viernes, 12 de junio de 2015

Sufrir menos y disfrutar más del amor

Contra la cultura del sufrimiento, ¡alegría de vivir, y ganas de disfrutar! En este post Coral Herrera analiza la sublimación del sufrimiento romántico y desmonta la idea de que para amar de verdad hay que sufrir y pasarlo mal. Bajo el lema “otros romanticismos son posibles”, la autora apuesta por la transformación colectiva de las emociones y los sentimientos, y la construcción de nuevas formas de querernos basadas en la ternura social, el compañerismo, el cariño, la generosidad, la empatía y el disfrute.

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En el amor sufrimos por muchas y variadas causas. La primera de ellas es que nos gusta sufrir por amor: toda nuestra cultura amorosa sublima el sufrimiento como la quintaesencia del romanticismo: parece que sin dolor, no hay entrega verdadera. Muchas de las novelas y películas de amor nos representan la pasión como una emoción negativa que nos invade y nos convierte en monstruos, que nos arrastra hacia abismos insondables, que nos hace cometer locuras, que saca lo peor de nosotras mismas. En la mayor parte de nuestros relatos y canciones, pareciera que cuando Cupido lanza su flecha, nos condena para siempre a sufrir por amor… y que nosotras no podemos hacer nada excepto resignarnos ante la omnipotencia del amor.

Debido a esta asociación entre romanticismo y sufrimiento, el romántico es siempre una víctima que sufre porque sus sueños no se hacen realidad, y porque al sublimar su dolor, lo exhibe como muestra de su inmensa capacidad de amar. Pero no ama jamás sin pedir a cambio, de ahí la batería inmensa de reproches y reclamos de la persona enamorada que se entrega a los placeres del sufrimiento, y todo lo que ello conlleva: insultos, humillaciones, comentarios despreciativos, juicios de valor, amenazas, chantajes y sobornos emocionales hacia la persona o el objeto de nuestro amor.

Nuestra cultura amorosa cree que del amor al odio hay una delgada línea que es fácil traspasar: si no te corresponden, si no te aman como crees que te mereces, si te han hecho creer que te amaban pero no te amaban, si te dejan de querer, puedes odiar y tratar de despertar la solidaridad de tus allegados para que todo el mundo odie al desalmado o a la desalmada que te ha roto el corazón. El despecho justifica cualquier barbarie, por eso los periodistas machistas siguen llamando a los asesinatos de mujeres “crímenes pasionales”, que siempre tienen un motivo: ella le engañó, ella provocó sus celos, ella lo abandonó… (por lo tanto, es normal que él perdiera la cabeza).

El sufrimiento sentimental no solo está mitificado en el imaginario colectivo, sino que además legitima cualquier acto de crueldad hacia la amada o el amado: basta con echar un vistazo a los carteles que inundan las redes sociales con comentarios despreciativos contra aquellos que no te aman, que dejaron de amarte, que te engañaron con sus artes para hacerte ilusiones y alimentar tus fantasías. En estos casos, la capacidad para la autocrítica es cero: el mensaje que lanzan las personas inocentes, sensibles y amorosas es que ellos jamás han roto un corazón en su vida, y los culpables de sus naufragios amorosos son siempre son los demás.

El amor también nos hace sufrir porque lo mitificamos e idealizamos como fuente de felicidad eterna (cuando es correspondido plenamente, cuando se puede vivir sin obstáculos de ningún tipo, rodeado de abundancia y bienes materiales). En los cuentos de hadas las historias de amor siempre acaban el día de la boda: un relato nunca empieza desde el final feliz para mostrarnos cómo es la vida en pareja, y las dificultades por las que atraviesan las relaciones amorosas a través de los años. En los cuentos no nos hablan de los efectos de la rutina, el egoísmo, la comunicación, la convivencia, las luchas de poder… porque las historias de amor son para entretenernos y para escapar durante un rato a un mundo feliz que no es el nuestro.

Esta sublimación del romanticismo en las películas y las novelas choca frontalmente con la realidad, y es otro de los motivos por los que no es fácil disfrutar del amor en toda su plenitud: las decepciones que sufrimos se deben a nuestras altas expectativas en torno a lo que desearíamos que fuese el amor. La realidad de la vida cotidiana es más gris y aburrida, y no existen personas perfectas que calcen a la perfección con nosotras: nos han vendido unos mitos como el del príncipe azul que sólo nos sirven para mantenernos entretenidos y entretenidas buscando a una persona perfecta que encaje con nosotras a la perfección. Esta pérdida de tiempo y energías en alcanzar lo que no tenemos, nos impide amar a personas de carne y hueso, tal y como son, porque no encajan en el modelo que nos han vendido en las películas con final feliz. A los hombres les sucede lo mismo: les han vendido el mito de la princesa obediente, sumisa, bella, encantadora, pasiva, perfecta, dulce y eternamente enamorada, pero nosotras ni tenemos sangre azul, ni somos un derroche de virtudes, ni hemos nacido para amar incondicionalmente a un hombre.

No podemos disfrutar del amor en su plenitud porque tenemos poco tiempo para amar. La vida posmoderna está llena de obligaciones, horarios y rutinas que nos hacen caer literalmente desplomadas al final del día. Ese es el momento que tenemos para tener una buena conversación con nuestra pareja, para jugar entre las sábanas y hacer el amor, pero no podemos pasar la noche entera en vela retozando porque al día siguiente hay que trabajar y resolver mil y un asuntos pendientes. Las estadísticas nos indican que la gente elige los sábados y domingos para tener relaciones íntimas, pero el fin de semana suele estar también plagado de compromisos sociales, familiares y domésticos, y pasa volando… Reservar una tarde o un fin de semana entero para dedicarse al amor es poco menos que imposible, porque cada vez tenemos menos tiempo para detener los relojes y entregarnos a los placeres de la vida con nuestras parejas, si las tenemos.

El gran obstáculo para disfrutar de amor, sin embargo es el miedo. El miedo al futuro, el miedo a la soledad, el miedo a que se acabe nuestra relación, el miedo a ser rechazada, el miedo a que la otra persona te sea infiel, el miedo a no encontrar el amor de nuevo… perdemos muchas horas al día ancladas en el “¿y si…?”, una estructura que nos permite anticipar situaciones que no se han dado.

Puede sonar raro, pero muchas personas sienten placer imaginando desgracias durante un rato, construyendo realidades basadas en la ruptura o la traición, gozando con sentimientos terribles como la sensación de abandono. No tiene mucho sentido perderse en catástrofes imaginarias, creo, porque no podemos predecir el futuro, y tampoco controlarlo. Quizás por eso para disfrutar de una relación es fundamental tener la capacidad para disfrutar del presente, para deleitarse en cada instante desde el aquí y el ahora.

Otro obstáculo para disfrutar del amor es centrar todos nuestros afectos en una sola persona, pues el amor es un sentimiento universal que se puede sentir hacia la vida, hacia la existencia, hacia la naturaleza, hacia los animales, hacia nuestra gente querida, hacia la familia, la vecindad, y las personas de carne y hueso a las que vemos a diario y forman parte de nuestra cotidianidad. Relacionarse amorosamente con nuestro entorno nos hace sentir más generosas y más ricas en afectos, y en la medida en que los demás perciben y reciben tu trato amoroso, es más fácil despertar en ellos y ellas los mismos sentimientos de cariño.

Extendiendo nuestros afectos a la comunidad de la que formamos parte, nos sentiríamos menos solas y necesitadas, por eso nuestras relaciones podrían ser más sanas y libres.

Sin embargo, no tenemos muchos mecanismos para relacionarnos amorosamente con el entorno: sostenemos luchas de poder con los vecinos y vecinas, con los compañeros de trabajo, con la jefa o la presidenta, con la compañía de teléfono, con el policía que quiere multarte, con tu madre, con tu padre, con tus hijas e hijos, con tu pareja. A diario libramos batallas para ganar, y somos egoístas porque en ellas defendemos nuestros intereses frente a los intereses de los otros. También gastamos mucha energía en tratar de que no nos ganen a nosotros, en que no nos pisoteen, en defendernos de los egoísmos de los demás, y en medio de estas peleas a muerte, estas guerras silenciosas, estas tensiones y rencores acumulados, sufrimos mucho. Porque atacamos y nos atacan, acusamos y malinterpretamos, decimos barbaridades en caliente que no querríamos haber dicho, sacamos las cosas de quicio, sacamos los trapos sucios, aprovechamos para explotar y desahogarnos de otras tensiones…

Las luchas de poder entre los enamorados se traducen en un lento, pero inexorable camino hacia el desamor. Las peleas con un alto contenido en reproches que acaban en gritos o llantos van separándonos progresivamente de la otra persona, y dejando daños en el otro o en nosotras mismas que a veces resultan ser irreparables. En el afán por dominar a la otra persona, o lograr lo que una desea, entramos en guerras dolorosas que van deteriorando nuestras relaciones. Si pudiésemos dialogar con mayor fluidez, pactar con generosidad, comunicarnos desde el corazón, ceder, acordar, debatir, reflexionar con la otra persona, ponernos en el lugar del otro… nos sería más fácil convivir y disfrutar de una relación sentimental.

Sufrimos por amor porque no hemos recibido educación emocional y no sabemos cómo gestionar las emociones. Nos enseñan a reprimir la ira, el sentimiento de abandono, la alegría desbordante, la pena más honda, los celos, el deseo sexual… los únicos referentes emocionales que tenemos son los que nos ofrecen los cuentos y las películas, generalmente basados en estructuras de dependencia, de dominación-sumisión, de sacrificio y entrega. Son estructuras que no nos sirven para relacionarnos de igual a igual. Si desde la infancia nos diesen herramientas, aprenderíamos a expresarnos sin dañar al otro, a discutir sin violencia, a resolver conflictos sin perder el buen trato, a querer sin depender, a ser solidarios, sinceros y a tratar bien a las personas que se enamoran de nosotras o de las que nosotras nos enamoramos.

También sufrimos porque no elegimos bien a nuestro compañero/a. Generalmente cuando conocemos a una persona todos mostramos nuestra mejor cara, y ocultamos nuestras manías, nuestro mal humor, nuestros defectos y carencias. Tratamos de parecer simpáticos, generosas, amables, y cuerdos para impresionar favorablemente a la otra persona, y luego cuando nos vamos conociendo mejor, vamos descubriendo esos defectos. El impacto que provoca en nosotros este descubrimiento depende de la mitificación o idealización que hayamos construido en torno a esa persona: cuantas menos expectativas tenemos, menos nos decepcionamos.

Es importante querer a la gente tal y como es, por eso mismo es importante elegir a una persona que sea buena gente, que su comportamiento y su discurso sean coherentes, que sea generosa y tenga ganas de compartir. Necesitamos tiempo para conocernos bien, de modo que lo mejor es ir despacito: enamorarse a ciegas, crearnos espejismos o que nos los fabriquen puede ser muy doloroso, porque la realidad siempre acaba imponiéndose. Es importante leer las señales para saber si la persona con la que nos estamos relacionando está sana mentalmente, si es una persona violenta o agresiva, si es una persona mezquina, mentirosa o manipuladora… basta con observar el modo en el que esa persona se relaciona con los demás: con sus ex, con sus vecinos, con un camarero en un bar…

Nos hace sufrir mucho la falta de herramientas para resolver nuestras propias contradicciones internas, que nos hacen sufrir porque nos mantienen confusas, indecisas, vapuleadas por el contexto posmoderno que habitamos. El romanticismo es la nueva utopía emocional de corte individualista que nos sigue marcando las metas, los mitos, los roles, y las identidades: necesitamos sentirnos especiales, necesitamos sentirnos únicos, y necesitamos sentirnos imprescindibles, y solo el amor basado en la exclusividad nos aleja del anonimato y de la soledad. Queremos libertad, queremos compañía, luchamos por ser independientes, pero necesitamos a la gente. Queremos soltar y queremos atarnos…las emociones contradictorias nos hacen dudar de lo que realmente queremos, y de lo que sentimos, y hasta de quiénes somos. Perdemos muchos años de nuestras vidas ancladas en la falsa separación entre mente y cuerpo, razón y emociones, deseos y deberes. La poesía sublima estas contradicciones con hermosas metáforas, pero en la vida real nos paralizan completamente, y nos hacen sentir permanentemente divididas y desorientadas, porque pensamos el mundo con las estructuras patriarcales del pensamiento binario: como si la noche fuese lo contrario del día, como si el bien fuese lo contrario del mal, lo masculino fuese lo contrario de lo femenino, etc. Y por eso nos sentimos obligadas a elegir: sólo nos dejan ser una parte, no el todo. O eres una mujer buena, o eres una mujer mala. O eres inocente, o eres culpable. Esta falta de matices nos pone contra la espada y la pared constantemente. Pensando así, además, no nos percibimos jamás como seres completos, sino medias naranjas que necesitan otra media para ser felices.

