lunes, 5 de septiembre de 2016

Rupturas amorosas, separaciones cariñosas.

¿Es verdad que de amor al odio hay un paso?, ¿es posible separarse sin hacer la guerra?, ¿puede un divorcio ser amoroso?, ¿hay alguna manera de acabar una relación con el mismo cariño con el que se empieza un romance?, ¿cómo aprender el arte de decir adiós a los seres queridos?, ¡cómo cuidar a nuestra pareja en el proceso de separación?....

Somos gente guerrera: basta con encender la televisión o abrir un periódico para comprobarlo. El mundo está en guerra, los países resuelven sus conflictos con violencia, unos grupos humanos explotan y masacran a otros, unos pocos hombres poderosos dominan al resto. En nuestra vida cotidiana también hacemos la guerra a diario: en casa, en el trabajo, en la familia.... las luchas de poder son constantes en un mundo de jerarquías y desigualdad.

Nos cuesta relacionarnos con amor, pese a que vivimos en un sociedad muy romántica: nos encantan los boleros y las baladas, las películas con finales felices, las bodas y los corazoncitos… Sin embargo, no sabemos querernos bien, y tampoco sabemos separarnos bien, porque no sabemos gestionar las emociones ni tenemos las herramientas que nos permitan acabar una relación con el mismo amor con el que la empezamos . 

Incluso aunque un romance haya sido hermoso, cuando llega el momento de la ruptura los amantes se convierten la mayor parte de las veces en auténticos monstruos. De la noche a la mañana nos convertimos en seres despiadados sin escrúpulos capaces de utilizar las más viles estrategias para vengarnos, y para hacer daño a la persona que ya no nos ama. Cuando el despecho invade nuestros corazones, dejamos de ser románticos y sensibles, y nos convertimos en seres malvados y despiadados capaces de cometer las mayores atrocidades. 

Un ejemplo de las guerras románticas es la comedia de “La guerra de los Rose”, aquella película en la que la pareja formada por Katheleen Turner y Michael Douglas lucha a muerte cuando llega la hora de separarse. Aun se quieren, y aún sienten una fuerte atracción sexual el uno por el otro, pero no saben quererse bien, y por eso se separan con odio. 

El triple mensaje que nos lanza Hollywood en esta película (y en la mayor parte de las películas de desamor) es siempre el mismo: del amor al odio hay un paso, quien bien te quiere te hará llorar, y los que más se desean, son los que más se pelean. 

Este triple mensaje es muy recurrente en nuestra cultura amorosa, y sirve para justificar la violencia contra la persona amada. En Occidente lo "normal" es que cuando una relación termina, una de las personas sea la "culpable" y la otra, la "víctima". La víctima puede dar rienda suelta a su afán de venganza con total libertad: si te rompen el corazón, parece justificado que devuelvas el daño que te han hecho con creces. 

El mensaje que nos lanzan es que es normal que pierdas la cabeza y que utilices la violencia en todas sus formas cuando ya no te aman. A la violencia pasional le ponen la etiqueta de "locuras de amor", por eso hay gente que cree que es "normal" asesinar a una mujer que ya no quiere seguir a tu lado, y por eso los periodistas machistas siguen utilizando la expresión "crimen pasional" para justificar los feminicidios: "él la mató porque ella le abandonó", "él la mató porque tenía celos: ella le engañó con otro", "él la asesinó porque estaba triste y desesperado, y tenía miedo de perderla". 

La gran paradoja del romanticismo radica en que hay personas que aparentan ser muy sensibles, dulces, generosas, y tiernas cuando todo va bien, y después se convierten en verdaderos monstruos llenos de crueldad y odio. En nombre del “amor” justificamos los actos más viles (acusaciones falsas, chantajes, amenazas, insultos, y putadas variadas) con la excusa de que tenemos todo el derecho del mundo a ser mezquinos y crueles con la persona que ya no nos ama.

Y es que el desamor se vive como la gran traición, y a los o las traidoras hay que castigarlas bajo el lema de que en el amor vale todo. Por eso hay gente que es capaz de cualquier cosa con tal de herir a su pareja o ex pareja. Uno de los castigos más habituales es amenazar a la pareja con impedirle ver a sus hijos e hijas: “si no quieres estar conmigo, no vas a verlos", "si te separas de mi, te separo de ellos y dejarán de quererte”. 

Otro método de castigo suele ser tratar de sacar a la otra persona todo el dinero y los recursos posibles: hay un montón de abogados y abogadas que animan a las mujeres, por ejemplo, a dejar en la ruina a sus ex maridos, a "sacarles hasta el último euro". 

Otra vía infalible para vengarse: aislar afectiva y socialmente al ex para que se quede solo o sola después de la separación, mediante el método de hacerse la víctima con el grupo familiar y de amigos. Siempre se espera que los demás se pongan de parte del bueno y castiguen al malo…
Son muchas y muy variadas las formas de hacer la guerra cuando nos separamos: violencia psicológica, violencia física, violencia sexual... que afecta no sólo a los protagonistas de estas guerras, sino a toda su gente querida: hijos e hijas, padres y madres, familiares y amistades. 

Nuestra cultura nos hace creer que el amor de verdad ha de ser eterno: por eso cuando acaba hacemos un drama total, y elegimos siempre el lugar de la víctima: no utilizamos la expresión "nos hemos separado", sino: "me ha abandonado", que sirve para tratar de despertar la solidaridad en la gente cercana. 

El trauma del divorcio es tal que hay personas que convierten su odio hacia el ex en el centro de sus existencias, y pasan años tratando de destrozarle la vida como si eso les hiciese sentir mejor. Sin embargo, hay culturas, como los Mosuo de China, que no viven las rupturas sentimentales de un modo tan traumático y violento, quizás porque entre ellos no establecen relaciones basadas en la propiedad privada. Las mujeres Mosuo viven en sus casas con sus hijos e hijas, y van de noche a la casa del amante a visitarlo, de manera que cuando uno de los dos miembros ya no desea seguir con la relación, la estructura vital de ambos no se desmorona: cada uno tiene su casa y sus bienes, y lo único que han de sufrir es el duelo de la separación, no el derrumbe de su vida entera.

En la cultura amorosa occidental mezclamos lo sentimental con lo económico, ya la dependencia emocional se le suma la dependencia económica. En las sociedades donde hay mayor igualdad entre hombres y mujeres, es más fácil construir relaciones igualitarias, libres y sanas. En nuestra sociedad, sin embargo, las mujeres somos más pobres y nuestras condiciones laborales son muy precarias, y eso nos hace más dependientes de los dueños de las tierras y los medios de producción. 

Además, nos hacen creer que al amar a alguien nos convertimos en la propiedad privada de ese alguien, y viceversa: "Tu eres mía" signfica que no somos libres para quedarnos o para irnos cuando queramos. Parece que al firmar un contrato matrimonial ya no podemos juntarnos y separarnos con alegría, con cariño, y con generosidad. 

Sin embargo, solo se puede amar en libertad. El amor no se puede comprar, y no podemos obligar a nadie a permanecer a nuestro lado en contra de su voluntad, ni que nos obliguen a nosotras a continuar en una relación cuando ya no somos felices. Realmente, es monstruoso que alguien se quede a tu lado por miedo o por pena, o bajo amenazas. 

