamo sexual. Dicha cosificación, como evidencia buena parte de la literatura moderna y/o el propio cine desde sus orígenes en el siglo XX, no es nueva, pero, al igual que otros muchos aspectos de la vida actual, ha sido con la implantación del consumismo-capitalismo como modelo hegemónico (a nivel económico y como código de sentido absoluto) cuando se ha llevado a sus niveles más elevados y evidentes. Es en la actualidad cuando la cosificación de la mujer, en una sociedad devorada por el consumismo y donde las mujeres han pasado a convertirse en una mercancía dedicada al disfrute -generalmente, del hombre-, se ha convertido en un rasgo claramente definidor del papel de la mujer en la vida social. Esta forma de violencia simbólica, que resulta casi imperceptible, somete a todas las mujeres a través de la publicidad, las revistas, las series de televisión, las películas, los videojuegos, los videos musicales, las noticias, los realitys show, etc.

Los anuncios venden el cuerpo de la mujer como reclamo de ventas por diferentes vías, por ejemplo, centrándose en el resaltado visual de sus aspectos más sexuales (pechos, labios, muslos, culo, etc.), o exponiendo a la mujer en posturas y posiciones de su cuerpo que evoquen relaciones –y provoquen reacciones- de tipo sexual, o simplemente utilizándolo como soporte de objetos a presentar al público, evocando así la idea de una mujer objeto –tipo mesa, mostrador, escaparate, etc.- que no sirve más que como espacio donde tales productos deben ser expuestos al público de la forma más atractiva posible, sin valor alguno en sí mismo más que por derivación de tal relación de soporte. Otros anuncios, directamente, evocan situaciones de total dominio, e incluso de humillación, del hombre respecto de la mujer, como evocación de poder manifiesta. En otros se muestra una mujer a la que se presenta como alimento –evocando, por ejemplo, ser presentada en un plato o troceada como un pastel, etc.-, y así sucesivamente en toda una amplia gama de “presentaciones” del cuerpo de la mujer que simplemente evocan su existencia como objeto de consumo, como mera mercancía o reclamo. La idea-mito que se lanza así socialmente es obvia: una mujer nunca es por sí misma, siempre es en relación a lo que el hombre defina de ella a través de su imagen. Es el hombre el que da valor a la mujer con sus juicios respecto de lo que la mujer es, debe ser, socialmente. No es la mujer, sino el hombre, quien dice lo que en esta vida tiene valor, y no es la mujer, sino el hombre, quien tiene la capacidad de permitir que una mujer sea socialmente valorada. Cosificando a la mujer no solo se la anula como persona, se la convierte en algo que solo podrá tener un valor en función de lo que los hombres puedan decidir.

La mujer como consumidora y como objeto de consumo

No obstante, a menudo los hombres pueden decidir que la mujer sí tiene realmente valor en su función como consumidora. Esto es, pese a esa anulación de la mujer como ser capaz de tener valor por sí mismo, y en relación directa con la creencia predominante en el consumismo-capitalismo (que se es por lo que se tiene), así como por las propias necesidades económicas del capitalismo, el sistema capitalista-patriarcal sí permite que la mujer pueda ser socialmente valorada como consumidora, en igualdad de condiciones, aunque con sus determinadas particularidades, con el hombre. Si el hombre gasta dinero en consumir, la mujer también lo hace, y eso es algo que el sistema necesita para su normal funcionamiento. La mujer constituye, de hecho, el grupo consumidor más grande dentro de la sociedad. A la mujer, en tanto que consumidora, no se la puede despreciar y mucho menos tratarla como si no existiera como persona. Lo que la publicidad roba a la mujer mediante su cosificación (su cualidad como persona), la publicidad se lo devuelve a través de los anuncios que se dirigen específicamente a un público femenino y/o cualquier otro que pueda servir para fomentar el consumos en la mujer. Eso sí, siempre y únicamente como consumidora. El publicista sí interpela entonces a la mujer en su cualidad de persona realmente existente, pero siempre desde la perspectiva de su realización como consumidora. En realidad, claro, es otra forma de cosificar a la mujer, aunque, en este caso, una forma de cosificación que comparte con el hombre, al cual, desde esa interpelación como consumidor, se le cosifica igualmente de manera cotidiana en esta sociedad nuestra. Todo sea por aumentar el consumo, para que la rueda del consumo, que sustenta nuestra sociedad, no se detenga nunca.

El lenguaje de la publicidad y el consumo se construye por ello alrededor de diversos imperativos verbales sintetizados en una sola idea (compre), pero de la que se derivan otras múltiples ideas, simbólicas, que llenan de sentido la vida de las personas. El imperativo es una orden que no admite diálogo. Como no admitían diálogo los mandamientos propios del cristianismo, unos mandamientos que simplemente se tenían que cumplir si lo que se quería era, como hemos dicho, poder estar en paz con Dios; alcanzar el reino de los cielos. No había otro camino de sentido para la vida del creyente que el cumplimiento de los mandatos de Dios, expresados a través de los textos sagrados y de la teología cristiano-feudal. De la misma forma, ahora no existe, de partida, otro camino de sentido para el sujeto que el expresado a través de la publicidad y los medios de comunicación, que solo puede ser concretado en última instancia mediante la obediencia al mandato principal: comprar, consumir. Y eso no puede diferenciar entre hombres y mujeres, ambos son consumidores y ambos deben aprender por igual todo el código de sentido que es propio de la sociedad consumista actual.