Buscar la felicidad también nos hace infelices, obviamente. Pensamos siempre que la felicidad está en otra parte y por eso esa sensación de impotencia cuando la felicidad no llega. Creemos que la felicidad está en personas, en objetos, en puestos de trabajo, en el dinero, en la fama o el reconocimiento social, por eso es tan frustrante cuando alcanzamos esas metas y no nos sentimos desbordantes de felicidad.

Para sufrir menos y disfrutar más del amor, lo primero sería tener ganas de sufrir menos, y disfrutar más.Esto es importante aunque suene muy obvio porque no todo el mundo disfruta disfrutando: hay mucha gente que disfruta sufriendo y si no tiene motivos, se los inventa. Así que tenemos que aprender a disfrutar, con nuestro disfrute, y con el disfrute ajeno (hay mucha gente que sufre también viendo disfrutar a los demás), y poner límites a la gente aguafiestas. Si eres tú la persona aguafiestas, lo mejor es que te lo mires y seas consciente de por qué te boicoteas a ti misma la posibilidad de estar bien o de pasar un buen rato, y por qué boicoteas a los demás.

Para sufrir menos y disfrutar más, deberíamos a aprender a amar en libertad a las personas, y practicar el desapego para no apropiarnos de ellas ni sentirlas “nuestras”. Podemos comprar sexo, pero no podemos comprar amor, ni obligar a nadie a permanecer a nuestro lado si no nos desea o no siente lo mismo que nosotras. Tenemos, pues, que aprender que la vida es un camino en el que la gente nos acompaña por ratitos, o por etapas: nuestros abuelos no son inmortales, nuestras madres y padres no duran para siempre, nuestros compañeros de escuela o de universidad no forman parte de tu cotidianidad cuando acaba la etapa estudiantil…. los novios y las novias van y vienen, a veces nos acompañan una noche maravillosa, otras veces son años de caminar por el mismo sendero… por eso es tan importante disfrutar del presente, y asumir que nada es eterno, aunque Disney nos diga lo contrario.

Para sufrir menos, entonces, tenemos que aprender a convivir con las pérdidas y los finales, terminar las relaciones con cariño y amor, y aprender a disfrutar de los nuevos tiempos, las nuevas personas, las nuevas etapas. Creo que es necesaria una ética del amor que nos permita tratarnos bien y cuidarnos en todas las etapas de nuestras relaciones, lo mismo al inicio que al final. Empezar una relación, y terminarla, requiere altas dosis de generosidad, sinceridad, empatía, diálogo y afecto: podemos evitar las guerras del amor que tanto daño hacen (a nosotras mismas, y a nuestra gente querida), y vivir sin rencores perpetuos ni desgarros eternos.

Para disfrutar más de la vida, estaría bien deshacerse de la insatisfacción permanente que nos tiene siempre frustradxs, que continuamente nos lleva a querer más, o a desear algo mejor. Nos cuesta pararnos a pensar en lo bien que estamos, en lo felices que somos, en valorar las cosas que tenemos, los afectos de los que estamos rodeadas. Dedicamos mucho tiempo, en cambio, hacer inventario diario de lo que no tenemos, y pasar tiempo imaginando cómo todo se transforma por arte de magia cuando me toca la lotería, encuentro al amor de mi vida por fin, me ascienden en el trabajo, me voy de luna de miel a la otra punta del planeta… Cuanto más tiempo perdemos esperando el acontecimiento mágico que cambiará nuestras vidas, menos esfuerzos e imaginación dedicamos a cambiarlas nosotras mismas. Por eso creo que nos vendría bien un poco menos de fantasía romántica, y un poco más de trabajo individual y colectivo para mejorar nuestras vidas a todos los niveles (afectivo, sexual, económico, profesional, social, sentimental…)

Para que podamos disfrutar todos del buen querer, necesitamos repensar el amor, desmitificarlo, desmontarlo, despatriarcalizarlo, y volverlo a inventar. Tenemos que ensanchar el concepto de amor más allá de la pareja, disfrutar de los afectos sin jerarquizarlos, liberarnos colectivamente de la represión, la culpa, y el miedo. Este trabajo no tiene sentido si lo hacemos a solas: para poder relacionarnos de otras formas, tenemos que sacar el debate a las calles, y ponerlo de moda en las plazas, las asambleas, los congresos, los mítines políticos, las aulas, los foros,los bares, los parques, los platós de televisión, y las redes sociales.

Si logramos identificar las claves culturales del sufrimiento, de la desigualdad y del romanticismo patriarcal será más fácil que nos demos cuenta de que estamos en una estructura heredada que no hemos construido nosotros, que sufrimos todos y todas por las mismas cosas, y que ya es hora de ponernos a trabajar para cambiar las estructuras emocionales y afectivas con las que nos relacionamos, porque las antiguas no nos sirven para disfrutar del amor.

Para sufrir menos, y disfrutar más, tenemos, también, que responsabilizarnos de lo que sentimos, y construir herramientas que nos permitan enfrentarnos a situaciones de alta intensidad emocional. Desde la autocrítica amorosa podemos trabajar para conocernos mejor, para identificar las claves de nuestro sufrimiento, y para trabajar en la coherencia entre nuestras emociones, discurso y acciones. El objetivo final sería poder comportarnos como adultas y adultos en el amor, ser dueñas de nuestros sentimientos y poder expresarlos, relacionarnos con los demás desde la libertad y la generosidad, y construir relaciones hermosas que nos hagan felices.

Creo que una de las claves para disfrutar más del amor es entrenar para desarrollar nuestra capacidad para estar presente y conectar con la persona a la que amamos y el momento en el que estamos. Permanecer en el aquí y el ahora sin pensar en el futuro, sin hacerse expectativas, sin miedo a lo que pueda pasar, sin apresurarse a dar los pasos establecidos tradicionalmente para las parejas. Disfrutando del presente nos hacemos dueñas del tiempo: es el lugar donde más vamos a amar, el espacio en el que más nos van a querer.

Si, podemos disfrutar del amor… sólo tenemos que trabajarlo y pensarlo colectivamente, y echarle ilusión, energía, imaginación, y grandes dosis de alegría de vivir: tenemos que construir el amor día a día, romper con los modelos del romanticismo patriarcal, aprender a querernos bien, inventarnos nuevas estructuras emocionales, probar otras formas de querernos, aprender a relacionarnos desde el amor con el entorno que nos rodea, liberarnos de los miedos y de los mandatos de género, construir redes afectivas de solidaridad y compañerismo, y ensanchar el amor para que sea más grande, se reparta mejor, y nos llegue a todos y todas.

Coral Herrera Gómez

Menstruar o sangrar: ¿Puede el feminismo ser feminismo en una sociedad de mercado?



El feminismo puede llegar a ser una moda. De hecho, en un tiempo récord se ha convertido en una marca, un concepto que vende. Para muestra, este repaso a anuncios comerciales que apelan al empoderamiento femenino y a películas como Frozen, Maléfica o Mad Max, que canalizan a su favor cierto clima de cambio.

“Menstrúo rubio… menstrúo primer mundo”. La humorista argentina Malena Pichot practica con éxito lo que algunos creen imposible: el humor feminista. Su video ‘Boludas que menstrúan‘ fue ideado como respuesta a la enésima campaña publicitaria que, para vender tampones y compresas, apostaba por una estrategia de reafirmación del estereotipo; aquellos y aquellas que articulaban la campaña se permitían incidir en el marco simbólico de lo que la sociedad mayoritaria entiende por “mujer” a fin de higienizarlo, de brindar a través de las imágenes una estampa aséptica y constructivade la realidad; en este caso, de la menstruación.

El mercado, por supuesto, intuye en el feminismo un potencial agitador que intenta destruir o asimilar para hacerse más fuerte

Un trabajo creativo en toda regla (valga el chascarrillo), necesario, no solo para la industria, también para una sociedad que continúa cimentando la normatividad sobre el binarismo de género; una manera interesada de redundar en unos mandatos que dictan cómo ha de ser la mujer moderna, comprometida y femenina que demanda el orden productivo instituido.

Pichot pone en evidencia, sátira mediante, esa mascarada. Su apelación a un reglote digno de una rubia, de una mujer del primer mundo, delata el imaginario de muñeca al que está remitiendo disimuladamente la publicidad: la Barbie aseada, peripuesta, con todos los complementos necesarios para ser, según la ocasión lo requiera, madre, puta, ejecutiva agresiva, y hasta feminista, siempre que consideremos feminista a la Britney Spears que nos espeta desde un islote de Las Vegas rodeada de tiburones: You better work, bitch!

¿Dónde está el enemigo?

En estas condiciones tan peculiares, el feminismo puede llegar a ser una moda. De hecho, en un tiempo récord se ha convertido en una marca en la que puedes confiar. Una etiqueta que engancha; un concepto que vende. El mercado ha aprendido a orquestar campañas publicitarias que nos tranquilizan al equiparar el consumo de lo material con el consumo espiritual del feminismo Cosmopolitan; y este, a su vez, ha aprendido a concretar sus discursos con estrategias menos dialécticas que mercadotécnicas, en ocasiones debido a que, sin pudor ninguno, sus mensajes tienen como patrocinadora una marca comercial. Hace varios meses inundaba las redes ‘Like a girl‘, alegato viral de concienciación femenina inserto en una campaña definida por sus creativos como un “experimento social”, un “movimiento para el empoderamiento” de las más jóvenes, pagado por Procter & Gamble.

El vídeo cifra su efectividad en un carácter emotivo, “inspirador”. Nos muestra a un grupo de hombres y mujeres que, como si de un casting se tratara, escenifican frente a la cámara aquello que entienden por “correr tal y como lo haría una chica”. Los mohines, los gemidos y las renuncias se suceden. No obstante, el estereotipo que asocia el “como una chica” a debilidad, es puesto en cuestión en el momento en que esa misma petición se le hace a un elenco de niñas, que aún no han codificado peyorativamente la expresión. Ellas no se cansan, no se desalientan, no abandonan. Hasta aquí todo bien. A más de una se le humedecerán los ojos al escuchar cómo Like a girl concluye que, por mucho que se intente utilizar como un insulto eso de “como una chica”, vale la pena abanderar la causa del lenguaje para que “signifique cosas maravillosas”. De acuerdo, ¿cómo no estarlo? Las palabras son importantes; el despertar de las niñas (y no tan niñas) que pueden estimular esas palabras, primordial. Ahora bien, precisamente por su importancia, conviene prestar atención al lema que corona la campaña: “¿Por qué ‘correr como lo haría una chica’ no puede significar también ganar la carrera? Reescribe las normas, siempre”.

Las nuevas princesas Disney, aparentemente rebeldes, muestran cómo el capital satisface las pulsiones que ayudan a mantenerlo y, a la vez, es capaz de fingir valores susceptibles de agrietarlo

Saltan todas las alarmas. El lema ya no alude a terminar con los prejuicios. Alude a competir y vencer. Y, además, ¿cómo hacerlo en las mejores condiciones si se tiene la regla? En la web de la campaña descubrimos que el “movimiento para el empoderamiento” desemboca en tener el poder de elegir cierta marca de tampones. Procter & Gamble ha sofisticado sus malabarismos de comunicación y ha creado un relato de doble absorción: aparentemente, estimula el empoderamiento de las mujeres; invita a su público potencial a participar en la carrera con todas sus fuerzas, reivindicando el significante “chica” como preludio a otro posible significante “mujer”. En esencia, sin embargo, no objeta nada al hecho mismo de competir, ni a la rivalidad establecida socialmente entre chicos y chicas. Invita a “reescribir las normas”, pero siempre y cuando sea para seguir corriendo y para que aquella que sangra compre su producto, sea este el objeto de turno o el feminismo capitalista que lo embellece.