Nos cuesta mucho entender que los amores se acaban, y que cuando las cosas no van bien, es mejor separarse. Dice el refrán que siempre es mejor estar sola que "mal acompañada", pero nos cuesta aplicarlo porque vivimos en un mundo muy individualista y uno de los peores terrores que nos atacan es el miedo a la soledad. El miedo a que nadie nos quiera. El miedo a no ser importantes para nadie, a que nuestros seres queridos hagan su vida sin necesitarnos en ella. 

Son muchos los miedos que nos invaden cuando decidimos acabar una relación, pero es porque no nos enseñan a separarnos, y porque asociamos el divorcio al fracaso. En las películas apenas tenemos referencias de gente que se separe con amor. En la vida real, tampoco es frecuente ver a parejas que se separan tratarse con cariño y con ternura. 

En lugar de sentirnos agradecidos por haber podido vivir una historia de amor hermosa con la otra persona, nos sentimos heridos porque la historia se acaba. Igual suena muy fuerte eso de decirle a alguien: “Margarita, gracias por los 3 años de felicidad que vivimos juntos, ojalá que seas feliz en tu nueva etapa”, o “Manolo, lo pasé de maravilla estos 4 meses de amor, gracias por disfrutar de este ratito de tu vida junto a mí”, pero sin duda nos iría mucho mejor si lograsemos asumir que las historias empiezan y se acaban, y que siempre es mejor dejarlas cuando aún no duelen, cuando todo está bien, cuando se pueden hablar las cosas con tranquilidad. 

Las rupturas amorosas nos harían mucho más cortos los duelos románticos, lo que haría más fácil curar las heridas del desamor y volver a empezar otra etapa en nuestras vidas, bien a solas, bien con otras personas. Pero para ello tendríamos que aprender a separarnos, a conectar con la otra persona con el mismo amor con el que empezamos la relación, a dialogar asertiva y sinceramente, a comunicarnos con transparencia pero tratando de no hacer daño a la otra persona. Podríamos vivir la ruptura como una oportunidad para reformular la relación, y convertirla en otra cosa, por ejemplo, amistad. 

Las separaciones cariñosas no son una utopía: hay muchas parejas que si logran separarse con mucha comunicación y cuidándose mucho mutuamente. No son los casos más comunes, pero haberlos haylos. 

Todos y todas tenemos una buena persona en nuestro interior: solo hay que dejarla brillar en momentos de intenso dolor. Cuando sufrimos por el final de un amor, es posible conectar con tu lado más generoso y abierto, y decir adiós dejando a un lado el rencor, los miedos, los reproches y los egoísmos: sólo hay que ser generoso/a, y aprender a amar no sólo la libertad propia, sino también la libertad de las personas a las que amamos. 

Fromm decía que el amor es un arte: el desamor también lo es. Si entrenamos para aprender a decir adiós con amor, podríamos disfrutar más del presente, preocuparnos menos por el futuro, y dejar el pasado atrás sin sufrimientos. Sería más fácil asumir que la gente no nos pertenece, que la vida es un camino por el que transitamos, a ratos a solas, a ratos acompañadas por gente linda. 

Y que esa gente linda va y viene, como nosotros y nosotras. Los compañeros del colegio, de la universidad, de los trabajos por los que pasamos llegan y se van; los abuelos y abuelas se van, los padres y las madres, los hijos y las hijas también se van. Los amores aparecen, se quedan un tiempo, y se van también... y nosotras mismas también llegamos a la vida de la gente y nos vamos de ella. Bien porque migramos, bien porque viajamos, bien porque evolucionamos o nos morimos: ninguno de nosotros es eterno, y las relaciones tampoco lo son. 

La base del buen amor es la libertad para quedarnos o para irnos, para elegir nuestros caminos, para compartir ratitos de la existencia, y para decir adiós con generosidad y agradecimiento... practiquemos y ensayemos este arte para sufrir menos, y disfrutar más del amor

Otras formas de separarse son posibles: es más fácil si nos cuidamos a nosotras mismas y a la gente con la que compartimos trocitos de nuestras vida. Cuidarse mutuamente, con mucho amor del bueno...




Coral Herrera Gómez

lunes, 29 de agosto de 2016

¿Por qué hoy no es posible la revolución?

Cuando hace un año debatí con Antonio Negri en el Berliner Schaubühne, tuvo lugar un enfrentamiento entre dos críticas del capitalismo. Negri estaba entusiasmado con la idea de la resistencia global al empire, al sistema de dominación neoliberal. Se presentó como revolucionario comunista y se denominaba a sí mismo profesor escéptico. Con énfasis conjuraba a la multitud, la masa interconectada de protesta y revolución, a la que confiaba la tarea de derrocar al empire.La posición del comunista revolucionario me pareció muy ingenua y alejada de la realidad. Por ello intenté explicarle a Negri por qué las revoluciones ya no son posibles.

¿Por qué el régimen de dominación neoliberal es tan estable? ¿Por qué hay tan poca resistencia? ¿Por qué toda resistencia se desvanece tan rápido? ¿Por qué ya no es posible la revolución a pesar del creciente abismo entre ricos y pobres? Para explicar esto es necesario una comprensión adecuada de cómo funcionan hoy el poder y la dominación.

Quien pretenda establecer un sistema de dominación debe eliminar resistencias. Esto es cierto también para el sistema de dominación neoliberal. La instauración de un nuevo sistema requiere un poder que se impone con frecuencia a través de la violencia. Pero este poder no es idéntico al que estabiliza el sistema por dentro. Es sabido que Margaret Thatcher trataba a los sindicatos como “el enemigo interior” y les combatía de forma agresiva. La intervención violenta para imponer la agenda neoliberal no tiene nada que ver con el poder estabilizador del sistema.

El poder estabilizador de la sociedad disciplinaria e industrial era represivo. Los propietarios de las fábricas explotaban de forma brutal a los trabajadores industriales, lo que daba lugar a protestas y resistencias. En ese sistema represivo son visibles tanto la opresión como los opresores. Hay un oponente concreto, un enemigo visible frente al que tiene sentido la resistencia.

El sistema de dominación neoliberal está estructurado de una forma totalmente distinta. El poder estabilizador del sistema ya no es represor, sino seductor, es decir, cautivador. Ya no es tan visible como en el régimen disciplinario. No hay un oponente, un enemigo que oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia. El neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en empresario, en empleador de sí mismo. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se convierte en una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo y se avergüenza. Uno se cuestiona a sí mismo, no a la sociedad.

