martes, 27 de octubre de 2015

Encuesta educación no dirigida II: La universidad

¿Puede alguien que no ha seguido una educación tradicional ir a la universidad y conseguir buenos resultados? Y si es así, ¿cómo?

17 de junio de 2014, Peter Gray para Freedom to Learn

¿Pueden estas personas ir a la universidad? Y si es así, ¿cómo consiguen entrar y adaptarse? ¿Pueden realizar esta tarea? ¿Pueden seguir un horario estricto? Las personas que oyen hablar de la educación libre o no escolarizada suelen plantear estas preguntas. En esta entrada abordaré estas cuestiones de boca de adultos que siguieron una educación libre y, más tarde, estudiaron una carrera universitaria o llevaron a cabo estudios superiores.

Esta es la segunda entrada de las cuatro que abordan una encuesta sobre adultos no escolarizados que hemos llevado a cabo Gina Riley y yo recientemente. La primera entrada presentaba una definición de educación libre o no escolarizada y un resumen de los métodos y de las conclusiones estadísticas de nuestro estudio. Puede visitar esa entrada para ver los datos.

A diferencia de muchos otros entre la población general, la mayoría de las personas no escolarizadas no consideran que entrar a la universidad, graduarse u obtener notas altas sea a grandes rasgos una medida del éxito en la vida. Nosotros tampoco. Nuestro principal interés por preguntar sobre la universidad en este estudio era simplemente conocer las experiencias de aquellos que, por cualquier razón, decidieron ir a la universidad. Estas preguntas tienen repercusiones prácticas, porque muchas personas indecisas sobre su educación podrían sentirse reacios a escoger el camino de la no escolarización si este excluyese la posibilidad de ir a la universidad y, por tanto, la posibilidad de conseguir una trayectoria profesional que, al menos hoy en día, requiera en mayor o menor medida de la universidad como trampolín.

Para conocer sus experiencias universitarias les preguntamos lo siguiente como quinta pregunta de la encuesta: «Describa cualquier experiencia vivida relacionada con la educación superior formal, como formación profesional, universidad o estudios de postgrado. ¿Cómo entró en la universidad sin poseer el título de bachillerato? ¿Cómo se adaptó al cambio de la educación libre a verse involucrado en un tipo de experiencia educativa más formal? Enumere las carreras universitarias de las que se ha graduado o que esté estudiando actualmente».

En esta serie de entradas empleo el término educación escolarizada para referirme a la asistencia a un centro escolar ajeno al hogar, educación en el hogar para referirme a las lecciones académicas realizadas en casa bajo la supervisión de los padres o impartidas por alguno de ellos, y educación libre o no escolarizada para referirme a la situación en la que los niños no van al colegio ni siguen una educación en el hogar (tal y como se acaba de definir). En otros contextos, y por temas legales, la educación libre se considera una rama de la educación en el hogar, y en algunas de las citas siguientes los encuestados utilizan el término educación en el hogar como un término general que incluye la educación libre. Sin embargo, para evitar confusiones, aquí empleo el término educación en el hogar de un modo más restrictivo que no incluye la educación libre. De nuevo, para saber más sobre la definición de educación libre en este estudio, visite la entrada anterior.

Como se indicaba en la entrada anterior, de los 75 adultos no escolarizados que respondieron a nuestra encuesta, 62 (83 %) habían seguido algún tipo de educación superior y 33 (44 %) habían estudiado una carrera universitaria o estudios de postgrado, o dedican actualmente todo su tiempo a estudiar una carrera. La mayoría de los otros 29 que siguieron una educación superior lo hicieron para obtener conocimientos específicos o una licencia relacionados con su vocación, para lo que no necesitaban una carrera universitaria. Como también se indicaba en la entrada anterior, la probabilidad de proseguir una carrera universitaria es inversamente proporcional al nivel de escolarización anterior: el 58 % de aquellos que siempre habían seguido una educación libre estudiaron una carrera, en comparación con el 44 % y el 29 % de los otros dos grupos, respectivamente (visite la entrada anterior para más detalles).