Princesas que dicen “joder”

La cultura popular es permeable en especial a la confusión interesada por parte del sistema entre envoltorio dignificador y sustancia radiactiva. Por una parte, asistimos desde hace un tiempo también en este ámbito a un horizonte de regeneración, de cambio. Entornos tradicionalmente masculinizados de lo mainstream, como pueden ser el cine de acción, el cómic de superhéroes o los videojuegos, por poner tres ejemplos de ecosistemas con polémicas sexistas siempre a sus espaldas, están siendo testigos de cómo las nuevas generaciones de mujeres exigen su espacio. No solo hacen ruido, también se organizan. No solo consumen, también crean. Vertebran comunidades donde modular un discurso propio. Cuestionan la hegemonía de la representación; cuestionan la propia codificación de género. Lo feminista consciente alimenta muchos de sus argumentos. Pero el mercado, por supuesto, intuye en ello un potencial agitador que, de nuevo, intenta destruir o asimilar para hacerse más fuerte.


El pasado año, un ejemplo evidente de ese oportunismo, hasta el punto de generar un considerable debate mediático, lo representó el supuesto devenir feminista de la factoría Disney. Aunque, tal y como puede apreciarse en los títulos que dieron lugar a tal deducción, Maléfica (2014) y Frozen(2013), la propuesta emancipadora con que se maquilla a sus protagonistas -Maléfica nos es presentada como una guerrera que defiende la naturaleza del avance codicioso del hombre; Elsa manifiesta en un número musical ya célebre su afán de independencia- va dando paso a lo largo de ambas narraciones a una desactivación que hace de ellas, respectivamente, una madrastra benévola, y una monarca atada a un reino que previamente la había rechazado por ser diferente.

No podemos obviar que esta configuración de ambos personajes, en apariencia rebelde y en definitiva sumisa, tiene mucho que ver con que las muñecas que Disney pretende vender a millones de consumidores no pueden ofrecer perfiles perturbadores que alienen de su adquisición; los compradores y las compradoras están necesitados de una supuesta emancipación que les permita seguir justificando su voracidad consumista de productos y emociones, como les ocurre a todos esos críticos y analistas a los que ha parecido bastar que Disney se anuncie feminista, para proclamar que así es. Una muestra inmejorable de cómo el capital satisface las pulsiones que ayudan a mantenerlo y, a la vez, es capaz de fingir valores susceptibles de agrietarlo.

Si existe posibilidad de hackeo en este ámbito, de reprogramar ciertos sentidos de lo representado, pasa probablemente por la agresividad expresiva, impensable en la mujer que menstrua primer mundo, en la princesa Disney. La empresa FCKH8 diseña camisetas con mensajes empoderantes rabiosos, como el que reza ‘Say ‘fuck’ for feminism’ (“Enuncia el feminismo con un ‘que les jodan’”), que rompe con las expectativas asociadas al género femenino. El video promocional de estas prendas está protagonizado por niñas de no más de ocho años que, vestidas de princesas, dinamitan su imagen candorosa a golpe de términos malsonantes como “joder”, intercalados con otros como “violación”, “desigualdad salarial” o “violencia sistémica”. Queda al libre albedrío del espectador decidir qué es más ofensivo en boca de una niña: si los tacos, o las situaciones inadmisibles que denuncia y que, de no cambiar nada, le tocará sufrir también a ella.

Heroínas sangrantes

Resulta obvio que las heroínas de ficción constituyen terreno abonado para hacer de la agresividad representativa que hemos planteado una herramienta significante, un arma discursiva. En los viajes arquetípicos del héroe por la ficción, la mujer ha jugado casi siempre el papel de acompañante, pupila, amante o villana. Cuando ha sido heroína, ha viajado menos, y su aventura ha estado condicionada a menudo por el amor romántico. Eludir esa programación no ha sido frecuente. El escenario convulso para el héroe derivado de la castración simbólica que supuso el 11-S y la posterior exaltación agónica de una masculinidad “años 50” que no representó sino su canto del cisne, allanó el camino para la aparición de heroínas -o, en este caso, superheroína- como Hit-Girl, creada en el ámbito del cómic por el guionista escocés Mark Millar y encarnada en el cine por la actriz Chlöe Moretz.

Hit Girl

En la segunda aventura cinematográfica de Hit-Girl, Kick-Ass 2 (Jeff Wadlow, 2013), se contrapone, como pocas veces se ha visto en el cine, a la mujer que menstrua primer mundo, la Barbie entrenada desde el instituto para gestionar su útero y acabar con la competencia en la carrera hacia el piso, el coche y la visa oro de Ken, con Hit-Girl, que lucha por otorgar a la sangre propia y ajena un valor expresivo; cuya configuración atenta contra un orden capitalista esencialmente criminal, y contra una programación de género que contribuye a dicho orden. En este sentido, Hit-Girl supone un modelo mucho más revulsivo que la popular Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) protagonista de la saga Los juegos del hambre. Mientras la segunda es instrumentalizada como estandarte de lo revolucionario por todas las partes enfrentadas en un futuro distópico, la primera lleva a cabo su propia insurrección, que incluye eludir las trampas del amor romántico y de la cuota de poder asociada a su victoria contra el mal, es decir, contra el capital. Hit-Girl optará en el desenlace de Kick-Ass 2 por la desaparición, sabedora de que, en un presente que concibe la identidad como marca personal, la visibilidad es la propia de un expositor, donde todas y todos estamos a la venta. Y ni el feminismo, ni cualquier otra filosofía, puede aspirar a tener credibilidad abriéndose paso a codazos entre muestrarios y vitrinas, sino rompiendo a pedradas el escaparate.

¿Qué supone violentar el marco? Existe un clima, un ambiente de cambio; el mercado lo ha detectado, y utiliza ese soplo de aire fresco a su favor, para ofrecer a las espectadoras-consumidoras su ración de feminismo para las masas que permite canalizar la corriente hacia formatos empoderantes solo en apariencia, tal y como ha ocurrido conMad Max: Furia en la carretera, dirigida de nuevo por el creador y responsable de toda la saga Mad Max, George Miller. En esta ocasión, Miller ha desplazado el foco de la aventura hacia un personaje femenino, Imperator Furiosa, interpretado por Charlize Theron; una mujer producto del apocalipsis que decide expiar sus pecados en un último acto de rebeldía: liberar a un grupo de esclavas sexuales de las lascivas y tumorales garras de Immortan Joe, el malvado patriarca obsesionado con reproducirse en tiempos de radiación.

Furia en la carretera remoza el imaginario Mad Max para parecer rompedor, feminista, sin serlo. Miller representa en clave de ópera-rock un postmundo de diseño, donde nadie ensucia la pantalla, donde todos saben cuál es su papel. “No se trata ya de maravillar o subyugar al público por la expresión de la grandeza de los objetivos, sino de impresionar a la manera de un icono publicitario, de crear una especie de logotipo” (Lipovetsky y Serroy). Es la idea del hiperespectáculo, que ha adquirido relevancia creciente en las estrategias de transgresión que alimentan la maquinaria capitalista; estrategias ideadas para distinguirse de la competencia y lograr que se debata sobre el asunto que sea; en el caso de Furia en la carretera, sobre si la película supone el hallazgo de la heroína feminista del presente. Aunque, en esencia, se desenvuelva en el marco de un producto de masas que solo propicia, tal y como apunta Anita Sarkeesian en el timeline de Feminist Frequency, que el público se sienta bien odiando una parodia de la misoginia, sin tener que cuestionarse a sí mismo; sin tener que verse obligado a examinar cómo funciona el sexismo en las expresiones publicitarias, mediáticas y culturales que dan forma a nuestra sociedad.

miércoles, 3 de junio de 2015

La semilla del Estado islámico en Irak: Crisis económica, social y política

En la actualidad, el Estado Islámico inunda con un torrente de información todos los medios de comunicación y protagoniza buena parte de muchos periódicos y telediarios. La organización yihadista es ahora el foco de docenas de grupos de análisis y de los cuerpos de seguridad de varios estados que han llegado a organizar una coalición internacional para intentar poner freno al avance del radicalismo.

ARTÍCULO RELACIONADO: Estado Islámico, el nuevo enemigo (Juan Pérez Ventura, Agosto 2014)

La pregunta que muchos se hacen es sencilla: ¿Cómo es posible que el Estado Islámico haya cosechado tanto éxito? Irak, tras la marcha de los últimos soldados de Estados Unidos en 2011, seguía notando la influencia evidente de su tutor norteamericano. Los analistas y servicios de inteligencia miraban de cerca la política nacional del país de Oriente Próximo, así como la de una Siria sumida en la guerra civil. Cuesta entender que países como Estados Unidos o Israel, con tantos intereses y tantos medios en Próximo Oriente, no fueran capaces de prever el surgimiento de un grupo terrorista que llegaría a eclipsar mediática y operativamente a la actual al Qaeda. 

La respuesta es compleja y se corresponde a una larga suma de factores. Intentaremos analizar los más importantes.

Una generación perdida

Numerosos analistas y medios de comunicación intentan explicar el nacimiento del Estado Islámico observando la realidad política actual de Irak y Siria y apenas indagan en repasar la reciente historia de estos países, dejando una visión muy superficial del conflicto.

En 1991, una coalición internacional dirigida por George H. W. Bush derrotaba al ejército iraquí de Sadam Husein tras meses de bombardeos y maniobras terrestres. Aunque el dictador consiguió salvar su gobierno, la ONU impuso unas fuertes sanciones económicas para limitar las capacidades del país. Como era de esperar, el embargo apenas afectó a las élites, mientras que la población media iraquí vio caer en picado su calidad de vida, ya bastante dañada por la guerra. Este deterioro de la situación económica y social se sumaba a los efectos de la guerra con su vecino iraní entre 1980 y 1988, que había causado profundos estragos en el país del Tigris y el Éufrates. Trazando un paralelismo con el reciente caso de Rusia, este tipo de sanciones suelen justificarse en la creencia de que crear malestar entre la población hará que con el paso del tiempo se vuelvan en contra de sus gobiernos (algo que comentó el analista y profesor Paul H. Lewis por aquel entonces). 


En 2003, otra coalición internacional, esta vez dirigida por Bush hijo, volvía a invadir Irak, culminando con la ocupación del país. Irak, la única nación de mayoría chií (60% de la población) además de su vecina Irán, llevaba desde 1968 dirigida por el partido Baaz, de ideología árabe, socialista y laica (panarabista). Pese a la teórica secularidad del gobierno, Sadam Husein había instaurado su dictadura colocando en el poder a miembros fieles de la minoría suní (38% de la población), a la que él mismo pertenecía. Los suníes ocupaban puestos clave en el gobierno y monopolizaban los altos cargos del ejército. La provincia de al Anbar, el centro del llamado “triángulo suní” por ser donde más se concentra esta minoría, fue durante la Segunda Guerra del Golfo el lugar donde se vivieron los combates más encarnizados. Posteriormente destacaría como la fortaleza de la resistencia iraquí. 

Los suníes se vieron duramente castigados por su respaldo al dictador. De tener una posición dominante en la sociedad, pasaron a convertirse en un sector marginado de la política. A esto se le añade que su zona fue la más hostigada por la guerra (como ejemplo, en 2004 la ciudad de Faluya tenía alrededor del 60% de sus edificios completamente destruidos o dañados, así como conservaba menos de la mitad de su población).

Toda una generación creció a la sombra de la guerra. Los suníes nacidos entre los ochenta y los noventa vieron morir a sus familiares en dos guerras contra las fuerzas occidentales, sufrieron los bombardeos de la coalición y crecieron entre los escombros de ciudades en ruinas. Por si fuera poco, el nuevo gobierno de Irak claramente no los representaba. Todas las gobernaciones de mayoría suní votaron en contra de la Constitución de 2005 (Al Anbar con un 96% de voto en contra y la provincia de Salah ad Din con un 81%).

El nuevo presidente, al Maliki, tomó una posición fuertemente pro-chií, blindando los cuerpos de seguridad y su gobierno, y dándole a la vez la espalda a la población suní de Irak. En 2012, bajo la influencia de la Primavera Árabe, los suníes lideraron diversas protestas, iniciadas por la redada policial que sufrió el Ministro de Finanzas Rafi al-Issawi (suní), que concluyó con el arresto de algunos de sus ayudantes. Aunque las protestas fueron pacíficas inicialmente, la tensión entre las fuerzas del orden y los manifestantes acabó colapsando, concluyendo en la represión violenta por parte del gobierno y en la muerte de varios manifestantes.

Según un informe de las Naciones Unidas de 2014, la provincia de al Anbar destaca con una tasa de desempleo de más del 18%, y se dispara en el paro juvenil que llega a rozar el 30%. En ciudades como Faluya, más de un 20% de la población vive en condiciones de pobreza extrema.