Es ineficiente el poder disciplinario que con gran esfuerzo encorseta a los hombres de forma violenta con sus preceptos y prohibiciones. Es esencialmente más eficiente la técnica de poder que se preocupa de que los hombres por sí mismos se sometan al entramado de dominación. Su particular eficiencia reside en que no funciona a través de la prohibición y la sustracción, sino a través del deleite y la realización. En lugar de generar hombres obedientes, pretende hacerlos dependientes. Esta lógica de la eficiencia es válida también para la vigilancia. En los años ochenta, se protestó de forma muy enérgica contra el censo demográfico. Incluso los estudiantes salieron a la calle. Desde la perspectiva actual, los datos necesarios como oficio, diploma escolar o distancia del puesto de trabajo suenan ridículos. Era una época en la que se creía tener enfrente al Estado como instancia de dominación que arrebataba información a los ciudadanos en contra de su voluntad. Hace tiempo que esta época quedó atrás. Hoy nos desnudamos de forma voluntaria. Es precisamente este sentimiento de libertad el que hace imposible cualquier protesta. La libre iluminación y el libre desnudamiento propios siguen la misma lógica de la eficiencia que la libre autoexplotación. ¿Contra qué protestar? ¿Contra uno mismo?

Es importante distinguir entre el poder que impone y el que estabiliza. El poder estabilizador adquiere hoy una forma amable, smart, y así se hace invisible e inatacable. El sujeto sometido no es ni siquiera consciente de su sometimiento. Se cree libre. Esta técnica de dominación neutraliza la resistencia de una forma muy efectiva. La dominación que somete y ataca la libertad no es estable. Por ello el régimen neoliberal es tan estable, se inmuniza contra toda resistencia porque hace uso de la libertad, en lugar de someterla. La opresión de la libertad genera de inmediato resistencia. En cambio, no sucede así con la explotación con la libertad. Después de la crisis asiática, Corea del Sur estaba paralizada. Entonces llegó el FMI y concedió crédito a los coreanos. Para ello, el Gobierno tuvo que imponer la agenda liberal con violencia contra las protestas. Hoy apenas hay resistencia en Corea del Sur. Al contrario, predomina un gran conformismo y consenso con depresiones y síndrome de Burnout. Hoy Corea del Sur tiene la tasa de suicidio más alta del mundo. Uno emplea violencia contra sí mismo, en lugar de querer cambiar la sociedad. La agresión hacia el exterior que tendría como resultado una revolución cede ante la autoagresión.

Hoy no hay ninguna multitud cooperante, interconectada, capaz de convertirse en una masa protestante y revolucionaria global. Por el contrario, la soledad del autoempleado aislado, separado, constituye el modo de producción presente. Antes, los empresarios competían entre sí. Sin embargo, dentro de la empresa era posible una solidaridad. Hoy compiten todos contra todos, también dentro de la empresa. La competencia total conlleva un enorme aumento de la productividad, pero destruye la solidaridad y el sentido de comunidad. No se forma una masa revolucionaria con individuos agotados, depresivos, aislados.

No es posible explicar el neoliberalismo de un modo marxista. En el neoliberalismo no tiene lugar ni siquiera la “enajenación” respecto del trabajo. Hoy nos volcamos con euforia en el trabajo hasta el síndrome de Burnout [fatiga crónica, ineficacia]. El primer nivel del síndrome es la euforia. Síndrome de Burnout y revolución se excluyen mutuamente. Así, es un error pensar que la multitud derroca al empire parasitario e instaura la sociedad comunista.

¿Y qué pasa hoy con el comunismo? Constantemente se evocan el sharing(compartir) y la comunidad. La economía del sharing ha de suceder a la economía de la propiedad y la posesión. Sharing is caring, [compartir es cuidar], dice la máxima de la empresa Circler en la nueva novela de Dave Eggers, The Circle. Los adoquines que conforman el camino hacia la central de la empresa Circler contienen máximas como “buscad la comunidad” o “involucraos”. Cuidar es matar, debería decir la máxima de Circler. Es un error pensar que la economía del compartir, como afirma Jeremy Rifkin en su libro más reciente La sociedad del coste marginal nulo, anuncia el fin del capitalismo, una sociedad global, con orientación comunitaria, en la que compartir tiene más valor que poseer. Todo lo contrario: la economía del compartir conduce en última instancia a la comercialización total de la vida.

El cambio, celebrado por Rifkin, que va de la posesión al “acceso” no nos libera del capitalismo. Quien no posee dinero, tampoco tiene acceso al sharing.También en la época del acceso seguimos viviendo en el Bannoptikum, un dispositivo de exclusión, en el que los que no tienen dinero quedan excluidos. Airbnb, el mercado comunitario que convierte cada casa en hotel, rentabiliza incluso la hospitalidad. La ideología de la comunidad o de lo común realizado en colaboración lleva a la capitalización total de la comunidad. Ya no es posible la amabilidad desinteresada. En una sociedad de recíproca valoración también se comercializa la amabilidad. Uno se hace amable para recibir mejores valoraciones. También en la economía basada en la colaboración predomina la dura lógica del capitalismo. De forma paradójica, en este bello “compartir” nadie da nada voluntariamente. El capitalismo llega a su plenitud en el momento en que el comunismo se vende como mercancía. El comunismo como mercancía: esto es el fin de la revolución.

Byung-Chun Han es filósofo.

Traducción de Alfredo Bergés.

Leido en El país

jueves, 11 de agosto de 2016

El encuentro más íntimo entre dos personas no es el sexual, es el desnudo emocional.

El encuentro más íntimo entre dos personas no es el sexual, es el desnudo emocional. Un intercambio que se produce cuando se vence el miedo y nos damos a conocer al otro tal y como somos en cada una de nuestras vertientes.

No es fácil de lograr. De hecho, un desnudo emocional no es algo que se consiga a la ligera ni con cualquiera. Hace falta tiempo, fuerza y ganas de escuchar, sentir y abrazar emociones. Autoconocimiento y heteroconocimiento, es decir, el conocimiento de uno mismo y el de la realidad del otro.

Visto así, no parece casual término que los escritos bíblicos utilizan para hablar de amor sexual o del establecimiento de la intimidad es CONOCER. De conocernos y desnudarnos en pasiones, en sentimientos y en historia emocional va a tratar este artículo…

El desnudo emocional comienza por uno mismo

El desnudo emocional comienza por uno mismo. Es decir, es muy importante que las personas nos identifiquemos con lo que sentimos y nos demos cuenta de cómo nos sentimos cómodos o incómodos, qué pensamos y cómo podemos utilizar nuestras emociones al servicio de nuestros pensamientos.

Escucharnos, conectar y conocer nuestra herencia emocional, es decir, escanear nuestro cuerpo emocional es imprescindible para destapar nuestros miedos, nuestros conflictos, nuestras inseguridades, nuestros logros, nuestros aprendizajes, etc.

Conocer nuestra filosofía emocional, explorar nuestras vulnerabilidades permanentes, ser conscientes de lo doloroso y que eso fluya, es imprescindible para poder contemplar la imagen que nuestro espejo emocional nos proyecta al quitarnos las prendas que nos“visten”.
El autoconocimiento de nuestras vulnerabilidades emocionales no hace que estas desaparezcan, pero tener una concepción más profunda sobre ella implica que cada vez que aparezca en nuestra vida podamos identificarla y actuar sobre ella, impidiéndole que ahogue nuestras conexiones emocionales.

Nuestra herencia emocional, la clave para conectar

Nuestra herencia emocional ejerce un fuerte impacto tanto en nuestra capacidad de conectar emocionalmente con los demás como en las ocasiones que tenemos de hacerlo. Es precisamente este bagaje, esta piel, la que nos hace matizar y actuar sobre nuestras sensaciones, sentimientos y emociones de una determinada manera.