El grupo de los no escolarizados no solo mostraba el mayor porcentaje de aquellos que estudiaron carreras universitarias, sino también de los que no siguieron estudios superiores. De hecho, de los 24 encuestados de este grupo, 18 fueron a la universidad y los otros 6 no siguieron ningún tipo de educación superior. Estos últimos afirmaron que no necesitaban la educación formal para aprender lo que querían saber ni para seguir las trayectorias profesionales que habían escogido. Por ejemplo, uno escribió: «He continuado con la educación libre en la edad adulta y continuaré con ella durante toda mi vida. Creo que las prácticas y los periodos de aprendizaje serían la extensión natural de la educación libre hacia el lugar de trabajo tradicional. Si me interesase un campo que requiriese de la universidad, me lo plantearía, pero seguiría considerándolo como parte del camino de la educación libre, que para mí significa seguir a la curiosidad donde sea que te lleve». Otro únicamente afirmó: «Como adulto, me doy cuenta de que la educación libre me ayudó a ver que la universidad no es necesaria para tener una vida próspera y gratificante».

En la entrada anterior también indiqué que, para nuestros encuestados, el camino más común para ser admitidos en la universidad era realizar cursos de formación profesional (que normalmente empiezan a los 16 años) y usar ese certificado de estudios para entrar en la universidad. 21 de los 33 habían usado este método. La mayoría fueron a la universidad sin el título de bachillerato, pero 7 obtuvieron un certificado equivalente tras realizar el Examen de Desarrollo de Educación General (GED por sus siglas en inglés), y 3 dijeron que habían obtenido el certificado mediante unos trámites por internet.

La gran mayoría de los encuestados que fueron a la universidad afirmaron no haber tenido problemas para realizar las tareas académicas. De hecho, la mayor parte dijo que tenía ventaja por su gran motivación y su mayor capacidad de iniciativa propia, autonomía y autocontrol.

El mejor modo de transmitir las experiencias universitarias de los encuestados es a través de sus propias palabras. El resto de esta entrada está compuesta por citas de las encuestas. Las citas han sido escogidas cuidadosamente, pero son un buen ejemplo de todo el grupo, a excepción de dos que describieron las dificultades de su educación libre y su intento por acceder a la educación superior, de cuyas experiencias hablaremos en la cuarta entrada de esta serie. Los temas que surgieron del grupo son los siguientes: acceder a la universidad no resultó especialmente difícil en general para los no escolarizados; en general, la adaptación académica a la universidad fue fluida; la mayoría se sentían aventajados debido a su gran motivación y a su capacidad de autonomía; las quejas más frecuentes fueron sobre la falta de motivación y curiosidad intelectual de sus compañeros de clase, la limitada vida social en la universidad y, en algunos casos, restricciones impuestas por el plan de estudios o por el modo de calificar.

Para mantener el anonimato de los encuestados, solo los he identificado por sexo, edad al rellenar el cuestionario y grado de educación no escolarizada. También he eliminado de las citas información que podría identificarles, especialmente los nombres de las universidades en las que estudiaron. El predominio de mujeres en el grupo refleja la gran cantidad de mujeres que respondieron a nuestra encuesta en comparación con los hombres (vea la entrada anterior). He escogido principalmente citas de aquellos que tuvieron la menor escolarización o educación en el hogar antes de la universidad, y los he ordenado de modo que aquellos que no han seguido la educación tradicional ni en el hogar están en primer lugar.


20 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar. A los 20 años, esta mujer había estudiado un grado universitario y había conseguido lo que para ella era un trabajo ideal en la producción teatral. Había realizado algunos cursos de formación profesional entre los 13 y los 16 años y más tarde había comenzado un grado universitario de cuatro años en la universidad estatal, que terminó en dos años y cuarto y del que se graduó con mención cum laude. «La adaptación no me resultó difícil. Me di cuenta de que, al no haber ido al colegio antes de la universidad, estaba mucho menos cansada que mis compañeros y tenía un punto de vista muy fresco. Aprendí las habilidades académicas básicas (redacción de ensayos, investigación, etc.) muy rápidamente. Tuve algunos problemas con la organización de mi tiempo, pero finalmente encontré la forma de organizarme».