Cuando los grupos yihadistas suníes empezaron a cruzar la frontera desde Siria, lo hicieron porque sabían que contarían con un fuerte apoyo. Los suníes de Irak habían sido expulsados del poder al que estuvieron acostumbrados; su líder, ejecutado; sus generales repudiados y sus aspiraciones de ascenso social, en buena medida, anuladas.

Con una juventud suní sufriendo de desempleo, pobreza, escasez de sanidad, con una educación destrozada por la guerra y los embargos y un sentimiento de total falta de identidad con el gobierno de Bagdad, el escenario para un alzamiento a gran escala por parte de la minoría parecía más que evidente. Hacía tiempo que el nuevo gobierno iraquí daba por perdidas las provincias de mayoría suní, y esa falta de atención motivó el rápido anclaje que tuvo el Estado Islámico.


Desde el primer momento, los integristas crearon un estado que a pie de calle intentaba poner medidas a problemas locales ignorados en Bagdad (repartición de alimentos, seguridad, sistema judicial) y en el que además se invitaba a participar a la población suní, dándoles una posición que ellos anhelaban. Aparte, otorgaba una razón de ser a toda una juventud hasta entonces marginal, reclutándolos como combatientes de primera fila o nombrándolos fieles funcionarios de una administración que les ofrecía promocionar sus vidas a un puesto de prestigio y reconocimiento.

Crisis y polarización religiosa

Tras la descolonización, varios países de Oriente Próximo y el Magreb tuvieron que hacer frente a una problemática interna. Sus fronteras respondían a los tratados de los imperios europeos de principios del siglo XX, que pasaban por alto la complejidad de una sociedad plural y diversa en muchos aspectos. 

Para los años sesenta, muchos de estos países consiguieron cohesionar un estado tan múltiple usando argumentos panarabistas o de corte socialista, como sería el caso de Irak y Siria. El nacionalismo árabe funcionó como pegamento y acalló las tensiones religiosas, muchas veces con el respaldo de gobiernos centrales fuertes o incluso sistema dictatoriales.

Para 2011, la pérdida de credibilidad de estos modelos políticos era evidente. La corrupción prolongada durante años acabó favoreciendo a unas determinadas minorías religiosas. La crisis económica desató el malestar entre gobernantes y gobernados.

En Irak, tras la invasión de 2003, el país sufrió un proceso de “desbaazificación” a manos de Estados Unidos, cual “desnazificación” de la posguerra europea. Los ideales nacionalistas que, ya con sus problemas, habían intentado mantener unida a la sociedad iraquí, se tiraron a la basura. En Siria, el colapso político del partido Baaz tras tantos años en el poder hizo perder fe también en el discurso nacional. La corrupción, la mala gestión y la caída en desgracia de los dictadores provocaron que la población buscara nuevas fórmulas de identificación.

En una situación como ésta, la identidad religiosa sirvió para cimentar la nueva estructura social. Además, el hecho de que ciertas minorías religiosas hubieran salido claramente beneficiadas de la corrupción de los gobiernos dictatoriales impulsó la escisión nacional. Distintos actores internacionales empezaron a respaldar a unos y a otros, según sus intereses, fomentando la quiebra de la comunidad.

La guerra fría contra Irán

Como continuación de los problemas económicos, sociales y religiosos, en los últimos años hemos podido ver cómo el conflicto internacional se ha desenvuelto alrededor de Irán. El país de los ayatolás, parte central del famoso “Eje del Mal” de George Bush, es probablemente uno de los gobiernos fuertes que tiene un antagonismo abierto con Estados Unidos e Israel. Su capacidad militar nuclear casi desarrollada (o quizás totalmente desarrollada) les ha salvado de cualquier intervención militar directa por parte del gigante americano o de sus rivales regionales. Esto ha hecho que Estados Unidos y sus aliados tomaran otras vías de enfrentamiento para intentar minar la influencia iraní. Las sanciones económicas y el aislamiento político fueron algunas de ellas.

ARTÍCULO RELACIONADO: Arabia Saudí e Irán, la Guerra Fría de Oriente Medio (Fernando Arancón)

Curiosamente, varios de los países que más fuertemente respaldaban al gobierno de Teherán eran Siria y Libia. Al mismo tiempo, el gobierno chií de al Maliki en Bagdad fue acusado de ser demasiado proiraní. Ahora, la desconfiguración de estos estados se ha convertido en un tablero de ajedrez, donde Irán intenta apoyar a las milicias chiíes de estos países y sus rivales hacen lo mismo con los suníes, fomentando la carrera armamentística y la rivalidad religiosa. 

El gobierno de Siria está claramente dirigido por los alauitas, una rama del chiismo a la que le mismo Bashar al Assad pertenece. Estados Unidos, algunos países europeos y otros rivales de Irán no tuvieron reparos en subvencionar a los grupos suníes radicales en un primer momento y armarlos para que socavaran el poder del dictador. Irán, por su lado, se ha encargado de subvencionar al gobierno sirio en su lucha por la supervivencia contra los rebeldes. Líbano, el hermano menor de Siria y que presenta una sociedad similar, se ha acabado contagiando del conflicto. Libia tampoco consigue escapar, donde tras la muerte de Gadafi algunas ciudades han quedado repartidas entre señores de la guerra

La suma de los factores

Todos estos puntos comentados además de muchos otros, como el éxito de la propaganda y la mediatización que ha tenido el Estado Islámico, crearon un arranque inicial en el grupo yihadista que lo convirtió en una máquina imparable de conquista y expansión.

Sus logros cosechados en Siria pusieron en jaque inicialmente al gobierno de Bashar al Assad, cuya autoridad quedó reducida a un tercio del país. Cuando cruzaron la frontera hacia Irak, la población suní rápidamente los respaldó. Incluso comandantes suníes veteranos del antiguo ejército de Sadam Husein se pusieron de su lado, viéndose escuchados y consiguiendo el puesto de reconocimiento que Estados Unidos y el nuevo gobierno iraquí les había negado. 

Por otro lado, el nuevo ejército iraquí, no tenía los mismos ideales nacionalistas que tuvo antaño. Miles de militares chiíes no estaban dispuestos a sacrificar sus vidas defendiendo provincias de mayoría suní con las que no se identificaban. La escasa moral provocó una desbandada masiva que facilitó el avance de los yihadistas. Los analistas de los gobiernos anti-iraníes podrían haber visto la irrupción de los radicales en Irak como una oportunidad para minar la influencia de Teherán en el país en un primer momento (de hecho, al Maliki se vio forzado a dimitir como Primer Ministro el pasado agosto, cediendo el cargo a al-Abadi). Esto podría explicar por qué la comunidad internacional, y principalmente Estados Unidos, tardó tanto en reaccionar. Esta estrategia fallaría cuando la ideología del Estado Islámico empezó a mostrar un fuerte odio occidental, explicado en parte por el recuerdo de las dos previas invasiones de Irak y la ideología salafista que arrastraban algunos grupos desde el principio. Ante la amenaza que esto empezó a suponer, Estados Unidos decidió mover ficha, de manera vaga y astuta, sin llegar a invertir el alto esfuerzo que le supondría frenar a este “enemigo” que está poniendo en jaque a la influencia chií/iraní sobre el mapa de Oriente Próximo.

La alta complejidad del conflicto y la mezcla de intereses entre potencias probablemente corren el riesgo de prolongar el choque armado por mucho más tiempo. A nivel internacional, mientras las relaciones con Irán no mejoren, el Estado Islámico tendrá facilidad en encontrar un flujo de ayuda externa. A nivel nacional, mientras el gobierno iraquí y el gobierno sirio no sean capaces de dar una solución a las aspiraciones de las provincias suníes, la escisión seguirá latente.

Pese a lo que muchos creen, una intervención militar a mayor escala o el aumento de los bombardeos difícilmente acabarán con el Estado Islámico. Ni siquiera el asesinato de sus líderes. El grupo yihadista responde a una problemática política y social profunda, que hasta que no se resuelva, mantendrá avivado el fuego de la violencia.

Por: Antonio Ponce en www.elordenmundial.com

El último hombre sano: breve historia del manual de diagnóstico psiquiátrico (DSM)


Navegando por la página web www.primeravocal.org (Archivo de textos sobre salud mental y revuelta), nos encontramos con este artículo rescatado de la revista Jot Down acerca de los orígenes del que se ha convertido en la Biblia de la psiquiatría actual, el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales). Aunque la crítica se nos haga algo corta en algunos aspectos, nos ha parecido un buen texto de partida para comenzar a cuestionarse la objetividad de las supuestas ciencias de la psiquiatría y la psicología. Para profundizar más en este y otros temas relacionados, recomendamos encarecidamente la web señalada de Primera Vocal.


Uno de los medios de los que se ha dotado la psicología para tratar de acercarse a la metodología de otras disciplinas como la medicina, es el famoso Manual de Trastornos Mentales (DSM) elaborado en los Estados Unidos, que contiene la definición de todos esos problemas de salud mental que tanto nos gusta usar, como el TDAH, el TOC y un largo etcétera. A simple vista una robusta herramienta para clasificar y estudiar clínicamente los trastornos y sus tratamientos. Pero, ¿es esta Biblia Psiquiátrica realmente un elemento confiable? Para entrar en esta cuestión creo que es interesante conocer de dónde viene, porque como su homólogo teológico, sus oscuros orígenes parecieran inspirados por algo etéreo cuando no es en absoluto así.

En 1972, la salud mental en Estados Unidos llevaba ya décadas en manos de la influyente APA —American PsychiatricAssociation— que gestionaba los hospitales mentales. El modelo bajo el que se determinaba la salud psicológica de las personas era de orientación psicoanalítica, pues era en el que se habían formado la mayoría de los psiquiatras. Lo cual no deja de ser algo paradójico si tenemos en cuenta la alergia de este modelo hacia las clasificaciones, por otra parte.

David Rosenhan, que era psicólogo y estaba por tanto al margen de la institución psiquiátrica, tenía importantes dudas con respecto a la fiabilidad de los diagnósticos que se realizaban en dichos centros. De hecho, intuía que el contexto del examinador —y por tanto, también la cultura predominante— determinaba el juicio clínico, que era asistemático y poco científico.

Así que diseñó un curioso experimento para comprobarlo: instruyó a ocho personas entre amigos y conocidos de diversa formación —desde amas de casa a psicólogos, pasando por pediatras o pintores— para que acudieran a hospitales mentales a pedir el ingreso refiriendo un único síntoma: oír una voz que les decía «¡plaf!», otras fuentes dicen que «¡zas!» o incluso «¡thud!», los estudiosos no se ponen de acuerdo. Nada más. La segunda parte, una vez dentro, implicaba comportarse normalmente, tomar notas de todo lo que vieran y avisar de que las voces habían desaparecido.

Siete de los voluntarios fueron diagnosticados de esquizofrenia, y el restante de un cuadro maníaco-depresivo: todos fueron ingresados. A pesar de aplicar la consigna, tardaron entre siete y cincuenta y dos días —el propio Rosenhan— en ser dados de alta con la etiqueta de «esquizofrenia en remisión». Algunas de las observaciones más curiosas incluyen el hecho de que fueran en muchas ocasiones los propios internos los que sí se dieran cuenta de que los infiltrados no eran enfermos mentales, treinta y ocho pacientes reales los detectaron, mientras que nadie del personal supo verlo.
Las conclusiones del experimento fueron finalmente publicadas en la prestigiosa Science «Onbeing sane in insane places» en 1973 y crearon el revuelo que se pueden imaginar. En un intento de contrarrestar los efectos del hoy mítico estudio, uno de los hospitales retó a Rosenhan a repetir el experimento enviándoles pseudopacientes durante tres meses, reto que este aceptó. Al finalizar el plazo, el hospital refirió haber detectado cuarenta y un casos de falsos intentos de ingreso, a lo que Rosenhan respondió afirmando que no había mandado a nadie. Hoy en día se diría que Rosenhan «trolleó» al estamento psiquiátrico.

La «oposición» al método analítico, formada por psicólogos conductuales y algunos psiquiatras de formación fenomenológica, no dejó pasar la oportunidad. Con todo el edificio de la psiquiatría estadounidense tambaleándose después de semejante epicfail apareció en escena un curioso personaje, el psiquiatra Robert Spitzer, a pescar en el río revuelto. Este profesor de Columbia era un irreductible enemigo de la psicodinámica de inspiración freudiana, así que aprovechó el escándalo para propinarle el golpe de gracia a la titubeante disciplina y asaltar su castillo, lo que no le impidió criticar con saña la metodología de Rosenhan, una vela a Dios y otra al Diablo.