Exponernos a nuestros recuerdos y a aquellas sensaciones que pueden resultarnos desagradables no es fácil y muchas veces ni siquiera se contempla como útil. Sin embargo, existen muchas razones por las que resulta recomendable quitarse las prendas:
Si queremos tener relaciones más significativas, es importante que nos detengamos a mirar al pasado y a sanar las heridas emocionales de nuestra infancia.
El cableado de conducción que transporta nuestros mensajes emocionales debe ser descubierto para que nuestras reacciones no nos manejen. Por ejemplo, cuando decimos que “nuestro hermano nos saca de quicio”, realmente estamos teniendo la sensación de que sabe en qué tecla tocar para enfadarnos.
Conocer estas pautas de reacción emocional y comunicarlas nos ayuda a regenerar nuestros pensamientos y nuestro estado de bienestar general.
Así, cuando realizamos una labor de autoconocimiento, nuestro diálogo interno puede lograr cambiar de “Las personas son peligrosas para mí” a “La forma en que me trataron me hizo daño, pero ya soy consciente y procuro que eso no influya”.
Cuando accedemos a nuestra herencia emocional y comprendemos cómo los sentimientos del pasado matizan las experiencias del presente, podemos ser más hábiles a la hora de establecer fuertes y sanos lazos de unión con quien nos rodea.
Ser conscientes de los filtros emocionales, de los abrigos y de las corazas que nos ponemos contribuye a hacernos hábiles lectores e intérpretes tanto de los intentos de conexión de los demás como de los propios.

No es fácil desnudar a una persona herida

Desnudar emocionalmente a las personas muy marcadas por su pasado puede resultar difícil, pues hace falta lidiar con las corazas, con las prendas que le vuelven inaccesible, las desilusiones que envuelven a la persona, los miedos al rechazo, al abandono, a la soledad…

Para hacerlo se necesita ser inteligente, amar a la persona y abrir los oídos, los ojos y la piel desterrando los prejuicios y la actitud de juzgar. Es decir, una escucha activa emocional a través de todos los sentidos sin “peros” ni comas fuera de lugar.
Para hacer esto debemos saber que un desnudo emocional no se crea en cualquier tipo de ambiente sino que deben darse las condiciones idóneas para generar emociones, sentirlas, manipularlas, examinarlas y usarlas.

Los escenarios emocionales ideales para el desnudo son aquellos en los que prima la escucha desde el interior, la empatía y la inteligencia emocional. Escenarios en los que se potencia la comunicación y la comprensión con una gran base de respeto y tolerancia.
Solo así lograremos crear un ambiente emocionalmente distentido en el que realmente pueda darse en el encuentro íntimo, el desnudo de los miedos, de las inseguridades y de la verdad emocional. Solo así lograremos esos abrazos que rompen los miedos, que cierran nuestros ojos y que nos entregan al 200% en cuerpo y alma.

Raquel Aldana. La mente es maravillosa

domingo, 17 de julio de 2016

En defensa de los animales



Explicaba Alphonse de Lamartine que “No se tienen dos corazones, uno para los animales y otro para los humanos. Se tiene un corazón o no se tiene”. La editorial Kairós ha publicado recientemente, en traducción de Miguel portillo, una obra fundamental para acercarnos a la relación de los animales no humanos con el hombre, En defensa de los animales, del monje budista Matthieu Ricard, residente en Nepal.

El objetivo fundamental de Ricard es el de “evidenciar las razones y el imperativo moral que justifican ampliar el altruismo a todos los seres sensibles, sin limitación de orden cuantitativo ni cualitativo”, dado que habitamos un mundo “esencialmente interdependiente, donde la suerte de cada ser, sea el que sea, está íntimamente ligada a la de los demás”.

Ricard asegura que la bondad no ha de limitarse a la relación de los humanos entre sí, sino que debemos extenderla sin condición a los animales, una extensión que “es en primer lugar una cuestión de actitud responsable hacia lo que nos rodea”. Dado el frenético ritmo de nuestra sociedad occidental, nos resulta imposible recapacitar sobre el sufrimiento que infligimos a los animales, manteniendo -afirma- una “esquizofrenia moral que nos empuja a ocuparnos enormemente de nuestros animales de compañía a la vez que hincamos el tenedor a los millones de cerdos que se envían al matadero, aunque no son menos conscientes o sensibles al dolor e inteligentes que nuestros perros o gatos”.

Visión mecanicista heredada de la Modernidad e Ilustración europeas, que hizo que la mayor parte de los sabios e intelectuales de tales épocas pasaran por alto el dolor de los animales, incluso en el ámbito científico. El mismísimo Kant, severo moralista, escribe en sus Lecciones de ética que “los animales no tienen conciencia de sí mismos y en consecuencia no son más que medios para un fin. Este fin es el ser humano. Y éste no tiene deber alguno inmediato hacia ellos […]. Los deberes que tenemos para con los animales no son más que deberes inmediatos para con la humanidad”. Aserto frente al que se rebelaron otras corrientes y autores, muy anteriores, como los cátaros o el enciclopedista Voltaire, quien escribe en el artículo “Bestias” de la Enciclopedia:


"Varios bárbaros atrapan a ese perro, que aventaja al hombre en ser fiel a la amistad, lo atan a una mesa y lo abren en vivo para examinarle sus entrañas, descubriendo en él los mismos órganos del sentimiento que tiene el hombre. Contestadme, mecanicistas: ¿es que la naturaleza concedió los órganos del sentimiento a los animales con el fin de que no sintieran? Teniendo nervios, ¿pueden ser impasibles? ¿No supone esto contradecir las leyes de la naturaleza?"

Aunque la visión kantiana no resulta exclusiva de los siglos XVIII y XIX, sino también del XX, cuando leemos en Sartre (Cuadernos para una moral) que “la libertad del animal no resulta inquietante porque el perro sólo es libre para adorarme. El resto es apetito, humor, mecanismo fisiológico; al apartarse de mí, al gruñir, recae en el determinismo o en la oscura opacidad del instinto”. Como vemos, Sartre niega el estatuto moral de los animales en tanto que les priva de libertad, atándolos sin más a los más prefijados e inalterables mecanismos naturales, pasando por alto la empatía afectiva y cognitiva. Aunque, por otro lado, ¿está por más demostrada la libertad e independencia del ser humano respecto a la naturaleza? ¿No es él, también, un ser atado a las leyes más inexorables?

Como apunta acertadamente Matthieu Ricard, los pueblos cazadores de nuestra especie no consideraban en absoluto a los animales como seres inferiores en ninguna faceta, sino como unos iguales que luchan, igualmente, por su supervivencia. Por ejemplo, los hewong de Malasia, explica el etólogo Dominique Lestel, “no dividen el mundo entre humanos y no humanos. Consideran que los representantes de cada especie tienen una visión del mundo que les es propia. […] Lo que cada especie percibe es, para ella, tan cierto como lo que percibe el ser humano”.