Así existen multitud de anuncios que interpelan directamente a la mujer en cuanto a tal. Anuncios que, por un lado, buscan fomentar las actitudes consumistas de la mujer, pero que, por otro lado, sirven para determinar, simbólicamente, el papel que la mujer habrá de desempeñar en esta sociedad consumista-capitalista. Es decir, por un lado se ha de fomentar la idea del consumo como motor de la sociedad –intentando fomentar la compra de determinados productos por parte de la mujer-, pero además se ha de imponer la idea de que es el consumo, el tener, lo que sirve para dar valor a las personas en esta sociedad, así como se mostrará una determinada imagen de la mujer asociada a la compra de esos productos que la publicidad oferta. Patriarcado, capitalismo y cuestiones de sentido vuelven aquí a expresarse como un todo unificado.

En la sociedad de consumo no sólo sentimos cada vez mayor dependencia de nuevos bienes materiales y derrochamos los recursos, sino que el consumo se ha convertido en un elemento de significación social. Se compra para mejorar la autoestima, para ser admirado, envidiado y/o deseado, y esto se potencia especialmente en el caso de la mujer, a la cual, como hemos dicho, se la trata como si no tuviera valor por sí misma, y solo pudiera adquirirlo a través de su imagen y/o de aquello que pueda poseer, siempre en función de los criterios de valoración que dependen del hombre, por un lado, y del propio código de valores propio del sistema consumista-capitalista, por otro. En esto el hecho de haber convertido a la mujer en un objeto de reclamo, en un objeto-mercancía, también suele ser efectivo. Las mujeres a las que se les pretende fomentar las tendencias consumistas, al ver a las otras mujeres que en los anuncios salen promocionando productos de distinta índole, suelen ser motivadas, mediantes apelaciones de tipo emocional, a realizar la compra de ese producto tan solo por el simple hecho que en la televisión parece ser efectivo para una determinada función, esperando con ello el resultado de verse como la chica que salió en el anuncio.

Así, si la mitología socialmente establecida te dice que para tener valor como mujer debes cumplir con unos determinados criterios estéticos, por ejemplo, al utilizar a mujeres en los anuncios que sí cumplen con esos criterios –o aparecen como cumpliéndolos- y al asociar dicha imagen a la idea de que tales criterios se vinculan a la compra de un determinado producto, se pretende que la mujer compre tal producto con la esperanza de satisfacer esos deseos de ser socialmente valorada tal y como previamente se la enseñado que debe ser. Con frecuencia, además, se utilizan expresiones que hagan sentir a la mujer que no es capaz de satisfacer esos criterios previamente establecidos con baja autoestima. Al poner luego a una mujer que sí los satisface –al menos en apariencia- en un anuncio, se logra que las mujeres que lo ven quieran poder sentirse reflejadas en aquella imagen de “mujer de éxito” que el anuncio proyecta. En este tipo de anuncio se utilizan frecuentemente diálogos que son apelaciones directas a la imagen –y la autoestima- de la mujer que los ve, tales como: ¿quieres lucir un rostro hermoso como ella? utiliza “X” producto, ¿Te quieres ver como ella?, compra “X” producto, etc. La imagen y la capacidad de seducción juegan aquí un papel determinante.

La mujer debe tener una imagen acorde a lo que se presupone es un ideal de belleza socialmente valorado y, a su vez, ello le debe permitir gozar de una capacidad de seducción tal que haga posible que los hombres así lo valoren. Volvemos así a la idea de que la mujer no es por sí misma, sino en función de los juicios de valoración emitidos por el hombre. Y aunque la propia mujer pueda creer que lo hace para su propia satisfacción –y no tiene que ser mentira necesariamente-, en realidad, según el mensaje que subyace de fondo en la ideología hegemónica imperante, lo hace, en todo caso, para su propia satisfacción en función de lo que la sociedad le demanda, y esas demandas están principalmente orientadas no a la satisfacción de la mujer, sino del hombre y sus juicios de valor capaces de valorizar socialmente a la mujer. Como se puede ver fácilmente, la cuestión del sentido juega aquí un papel central. Las mujeres deben dar sentido a sus vidas en base a lo que este tipo de ideas, fomentadas por la publicidad, le dicen para con lo que sus vidas deben ser para tener reconocimiento social según los criterios establecidos por, precisamente, tales ideas. No se trata, pues, simplemente de querer representar una determinada imagen, sino, principalmente, de creer que tal imagen es lo que debe dar sentido y orientación a la vida de la mujer.