21 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar. Este joven se encontraba en su tercer año de los cuatro de su grado universitario especializado en filosofía, que estudiaba en una selecta universidad canadiense. Estaba a punto de graduarse con honores y planeaba estudiar un máster en Filosofía. Para explicar cómo accedió a la universidad, escribió: «Pedí una cita para hablar con alguien del departamento de admisiones, para averiguar qué tenía que hacer para solicitar una plaza tras haber seguido una educación libre. Después de hablarle un poco sobre mí, mis logros y mi estilo de educación, y después de que leyese una muestra de mi forma de escribir, dijo: “No veo ninguna razón por la que no debieras estar aquí”, y me dio los impresos para solicitar una plaza de estudiante».

Sobre la adaptación escribió: «Fue un poco difícil adaptarme a la cantidad de pinceladas de información que dan muchas clases introductorias. No soporto que las ideas se queden inexploradas. Tuve mis mejores notas y realicé mi mejor trabajo en cuarto curso, principalmente debido a la profundidad con la que se trataban los temas. Siempre he aprendido de forma apasionada, y no me gusta detener la corriente de una idea hasta que sigue su curso natural».

24 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar. Esta mujer, que se graduó en una universidad de artes liberales muy selecta, escribió: «A diferencia de [mis compañeros], encontré una gran fuente de inspiración en mis profesores. En [nombre de la universidad omitido] los profesores también deben ser profesionales de sus campos de estudio, así que trabajaba con gente que estaba interesada y que participaba activamente en sus áreas de especialidad como profesores y también como actores, escritores, directores, traductores, etc. Tener a alguien con tal riqueza de conocimiento pendiente del trabajo que yo hacía era algo revolucionario. No era algo que hubiera deseado tener antes, ni algo que me hubiera faltado toda mi vida, sino que era algo que me inspiró durante los cuatro años que pasé en la universidad».

En cierto momento de su camino universitario, pidieron a esta joven que liderase una reunión de estudiantes para dar su opinión al profesor de un curso sobre su clase. «Descubrí que la gente quería que el profesor les dijera qué debían pensar. Alguien dijo: “Me gustaría que nos dijera qué tenemos que pensar al leer Macbeth”. “Me gustaría que nos dijera qué quiere que escribamos en los ensayos sobre El corazón de las tinieblas” y tantas otras peticiones. Nunca jamás se me había ocurrido pedirle a alguien que me dijera qué debía pensar al leer algo».

Esta encuestada también escribió que el mayor inconveniente de la universidad, desde su punto de vista, era la falta de una vida social normal con gente de todas las edades, no solamente estudiantes. Para conseguirla se unió a la iglesia unitaria universalista local como catequista mientras seguía estudiando.

24 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar. Esta mujer, estudiante a tiempo completo de un máster en Lengua Inglesa, escribió: «Empecé a ir a un centro de formación profesional a los 16 años y disfruté cada minuto, no sentí que tuviera que adaptarme a nada. Después de mi primera clase de psicología, que fue la primera vez que tuve que tomar apuntes durante una clase, volví directa a casa y comencé a pasar los apuntes a ordenador y a organizarlos. Seguí yendo a tiempo parcial durante dos años, hasta los 18. El centro de formación profesional aceptó el título que yo misma había creado y que mis padres habían firmado, junto con mi certificado de estudios, que también creé yo. Convertí mis gustos y actividades en “lecciones” para el certificado, e incluí una lista de los libros que había leído en los últimos cuatro años.