Frente a esta posición de igualitarismo animal, en la actualidad predomina la visión utilitarista, ya sostenida en su Ética por Spinoza: “La ley que prohíbe matar a los animales está basada más en una vana superstición y en una piedad de mujer que en una sana razón; […] no existe razón para no buscar lo que nos resulta útil, y por ello para no utilizar a los animales como mejor convenga a nuestros intereses”. Concepción proveniente del cristianismo, en cuyo seno se defiende que Dios encumbró a la humanidad por encima del resto de los animales, confiriendo al hombre un estatuto moral superior. Aunque ya Plutarco, en su Acerca de comer carne, escribía:


"Os preguntáis cuáles fueron las razones en que Pitágoras se basó para abstenerse de comer carne de animal. Por mi parte me preguntaría cuál fue el accidente o el estado anímico o mental que hizo al primer hombre comerla, tocar con sus labios la sangre coagulada y llevarse a la boca carne de una criatura muerta. ¿Quién se aventuraría a llamar alimentos a lo que poco antes vivía, se movía y chillaba? ¿Cómo pudieron sus ojos observar la matanza? ¿Cómo pudo su nariz soportar el hedor? ¿Cómo pudo la corrupción convencer a su gusto y éste pudo entrar en contacto con las heridas de otro, beber sus secreciones y la sangre que manaba por las mortales heridas? […] [M]ediante una sensualidad cruel, degollamos a esas bestias desgraciadas, les privamos de la luz de los cielos, les arrancamos esa débil porción de vida que la naturaleza les destinara. ¿Creemos, además, que los gritos que emiten no son más que sonidos inarticulados, y no oraciones y justas reclamaciones por su parte?"

Meslier sostenía: “Benditas sean las naciones que tratan benigna y favorablemente a los animales, y que se compadecen de sus miserias y dolores, y malditas sean las naciones que los tratan con crueldad, que los tiranizan, que gustan de verter su sangre, y que están ávidas de devorar su carne”

Ni siquiera la revolución darwiniana fue capaz de modificar el paradigma carnívoro, cuando el autor inglés mostró que las especies y su evolución no revela más que transiciones graduales entre ellas. Un Darwin que, en su condición de biólogo y amante de la naturaleza, se mostró muy preocupado por este asunto. En una anotación de su diario afirmaba que “La humanidad hacia los animales inferiores es una de las más nobles virtudes de las que el ser humano ha sido dotado, y se trata del último estadio del desarrollo de los sentimientos morales. Sólo cuando nos preocupamos de la totalidad de los seres sensibles nuestra moral alcanza su nivel más elevado”. También el escritor decimonónico Émil Zola, casi contemporáneo de Darwin, apuntaba:


¿No podríamos empezar por estar de acuerdo acerca del amor que se les debe a los animales? […] Y eso simplemente en nombre del sufrimiento, para matar el sufrimiento. El abominable sufrimiento que vive la naturaleza y que la humanidad debería esforzarse en reducir todo lo posible, mediante una lucha continua, la única lucha a la que sería sabio lanzarse.

Matthieu Ricard escribe un magnífico y documentado volumen en el que repasa histórica y críticamente, sin salmodias ni propagandas, todas las concepciones que, a lo largo del devenir humano, han hecho de los animales meros objetos de consumo, concluyendo con una llamada a la razón y a la bondad humana. Y es que, como ya considerara uno de los padres de los derechos de los animales, Arthur Schopenhauer, “Una compasión sin límites que nos una a todos los seres vivos, tal es la garantía más sólida y segura de la moralidad. Quien la posea será incapaz de perjudicar a nadie, de violentar a nadie, de hacer daño a quien sea; sino que, más bien, mostrará tolerancia para con todos, perdonará, ayudará con todas sus fuerzas, y cada una de sus acciones estará del lado de la justicia y de la caridad”.

Así, termina Ricard, contundente: “Es hora de ampliar la noción de prójimo a otras formas de vida. Si comprendemos y sentimos conscientemente que en realidad todos somos ciudadanos del mundo, en lugar de considerar a los animales como una subcategoría de seres vivos, no nos permitiremos seguir tratándoles como lo hacemos”.

Extraído de: https://elvuelodelalechuza.com

domingo, 26 de junio de 2016

Mujeres contra mujeres, la trampa del patriarcado



Juliet Mitchell es psicoanalista y feminista, dos frentes que no terminan de amigarse pero cuya relación es inevitable para comprender la situación de las mujeres en la cultura.


Fundadora del Centro de Estudios de Género de la Universidad de Cambridge, hace ya cincuenta años escribió el artículo que la ubicó entre las voces protagónicas de la segunda ola feminista: “Mujeres, la revolución más larga”. Y el tiempo le dio la razón, pues la igualdad de género sigue siendo una tarea pendiente que da pasos adelante y hacia atrás. Juliet visitó el país invitada por el Doctorado en Psicología y el Instituto de Humanidades de la UDP –con el patrocinio de Fondecyt– y Theclinic conversò con ella sobre los aciertos y errores de un feminismo que, según cree, necesita pasar a una nueva fase.


El feminismo ha rechazado al psicoanálisis debido a conceptos como la envidia al pene, la supremacía fálica, la anatomía como destino predeterminado. ¿Qué validez tendrían hoy estos conceptos?


–Son conceptos que hay que mirar de manera crítica, no como hace cuarenta años. Por ejemplo, la envidia al pene no es al pene, sino una representación de la envidia al poder. Y aunque se trate de una representación, desde el feminismo no se usa mucho. ¿Acá se usa esa expresión?


Como una ofensa se usa mucho. Bajo la expresión “te falta pico”, para acusar que una mujer está haciendo algo motivada por la amargura o la envidia.


–En ese caso se trata de mujeres haciendo lo que les place. Lo que ocurre es que cuando una mujer hace cosas que la igualan a los hombres, son ellos los que ven envidia.


¿Y de qué manera crees que el saber del psicoanálisis sobre el deseo inconsciente podría aportar al feminismo?


–Ayuda a comprender la repetición compulsiva por la cual, sea lo que sea que las mujeres ganamos, volvemos siempre a la posición de segundo sexo. Los seres humanos tenemos, junto a la tendencia de movernos hacia delante, una tendencia regresiva representada por la pulsión de muerte, esta pulsión conservadora de ir hacia atrás. Y el psicoanálisis sirve para comprender este impulso que nos lleva a mantener el statu quo y hace del cambio algo tan difícil.


¿La idea de que el psiquismo femenino se orienta hacia la pasividad es una forma de empuje hacia atrás? ¿O habría placer en el sometimiento?


–Esa posición femenina es algo disponible para ambos géneros, pero el problema es que siempre ha sido devaluada, denigrada. La segunda ola feminista apuntaba a que los hombres también pudieran disponer de su lado pasivo. La pasividad tiene un rol positivo en las relaciones, para poder comprender al otro. Por ejemplo, ¿cómo comprender el llanto de un bebé si no es a través de la pasividad frente a esa acción?


Pero a las mujeres nos cuesta seguir viendo la pasividad como algo tan positivo. ¿Se puede aspirar a un amor sin pasividad?


–Todos queremos ser sujetos y no objetos, es legítimo que las mujeres queramos estar del lado de la actividad y no del objeto pasivo. Ahora, si ninguno de los géneros tiene apertura a ponerse del otro lado, se pierden la posibilidad y los beneficios de entender al otro, y se cae en mirarse sólo a uno mismo. Necesito pasividad para entender cómo te sientes, es importante para el amor. Pero ha sido devaluado por asociarse a un grupo social oprimido, las mujeres.