La publicidad, en este sentido, fomenta sistemáticamente, de múltiples formas, que lo más importante y primordial para las vidas de las mujeres es su aspecto físico, a una misma vez que definen y determinan cuál debe ser ese ideal de belleza femenino al que estas mujeres deben tender si lo que quieren es ser socialmente reconocidas. Las mujeres aprenden así desde una edad muy temprana que deben invertir cantidades ingentes de tiempo, energías y, sobre todo, dinero, en alcanzar ese ideal y, por supuesto, sentirse culpables y frustradas cuando no les es posible alcanzarlo. Se trata de una finalidad vital que se expresa como una cuestión de sentido de la vida, pero que, a su vez, es consecuencia de una necesidad económica propia del sistema capitalista (que aprovecha tales ideas para vender todo tipo de productos relacionados con el aspecto físico, la belleza, y, en general, la imagen, de la mujer), así como una expresión del patriarcado, esto es, de la posición subalterna de la mujer respecto del hombre en esta sociedad, en tanto y cuanto, como decimos, si el valor de la mujer le viene dada por su aspecto físico, su belleza, etc., no vale por sí misma, sino en función de los juicios de valor que el hombre, en base a todo ello, pueda emitir sobre tales mujeres. Para colmo, el modelo de belleza que se ofrece como “ideal” a la mujer se basa en la perfección, esa perfección que es recogida en las modelos que sirven como referencia para el mismo. Un modelo, pues, que es inalcanzable por definición. El sistema juega así con la idea del consumo como elemento “redentor”.

Si quieres alcanzar ese modelo de belleza debes comprar tal o cuales productos, lucir de tal o cual manera, pero, además, al basarse tal modelo en la perfección inalcanzable, debes vivir en la permanente insatisfacción para, a su vez, estar permanentemente acudiendo al mercado a comprar ese producto que pueda ayudarte a “redimirte” de tus pecados, tratando de hacer posible tal ideal. Esto pasa, en general, con todo el ideal de vida que el consumismo-capitalismo te vende como modelo referencial de lo que se supone es “el éxito social”, pero se hace especialmente visible en el caso de esta relación entre mujeres e ideal de belleza. Si en general el ideal de vida (los sueños consumistas-capitalistas) que la publicidad vende está pensado y diseñado para ser inalcanzable como modelo idealizado que es (porque así incitará permanentemente al consumo de aquellos productos que te puedan permitir aunque solo sea acercarte por algunos momentos a dicho ideal), en el caso del ideal de belleza femenino esto es su única posible razón de ser. Ninguna mujer se podrá sentir plenamente realizada por muy cerca de ese modelo de belleza que esté, porque, quiera o no quiera aceptarlo, seguirá inserta en unas relaciones de poder de tipo patriarcal, y solo en relación a ellas es que tal ideal de belleza cobra socialmente un (falso) valor.

Luego, claro, vienen los problemas de anorexia, bulimia, y otro tipo de enfermedades directamente relacionadas con estos modelos idealizados de belleza, y todo el sufrimiento que generan en millones de mujeres en todo el mundo. Cosa que ocurre mucho menos en el caso de los hombres (pese a que a ellos también se les vende un determinado modelo de belleza socialmente idealizado y también es asociado en cierta medida al éxito social –en este caso como potenciales seductores de bellas mujeres-), precisamente porque la sociedad patriarcal ofrece al hombre otros muchos espacios de valoración social que no están directamente relacionados con su imagen física, mientras que a la mujer es prácticamente el único espacio de valoración social que se le reconoce socialmente como válido, siempre, insistimos, en función del juicio del hombre.

Patriarcado y capitalismo en la publicidad: dominación de la mujer vía sentido de la vida

Los mensajes publicitarios, en definitiva, reproducen un orden de cosas existente en la sociedad y la cultura, en donde las diferencias de género ya están establecidas y, principalmente, han asignado a la mujer el rol de ama de casa y madre que, además, tiene que agradar con su belleza y habilidades de seducción. Pero no por ello dejan a un lado otro tipo de mensajes destinados a ese otro estereotipo de mujer, la “mujer moderna” y trabajadora, que los capitalistas no quieren dejar de explotar para aumentar su cuenta de beneficios en base a la venta de todo tipo de productos que las mujeres con independencia económica puedan querer comprar. Así, junto a anuncios que presentan sin ningún pudor a la mujer como ama de casa servil, complaciente y abnegada, buena cuidadora de su hogar y mejor madre (anuncios de productos para el hogar, anuncios relacionados con el cuidado infantil, etc.), o esos otros que se dirigen principalmente a lo relacionado con el aspecto físico y la belleza, conviven otros muchos que resaltan la capacidad de consumo de la mujer por encima de cualquier otro aspecto. Anuncios en los que la mujer se ve representada como ejecutiva, profesional liberal, estudiante, etc., en los cuales ya es la propia mujer la que es capaz de tomar sus propias decisiones de consumo, y que, en su mayoría, presentan a una mujer feliz, espontánea, inteligente, respetable, socialmente aceptada, deseable e influyente y capaz de afrontar diferentes cambios en sus vidas.

