miércoles, 6 de enero de 2016

El enso, imprimiendo la totalidad del ser en un solo trazo

“Un círculo como un vasto espacio, al que no le falta nada, y no le sobra nada”.

El Shin jin Mei, texto escrito en el siglo VI d.c, se refiere así a la gran vía del Zen. El Zen, disciplina derivada del budismo Mahayana, fue fundado por el monje Bodhidharma, que importó a China la práctica del Dhyana (meditación) budista. Se dice que durante nueve años Bodhidharma se sentó frente a la pared de una cueva en Shaolin, en postura de meditación, hasta que alcanzó el verdadero entendimiento. Según la leyenda, su sombra se imprimió sobre la misma roca, dejando la impronta indeleble de una serena figura en postura de meditación.

Al igual que esa imagen proyectada por la insistente presencia de la sombra del maestro Bodhidharma, que condensaba la esencia de su presencia sobre la roca, el Enso representa la plasmación de la esencia del artista en un fulgurante trazo circular.

El interior del Enso (literalmente: círculo), como en el verso del Shin Jin Mei, es un espacio que simboliza además la vacuidad, la inexistencia de la mente promulgada por Bodhidarma, el vacío esencial del que se compone toda realidad. El monje zen, tras meditar disciplinadamente en zazen, sujeta con firmeza el pincel, lo empapa de tinta, y sobre la fina textura del papel de arroz exhala con prontitud el círculo perfecto que ha de representar su carácter fundamental. Pero “perfecto” en ningún modo quiere decir bello, en el sentido que habitualmente otorgamos al término, sino que ese círculo debe ser expresión de la esencia profunda del ejecutante. Como si en un gesto desprovisto de toda intención, y por lo tanto de todo pensamiento, el lenguaje quedara abolido en pos de una forma definitiva, que como el fonema místico Om con respecto al sonido, pudiera dar expresión a la forma primordial de toda impronta gráfica. El Enso expresa la interdependencia mutua de forma y vacío; como un Koan visual, su ejercicio puede ayudar a despertar del monje.

El camino del Enso, al igual que el de la caligrafía china, puede ser rastreado en el arte occidental. Las nerviosas líneas de Jackson Pollock, producto de una acción casi hipnótica sobre el lienzo, nos recuerdan el arrojo del monje zen al ejecutar su Enso. A pesar de las evidentes diferencias, podemos encontrar una misma actitud de despojamiento racional, una similar búsqueda de reflejar en la inmediatez del trazo el sello de una vida interior inefable. Tanto en el expresionismo abstracto, como en toda la tradición de la abstracción gestual, la deuda con prácticas como el Enso o la caligrafía son claras.

Quizás la práctica del Enso esté más cerca de nuestras vidas de lo que pensamos. Quién sabe si los trazos que abandonamos a la ligera sobre un pedazo de papel cualquiera mientras conversamos por teléfono o esperamos a alguien, son expresión de algo más que el puro aburrimiento. Una simple rúbrica, dibujada indolentemente sobre un documento burocrático, puede decir más de nosotros que todos nuestros mejores intentos de expresarnos a través del lenguaje. A modo de sismógrafo, la línea de un simple lápiz puede reflejar la realidad de nuestros estados interiores, liberándonos de nosotros mismo y ayudándonos a alcanzar un estado de transitoria calma.

El monje zen puede llegar a practicar el Enso cada día, a modo de ejercicio espiritual. El Enso se volverá cada vez más armónico, o será reflejo de las turbaciones espontáneas del alma del monje. Sea como fuere, su práctica conduce a una creciente concentración, a la fijación de la atención en lo fundamental, a la liberadora sensación de ver expresada sobre un papel la trayectoria en círculo de nuestra voz interior, de nuestro ser esencial. Con un poco de tinta, pincel y un exiguo trozo de papel, podemos atrevernos cada día a descubrir un poco más de nosotros mismos.

Extraído de: http://www.faena.com/

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