¿Crees, por ejemplo, que las mujeres para acceder al poder necesitamos masculinizarnos?


–Sería muy interesante que nadie tuviera que tener poder. Porque el poder siempre se ejerce sobre otro, nunca es algo neutral. Por eso es que nunca logramos estar demasiado felices. Es una lástima que todos busquemos poder.


Sobre mujeres con poder se dicen cosas como que Dilma es una inepta, Cristina K. una histérica, Bachelet alguien que se mueve por intuiciones.


–Son típicas denigraciones sexistas, que no tienen que ver con ellas como mandatarias. Es decir, las tres pueden cometer faltas como cualquiera, pero ese tipo de críticas son de género. Por lo demás, usar la intuición no es algo negativo. La intuición no es algo que caiga del cielo, viene de la experiencia.


¿No serán víctimas de explotar justamente esas habilidades blandas, cercanía, empatía?


–¿Y por qué no? ¿Cuál es el problema con eso? Si esas habilidades permiten entender ciertas situaciones, está bien. Pero se las atribuyen como faltas por el hecho de ser mujeres. ¿Has visto el nuevo gabinete de Brasil? ¡Compuesto sólo de hombres, como el de Corea del Norte!


Al mismo tiempo, se ponen de moda las nuevas primeras damas, como la Sra. Macri, la mujer de Temer en Brasil o la esposa de Trump. Todas mujeres bellas y jóvenes que se muestran subordinadas a los deseos masculinos.


–Es triste y es de cierta forma una traición al género. Porque ellas permiten ser usadas, objetivizadas, para ponerse en contra de otras mujeres. Es como un esclavo usado para atacar a otros esclavos.


¿Crees que el deseo de jugar a ser objeto de deseo, por ejemplo en la seducción, sería algo criticable?


–Hace muchos años tuve una intensa discusión sobre eso. El punto es cómo ser irónica en usarlo. Si necesitas cambiar la rueda del auto, pues usa tu encanto si eres una bella chica. Pero si eres una mujer sin encanto, ¿qué vas a usar? Es decir, sólo un pequeño grupo de mujeres puede usar eso. No digo que sea algo malvado, pero de todos modos es una forma de jugar en contra de otras mujeres.


Algunas mujeres dicen temerles a las feministas, se sienten criticadas si juegan a sexys o se depilan, porque las acusan de “regalonas del patriarcado”.


–Eso es profundamente antifeminista. El feminismo implica no estar en contra de otras mujeres. Definir cómo tiene que ser una mujer cierra el futuro. Y en esta revolución no sabemos qué va a ser un hombre y una mujer, es un futuro abierto. No podemos definir una posición ideal.


De hecho, a los transgénero se les permite jugar más con el imaginario femenino. Pero el rechazo a las mujeres parece venir tanto de hombres como de nosotras mismas.


–Ese es mi punto principal, y por eso la revolución de las mujeres es la más larga: la definición de ser una mujer, socialmente, es una definición oprimida en sí, es una definición negativa con relación al hombre. Se la define como objeto, por tanto no puede ser sujeto de su propia historia. Como el caso de la mujer agredida a la que le sacan los ojos: ahí se trata de que su cuerpo le pertenece al hombre. Ese es el corazón de la misoginia y de que lo que se entiende como “diferencia entre los sexos”: la objetivización de las mujeres entre los límites de una definición. Habría igualdad si todos pudiéramos ser sujetos activos y pasivos dependiendo del contexto, pero el punto es que para las mujeres parece algo definicional. Por eso las mujeres también denigramos a otras mujeres.


¿Cómo se entiende que algunas mujeres rechacen un movimiento a favor de ellas?


–Estuve hablando con una mujer exitosa, joven, atractiva, que decía no ser feminista. Pero al preguntarle qué haría en determinadas situaciones que no eran las suyas, reconocía que entonces lo sería. Ella no necesitaba ser feminista porque para ella la liberación ya estaba dada. Pero estaba en una posición temporal que pocas mujeres pueden tener, y si fuera vieja y fea, seguramente pensaría distinto. Entonces lo importante es que, si vas a ser parte de una élite por sólo cinco minutos, mejor no uses tu posición en contra de otras mujeres.


DE VUELTA A LA CASA


Se habla de una tendencia a la hipermaternidad. Una que lleva al extremo la “teoría del apego” del psicoanalista John Bowlby, promoviendo la lactancia extendida y el colecho. ¿Podría ser una nueva trampa o es una apropiación de la maternidad?


–¡Es un trampa total! Pobre de esa madre y de ese hijo. Probablemente nunca Bowlby estuvo tanto tiempo con sus hijos. Es idealizar una maternidad enloquecedora, nadie puede desear estar con un hijo las 24 horas, el bebé llora, no deja dormir. Esto empuja a negar lo que una mujer realmente puede sentir en la maternidad. Se trata de nuevo de la mujer como objeto, en este caso a través de esa maternidad idealizada. Naturalizar la maternidad es una cuestión ideológica. Es interesante, porque esto va y viene. En los tiempos del Flower Power apareció esto mismo, incluso en una parte progresista del movimiento.


Pero, al menos acá, parece políticamente incorrecto criticar a unas madres que defienden este ideal con furia. ¿Por qué esta tendencia retorna?


–Puede estar relacionado con la economía. La historia muestra que se promueve que las mujeres salgan a la calle a trabajar en tiempos de recesión o de transición económica, porque son mano de obra barata. Luego pasan a ser reserva trabajadora y se las devuelve al hogar. Bowlby planteó sus ideas en la posguerra, en tiempos donde las mujeres volvieron a casa. Hay que mirar siempre a la economía para ver qué está pasando con las mujeres.


¿Y por qué lo aceptamos, incluso gratamente?


–Porque para la mayoría la experiencia laboral no es demasiado grata: malos sueldos, malos trabajos. No hay igualdad en el trato, ni en los honorarios, ni en el trabajo. El hogar resulta un lugar más idealizado. Pero toda idealización tiene su contraparte, la denigración. Seguramente estas madres ideales del apego son la imagen de una élite, en cambio a la mujer pobre se le diría que salga a trabajar ya que mientras amamanta a uno tiene a otros hijos muriendo de hambre. Es una posición peligrosa, de un grupo reducido que es usado en contra de otras mujeres. Es la misma lógica que describíamos a propósito de las nuevas primeras damas.


Tenemos un gran problema si las mujeres actuamos en contra de nosotras mismas.


–Si el feminismo se trata de algo, es de decirles a las mujeres que no permitan ser usadas en contra de otras. Y esto ocurre cada vez que las mujeres usan su posición de privilegio olvidando que la mayoría no son eso. Mira en el metro cuántas calzan con la madre de Bowlby o con el tipo de amante de Trump. El patriarcado opera no sólo con la oposición de hombres contra las mujeres, sino también, de manera crucial, poniendo a mujeres contra mujeres. Tal oposición socava cualquier posibilidad de protesta de las mujeres contra su posición. El feminismo debe ir en esa vía: incluso las que no lo necesitan, las mujeres aún bellas y jóvenes, deben apoyar a las oprimidas. Es decir, el feminismo se trata fundamentalmente de promover la solidaridad entre mujeres. No se trata de querer a todas las mujeres, sino de solidarizar. No atacar, pero sí mostrar cuando una mujer permite ser usada por el patriarcado en contra de otras. Allende en su último discurso agradece en primer lugar a las mujeres, como grupo oprimido que apoya a otros grupos, esa es una señal muy potente. Pienso que se requiere de un nuevo movimiento.