No obstante en tales anuncios hay algo que no deja de ser curioso: se las presenta siempre no como personas que tienen valor por sí mismas, sino como mujeres que, a su vez, han de competir con otras mujeres en un mundo dominado por hombres. Su valor como mujer le vendrá entonces en función de su capacidad para imponerse a esas otras mujeres y tomar así un papel socialmente relevante, pero siempre, por supuesto, acorde a criterios de valoración cuyos juicios son, en última instancias, emitidos por esos hombres que tienen la capacidad de dominar socialmente los espacios donde estas mujeres se ven insertas y forzadas a competir entre sí. La publicidad, si algo tiene, es su capacidad para recoger, en favor del consumo, todo el espectro de roles e identidades sociales que puedan convivir en una determinada sociedad, y enfocar los anuncios, dependiendo del tipo de producto a vender y el público potencialmente comprador del mismo al que vaya dirigido, de acuerdo a lo que determinados mensajes puedan conseguir, mediante su impacto emocional, en tales roles e identidades sociales. Esto ocurre en nuestra sociedad con los anuncios dirigidos a mujeres o que tienen en las mujeres potenciales compradoras.

La publicidad no recoge, pues, un solo modelo de mujer en sus anuncios, dentro de ella pueden tener cabida diferentes roles femeninos según lo que ya previamente se da realmente en la sociedad, pero siguen existiendo una serie de mensajes que son comunes para todas las mujeres y que, a su vez, son muestra de esas realidades sociales, vinculadas al patriarcado, que siguen plenamente vigentes, ejerciendo una violencia sistemática y cotidiana, en esta sociedad. Realidades que se encuentran igualmente plenamente interrelacionadas con lo que se desprende del sistema consumista-capitalista que se ha establecido como hegemónico y dominante, y que, por supuesto, como expresión sintetizada de ambas realidades en la vida y la identidad de las personas, y en este caso concreto de las mujeres, se manifiestan vinculadas a cuestiones relacionadas con el sentido y el sinsentido de la vida, sirviendo para la reproducción, la conservación y el mantenimiento de lo que tales realidades son en la práctica de cara a esta sociedad.

Por Pedro Antonio Honrubia Hurtado

martes, 7 de abril de 2015

Tejer contrapoder local para asaltar los cielos (una versión anticapitalista)