«Cuando comencé a buscar universidad, mi decisión de no hacer el SAT (examen de acceso a la universidad) no tuvo gran relevancia a la hora de ser aceptada. Una universidad se negó a abrir mi solicitud sin las notas del SAT, aunque les había escrito una carta en la que detallaba mi éxito en la formación profesional durante los últimos tres años. Escogí una universidad que me permitió matricularme como estudiante a tiempo parcial durante el primer semestre, para luego pasar a jornada completa, sin necesidad de las notas del SAT».

29 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar. Esta mujer, que se había graduado con honores en una selecta universidad privada solo para mujeres y más tarde había estudiado un máster, escribió: «No solo me aceptaron, sino que me pusieron en la clase avanzada. Sin duda se me hacía extraño ir a una escuela formal, sobre todo al estar en el grupo avanzado. Pasaba horas y horas estudiando y haciendo deberes, mucho más trabajo del que hacían mis compañeros de clase. Después de sacar solo sobresalientes en la primera mitad del primer semestre, empecé a relajarme un poco. Me di cuenta de que estaba trabajando demasiado y aprendí a aprender como lo hacían mis compañeros: memorizando todo justo antes de un examen. Seguí sacando sobresalientes pero sin trabajar prácticamente nada. Al final aprendí a mantener un equilibrio, ahondando en los temas que me gustaban y memorizando las cosas que no me interesaban. No fue difícil, en general me hizo valorar el no haber pasado toda mi vida en el colegio.

»Sin duda noté una transición [social] en la universidad. No me gustaban las fiestas de las fraternidades, beber mucho y esas cosas, así que en mi primer año o los dos primeros años estaba bastante marginada, tenía pocos amigos. El último año por fin empecé a beber y a ir a fiestas en casas de compañeros, así que “encajé” un poco mejor y conseguí un grupo más grande de “amigos”. Me di cuenta de que era así como todos los universitarios se relacionaban, pero me olía mal, no parecía auténtico ni una forma de entablar relaciones duraderas. Fuera de la universidad volví a mi modo de relacionarme de siempre y, mira por dónde, eso era lo que todo el mundo hacía. Hice amigos en mis trabajos, en los teatros en los que trabajé, a través de otros amigos y en las cafeterías».

29 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar. Esta mujer, que había estudiado una carrera de Bellas Artes en una universidad anónima, escribió: «Yo tenía el título de bachillerato. Habría sido terriblemente difícil sin él, pero para mí la transición fue muy fácil logísticamente hablando. A pesar de la naturaleza no escolarizada de mi educación, mi madre registró nuestra casa como un colegio privado del estado de California, así que sobre los papeles yo era “normal”.

»Fui a una escuela de formación profesional a tiempo parcial entre los 16 y los 19 años. Después pasé a la universidad, donde estudié durante tres años hasta obtener el graduado en Bellas Artes con distinciones a los 22 años. Me encantó la universidad, destaca como uno de los periodos más centrados y enriquecedores de mi juventud. Cuando empecé la formación profesional, era más pequeña que los demás estudiantes y me preocupaba quedarme atrás, pero no pasó. No me gustaban los exámenes, y todavía hoy me provocan una gran ansiedad, pero sobresalí en casi todo y me gradué con una nota media alta.

»Al crecer comprendí que estábamos fuera de la norma, y a veces tanto los niños como los adultos mostraban un gran escepticismo. A pesar de la enorme confianza de mi madre, me preocupaba si tendría lo que hacía falta para triunfar en el “mundo real”. La universidad fue el momento de mi vida donde me enfrenté a lo desconocido ¡y decidí que probablemente lo tenía!»