¿Otro movimiento?


–Falta teorizar las posiciones de hombres y mujeres en esta nueva fase, en la que se ha incrementado la igualdad y esto parece ser una amenaza. Y la situación estructural de la mujer como objeto resiste. Necesitamos entender las repeticiones que vivimos. Por ejemplo, entender por qué los femicidios. Este punto es muy importante, y siempre aumenta cuando hay una situación económica complicada. Engels ya hacia esta observación por ahí por 1840: cuando la clase dominante, en este caso los hombres, pierde su estatus, ataca a las mujeres, ya que suponen que éstas no pueden estar en una mejor posición que ellos. Hombres humillados, sin trabajo, vuelcan su violencia hacia las mujeres. Es muy importante que exista una legislación fuerte en estas materias, ya que a mayor crisis, más violencia de género. Debiéramos estar muy atentos a eso, porque está empeorando. En este momento hay una muy mala posición para las mujeres, y quizás por eso viene esta compensación de las madres de Bowlby: volver a casa como señal de la precaución que debemos tener ante el aumento de la violencia. La idealización del hogar es sólo la distracción. En la historia esto pasa una y otra vez. Estaba presente en los años 50 y 60 y ahora está volviendo.


fuente: www.theclinic

domingo, 12 de junio de 2016

Las etapas de la vida

"Podemos dividir el período de vida de una persona en cuatro etapas: infancia, juventud, vejez y muerte. En cada una de estas etapas se producen cambios fundamentales.
En la infancia, nuestra sangre es fuerte y nuestra energía es plena. La mente y el cuerpo, el pensamiento y la acción, son uno. Todo lo que hacemos está en armonía con el orden natural. El niño no se ve afectado por las cosas que suceden a su alrededor. La virtud y la ética no pueden limitar su voluntad. Desnudo y libre de las convenciones sociales, sigue el camino natural del corazón.

Durante la juventud, nuestra sangre se eleva y se hace volátil. Aumentan el deseo, las preocupaciones y la ansiedad. Las circunstancias externas dirigen en esos momentos la aparición y la desaparición de las emociones. La voluntad y la intención son limitadas por las convenciones sociales. La competición, el conflicto y la planificación, constituyen la norma de las interacciones con los demás. La aprobación y la desaprobación de los demás se convierten en algo importante, y se pierde la expresión honrada y sincera de los pensamientos y de los sentimientos.

Durante la vejez, la fuerza de la sangre empieza a declinar. En consecuencia, también se debilitan el deseo y las preocupaciones. En comparación con los años de juventud, estamos más pacíficos y en armonía con nosotros mismos. Las convenciones sociales y las influencias externas tienen menos efecto sobre nosotros porque ya no estamos interesados en el heroísmo y en la competición. Aunque la persona mayor no se halle tan en armonía con el orden natural de las cosas como el niño, sin duda alguna es más fiel a sí mismo que cuando era joven.

Con la muerte, todo retorna a la calma. En ese momento no sabemos nada, no hacemos nada ni sentimos nada. Nuestra energía se une de nuevo a su fuente.

Confucio también habló de las etapas de la vida. Él la dividió en tres períodos: durante la juventud, nuestra sangre y nuestra energía están inestables. Por ello, en ese período necesitamos controlar nuestro deseo sexual. Con la madurez, nuestra sangre y nuestra energía son fuertes y agresivas. Por ello, en esta etapa de la vida, tenemos que domesticar nuestra naturaleza competitiva. Durante la vejez, nuestra sangre y nuestra energía son débiles. Por ello, en nuestros últimos años, tenemos que disolver nuestro apego a las cosas.

Tanto los taoístas como los confucianos proporcionan profundas comprensiones válidas de la naturaleza humana y de los cambios que se producen en nuestra vida. Para los confucianos, lo importante es entender lo que hay que hacer en cada período de la vida, de forma que podamos ser útiles a la sociedad, vivir de forma honorable e interactuar armoniosamente con los demás. Para los taoístas, lo importante es entender que la infancia, la juventud, la vejez y la muerte son etapas de la vida que debemos atravesar. Si entendemos esto, podemos aceptar los cambios que atravesamos y considerarlos como una secuencia natural de acontecimientos en el ciclo del nacimiento y de la muerte".

(Extraído del clásico taoísta "Lie Tsé o libro de la Perfecta Vacuidad", versión de Eva Wong)

sábado, 4 de junio de 2016

Me dejé violar por amor

Hace días que estoy dándole muchas vueltas a publicar o no esta historia. Lo cómodo es guardarlo para mí; total, solamente han sido dos agresiones más de las múltiples que he recibido en mi vida. Si he podido sobrevivir sin traumas, también sobreviviré a estas… y tampoco es “tan grave”…

Finalmente he decidido hacerlo público, por varios motivos. En primer lugar, porque me he hecho pública y me he mediatizado, precisamente en un tema, el de la prostitución, que desata duros debates dentro del feminismo. Mi postura, como prostituta que soy (esto es, me gano la vida prostituyéndome desde el año 1989), es defender los derechos fundamentales de las personas que ejercen la prostitución -no así la de los “empresarios”, que quede claro-: lucho contra el estigma de la prostituta y contra que se nos trate como “pobrecitas” que no sabemos tomar decisiones ni asumir riesgos. Asimismo, defiendo que no todos los hombres que recurren al sexo de pago son maltratadores, ni violadores, sino que, mayoritariamente, las relaciones se pactan entre adultos (prácticas sexuales a realizar, obligación de usar preservativo, tiempo, etc.).

Cuando me preguntan si nunca he sido agredida por parte de algún cliente, -aunque solo sea por estadística, me tenía que haber tocado- mi respuesta es ‘no, jamás he sido agredida por ninguno de los ya decenas de miles de hombres con los que he tenido relaciones’. ¿Que ha habido y hay agresores potenciales? Por supuesto, he sido testigo y he llorado con compañeras, pero en mi caso, he sabido prevenir las situaciones de riesgo potencial. Tampoco consiento el acoso callejero y sé enfrentarme a esos acosadores. Entonces, ¿en qué contexto he sufrido agresiones? En la vida cotidiana, fuera del ámbito de la prostitución, y siempre, siempre, con hombres con los que había una relación previa de confianza: hombres de mi familia, vecinos del barrio, jefes en varios de los trabajos que he tenido, compañeros de trabajo y un “enamoramiento” por parte mía (leáse la “emoción del anamoramiento”).. Sí, he sufrido acoso sexual, abusos sexuales, y finalmente dos violaciones por parte de hombres de mi entorno de confianza.