Vivimos en un mundo globalizado de metrópolis gigantescas, insostenibles ecológica y socialmente, funcionales al proceso de valorización del capital y a una economía globalizada y crecientemente interrelacionada.
Vivimos, también, en un planeta atravesado por enormes flujos financieros transnacionales, donde la automatización de las operatorias bursátiles y la emergencia de crecientes mercados OTC (Over the counter) de "banca en la sombra", permite que los intereses monetarios y especulativos de la oligarquía internacional atraviesen las fronteras y actúen de forma desterritorializada y global.
Los "slums", o barrios degradados de viviendas autoconstruidas, ayunos de todo servicio colectivo, masificados y reventando de contradicciones sociales, contrastan con el fluir de los derivados, con las Bolsas globales de materias primas, con el trasiego de los CEOs a través de los aeropuertos constituidos en "no-lugares" por su ausencia de toda referencialidad colectiva, histórica, cultural o humana; con los paraísos fiscales en los que se puede invertir o actuar desde el espacio virtual de internet, sin tener siquiera que desplazarse fuera de un despacho de un rascacielos inteligente de la City.
¿Tiene sentido hablar de municipios, de poder local, de espacio cercano, en estas circunstancias? ¿Hay espacio para un nuevo municipalismo transformador en la época de las agencias de rating, de los fondos buitres que se hacen dueños, por la vía de la compra a la oligarquía local "business friendly", de la vivienda pública de los ayuntamientos? ¿De qué tipo tendría que ser ese nuevo municipalismo? ¿Cuáles han de ser los mimbres que permitan constituir contrapoderes locales efectivos, espacios de convivencia y densificación de la vida a escala humana?
Una nueva ciudad, democrática, cooperativa, articulada social y ecológicamente ¿es pensable? Y, sobre todo, ¿es factible?
Hay quienes defienden la oportunidad de oponer lo local cooperativo a la extensión inmisericorde de los flujos transnacionales de valorización del capital. Desde las perspectivas teóricas del municipalismo libertario defendidas en su momento por uno de los precursores del ecologismo social, Murray Bookchin, hasta las prácticas efectivas desplegadas a nivel municipal por los propios movimientos de oposición al despliegue neoliberal. Prácticas efectivas que, a su vez, podemos encontrar a lo largo de toda la geografía del planeta: desde los Caracoles zapatistas a las nuevas experimentaciones del confederalismo democrático kurdo en Rojava, pasando por las experiencias de poder popular local expresado en la urdimbre de iniciativas colectivas existentes en barriadas de la Periferia como la de El Alto, en La Paz, Bolivia.
Como indica Raúl Zibechi en su libro Territorios en resistencia. Cartografía política de las periferias urbanas latinoamericanas: “Lugar y espacio han sido conceptos privilegiados en las teorías y análisis sobre los movimientos sociales. En América Latina, incluso en sus ciudades, es hora de hablar de territorios. En un excelente trabajo Porto Gonçalves señala que ‘los nuevos sujetos se insinúan instituyendo nuevas territorialidades’. Llega a esa conclusión luego de seguir el itinerario de un movimiento concreto como los seringueiros, que antes de constituirse como mo­vimiento debieron modificar su entorno inmediato, concluyendo que ‘su fuerza emanaba de su espacio-doméstico-y-de-producción’. Fue ese desplazamiento del lugar heredado, o construido anteriormente, lo que les permite formarse como movimiento".
Remarca así la importancia de lo local, lo territorial, o, en una textura narrativa más cercana a nuestro mundo social todavía influido por los discursos del republicanismo federal y los movimientos libertario y verde, lo municipal, para la constitución efectiva de contrapoderes al magma global de los mercados. Continúa Zibechi: “En efecto, los movimientos latinoamericanos, como los indígenas, los sin tierra y los campesinos, y crecientemente los urbanos, son movimientos territorializados. Pero los territorios están vinculados a sujetos que los instituyen, los marcan, los señalan sobre la base de las relaciones sociales que portan. Esto quiere decir, volviendo a Lefebvre, que la producción de espacio es la producción de espacio diferencial: quien sea capaz de producir espacio encarna relaciones sociales diferenciadas que necesitan arraigar en territorios que serán necesariamente diferentes”.
Construir relaciones sociales diferenciadas, empezando desde lo más cercano y manejable para los movimientos. Construir, por tanto, densidad social, allá donde el neoliberalismo sólo ha dejado devastación, soledad y centros comerciales repletos de cachivaches antiecológicos e innecesarios. En ese camino, los movimientos han de cobrar protagonismo, constituirse en un armazón con el que articular los territorios cercanos y dotarlos de discursos, relaciones, vida. Sigue hablando Zibechi:
“Esta imagen potente destaca el carácter del movimiento como moverse, como capacidad de fluir, desplazamiento, circulación. De modo que un movimiento siempre está desplazando espacios e identidades heredadas. Cuando este movimiento-desplazamiento arraiga en un territorio, o los sujetos que emprenden ese mover-se están arraigados en un espacio físico, pasan a constituir territorios que se caracterizan por la diferencia con los territorios del capital y el Estado. Esto supone que la tierra-espacio deja de ser considerada como un medio de producción [de producción de plusvalor, anotaría el autor de este texto respecto al texto de Zibechi] para pasar a ser una creación político-cultural. El territorio es en­ton­ces el espacio donde se despliegan relaciones sociales diferentes a las capitalistas hegemónicas, aquellos lugares donde los colectivos pueden practicar modos de vida diferenciados. Este es uno de los principales aportes de los movimientos indios de nuestro continente a la lucha por la emancipación”.
Desplazar las relaciones que se producen en un territorio desde su funcionalidad para el proceso de producción de plusvalor a la conformación político cultural de otro tipo de convivencia. Parece evidente que esto ha de afianzarse en el espacio más cercano a la cotidianidad de las gentes: el barrio, el municipio, el territorio accesible.
La construcción de esas "relaciones otras" pasa por el tendido de redes diversificadas y plurales que den cuerpo a una densidad social revisitada. Desde un tejido económico local y autocentrado (es decir, estratégicamente desconectado de los flujos transnacionales de intercambio de mercancías y financiación), hasta la promoción de formas culturales propias y de participación colectiva directa en los asuntos comunes. Reconstruir la sociedad, tras la devastación neoliberal, pasa por la emergencia de un poder popular efectivo en conflicto con el medio capitalista en el que ha de crecer, pero también capaz de generar experiencias y vivencias que iluminen, en los poros de la vieja sociedad, las potencialidades de la nueva aún por nacer.