¿Cómo lo hizo? Pues se valió de una herramienta insignificante, el menguado DSM-II. Por entonces, un intrascendente breviario clínico de tan solo ciento trentaicuatro páginas empleado en algunos hospitales como orientación y que sin ir más lejos, identificaba la homosexualidad como un trastorno mental. Precisamente a raíz de esta controversia, Spitzer aprovechó para colocarse del lado de los activistas gais, cogió impulso y se postuló para el puesto vacante de redactor del DSM-III, que obtuvo al ser el único candidato.
Desde aquí puso en marcha su plan de eliminar el juicio humano de la psiquiatría. Se trataba de redactar un manual clínico basado en conductas observables desde la fenomenología —vamos, la observación de síntomas, pensamientos y emociones asociados con la psicopatología—, una herramienta que pudiera ser universalmente utilizada y que eliminara los diagnósticos subjetivos. Incluso usted, querido lector, podría utilizarlo en su casa. De hecho, puede hacerlo. Eso sí, cuando se encuentre veinte trastornos en una tarde tonta luego no se asuste demasiado, es lo habitual.
El nuevo DSM prescindía de describir las causas de cada cuadro clínico, al considerar que era el motivo de tanto fallo diagnóstico. ¿Cómo se agruparon los síntomas para identificar cada trastorno? Tal como explica el propio Spitzer a Jon Ronson, juntando decenas de psiquiatras —de similar línea teórica— en una sala y proponiéndolos a grito pelado mientras se pasaban las sugerencias a máquina a duras penas; quien más insistía y más alto hablaba era el que se imponía. El único trastorno que no se admitió fue el «Síndrome del Niño Atípico», caracterizado por «síntomas indefinibles pero atípicos». No, no parece tampoco excesivamente científico, ¿verdad?

Por si se lo estaban preguntando, también eliminó la homosexualidad como trastorno, lo que le valió un demoledor comentario de Paul Watzlawick, padre del constructivismo: «Eso ha constituido el mayor éxito jamás alcanzado, pues millones de personas se curaron de golpe de su enfermedad». Después de tanta gloria, en 2001 Spitzer trató de introducir su revolucionario método para el cambio de orientación sexual —de homo a hetero, por supuesto— sin mucho éxito salvo en círculos ultramontanos del BibleBelt, entre los cuales es una «autoridad» en la materia. Lo cual parece dar la razón a Rosenhan sobre los factores sociales y culturales como determinantes para decidir lo que es o no enfermedad mental; si aún no acaban de creerlo siempre pueden acudir a las investigaciones —ejem— realizadas en los cuarenta por el militar y psiquiatra español Vallejo-Nájera para encontrar la cura del marxismo.

El DSM-III, con cuatrocientas noventa y cuatro páginas y doscientos sesenta y cinco trastornos, se convirtió en un éxito, supuso una revolución en la psiquiatría americana y mundial y se institucionalizó como herramienta diagnóstica rápidamente. Pero… ¿consiguió sus objetivos de imparcialidad y eficacia? ¿Ha contribuido realmente a mejorar la práctica clínica? Pues podría decirse que algunos beneficios tuvo, pero a costa de unos efectos indeseados realmente preocupantes. Es indiscutible que dotó de un lenguaje común a los profesionales de la salud mental independientemente de su formación, lo que contribuyó a unificar e institucionalizar conocimientos, pero también que convirtió el medio en un fin por sí mismo: hoy en día pareciera que el principal objetivo de la carrera de Psicología está orientado a realizar diagnósticos como si fueran sudokus y poco más.

Al dar un manual estandarizado paradójicamente se perdió la tradición fenomenológica —para qué ir más allá de los criterios ya indicados, que además son unos mínimos— y con ello la riqueza particular de cada caso. Las personas con problemas psicológicos pasaron a ser uniformizadas y etiquetadas con los riesgos que eso conlleva. Es un dilema habitual en psicoterapia, si es útil o no un diagnóstico DSM más allá de hospitales y administraciones varias; a algunos les puede tranquilizar saber que su problema no es algo rarísimo sino que sale en los libros de texto. Pero a la mayor parte una etiqueta DSM les asusta, les hace creer que son enfermos mentales y sobre todo les da una herramienta para resistirse al cambio, profundizando en su problema: «hago, pienso y me siento así porque soy obsesivo» y «como soy obsesivo, hago estas cosas». De esta trampa circular tautológica es complicado salir. Quitarse la etiqueta cuesta mucho trabajo y tiempo de terapia.

Es más, la pretendida objetividad del manual no es tal. Cojan un criterio cualquiera y traten de determinar cuándo se traspasa el umbral; según dónde pongamos el listón, y eso depende del observador. Se evidencia claramente en los del Eje II —personalidad, los que corresponderían a «rasgos» estables más que a estados transitorios recogidos en el Eje I—, en los que el límite de lo patológico es una frontera difusa. Algunos trastornos se superponen y es difícil diferenciarlos, otros muchos pueden presentarse a la vez —comorbilidad—, existe una buena cantidad de trastornos tipo «ninguno-de-los-anteriores» para cuadros no insertables en ninguna categoría. No es extraño encontrar diagnósticos erróneos y eso que aún no hemos hablado de la discutida decisión de eliminar las causas.

Si bien parece facilitar la labor diagnóstica, esto implica eliminar una variable muy importante: una persona puede ser perfectamente diagnosticada de depresión sin atender a situaciones personales que explicarían coherentemente ese estado de tristeza, no siendo por tanto patológico sino adaptativo. No se puede ignorar el contexto de cada persona, aunque esto pase por aceptar un grado de subjetividad. Por otro lado, ni siquiera la neuropsicología con todos sus avances ha logrado identificar ni una sola causa indiscutible de cualquier trastorno, esquizofrenia incluida, aunque sea una imagen tentadora concebir el cerebro humano como una computadora, esto es incorrecto. El cerebro es plástico, por lo que estaríamos ante un ordenador cuyo «hardware» puede cambiar en función del «software» que usemos; en estas condiciones, es imposible determinar si es la función o el soporte el que determina el comportamiento humano. Ningún DSM ha podido incluir ninguna evidencia biológica como criterio diagnóstico.
Por no hablar de que el espíritu de Rosenhan seguía bien vivo. Estamos ante un manual estadounidense hecho por estadounidenses sobre población estadounidense. Puede resultar bastante azaroso el intentar diagnosticar con él, qué sé yo, en Bangladesh o Zambia, etiquetando como trastorno mental usos culturales bien asentados. Y ahora piensen en emigrantes de culturas distintas. En definitiva, no es que el manual no sirva para nada, pero parece claro que tiene graves limitaciones a la hora de cumplir la función para la que fue concebido.

Por último, también había muchos intereses económicos detrás, concretamente de la industria farmacéutica. La redacción de la cuarta versión del texto es un buen ejemplo; treinta y dos nuevos trastornos fueron añadidos en un plis. Uno de los más críticos con ella es precisamente su responsable, Allen Frances, lamentando la tremenda explosión de casos de TDAH, autismo o trastorno bipolar infantil a raíz de su publicación. Que ha conllevado un no menos explosivo aumento de la medicación farmacológica y los balances contables de algunas empresas del sector.

Para acabar de arreglarlo, rodeada de secretismo llega la quinta edición recién salida del horno y la polémica se ha disparado cual prima de riesgo griega. La idea subyacente en el DSM-V es en teoría extender el rango de los trastornos a lo que se conoce como cuadros subclínicos —es decir, los que no llegan a cumplir los criterios para ser trastorno por poco— y evitar diagnosticar de menos. Pero claro, a costa de aumentar exponencialmente los falsos positivos. Así que una buena parte de la población va a verse de golpe y porrazo etiquetada con algún síndrome sacado de la chistera: los adultos inquietos —el TDAH se amplía a los mayores—, los niños rebeldes y sus pataletas, las comilonas de fin de semana, el duelo independientemente del motivo, las personas que presenten cualquier tipo de afición desmesurada que pueda ser calificada de adicción, sin ir más lejos.

No es sorprendente que esta extensión artificial de los problemas de salud mental haya terminado por hartar a los profesionales de la psiquiatría y la psicología, que se han declarado en abierta rebeldía ante esta indiscriminada ampliación de la psicopatología, paso previo a su medicalización, que sanciona algunos comportamientos ya no como delito, confrontación o disidencia, sino como enfermedad mental. La tentación de ver la sombra de un «Gran Hermano» proveedor de soma es grande. Algunas de las críticas son de gran calado; la Asociación Británica de Psiquiatría llega a considerar los defectuosos diagnósticos del DSM como la causa de años de estudios con resultados contradictorios y por tanto de escaso valor. Y no carece de fundamento: leer un experimento con una población de n=20 sujetos con un trastorno límite de personalidad es para echarse a temblar. No solo es uno de los trastornos más difíciles de diagnosticar, sino que no hay dos personas en las que se manifieste de la misma manera. En estas condiciones las conclusiones se han de coger con pinzas en el mejor de los casos.
El DSM se ha convertido en un instrumento orientado a poder incluir a cualquiera en el cada vez más extenso colectivo de «enfermos mentales»; como el «Anillo Único», parece destinado a someternos a todos a golpe de fármacos. No deja de ser una sarcástica metáfora de una sociedad donde lo normal parece ser tener problemas de salud mental. Sin embargo, el futuro de las «sagradas escrituras» se presenta incierto y por ello, apasionante. ¿Estaremos en el punto de partida de algo nuevo o se impondrá la cura por «pastilla mágica»? ¿Se refundará la psiquiatría? ¿Sobre qué bases? Se avecinan tiempos interesantes.

Artículo extraído del número 53 de la publicación anarquista mensual Todo por hacer

domingo, 31 de mayo de 2015

Cuestiones organizativas del anarquismo

Introducción

El presente texto tiene por objeto discutir, desde una perspectiva teórico-histórica, algunas cuestiones organizativas relativas al anarquismo. El contesta a la afirmación repetida constantemente, de que esta sería una ideología/doctrina esencialmente espontaneista y contraria a la organización. Retomando el debate sobre la organización entre anarquistas, el articulo afirma haber tres posiciones fundamentales sobre el asunto: aquellos que son contrarios a la organización y/o defienden articulaciones informales en pequeños grupos (antiorganicionismo), aquellos que defienden solamente a la organización en el nivel de masas (sindicalismo/comunitarismo) y aquellos que sustentan la necesidad de articulación en dos niveles, político-ideológico de masas (dualismo organizacional).

Profundizando en las posiciones de la tercera corriente, trayendo elementos teóricos de M. Bakunin y, a continuación presentando un caso histórico en el que los anarquistas sostuvieron, en teoría y práctica, esa posición: la actuación de la Federación de los Anarco-Comunistas de Bulgaria (FAKB) entre los años 1920 y 1940.

Anarquismo: ¿espontaneísmo y antiorganicionismo?


En el epílogo que realiza, a la compilacion de textos de Karl Marx, Friedrich Engels y Vladimir I Lenin sobre el anarquismo (Marx, Engels, Lenin, 1976) -una obra financiada por Moscú en el contexto soviético para promover las
ideas del marxismo-leninismo - Kolpinsky (1976, pp. 332-333) afirma que el anarquismo es una doctrina “pequeño-burguesa”, “ajena al proletariado”, basada en el “aventurarismo”, en las “concepciones voluntaristas” y en los “sueños utópicos sobre la libertad absoluta del individuo”. Además de eso, enfatiza:

“Son propios de todas las corrientes anarquistas los sueños utópicos de creación de una sociedad sin estado y sin clases explotadoras, por medio de una rebelión espontánea de las masas populares y de la abolición inmediata del poder del Estado y de todas sus instituciones, y no por medio de la lucha política de la clase obrera, de la revolución
socialista y del establecimiento de la dictadura del proletariado”. (Kolpinsky, 1976, p. 332, cursiva añadida)

Afirmaciones de ese tipo fueron hechas durante toda las historia del anarquismo, tanto por sus adversarios, como por sus enemigos. Todavía, diversos estudios recientes de base teórica y/o histórica[1] vienen demostrando que tales afirmaciones no poseen respaldo de la realidad en los hechos.