Cuando publiqué mi libro ‘Una mala mujer’, ya expliqué los malos tratos y la violencia en la que nací y crecí, por parte de mi padre y mi madre; después, una violación por parte de los vecinos “gamberros” del barrio, cuando tenía 12 años, así como los abusos sexuales, de uno de mis jefes, en los que realmente me sentía “puta” y sucia, pero por miedo a perder el trabajo, una mierda de trabajo, todo hay que decirlo, porque no salía de la miseria, accedía a todo lo que él me pedía, fingiendo que a mí también me gustaba ser “su amante”, pero ni él me gustaba, ni yo quería tener relaciones con él, las tenía por puro miedo. No expliqué otros episodios de tocamientos, también en la adolescencia, con dos primos, que a mí me dejaron entre sentir la excitación por lo prohibido y el asco que me daba que me tocaran, porque no me pedían permiso, simplemente lo hacían y punto y yo, pues yo me dejaba…

Y así, con estos antecedentes, llegamos a la actualidad: ¿Cómo es que una mujer que en 26 años ejerciendo la prostitución jamás ha sido agredida por ningún cliente es violada y abusada sexualmente -“tocamientos” por encima de la ropa por parte de un conocido y que ahora no relataré para no extenderme- en cuestión de semanas? Pues desde aquel episodio de los 12 años, y que yo pensé que nunca más me volvería a pasar, he sido violada por enamoramiento, por ese estado de imbecilidad que me dejó bloqueada y me impidió reaccionar.

Es un hombre que conocí por las redes sociales, que previamente admiraba mucho, que un día dio un paso de acercamiento y yo por esa admiración bajé la guardia, que supo ilusionarme primero, y después enamorarme, con bonitas palabras, y haciendo apreciaciones sobre mis inquietudes y con un sexo virtual muy excitante y que francamente disfruté. Finalmente, llegué a creerme que de verdad le importaba como persona, que no le importaba que me ganase la vida como prostituta, porque me implicó totalmente en su vida cotidiana, dándome a conocer a su familia, diciéndome que estaba en proceso de separación, me decía que me amaba… Cuando llegó el momento de conocernos en persona, yo deseaba ese encuentro sexual. Lo que no me esperaba, porque nada de su actitud me lo había hecho sospechar, es que iba a ser tan agresivo.

Nos citamos en un hotel, yo llegué antes y lo esperaba excitada y con ansía, tenía preparado el preservativo, encima de la mesita… Él llegó puntual y, después de cuatro besos, cuatro besos literalmente, dados de cualquier manera (que ya me tenían que haber alertado), me empezó a tocar agresivamente, muy bruto, los senos, la vagina por debajo del vestido, y en ese momento yo ya me bloqueé, fui incapaz de pararle, de frenarle, de decirle “¡oye no seas tan bruto!”, de empujarle. ¿Lo demás? Ya no soy capaz de recordar detalles, sé que en un instante estaba tirada en la cama y sin bragas y el sólo se bajó los pantalones y sencillamente me penetró, así tal cuál. Eso sí, se corrió enseguida, terminó, se levantó, “me tengo que ir”… Todo en apenas unos minutos…

Y yo me quedé llorando, pensando: “Pero… ¿qué ha pasado? Sí… ¡Me ha violado!” Y sí, “me la he metido sin preservativo”, “no me ha preguntado si puedo quedarme embarazada, o si tomo anticonceptivos”, “no me ha preguntado qué me gustaba y qué no”, “no era así como teníamos que haber estado”, “¿cómo no he sido capaz de salir de la habitación, nada más tocarme de esa manera?”… “pero… pero… ¿cómo he podido dejar que me tratara así? y ¿qué hago ahora?”, “¿Por qué me ha pasado esto y he bajado la guardia?” Después de varios días de meditar, se lo conté a dos “amigas”, lo vieron más como una aventura que había salido mal. Solamente una compañera de trabajo, es decir, prostituta, tuvo empatía conmigo y coincidía conmigo en identificarlo como violencia machista, además sin ningún escrúpulo, hacía las mujeres incluida su propia mujer.

Todo esto es reflejo de la violencia estructural machista. Un grave problema de educación machista, que arrastramos generación tras generación, por el que las mujeres no tenemos y nos cuesta encontrar las herramientas necesarias para saber gestionar las emociones como el miedo o el enamoramiento. Ese “amor romántico” que internalizamos desde pequeñitas y que hace que nos entreguemos, sin más cuestionamientos, y que por más que luego aprendamos y sepamos que es una construcción cultural perversa, ¡qué difícil es no caer en sus redes! Nos afecta a todas las mujeres, sin distinción de niveles socioculturales, en mayor o menor medida… Y me indigna más si cabe porque, en mi caso particular, en el contexto de sexo de pago lo controlo todo y reacciono, no me bloqueo.

Así es la magnitud y la sutileza de esta violencia machista. Todas las mujeres somos vulnerables, tenemos mucho que hacer si queremos dejar el mundo mejor que lo hemos encontrado y evitar que las siguientes generaciones sigan reproduciendo esta estructura. Me indigna que no tengamos una educación sexual y afectiva desde la niñez… No sé qué más decir… Solo espero que compartiendo esta experiencia, si todavía no hay quién conozca la envergadura de esta violencia machista, sea plenamente consciente de cómo se manifiesta. Una violación no es solamente que seamos violadas a la fuerza, con amenazas y agresiones físicas, una violación también se da cuando un estado emocional provocado por esa educación nos impide reaccionar, y no solo el miedo a recibir una agresión mayor o el miedo al rechazo o el miedo a que piense que “soy una estrecha”.

Si me defino como feminista es porque lucho para que las mujeres podamos expresarnos como realmente queramos, cada una en su contexto y en sus circunstancias personales, y que no seamos oprimidas por esta cultura machista que hace que seamos incapaces de decir: “¡No, así no!” y “¡nada ni nadie me va a impedir que, por ser mujer, no pueda ser yo, ni pueda realizar mis sueños!”

Por Montse Neira

Prostituta, madre, activista feminista, investigadora social, y a veces ¡pienso! Y afronto mis contradicciones. http://prostitucion-visionobjetiva.blogspot.com/

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Hace días que estoy dándole muchas vueltas a publicar o no esta historia. Lo cómodo es guardarlo para mí; total, solamente han sido dos agresiones más de las múltiples que he recibido en mi vida. Si he podido sobrevivir sin traumas, también sobreviviré a estas… y tampoco es “tan grave”…
Finalmente he decidido hacerlo público, por varios motivos. En primer lugar, porque me he hecho pública y me he mediatizado, precisamente en un tema, el de la prostitución, que desata duros debates dentro del feminismo. Mi postura, como prostituta que soy (esto es, me gano la vida prostituyéndome desde el año 1989), es defender los derechos fundamentales de las personas que ejercen la prostitución -no así la de los “empresarios”, que quede claro-: lucho contra el estigma de la prostituta y contra que se nos trate como “pobrecitas” que no sabemos tomar decisiones ni asumir riesgos. Asimismo, defiendo que no todos los hombres que recurren al sexo de pago son maltratadores, ni violadores, sino que, mayoritariamente, las relaciones se pactan entre adultos (prácticas sexuales a realizar, obligación de usar preservativo, tiempo, etc.).
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