Sin embargo a esta estrategia se le pueden poner también sus "peros". Tiene sus limitaciones. Slavoj Zizek, por ejemplo, critica las posiciones cercanas a la promoción de la "democracia directa" y de lo local, desde su supuesta incapacidad manifiesta de poder hacer frente al gran edificio global capitalista. Estas posiciones, afirma, parten de la base de la existencia de una sociedad movilizada de forma permanente y él, indica, "no quiere vivir así", por lo que prefiere un gobierno fuerte e ilustrado que ponga límites a las oligarquías financieras "jugando a su nivel". Los procesos de descentralización efectiva que se producen en la conformación de los "territorios en resistencia" de Zibechi, parece desprenderse de estas tesis, debilitarían esa maquinaria global (o continental) que ha de instituirse frente al Capital.
No son del todo despreciables esas tesis, pese a que no las compartamos. Existen claramente cuestiones candentes a las que hay que responder para empezar a pensar un tránsito factible a la emergencia de territorios en resistencia en el ámbito municipal que nos es más cercano.
La primera la expresa bien Zizek: el contrapoder local es limitado, ambivalente, precario, cuando coexiste con el edificio incólume de los grandes poderes financieros y estatales que siguen alimentándose y creciendo en los espacios centrales de lo social por mucho que nosotros y nosotras ocupemos los "poros" y las periferias. Las "relaciones otras", aisladas y en campo hostil, no terminan de concretarse si se encuentran rodeadas y en plena "guerra fría permanente" con las relaciones de valorización del capital circundantes.
Lo cierto es que vivimos una etapa de desa­rrollo de una forma posmoderna de absolutismo de los mercados y de la arquitectura del poder global capitalista. Recordemos lo que fue el absolutismo europeo de los siglos XVII y XVIII: un proceso de modernización y estabilización social puesto en marcha por los grandes bloques del poder feudal, tras la tremenda sacudida ideológica y económico-social del Renacimiento, que daba inicio al proceso de transformación que llevaría al capitalismo histórico entre revueltas campesinas, guerras religiosas y aparición de nuevas herejías y discursos laicizantes.
Para poder desplegar este proceso de modernización, que comportaba la aceleración de los procesos de acumulación por desposesión y la emergencia de estructuras de poder estables a un nivel ampliado (los llamados Estados-Nación con su ejército permanente y su administración burocrática), las clases aristocráticas europeas debieron echar mano en ocasiones (no siempre ni en todo lugar) de muchos técnicos relacionados directamente con la propia burguesía emergente: los llamados ilustrados. La ambivalencia y ambigüedad de su papel se expresa bien con el nombre que algunos dan al período: "despotismo ilustrado", pues al tiempo que aceleraban y estructuraban de manera científica y técnica (dando lugar a lo que Foucault llamará después el "biopoder") el aparato administrativo de las agonizantes monarquías absolutistas y de las aristocracias europeas, ejercían de "paraguas" para el crecimiento, en los poros del Antiguo Régimen, como dijo Marx, de la nueva clase mercantil e industrial burguesa que posteriormente aprovecharía y perfeccionaría dichos aparatos para ejercer su dominio.
Este tipo de ambivalencia es la principal limitación, y al tiempo la principal potencialidad, de la "alternativa de poder global o a escala europea" defendida, entre otros más cercanos, por Zizek. Pongamos como ejemplo al propio Pepe Mújica, presidente de Uruguay, a quien nadie puede negar su honestidad fundamental, como un elemento ilustrado en el aparato de poder de su país: intentando la estabilización y modernización de la estructura socioeconómica capitalista uruguaya y latinoamericana (como él mismo reconoce), y al mismo tiempo estableciendo fondos estatales de ayuda a empresas autogestionadas y mecanismos de participación política barrial y local en todo caso ambivalentes (pues al tiempo que funcionan como "escuelas" de participación y puntos nodales del tejido local, hacen a ese mismo tejido dependiente y funcional a las necesidades de información y de transmisión de mensajes del aparato estatal, aún vinculado en lo esencial a los intereses del capital transnacional, aunque sea emergente).
Poner el acento sobre la funcionalidad mutua de ambos procesos, sin embargo, en el marco de una dinámica de superación del capitalismo histórico (la articulación territorializada de contrapoderes efectivos y es­pacios hurtados a la lógica mercantil y la ocupación más o menos momentánea de instituciones esencialmente funcionales a esa misma lógica por parte de elementos "amistosos" para los movimientos), pese a que parece caracterizar un momento histórico concreto que habremos de recorrer, no basta para delinear una estrategia factible para el proletariado global. Ésta sólo podrá definirse, si queremos abrir el melón, no sólo del régimen de 1978 sino del sistema en su conjunto, poniendo sobre el tapete tres elementos esenciales para acompañar ese momento de coexistencia de ilustración despótica y experimentación popular: la necesaria independencia y autonomía de los proyectos populares y de clase respecto del poder (aunque sea ilustrado); la densidad pedagógica y participativa de los procesos, generando dinámicas de educación popular que eleven la conciencia de clase y las capacidades de los trabajadores y las clases subalternas; y la persistencia en el "lenguajear" la necesidad del cambio global y sistémico, que lleve a una plena cotidianidad liberada del capitalismo.
El 11 de junio de 1773, Denise Diderot emprende viaje a San Petersburgo. Allí le espera la emperatriz Catalina, paradigma de las monarquías progresistas e ilustradas. Tras una temporada en la corte rusa, el conocido filósofo radical y autor de la Enciclopedia, que se había pasado gran par­te de su vida reflexionando sobre la ne­cesidad de individuos poderosos y progresistas para la expansión de la luz de la razón, se sentía tan mal que tuvieron que llevarlo en un coche especialmente diseñado para que tuviera que viajar tumbado. En el viaje de vuelta evitó expresamente Potsdam, residencia de Federico el Grande, rey ilustrado y amigo de Voltaire, que le había enviado una amable invitación. El Diderot más republicano, más libertario, más crítico con Occidente, estalla precisamente entonces. No fue el único. Este fue el tránsito de la ilustración a la Revolución, de Voltaire y La Mettrie a Robespierre, Marat, Hebert y, finalmente, Babeuf.
Mientras tanto, en los "poros" del Antiguo Régimen, en las callejas, en los lugares de producción, en los mercados, en las costumbres y en los romances y las octavillas clandestinas, otro tipo de economía, de convivencia, de sociabilidad, había alcanzado su auténtica hegemonía que sólo tendría que hacerse expresa el 20 de junio de 1789 en el "juego de la pelota" de Versalles.
Construir contrapoderes territorializados, tejer densidad colectiva, iluminar y experimentar los aspectos prácticos y efectivos de la nueva convivencia, desde lo local, desde lo cercano, abre espacios para la emergencia de la nueva sociedad de productores libres y cooperativos que se apunta como única solución factible a la creciente devastación capitalista.