Conforme se ha sustentado más detalladamente en otros estudios (Corrêa, 2012) el espontaneismo [2] y la posición contraria a la organización no constituyen principios políticos-ideológicos del anarquismo y, por eso, no son comunes a todas sus corrientes. La cuestión organizativa caracteriza uno de los debates mas relevantes entre los anarquistas y está en la base de la constitución de las propias corrientes del anarquismo [3].

Un análisis amplio del anarquismo, en términos históricos y geográficos, como el realizado por Michael Schmidt y Lucien van der Walt (2009), permite afirmar que hay un sector minoritario, contrario a la organización y otro, mayoritario que la defiende; los anarquistas poseen distintas concepciones de la organización a nivel de masas, incluyendo articulación comunitaria y sindical [4], y diferentes posiciones acerca de la organización especifica anarquista.

Tres posiciones anarquistas sobre la organización

De acuerdo con Schmidt y van der Walt (2009, p 239), en el debate anarquista sobre la cuestión organizativa, se evidencian tres posiciones fundamentales: 1,) el antiorganicianismo. Que se coloca, en general, contra la organización, tanto as nivel social, de masas, como a nivel político-ideológico, específicamente anarquista; eses anarquistas defienden el espontaneismo o, como máximo, la articulación en redes informales y/o pequeños grupos de militantes; 2.) el sindicalismo/comunitarismo, comprendiendo que la organización de los anarquistas se debe dar solamente a nivel social, de masas, y que las organizaciones políticas anarquistas serian redundantes, en algunos casos hasta peligrosas; ya que los movimientos populares, dotados de una capacidad revolucionaria, pueden llevar a cabo todas las proposiciones anarquistas; 3.) el dualismo organizacional. Que sustenta ser necesario articularse, al mismo tiempo, en movimientos de masas y organizaciones políticas, con vistas a promover las posiciones anarquistas de manera mas coherente y eficaz en movimientos mas amplios.

El antiorganizacionismo posee sus bases en proposiciones como las de Luigi Galleani, militante anarquista italiano que cree que una organización política – o como la denominaba su paisano Errico Malatesta, un “partido anarquista” –
conduce necesariamente a una jerarquía de tipo gubernamental que viola la libertad individual:

“El partido, cualquier partido, posee su programa, que es su propia constitución, posee su asamblea de secciones o grupos delegados, su parlamento; en su cuerpo directivo o en sus secciones ejecutivas posee su propio gobierno. Por tanto, es una superposición gradual de cuerpos por medio de los cuales una jerarquía real y verdadera se impone entre los varios niveles e esos grupos que están ligados: a la disciplina, a las infracciones, a las contradicciones que son tratadas con sus castigos correspondientes, que pueden ser tanto la censura como la expulsión”. (Galleani, 2011 p. 2)

Galleani sustenta que los anarquistas deben de asociarse en redes poco organizadas, casi informales, pues la organización, principalmente programática, conduce a la dominación. Tal posición fue asumida tanto en relación a los
agrupamientos anarquistas, como en relación a los movimientos populares de forma generalizada. Para Galleani (2011, p. 3; 6; traducción nuestra), “el movimiento anarquista y el movimiento obrero recorren caminos paralelos y la constitución geométrica de lineas paralelas esta hecha de manera que ellos nunca se puedan encontrar o puedan coincidir”. Anarquismo o movimiento popular constituyen, para él, campos distintos; las organizaciones obreras
son víctimass de un “conservadurismo ciego y parcial” responsable de “establecer un obstáculo, muchas veces un peligro” a los objetivos anarquistas. Los anarquistas, según mantiene, deben actuar por medio de la educación, de la propaganda, y de la acción directa violenta, sin involucrarse en los movimientos de masas organizados. [5]

El sindicalismo/comunitarismo se vincula a la idea de que el movimiento popular posee todas las condiciones para barcar posiciones libertarias y revolucionarias, de manera que cumpliría todas las funciones necesarias a un proceso de transformación; las organizaciones políticas anarquistas son innecesarias o una cuestión secundaria. Si las defensas de la organización exclusivamente a nivel comunitario son escasas (como en las proposiciones del norte-americano Murray Bookchin), no ocurre lo mismo con el sindicalismo de intención revolucionaria. [6]

Esa posición es defendida por muchos sindicalistas revolucionarios, como fue el caso del francés Pierre Monatte (1998, p. 206-207) que, en el Congreso Anarquista de Amsterdam, en 1907, mantiene que el sindicalismo revolucionario “se basta a si mismo”. Monatte cree que el movimiento popular iniciado por la Conféderation Generale du Travail (CGT), en Francia, en 1895, había posibilitado una reaproximación entre los anarquistas y las masas y por eso recomienda: “que todos los anarquistas ingresen en el sindicalismo”. Por más que el contexto histórico posea relevancia en el alejamiento que sucedió en Francia, después de la Comuna de París, entre el anarquismo y los movimientos de masas, esa posición de Monatte fue predominante en el anarquismo del siglo XX en todo el mundo, si no en teoría, por lo menos en la práctica.

En ese mismo congreso, que puede ser considerado el primer momento histórico de debate amplio sobre las cuestiones organizativas del anarquismo, otros anarquistas se posicionarón. Malatesta (1998, p. 208) concordaba con la participación anarquista en los movimientos populares, pero reforzaba: ”dentro de los sindicatos es preciso que permanezcamos anarquistas, con toda la fuerza y amplitud implícitas de esa definición”; es decir, el anarquismo no se podría disolver en el movimiento sindical, no podría ser tragado por él, dejando de existir como ideología/doctrina con posiciones e instancias propias. Posición semejante, pero con una base más enfáticamente clasista, fue defendida por Amedée Dunois, que mantenía, además del trabajo sindical, la necesidad de una organización anarquista:

“Los anarquistas sindicalistas […] están abandonados a si mismos y, fuera del sindicato no poseen ningún contacto real entre ellos o sus otros compañeros. Ellos no poseen ningún apoyo y no reciben ayuda. Por eso, pretendemos crear ese contacto, proporcionar ese apoyo constante; y yo estoy personalmente convencido de que la unión de nuestras actividades solo puede traer beneficios, tanto en términos de energía, como de inteligencia. Y cuanto mas fuertes somos – y solo seremos fuertes organizándonos – mas fuerte será el flujo de ideas, que podremos sostener en el movimiento obrero, que se ira, poco a poco, impregnando del espíritu anarquista. […] Seria suficiente para la organización anarquista agrupar, en torno a un programa de acción práctica y concreta, todos los compañeros que acepten nuestros principios y que quieran trabajar con nosotros, de acuerdo a nuestros métodos”. (Dunois, 2010)

Las posiciones de Malatesta y Dunois se refieren al dualismo organizacional, que se apoya en la idea de que los anarquistas se deben organizar, paralelamente, en dos niveles: uno social, de masas, y otro político-ideológico, anarquista. Malatesta (2000a, pp. 56; 55; 60) define el “partido anarquista” como “el conjunto de aquellos que quieren contribuir para realizar la anarquía, y que por consecuencia, precisan fijar un objetivo a alcanzar y un camino a recorrer”. “Permanecer incomunicado, haciendo o queriendo hacer cada uno por su cuenta, sin entenderse con los otros, sin prepararse, sin agrupar las débiles fuerzas de los incomunicados”, significa para los anarquistas, “condenarse a la debilidad, desperdiciar sus energías en pequeños actos ineficaces, perder rápidamente la fe en el objetivo y caer en la completa innacción”. La manera de superar el aislamiento y la falta de coordinación es invirtiendo en la formación de una organización política anarquista: “si no quiere permanecer inactivo e impotente, [el militante anarquista] se deberá procurar otros individuos que piensen como él, y volverse iniciador de una nueva organización”.

Pero, para Malatesta (2000b), la organización especifica anarquista no es suficiente: “favorecer las organizaciones populares de todos los tipos es la consecuencia lógica de nuestras ideas fundamentales y, así debería formar parte integral de nuestro programa”. Apunta en ese sentido, la necesidad de un trabajo de base intenso en medio de las organizaciones populares de masas:

“Es preciso, por tanto, en tiempos normales, realizar el trabajo amplio y paciente de preparación y organización popular y no caer en la ilusión de la revolución a corto plazo, factible solamente por la iniciativa de unos pocos, sin participación suficiente de las masas. A esa preparación, contando que ella pueda ser realizada en un ambiente adverso, hay, entre otras cosas, la propaganda, la agitación y la organización de las masas que nunca deben de ser descuidadas”. (Malatesta, 2008, p. 31)

Los anarquistas organizacionistas (sindicalistas, comunitaristas, dualistas organizacionales) han contribuido, teórica y prácticamente, con el debate sobre las cuestiones organizativas del anarquismo. El dualismo organizacional [7] posee contribuciones que serán, enseguida, abordadas teórica y prácticamente por medio de los escritos de Mikhail Bakunin y de la experiencia de la Federación de los Anarco-comunistas de Bulgaria.

Anarquismo y dualismo organizacional: los escritos de M. Bakunin

El dualismo organizacional se vincula a las propias raíces del anarquismo, siendo formulado en la obra de Bakunin, que se refiere, con frecuencia, a las practicas de la Alianza de la Democracia Socialista (ADS) en el seno de la asociación internacional de los trabajadores (AIT) . [8]

Para Bakunin (2000a; traducción nuestra) la ADS tiene un doble objetivo; por un lado, estimular el crecimiento y el fortalecimiento de la AIT [9]; y por otro, aglutinar en torno a unos principios, un programa y una estrategia común, a
aquellos que posean afinidades político-ideológicas con el anarquismo. En suma, crear/fortalecer una organización política y un movimiento de masas:

“Ellos, [los militantes de la ADS] formarán la alma inspiradora y vivificante de ese inmenso cuerpo al que llamamos Asociación Internacional de los Trabajadores […]; en seguida se ocuparan de las cuestiones que son imposibles de ser tratadas públicamente – ellos formaran el puente necesario entre la propaganda de las teorías socialistas y la práctica revolucionaria.” (Bakunin, 2000b)

Bakunin (2000c, 2000b, 2000a, traducción nuestra) sostiene que la ADS no necesita de una cantidad muy grande de militantes: “el número de esos individuos no debe pues ser enorme”; ella constituye una organización política,
pública y secreta, de minoría activa, con responsabilidad colectiva entre los integrantes, que reúne “a los miembros más seguros, los más devotos, los más inteligentes y los más enérgicos, en unas palabra, los más íntimos”, nucleados en diversos países, con condiciones de influenciar de forma determinante a las masas.

Esa organización tiene por base una regulación interna y un programa estratégico, los cuales establecen, respectivamente, su funcionamiento orgánico, sus bases político-ideológicas y programático-estratégicas, forjando un eje común para la actuación anarquista. Pueden hacerse miembros de la organización, según Bakunin (2000d, 2000c; traducción nuestra) solamente “aquellos que hubiesen francamente aceptado todo el programa con todas sus consecuencias teóricas y prácticas y que, junto a la inteligencia, la energía, la honestidad y la discreción, tienen aún la pasión revolucionaria”.

Internamente, no hay jerarquía entre los miembros, y las decisiones son tomadas de abajo hacia arriba, en general por mayoría (variando del consenso a la mayoría simple, dependiendo de la relevancia de la cuestión), y con todos los
miembros acatando las decisiones tomadas colectivamente. Eso significa aplicar el federalismo – defendido como forma de organización social, que debe de descentralizar el poder y crear “una organización revolucionaria de abajo hacia arriba y de la circunferencia al centro” - en las instancias internas de la organización anarquista.