30 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar. Este hombre recibió clases en una universidad estatal local desde los 16 años, y más tarde cambió a una pequeña y selecta universidad privada progresista donde se graduó en Biología de la Conservación y Ecología. Después estudió un máster en una universidad estatal y cursó un año del doctorado en otra universidad estatal antes de dejar los estudios debido a una grave enfermedad. En lo que respecta a la adaptación, dijo no haber tenido dificultades con el trabajo académico, pero se opuso a las restricciones que impone el sistema de evaluación. «Incluso el ambiente que no exigía requisitos de [nombre de la universidad omitido] me resultaba agobiante: por ejemplo, el perverso sistema de incentivos en la nota para olvidar las ideas propias sobre un tema a favor de las preferencias del profesor, la tendencia académica formal hacia la exclusión casi total del aprendizaje experimental, y el énfasis en productos académicos tangibles en lugar de en el aprendizaje y la aplicación. Y la escuela de posgrado ha sido mucho peor, no solo en términos de unos paradigmas educativos más estructurados y formalizados, sino también de oportunidades educativas de bajo nivel». Sin embargo, tiene pensado volver al doctorado cuando su enfermedad esté bajo control, puesto que está comprometido a desarrollarse profesionalmente buscando la restauración y el mantenimiento de la biodiversidad.

32 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar. Esta mujer, ahora madre de unos niños que están a punto de comenzar la educación libre, escribió: «Hice un curso de Medicina de Urgencias y trabajé algunos periodos de tiempo mientras investigaba las opciones universitarias, escogía la escuela perfecta y realizaba todo el papeleo. Me dieron una beca durante gran parte de la carrera gracias a una muestra que adjunté de mis anteriores trabajos, y a las entrevistas con la universidad. Solicitar una plaza en la universidad no parecía muy difícil sin un título oficial, porque tenía las notas del SAT y el certificado de estudios que preparó mi madre a partir de todos los años que pasó registrando nuestros logros en la educación libre. Recuerdo que estaba muy preocupada los dos primeros años de la universidad. Las asignaturas comunes en las que estaba matriculada no me suponían un reto, y estaba deseando empezar con las asignaturas troncales y adicionales. La universidad era divertida, pero me impresionó ver que la mayoría de los estudiantes no trabajaban ni se dedicaban a ninguna otra área de sus vidas aparte de los estudios y las fiestas. Me mantuve a mí misma durante los cuatro años de la carrera trabajando en al menos dos sitios diferentes al mismo tiempo que mantenía mi nota sobre la media para poder graduarme a tiempo. A los dos años de empezar la carrera acepté un trabajo a tiempo completo en el departamento creativo del periódico local, donde seguí trabajando después de graduarme».

35 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar. Esta mujer, que estudió una carrera en una pequeña universidad progresista y más tarde hizo un máster, escribió: «Durante toda mi experiencia universitaria me opuse a los estudiantes que no hacían el trabajo, incluso en las clases que no me resultaban atractivas ni emocionantes. Mis antecedentes educativos me habían preparado para pensar “si no vas a participar, ¿por qué estás ahí?”. Me frustraba verlo. Como siempre he escogido seguir aprendiendo, y aunque esta elección personal significase que habría algunas clases que no me interesarían y a las que tendría que ir, siempre supe cuál era mi motivación para estar allí. Con el tiempo me he dado cuenta de que estos compañeros que me frustraban habían tenido una relación con el aprendizaje y la educación completamente diferente».

19 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar desde los 8 años. Esta joven fue diagnosticada de dislexia cuando estaba en 2º de primaria, y la sacaron del colegio porque no era feliz allí. Al no estar escolarizada, aprendió a leer a su propio ritmo y a su modo. Más tarde le hicieron pruebas y le diagnosticaron de otras dificultades de aprendizaje, pero esto no la frenó. Durante sus dos últimos años de educación libre fue a clases de formación profesional para después entrar en una selecta universidad privada de artes liberales. «Me matriculé en [nombre de la universidad omitido] y acabo de terminar el primer año. He tenido una nota media de 7,8 durante todo el curso y volveré allí en otoño.