Soledad



La soledad es tal vez el ejercicio más natural a nuestro alcance. Es ahí cuando logramos cultivar algunos de los estados más nutritivos para la mente y el espíritu, cuando experimentamos las más sustanciosas tormentas y la más reconfortante quietud.

Practicada sanamente la soledad es un vehículo exquisito. Nuestro diálogo interno adquiere tintes particulares y nos vemos obligados a confrontarnos con nosotros mismos, nos auto-revelamos sin intermediarios. Sin embargo, en muchos contextos se menosprecia, se sospecha de ella o inclusive se le teme; se evita a toda costa y se asocia con la derrota social o el aburrimiento. Y esta aversión cultural por la soledad termina por privar a millones de personas de aprovechar, y disfrutar, las bondades que solo ella provee.

¿Qué le gustaría decirle a los jóvenes? Pregunta el entrevistador a un Tarkovsky plácidamente posado sobre un árbol. A lo que el cineasta ruso, cuya obra por cierto destacó por comulgar con elementos como la pausa, el silencio y la soledad, responde que su principal consejo sería el aprender a cultivar la soledad:

No sé, creo que solo me gustaría decirles que aprendan a estar solos y procuren pasar el mayor tiempo posible consigo mismos. Me parece que una de las fallas entre los jóvenes es que intentan reunirse alrededor de eventos que son ruidosos, casi agresivos. En mi opinión, este deseo de reunirse para no sentirse solos es un síntoma desafortunado. Cada persona necesita aprender desde la infancia cómo pasar tiempo con uno mismo. Eso no significa que uno deba ser solitario, sino que no debiera aburrirse consigo mismo porque la gente que se aburre en su propia compañía me parece que está en peligro en lo que a autoestima se refiere.

Códigos familiares que nos impiden ser lo que somos

Son una especie de “códigos” que están situados en lo más profundo de nuestras mentes en forma de creencias y de todo tipo de inhibiciones que nos paralizan.
Cuenta Marianne Costa que en un momento de su vida escribió en un papel de pergamino: “soy una fracasada”. Después lo firmó con una gota de su sangre y lo enterró. En ese lugar plantó una bella flor y empezó a diseñar su realidad liberada de esa maldición. (Es un acto psicomágico, donde nos liberamos de esos códigos que recibimos de nuestra familia)
Un contrato es un acuerdo entre dos partes que se comprometen a dar algo y a recibir algo a cambio. Pero no todos los contratos están sobre papel, ni siquiera son verbalizados, ni tampoco todos están en el plano de la consciencia. Más aún, como en el caso del nombre, hay contratos que aceptamos en desigualdad de condiciones porque se “sellan” en la más tierna infancia: el niño intuye que el incumplimiento implica no ser querido, lo que significa la muerte. Nuestro cerebro más primitivo nos dicta la orden de obedecer cuando la amenaza es ser expulsado del clan.