Incentivar el crecimiento y el fortalecimiento de la AIT en diferentes países, e influenciarla en el sentido de su programa constituye también, conforme se ha señalado, uno de los objetivos de la ADS. Este amplio movimiento de
masas internacional e internacionalista, según Bakunin (2008, p. 67) debe de ser el protagonista de la revolución social, ya que ninguna revolución puede triunfar si no es exclusivamente por la fuerza del pueblo”. Tal proceso revolucionario – que no se puede resumir en cambios esencialmente políticos, y sí alcanzar los mas profundos fundamentos sociales, incluyendo la economía – altera las bases del sistema capitalista/estatista y establece el socialismo libertario. [10]

“La asociación internacional de los trabajadores, fiel a su principio, jamás apoyaría una agitación política que no tenga por objetivo inmediato y directo la completa emancipación económica del trabajador, esto es, la abolición de la
burguesía como clase económicamente separada de la masa de la población, ni cualquier revolución que desde el primer día, desde la primera hora, no incluya en su bandera la liquidacion social. […] Ella dará a la agitación laboral en todos los países un carácter esencialmente económico, colocando como objetivos la disminución de la jornada de trabajo y el aumento de los salarios; como medios, la asociación de las masas obreras y la formación de cajas de
resistencia. […] Ella se ampliará, en fin, organizandose con firmeza atravesando las fronteras de todos los países a fin de que, cuando la revolución, conducida por la fuerza de las cosas, haya eclosionado, exista una fuerza real, sabiendo lo que debe hacer y, por eso mismo, capaz de apoderarse de ella y darle una dirección verdaderamente constructiva para el pueblo; una organización internacional seria de las asociaciones obreras de todos los países, capaz de sustituir ese mundo político de los estados y de la burguesía que parte." (Bakunin, 2008, pp. 67-69)

El movimiento de masas moviliza trabajadores a partir de sus necesidades económicas y organiza las luchas sindicales a corto plazo, por medio de mecanismos organizativos propios e instituciones creadas por los trabajadores,
abarcando el centro de trabajo y el domicilio; la acumulación permanente de la fuerza social de los trabajadores y la
radicalización de las luchas permite el avance hacia la revolución social.

Crear una asociación popular con base en necesidades económicas implica, “eliminar inicialmente del programa de esta asociación todas las cuestiones políticas y religiosas”, pues lo mas relevante es ”buscar una base común, una serie de simples principios sobre los cuales todos los obreros, cualesquiera fueran por otra parte sus aberraciones políticas y religiosas, […] están y deben de estar de acuerdo”. Al paso que la cuestión económica une a los trabajadores, cuestiones político-ideológicas y religiosas los separan; éstas, aún no constituyendo principios de la AIT, deben de ser debatidas al lo largo del proceso de las luchas. [11] (Bakunin, 2008 pp. 42-43)

Se trata de estimular la unidad de los trabajadores sobre bases clasistas, por medio de la asociación en torno a intereses comunes de un conjunto de sujetos oprimidos –trabajadores del campo y de la ciudad, campesinado y marginados en general-, para la lucha de clases directa contra las clases dominantes, pues “el antagonismo que existe entre el mundo obrero y el mundo burgués” no permite “ninguna reconciliación”. En la lucha de clases los trabajadores conocen “a sus verdaderos enemigos,, que son las clases privilegiadas, incluyendo al clero, la burguesía, la nobleza y el Estado”, comprenden las razones que los unen a los otros oprimidos, adquieren consciencia de clase, perciben los intereses compartidos, conocen cuestiones político-filosóficas; eso constituye un verdadero proceso pedagógico. (Bakunin, 2008 pp. 56-54)

El movimiento de masas debe, todavía, constituir las bases organizacionales e institucionales de la sociedad futura y mantener una coherencia con sus objetivos revolucionarios y socialistas. Bakunin (2000e; traducción nuestra) enfatiza que una “sociedad igualitaria y libre“ no emanará “de una organización autoritaria”; por tanto, a “la internacional”, embrión de la futura sociedad humana, debe ser, desde ya, la imagen fiel de nuestros principios de libertad y de federación, y rechazar en su seno todo principio tendente a la autoridad, a la dictadura”. Él sostiene una coherencia entre medios y fines; la AIT debe de organizarse de manera libertaria y federalista -es necesario, dice Bakunin, “aproximar lo máximo posible esa organización a nuestro ideal”-, estimulando la creación de un andamiaje organizativo e institucional que pueda sustituir al capitalismo y al Estado: “la sociedad futura no debe ser otra cosa sino la universalización de la organización que la Internacional haya creado”.

La ADS no ejerce relación de dominación y/o jerarquía sobre la AIT, si no que la complementa; y viceversa. Juntas, esas dos instancias organizativas se complementan y potencian el proyecto revolucionario de los trabajadores, sin la sumisión de cualquiera de las partes. [12]

“La alianza es el complemento necesario de la Internacional... -Pero la Internacional y la Alianza, tendiendo para el mismo objetivo final, persiguen al mismo tiempo objetivos diferentes. Una tiene por misión reunir a las masas obreras, los millones de trabajadores, con sus diferentes profesiones y países, a través de las fronteras de todos los Estados, en un solo cuerpo inmenso y compacto; la otra, la Alianza, tiene por misión dar a las masas una dirección realmente revolucionaria. Los programas de una y de la otra, sin ser en modo alguno opuestos, son diferentes por el propio grado de su desarrollo respectivo. El de la Internacional si es tomado en serio, contiene en germen, mas sólo en germen, todo el programa de la Alianza. El programa de la Alianza es la explicación última del [programa] de la Internacional”.(Bakunin, 2000a)

La unión de esas dos organizaciones -una política, de minorías (cuadros); otra social, de mayorías (masas)- y su articulación horizontal y permanente potencian la fuerza de los trabajadores y aumentan las oportunidades del proceso de transformación anarquista. Dentro del movimiento de masas, la organización política da más eficacia a los anarquistas en las disputas de posiciones. Ella contrapone, organizadamente y en favor de su programa, a fuerzas que se dirigen en sentido contrario y que buscan: elevar a la condición de principio una de las diferentes posiciones político-ideológicas y/o religiosas, minimizando su carácter eminentemente clasista, fortaleciendo las posiciones reformistas (que ven la reforma como un fin) y la perdida de combatividad del movimiento, estableciendo jerarquías internas y/o relaciones de dominación, dirigendo la fuerza de los trabajadores hacia las elecciones y/o hacia estrategias de cambio que impliquen la toma del Estado, someter el movimiento a partidos, Estados u otros organismos que eliminan, en ese proceso, el protagonismo de las clases oprimidas y de sus instituciones. [13]

Anarquismo y dualismo organizacional: la experiencia de la Federación de los Anarco-Comunistas de Bulgaria


En este momento se presentan las lineas generales del dualismo organizacional anarquista, desarrollado por la experiencia de la Federación de los Anarco-Comunistas de Bulgaria (FAKB) entre los años 1920 y 1940.

En el Este europeo, los anarquistas tuvieron una actuación determinante, en 1903, en la revuelta de Macedonia, implicados en dos episodios: el primero, con la revuelta de Ilinden y la proclamación de la Comuna de Krouchevo; el segundo con la insurrección de Preobrojenié y la proclamación de la Comuna de Strandzha, ambas libertarias. La comuna de Strandzha fue responsable de la toma del territorio y del establecimiento de experiencias de autogestión durante un mes, constituyendo la primera tentativa local de edificar una nueva sociedad sobre los principios del omunismo libertario. Con el aplastamiento de la revuelta y de las experiencias por ella constituidas, se fundaran en Bulgaria, periódicos relevantes como Sociedad Libre, Acracia, Probuda, Rabotnicheska Misl, diversos grupos anarquistas y, en 1914, un grupo de Ruse lanzó las bases de un movimiento anarco-sindicalista. Después de problemas ocasionados por la Primera Guerra, el anarquismo búlgaro resurgió renovado con la fundación de la Federación de los Anarco-Comunistas de Bulgaria (FAKB), en 1919, en un congreso con 150 delegados.

“En el caliente año de 1919, en el auge de la revuelta global de los trabajadores contra el capitalismo, los anarco-sindicalistas búlgaros (los primeros grupos se habían establecido en 1910) y el núcleo de la antigua Federación Anarquista Macedonica y Búlgara (un núcleo que había sido fundado en 1909) hicieron un llamado al movimiento para reorganizarse. La Federación de los Anarco-Comunistas de Bulgaria (FAKB) fue fundada en un congreso abierto por el guerrillero anarquista Mikhail Gerdzhikov (1877-1947), uno de lols fundadores del comité Revolucionario Clandestino Macedonico (MTRK) en 1898 y comandante de su cuerpo de Primera Linea en la Revuelta Macedonica de 1903”. (Schmidt, 2009, p. 7)

De acuerdo con Schmidt (2009, p. 9), en Bulgaria, la FAKB protagonizo experiencias relevantes que implicaban sindicalismo urbano y rural, cooperativas, guerrilla y movilización de la juventud; “la FAKB se constituyo en secciones: sindical, guerrillera, profesional y de juventudes, lo que la diferenciaba en toda la sociedad búlgara”. Ella ayudo a fundar y fortalecer organizaciones como “la Federación Búlgara de Estudiantes Anarquistas (BONSF); una federación de artistas anarquistas, escritores, intelectuales, médicos e ingenieros; y la Federación de la Juventud Anarquista (FAM), que tenia extensiones en la ciudades, en los pueblos y en todas las grandes escuelas”.

Su 5º congreso, en 1923, contó con 104 delegados y 350 observadores de 89 organizaciones, lo que muestra la amplia influencia anarquista, posiblemente mayoritaria entre los trabajadores de Yambol, Kyustendil, Rodomir, pueblo de Nueva Zagora (Khaskjovo), Kilifaevo y Delebets, además de la creciente influencia en Sofia, Plovdiv, Ruse
y otros centros. El crecimiento de la (FAKB) atrajo represiones severas de la derecha fascista que, entre 1923 a 1931, matá a más de 30 mil obreros. Conforme señala Schmidt (2009, p. 16) en ese contexto muchos militantes de la FAKB fueron asesinados; aún así, otros, que no fueron exiliados, “formaron destacamentos de combate conocidos como 'cheti' y se involucraron en un importante esfuerzo para coordinar un levantamiento con el BKP [Partido Comunista Búlgaro] en 1923”, y también se implicaron en combates guerrilleros, en 1925, junto con el BKN y la BZS [Unión Agraria Búlgara].

Entre 1926 y 1927, la FAKB adopto la “Plataforma” del grupo de exiliados rusos Dielo Truda[14,], que sustentaba la
necesidad de una organización anarquista programática, fundamentada en la unidad ideológica, en la unidad táctica (método colectivo de acción), en la responsabilidad colectiva y en el federalismo, que tuvo un impacto relevante sobre la elaboración de su programa de 1945, la “Plataforma de la FAKB”, la cual sera abordada más adelante.

En 1930, en Bulgaria, apunta Schmidt (2009, p. 23-25), se destaca la influencia anarquista en la formación de la
Confederación Vlassovden, organización sindical rural, que se articuló en torno de múltiples demandas: ”reducción de los impuestos directos e indirectos, disolución de los carteles agrarios, asistencia médica gratuita para los campesinos, seguro y jubilación para los trabajadores agrícolas y la autonomía de la comunidad”. Extendiéndose rápidamente, el llamado ”sindicalismo vlassovden” llegó, el año siguiente, a estar representado en 130 secciones de la confederación, posibilitando un “gran avance de las organizaciones y publicaciones anarquistas, de modo que el movimiento anarquista, en aquel momento, puede ser situado como la tercera mayor fuerza en la izquierda, después de la BZS y del BKP”.

Durante la Revolución Española (1936-1939), 30 anarquistas Búlgaros lucharon como voluntarios en las milicias anarquistas.

Entre 1941 y 1944, una guerrilla anarquista combatió al nazi-fascismo, aliándose al Frente Patriótico en la organización de la insurrección de septiembre de 1944 contra la ocupación nazi. Mientras tanto, con el Ejército Rojo sustituyendo a los alemanes como fuerza de ocupación, se estableció una alianza entre la derecha y la izquierda -llamada “alianza rojo-naranja-marrón” (Schmidt, 2009 p. 33)- que reprimió brutalmente a los anarquistas. Los trabajadores fueron obligados a entrar en un sindicato único, ligado al Estado, en una política claramente inspirada en Mussolini, y, en 1945, en un congreso de la FAKB, en Sofía, la milicia comunista arresto a los 90 delegados presentes, lo que no impidió que el periódico de la FAKB, Rabotnicheska Misl, llegase en aquel año, a una tirada de 60 mil ejemplares por número. A finales de los años 1940, de acuerdo con Schmidt (2009, p. 36), centenares de
anarquistas habían sido ejecutados y cerca de 1000 militantes de la FAKB fueron mandados a campos de concentración donde las torturas, los malos tratos y el hambre de los veteranos antifascistas (es decir no comunistas) […] eran prácticamente rutina”. Fue prácticamente el final de la experiencia de la FAKB, iniciada en 1919.

En un balance de esa experiencia organizativa, se puede decir que ella permite concluir.