«Creo que la educación libre en realidad me hizo estar mejor preparada para la universidad que mis compañeros, porque ya tenía una gran experiencia en la organización propia del estudio. Sabía cómo motivarme, organizar mi tiempo y realizar tareas sin la estructura a la que la mayoría de los estudiantes tradicionales están acostumbrados. Mientras que la mayoría de mis compañeros daban traspiés y no podían entregar los trabajos a tiempo, yo me mantenía en lo alto porque siempre he sido una estudiante independiente. Sé cómo averiguar las cosas por mí misma y cómo pedir ayuda cuando la necesito. Tuve algunos problemas para adaptarme al principio, principalmente por mis dificultades de aprendizaje. A finales del curso había superado los problemas y sobresalí en la universidad. Ahora estoy estudiando una carrera de Lengua Inglesa en [nombre de la universidad omitido] y después quiero seguir y hacer un máster en Biblioteconomía».

24 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar desde los 8 años. Este joven tuvo que saltar muchos más obstáculos que la mayoría para entrar en la formación profesional, que le sirvió de trampolín hacia una selecta universidad estatal, pero no tuvo dificultades para adaptarse académicamente. «Al principio no quería ir a la universidad. Cuando me gradué de la educación en el hogar/libre en 2005, trabajé durante dos años captando socios en un gimnasio. Al final me di cuenta de que necesitaba ir a la universidad, así que comencé a estudiar formación profesional en el centro local. Fue difícil entrar sin un certificado de estudios, y básicamente tuve que ir al Departamento de Educación del condado para conseguir una “declaración jurada de estudios” para demostrarle a la universidad que realmente había terminado bachillerato. Después de un montón de papeleo, lo aceptaron. Como antes de entrar en la formación profesional no había hecho el SAT, el ACT ni ningún otro examen de acceso a la universidad, tuve que hacer una prueba de nivel antes de poder matricularme. Después de pasar todos estos trámites, me consideraron un estudiante normal.

«Me gradué de la formación profesional en [nombre del centro omitido] con una nota media de 8, y después entré a [nombre de la universidad omitido] donde me gradué también con un 8. Y, más recientemente, acabo de terminar el máster en [nombre de la universidad omitido]».

24 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar desde los 8 años. Esta mujer, que estudió una carrera en una gran universidad estatal, escribió: «Hay un periodo de adaptación al pasar de la educación libre a la “escuela”, pero también tienes la gran ventaja de no estar quemado ni odiar ya la escuela. Estás deseando aprender». Esta encuestada siguió diciendo que consiguió casi todo sobresaliente y obtuvo una beca completa para estudiar derecho, y añadió: «No intento presumir, solo demostrar que la educación libre funciona. Tuvimos que escuchar muchas tonterías de amigos, familiares y extraños durante todo el tiempo que estuve sin escolarizar. Así que ahora me gusta tener las credenciales para demostrar que la educación libre es una forma legítima de educar y, de hecho, es mi forma preferida de educar».

26 años, sin educación escolarizada ni en el hogar desde los 8 años. Esta mujer, que se había graduado con honores de una universidad de artes liberales muy selecta, escribió: «La transición me resultó difícil, no en el plano académico, sino por el sentimiento de estar atrapada en un sistema. La burbuja universitaria me parecía diminuta, y estaba en un estado constante de frustración latente porque me decían incluso las cosas más sencillas, como qué clases debía coger y cuándo ir. Como una persona que había elegido ese tipo de cosas por mí misma durante años, me sentía ofendida porque se daba por hecho que no sabía para qué nivel de estudios estaba preparada. Necesité casi todo el primer año para alcanzar un estado de aceptación, recordando que esto también era una elección mía y que podía cambiarlo si quería. Nunca me encantó la universidad tanto como a otra gente, y nunca me sentí tan libre como lo había sido antes de ir a la universidad o como lo fui después de graduarme». Posteriormente, esta encuestada realizó estudios de postgrado en el campo de la medicina y afirmó que fue una experiencia más agradable gracias a las situaciones prácticas reales que proporciona el trabajo clínico.

35 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar desde los 10 años. Esta mujer, que estudió una carrera en una universidad de artes liberales muy selecta, escribió: «Solicité una plaza en ocho universidades y me aceptaron en todas [en 1995]. Hice entrevistas en las ocho universidades, para la mayoría yo era su primer aspirante “educado en casa/no escolarizado”. Varias universidades me dijeron que estaba admitida al final de la entrevista, justo después de decirme que “sorprendentemente” era bienhablada e inteligente. Hice tanto el SAT como el ACT (y en ambos conseguí buenas notas), lo que probablemente compensó la falta de certificados de estudios.

