lunes, 9 de noviembre de 2015

Infancia, urbanismo y miedo social: limitando la libertad de los niños

¿Dónde jugarán los niños? Mejor, ¿dónde jugarán fuera de nuestro control de padres obsesivos y sociedades con miedo?

Hace ya años de un estudio, dirigido por William Bird, experto en salud y naturaleza, que analizaba el impacto sobre la salud física y mental a corto y largo plazo de la exposición de las personas a espacios abiertos y, en especial, a la naturaleza. Los medios destacaron una de sus conclusiones: los niños de ciudades como Sheffield han perdido en sólo cuatro generaciones la libertad para andar a su aire, perderse y explorar con libertad el espacio en el que viven. Los límites espaciales de la supervisión parental a la que estaban sometidos niños/as se ha ido reduciendo hasta convertirse en un “no puedes salir de casa sólo” o un “juega enfrente de casa, que yo te vea”.

El informe señala cosas que nos suenan sobre una infancia actual sometida al pánico de sus familias de dejarles solos en un tráfico que ha colonizado las ciudades y un espacio urbanizado que se ha comido los espacios naturales. La desconfianza a los desconocidos, los peligros del tráfico, la pérdida de espacios verdes y abiertos y la presión social para mantener vigilados a los chavales ha hecho que la exploración espontánea de sus calles y barrios sea cosa del pasado. Como resultado, la infancia se ha convertido en una fase vital sometida a los mismos patrones que los de la edad adulta: una vida hiper-regulada y circunscrita a parques delimitados, con instrucciones de uso, descargos de responsabilidad y avisos de peligros.
 
De la transformación del espacio físico ya sabemos mucho sobre cómo ha influido en domesticar nuestras vidas en áreas reguladas y urbanizadas, pero es más interesante el papel de los adultos en imponer a los pequeños sus propios miedos.
 
Rescato esto porque recientemente leí un artículo, The Case for Free-Range Parenting, que reflejaba la experiencia de un padre al trasladarse a vivir con su familia a Estados Unidos desde Berlín, y cómo ha sentido la obsesión por controlar, limitar y sobreproteger a los niños, viniendo de un lugar donde dejar a su aire a los niños para ir al colegio, jugar o pasar el rato era algo natural y en Estados Unidos parecía ser casi un símbolo de abandono infantil.

Área de juegos en Chiswick, Londres. Imagen de Christopher Hilton bajo licencia Creative Commons.

Quizá Estados Unidos sea un ejemplo extremo (esos padres arrestados por haber dejado ir al parque a sus hijos de 10 y 6 años), con la extendida obsesión social por la seguridad, por la soledad que produce, por la extensión del estilo de vida suburbano,...pero el artículo refleja una tendencia, un riesgo o un futuro próximo inevitable. Las condiciones físicas que ha impuesto el urbanismo y su reflejo en las formas de vida que permiten o limitan influyen sobre cualquiera de nosotros, pero son sólo una parte de un ensamblaje más complejo, sibilino y silencioso que nos invita continuamente como padres a proteger en exceso, a evitar cualquier problema, a evadir a nuestros hijos de cualquier riesgo. No es fácil resistir: la sociedad del riesgo nos ha inoculado un pensamiento sobreprotector que va restando libertad a los más pequeños.

Pequeños que crecerán con una perspectiva más reducida del espacio que pueden explorar con libertad sin supervisión, una capacidad anulada para exponerse ellos mismos a sus propios miedos y desafíos como forma de aprendizaje y superación.Seguramente, lo del "no aceptes caramelos de extraños" ha tenido diferentes versiones en toda la Historia, pero es quizás ahora cuando más sistemático es el mensaje: calles que se les han hecho imposibles (¿o son imposibles porque hemos desistido de reclamarlas para las personas y no para las coches?), sistemas educativos que siguen sin aceptar la libertad y el auto-aprendizaje, políticas que generan miedo y mensaje sociales que alientan la percepción exagerada de los riesgos, un sistema de consumo que sustituye la experiencia de disfrutar de lo que (aún) no tiene precio por productos manufacturados de consumo normalizado, un sistema de normas sobre seguridad o civismo que nos convierten en sus esclavos, vidas cada vez más anónimas donde "los ojos en la calle" cada vez están más ausentes,...

Como dice el autor, no es sencillo establecer el equilibrio ideal, pero sospecho que la imagen de arriba sólo refleja en el espacio las limitaciones mentales a las que nos somete la vida actual y que estamos inoculando a los que ahora están empezando a descubrir el mundo y a descubrir la libertad, también la libertad de arriesgarse, de hacerse daño, de descubrir, de equivocarse, de exponerse o de superarse. Y tenemos que resistirnos.

De Manu Fernández. Investigador y consultor de políticas urbanas, durante su trayectoria profesional ha estado involucrado en proyectos relacionados con la sostenibilidad local y el análisis de las economías urbanas. Autor del blog Ciudades a Escala Humana, actualmente está realizando su tesis doctoral "La smart city como imaginario socio-tecnológico: la construcción de la utopía urbana digital"

1 comentario:

  1. Reflexión muy interesante, Mario.
    Concuerdo con la idea de fondo sobre cómo las limitaciones del espacio físico de acción no son sino el reflejo de las limitaciones mentales a las que nos vemos sometidos y a las que, a veces, nos sometemos voluntariamente.
    Evaristo quería irse al campo, y con el progresivo encorsetamiento del estilo de vida de las ciudades, esta opción es cada vez aceptada como una alternativa no tanto a la contaminación y al tráfico, sino como un retorno al sentido común.

    Saludos boloñeses,

    Carlos

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