Estos contratos pueden afectar a nuestros cuatro egos:
Ejemplos de contratos intelectuales:
Muchas de las creencias que tenemos son contratos que mantenemos con nuestro árbol genealógico, ideas que se nos han transmitido desde nuestros bisabuelos y que no podemos cuestionar. (Debemos deshacernos de cualquier creencia que no sea bella y útil)
a) “Serás abogado, como los hombres de provecho de esta familia”
(En árboles donde el artista es considerado como un muerto de hambre, que en realidad no sabe hacer nada)
b) “En esta casa se habla cristiano”
(No me salgas con querer estudiar lenguas…sólo hay que hablar una lengua: la materna)
c) “Eres torpe como tu madre”
(Una profecía que actúa como una maldición que acaba cumpliéndose)
d) “En la vida debemos dejar las cosas igual que nos las hemos encontrado”
(Señal de que el árbol se ha estancado…)
e) “Un hijo nunca debe superar a un padre”
(Una locura absoluta que se conecta con la neurosis de fracaso)
Los contratos intelectuales son como las “ideas irracionales” que describe Albert Ellis, raíces de nuestras emociones perturbadas y comportamientos desajustados. La psicogenealogía conecta con su famosa y en muchos casos efectiva RET (Terapia Racional Emotiva), en el sentido que la familia configura un esquema de creencias tóxicas que nosotros adoptamos por lealtad a ella y que se mueven en cuatro ejes fundamentales:
*Si no tienes lo que necesitas, te mueres. (“Si mi novio me deja, me muero”)
La herencia tóxica es confundir la necesidad con el deseo. Si no tienes alimento, te mueres, pero si deseas a tu novio y no lo tienes, sigues viviendo…
*Esto es horrible (“Es horrible que tenga que cancelar mis vacaciones”)
Se juzga en exceso. No hay nada categóricamente malo o bueno. Hay hechos que nos causan más o menos dolor. Si ordenamos los hechos dolorosos de 0 a 10 y en el 10 ponemos la muerte de un ser querido, ¿cómo valoraremos cancelar una vacaciones?
*No lo soporto (“No soporto la soledad”)
Hay situaciones que matan, son insoportables. Creer que algo es el límite entre la vida y la muerte nos hace sentirnos agonizantes cada vez que eso sucede. Eso lleva a preferir un desastre de relación amorosa, la soledad está prohibida por el árbol, porque es acercarse a la muerte.
*Si sucede algo malo es que hay un culpable y tiene que ser condenado. La familia nos enseña a juzgar y buscar culpables en los que descargar la responsabilidad de lo que pase, o a culparnos a nosotros mismos. Los acontecimientos no son una confluencia de factores, nada tiene una única causa. Si nos sentimos culpables de algo, la mejor medicina es una fórmula con tres elementos: la aceptación, la reparación y el aprendizaje de lo sucedido para evitar en lo posible repetir el mismo error en el futuro.
Ejemplos de contratos emocionales:
Suelen venir en formato de inhibiciones emocionales. Muy asociados a los niveles de consciencia infantiles…
a) “No crezcas”
(Si se hace mayor un día abandonará a sus padres. Esta orden lo mantendrá con una edad emocional de 10 años para el resto de su vida)
b) “Aquí somos del Madrid”
(Desde el primer mes de vida el niño es socio del club. Cuando crece no tiene alternativa, si no le gusta el fútbol o no es madridista, será considerado un traidor o un enfermo)
c) “No seas tonto y no te hagas novia”
(Quédate con la madre…ella no te defraudará)
e) La pareja es para toda la vida
(Nadie se ha divorciado jamás, en nuestra familia todos somos muy católicos)
Los contratos emocionales nos atan con fuerza al pasado y fomentan las relaciones basadas en la dependencia emocional. Disolver estos contratos es abrir al fin la puerta a la libertad de amar con un nivel de consciencia superior.
Ejemplos de contratos libidinales:
Aquí están todas las inhibiciones creativas y sexuales
a) “El teatro-la pintura-la música, son una pérdida de tiempo”
(Es como decir que no debes dedicarte a cosas que no son de provecho…)
b) “Esta relación no te conviene”
(Podríamos preguntarnos: ¿a quién no le conviene en realidad?)
c) “Te casarás a los 25 años y a los 26 llegará la única hija”
Este podría ser un contrato inconsciente que se repite de generación en generación. Un proyecto que el árbol tiene para nosotros
d)”La mujer que expresa deseo sexual es una fulana”
(Si el sexo de la mujer es sólo un instrumento de procreación, se le prohíbe gozar con su energía libidinal y a la postre de la creación y de la vida).
La prohibición de la homosexualidad y de prácticas sexuales no existentes en el repertorio del árbol, también son contratos que al incumplirlos nos bloquean la libido o nos sentimos culpables y merecedores de castigos si “nos salimos del tiesto”.
Ejemplos de contratos materiales-corporales-económicos:
Las inhibiciones económicas. Es necesario que encontremos los elementos que permitan separarnos de la violencia, del miedo y de la culpabilidad…
a) “Eres idéntico a tu abuelo”
(Y con ello uno de los linajes toma posesión del hijo)
b) “No toques los botones que los romperás”
(Cuando no te dejan tocar nada es porque no tienes espacio)
c) “El dinero es el pecado”
(Si nos hacen creer que el dinero es sucio, nos generará mucha culpabilidad ganarlo)
d) “El que arriesga pierde”, “Más vale pájaro en mano que ciento volando”, “Más vale malo conocido que bueno por conocer”…
(Salir del territorio es una deslealtad imperdonable y tenemos un miedo ancestral a no volver a ser admitidos en el clan).
Todo esto insta a acomodarse con una pareja que ya no aporta nada, un trabajo insatisfactorio, una casa que no es un hogar y también a una ciudad, un banco, un grupo de amigos etc. Instalados en un territorio para siempre, porque nos han enseñado que arriesgarse es perderlo todo, en lugar de impulsarnos a seguir nuestros deseos como sabio camino de transformación.
Los contratos se cumplen por lealtad, pero también por temor a las consecuencias. Digamos que hay un miedo a ser castigados, a que se cumplan esas predicciones (maldiciones): “Si te divorcias, te mirarán mal”, “si te haces artista, vivirás en la pobreza”. Un acto psicomágico para sanar este tipo de miedo al incumplimiento a lo que los padres ordenaron, consistiría en realizar metafóricamente la predicción, escenificándola delante de ellos.
Alejandro Jodorowsky nos dice en sus 10 recetas para ser feliz, “no hay alivio mas grande que comenzar a ser lo que en realidad somos. Desde la infancia nos imponen destinos ajenos. Es conveniente recordar que no estamos en el mundo para realizar los sueños de nuestros padres, sino los propios.

http://www.laguiaholistica.com.ar/2014/12/codigos-familiares-que-nos-impide-ser.html