“que varios tipos de organización de clase trabajadora son indispensables y entrelazadas, sin subordinación de una a la otra: organizaciones ideológicas anarco-comunistas, sindicatos obreros, sindicatos de agricultores, cooperativas y organizaciones culturales y de intereses específicos, por ejemplo, de jóvenes y mujeres”. (Schmidt, 2009, p, 42)

La práctica de la FAKB durante esas más de dos décadas, así como el aporte teórico que se produjo en ese periodo, juntamente con la relación establecida con la “Plataforma” del Dielo Truda, se vio reflejado, en 1945, en un documento programático: la “Plataforma de la Federación de los Anarco-Comunistas de Bulgaria”. De acuerdo con ese documento, la FAKB preveía, apoyandose en el dualismo organizacional, una organización política anarquista y un
movimiento de masas de la ciudad y del campo, formado por sindicatos y cooperativas.

La organización política anarquista reúne a los anarquistas, por medio de principios político-ideológicos anarco- comunistas, articulándose regionalmente, con las siguientes tareas fundamentales:

“El desarrollo, la realización y la difusión de las ideas anarco-comunistas; el estudio de todas las cuestiones actuales y vitales de la vida cotidiana de las masas trabajadoras y los problemas de la reconstrucción social; la lucha multifacética por la defensa de su ideal social y por la causa del pueblo trabajador; La participación en la creación de grupos de trabajadores, en el nivel de producción, profesión, intercambio y consumo, cultura y educación, y todas las otras organizaciones que pueden ser útiles en la preparación de la reconstrucción social; La participación armada en toda insurrección revolucionaria; La preparación y la organización de estas insurrecciones; La tilización de todos los medios correctos que puedan conducir a la revolución social”.(FAKB, 2009, pp. 61-62)

Los anarquistas también participan de los movimientos de masas, en especial de los sindicatos y las cooperativas. Los sindicatos de trabajadores deben articular la fuerza de los trabajadores -a partir de una articulación por local
de trabajo o categoría, basándose en el federalismo, en la acción directa y en la autonomía/independencia de clase- y sus tareas fundamentales son:

“La defensa de los intereses inmediatos de la clase trabajadora; La lucha por la mejora de las condiciones de trabajo de los trabajadores; El estudio de los problemas de la producción; El control de la producción y la preparación ideológica, técnica y organizativa para la reconstrucción social radical, en la cual estas organizaciones
estarán obligadas de asegurar la producción industrial”. (FAKB, 2009, pp. 63-64)

Las cooperativas agrícolas articulan al campesinado sin tierra y a los pequeños propietarios que no explotan el trabajo de otros, con las siguientes tareas:

“Defender los intereses de los campesinos sin tierras, con poca o pequeñas parcelas de tierra; Organizar a los grupos de producción agrícola para estudiar los problemas de la producción agrícola; Prepararse para la futura reconstrucción social, en la que estas organizaciones serán las pioneras en la reorganización de la producción agrícola,
mirando de asegurar la subsistencia de toda la población.”(FAKB, 2009, pp. 64-65)

La experiencia de la FAKB, que se refleja en este documento programático, presenta elementos históricos relevantes para la comprensión del dualismo organizacional anarquista.

Apuntes conclusivos

La relevancia de la discusión sobre las cuestiones organizativas del anarquismo es doble. Por un lado, aún es necesario abordar el anarquismo seriamente, contraponiendo argumentos sustentados por sus adversarios y enemigos, con la intención de proporcionar un conocimiento más adecuado de esa ideología/doctrina política y de
sus principales debates. Por otro, el ahondamiento de la discusión sobre el dualismo organizacional puede contribuir al debate contemporáneo acerca de la organización de las clases oprimidas [15], trayendo elementos para la reflexión de aquellos que se interesan por movimientos de resistencia y lucha contra la dominación en general, y el capitalismo y el Estado en particular.

Traducido al castellano por Celine y correcciones Parco.

Notas:

1.De entre los estudios producidos en los últimos años, que toman por
base cortes históricos y geográficos amplios -trabajan con una
periodicidad de largo plazo, autores y episodios de diversos países
y continentes- se pueden citar: Corrêa, 2002; Corrêa, 2013; Schmidt
y van der Walt, 2009; Schmidt, 2012; Schmidt y van der Walt, inédito;
Silva, 2013.

2. Se trata de la noción de que las masas se
movilizan por si mismas, sin necesidad de organización, articulación
o preparación previas, pudiendo así, llegar a proveer procesos de
transformación de gran envergadura. Se diferencia por tanto, de la
noción de “espontaneidad”, componente inevitable de cualquier
movilización popular transformadora.

3. De acuerdo con Corrêa, (2012, pp. 168-186) son tres los debates centrales entre los
anarquistas, tomando como base su continuidad y permanencia, y que
constituyen los fundamentos de la definición de sus corrientes
(anarquismo de masas y anarquismo insurrecionalista): posiciones
favorables y contrarias a la organización, posiciones favorables y
contrarias a las victorias a corto plazo (reformas); posiciones
distintas en relación al contexto de utilización y la función de
la violencia. Mas allá de eso hay un cuarto debate relevante, ,
transversal a las corrientes anarquistas, sobre el modelo de la
organización especifica anarquista.

4. Según apuntan Schmidt y van der Walt (2009), en sus 150 años de historia, movimientos
populares por local de trabajo y vivienda constituían vectores
sociales del anarquismo, conformados sobre bases clasistas,
combativas, independientes, autogestionarias y revolucionarias, eses
movimientos fortalecieron la intervención social anarquista.

5. Las posiciones antiorganicionistas poseen, históricamente, eco
significativo entre los anarquistas, pero, conforme demuestran
Schmidt y van der Walt (2009), fueron siempre minoritarias en
relación a las otras dos, organicionistas; con frecuencia, las
primeras incorporaron argumentos individualistas externos al
anarquismo, de autores como Max Stirner y Friedrich Nietzsche.

6. El sindicato de intención revolucionaria fue, durante el siglo XX,
conforme señala Schmidt y van der Walt (2009), la posición
estratégica hegemónica del anarquismo a nivel global,
desdoblándose, principalmente, en el sindicalismo revolucionario y
en el anarco-sindicalismo.

7. Aunque, conforme Schmidt y van
der Walt (2009), sea históricamente minoritario, en relación al
sindicalismo de intención revolucionaria.

8. En este momento, se elaboran las lineas generales de la teoria del dualismo
organizacional anarquista de Bakunin. La teoría y la organización
política anarquista fue desarrollada por Bakunin, en escritos y
cartas, a partir de 1868, cuando fue formada la ADS; escritos sobre
el tema elaborados antes de eso no son aún plenamente anarquistas y,
por eso, no son aquí utilizados.

9. Su mayor realización histórica concreta fue la creación de las AIT en países donde ella
aún no existía y la creación de nuevas secciones de la
Internacional donde ya estaba en funcionamiento;tales fueron los
casos de España, de Italia, de Portugal y de Suiza, mas allá de
casos en la América Latina, estimulados por correspondencias.
(Corrêa, 2003)

10. De acuerdo con Corrêa (2012), entre los anarquistas, en general, los fundamentos sociales de esa transformación revolucionaria envuelven la sustitución de la dominación en nivel sistémico, con relieve para la dominación de clase, por un sistema de autogestión generalizada en las tres esferas (económica, política y cultural) y una sociedad sin clases. Los anarquistas proponen sustituir, por medio de un proceso revolucionario: la explotación económica capitalista por la socialización de la propiedad, la dominación política del Estado por el autogobierno democrático, la dominación ideológica y cultural de la religión, de la educación y, más recientemente, de los medios de comunicación, por una cultura autogestionaria. Se trata, así, de una crítica a la dominación en general, con énfasis en la dominación de clase, y una proposición de autogestión generalizada.

11. De acuerdo con Corrêa (2011), esa posición
no implica una defensa del “apoliticismo”, si no una concepción
de que los movimientos de masas no deben subordinarse o vincularse a
una posición político-doctrinaria determinada; un sindicato
revolucionario “anarquista”, por ejemplo, como en la concepción
anarco-sindicalista, tendería, así, a alejar trabajadores con otras
concepciones. Se trata de considerar que los movimientos deben
abarcar las diferentes posiciones político-doctrinales y que una
posición política no puede subordinar los movimientos populares. La
posición de Bakunin, así como la de los sindicalistas
revolucionarios, anarquistas o no, sustenta que los movimientos
populares deben articularse en torno de banderas concretas que unan a
los trabajadores sin un vinculo programático con cualquier doctrina
política o religiosa. Segundo sustentan, los debates entre las
diferentes posiciones políticas se deberían de dar dentro de los
movimientos, aunque sin apuntar para la creación, por ejemplo, de
sindicatos comunistas, católicos etc; dentro de un sindicato
deberían de estar todos los trabajadores dispuestos a luchar,
independientemente de sus posiciones políticas o creencias
religiosas.

12. La propuesta de organización política de
Bakunin implica un modelo, tomando por base la discusión clásica de
los “modelos de partido” en un “partido de cuadros” que no
concurre a las elecciones y tiene a los movimientos populares como
campo de actuación; por razón de priorizar la calidad y no la
cantidad de miembros y por el hecho de poseer criterios rigurosos de
selección y de ingreso diferenciándose de los “partidos de
masas”, que priorizan la cantidad y cuyos criterios de
participación son bien amplios; se afilia, en general, quien
quiere.

13. Así se pueden apuntar dos diferencias
fundamentales entre la teoría organizativa de Bakunin y aquella que
será desarrollada por Lenin, años después. La primera, en relación
a la organización interna; mientras que el partido Bakuniano es
federalista, con las decisiones siendo compartidas colectivamente, de
abajo hacia arriba, de manera democrática y autogestionaria, el
partido leninista defiende el centralismo democrático, con las bases
siendo consultadas pero las decisiones tomadas por la dirección, de
arriba hacia abajo, de la cúpula jerárquica hacia las bases, que
son obligadas a acatarlas. La segunda, en relación con los
movimientos de masas; el partido bakuniano defiende una actuación
complementaria entre partido y movimientos, sin cualquier tipo de
jerarquías o dominación ejercida por el partido -su función es
fortalecer el protagonismo de esos movimientos- ya que las masas
deben ser las responsables de la transformación social
revolucionaria; el partido leninista se caracteriza por situarse por
encima del pueblo y, así, defender la jerarquía entre partido y
movimiento y, de esa forma, ejercer una relación de dominación.
Mientras que el primero defiende que el agente de la transformación
revolucionaria es el movimiento de masas, el segundo defiende que
esos movimientos poseen solamente capacidad para las luchas a corto
plazo, y que el partido debe dotarles de capacidad a largo plazo y,
és mimso, protagonizar la transformación.

14. Dielo Truda.
“Plataforma Organizacional dos Comunistas Libertários”, 1926.
[http//www.nestormakhno.info/portuguese/platform2/org_p...t.htm NdT:
El enlace no funciona, el texto en castellano se puede encontrar en
http://kclibertaria.comyr.com/lpdf/l092.pdf]

15. El concepto de clases oprimidas, aquí, se fundamenta en Errandonea (1989). Se
trata de conceptualizar a las clases sociales a partir de la
categoría dominación, que abarca la explotación. Así concebidas
las clases sociales estarían mas allá de la esfera económica y de
las relaciones de trabajo; la lucha de clases se caracteriza por dos
amplios conjuntos de clases dominadas y dominantes, oprimidas y
opresoras. Las clases oprimidas están compuestas por trabajadores
asalariados de la ciudad y del campo campesinos precarizados,
marginalizados y pobres en general; las clases dominantes incluyen,
mas allá de la burguesía (propietarios de los medios de
producción), ricos, gestores de grandes empresas, gestores del
Estado como gobernantes, militares de alto escalafón y jueces, mas
allá de una parte significativa de los propietarios de los grandes
medios de información (mass-media), de los lideres religiosos y de
aquellos que monopolizan estrategicamente el
conocimiento.

Bibliografia:
BAKUNIN, Mikhail. “Carta
a Morago de 21 de maio de 1872”. In: CD-ROM Bakounine: Ouvres
Completes, IIHS de Amsterdã, 2000a.
______________. “Carta a
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______________. “Status
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révolutionnaire des frères internationaux”. In: CD-ROM Bakounine:
Ouvres Completes, IIHS de Amsterdã, 2000c.
______________.
“Status Secrets de l’Alliance: organization de l’Alliance des
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Publicado originalmente en la revista académica "Espaço Livre" (http://revistaespacolivre.net), num. 15, de 2013, ese texto tiene por objetivo discutir, desde una perspectiva teórico-histórica, algunas cuestiones organizativas relativas al anarquismo