»La transición fue bastante fácil, aunque echaba de menos mi casa. Creo que la universidad es bastante parecida a la educación libre: vas a clases que te interesan, haces la mayoría del trabajo por tu cuenta, y eres responsable de hacerlo y entregarlo a tiempo. ¡Eres responsable de tu propia educación!

»En [nombre de la universidad omitido] estudié una carrera de Informática y Matemáticas. Esto demuestra algo: desde los 10 años no me enseñaron matemáticas de un modo formal, pero acabé dando clases particulares de Cálculo I, II y III a otros estudiantes. No había tenido un ordenador propio hasta que entré en la universidad, pero me especialicé en informática, escribí programas informáticos y programé mi propio robot». Después, esta persona estudió una carrera y un máster de Enfermería, trabajó como enfermera y, cuando realizó la encuesta, estaba pensando volver a estudiar para doctorarse.

32 años, sin educación en el colegio ni educación dirigida en el hogar desde los 13 años, mezcla de educación en colegio y dirigida en el hogar hasta entonces. Esta mujer, que se había graduado en una selecta universidad de la Liga Ivy, era madre de niños sin escolarizar, profesora de yoga y estaba estudiando yogaterapia cuando realizó la encuesta. Escribió sobre la admisión en la universidad y la adaptación: «Cuando tenía 15 años, quise estudiar formación profesional. En esa época, la matrícula doble de los estudiantes en el hogar no estaba muy aceptada, así que me dijeron que necesitaba hacer el Examen de Desarrollo de Educación General para poder matricularme. Aunque creo que decepcioné a mis padres al hacer el examen, tener ese papel que muestra que he terminado algún tipo de educación secundaria me ha ayudado. Dicho esto, ahora me niego a hacer exámenes oficiales (porque creo que no miden la inteligencia, ni siquiera lo que un estudiante ha aprendido), así que terminé la formación profesional antes de intentar entrar en la universidad (algunos centros aceptan dos años de estudio en lugar de las notas del SAT o del ACT). En 2003 me gradué en [la universidad de la Liga Ivy] de la carrera de Psicología. Creo que la educación libre me ayudó a adaptarme a la universidad: estaba tan acostumbrada a estudiar lo que quería que me parecía natural ir a clases que me interesaban. Y la educación libre también sigue la premisa de que, si un niño tiene un objetivo, aprenderá lo que sea necesario para conseguirlo. Por ejemplo, no me gustan las matemáticas, pero sabía que tendría que estudiarlas para graduarme, así que lo hice».

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Como indiqué en la primera entrada de este estudio, debemos tener cuidado a la hora de interpretar los resultados de esta encuesta. Necesariamente, como no teníamos forma de obligar a la gente a participar en el estudio, esta muestra es un grupo de adultos no escolarizados que decidieron participar, y podrían estar entre aquellos más felices con sus experiencias y más dispuestos a contarlas. Sin embargo, como mínimo podemos concluir lo siguiente: la opción universitaria está sin duda abierta para los no escolarizados. Quienes quieren ir a la universidad y realizan los pasos necesarios para entrar no tienen mayores problemas para ser admitidos ni para tener éxito una vez dentro. Además, la similitud de las respuestas de esta muestra relativamente diversa sugiere una base común de experiencia. Los adultos no escolarizados que fueron a la universidad tenían buenas razones para hacerlo, no querían malgastar su tiempo, parecen haber trabajado duro y haber conseguido más que sus compañeros escolarizados, y en general se sentían con ventaja gracias a su experiencia previa de controlar sus vidas y su aprendizaje.

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Para saber más sobre la naturaleza humana de la educación autónoma, lea el libro Free to learn (solo en inglés).


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Traducción del inglés al castellano por: Davinia Megías

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